Un Blues

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Del material conque están hechos los sueños

11 jun 2017

Letizia quiere ser Isabel Preysler

Y no lo digo porque Letizia, como la filipina, también quiera 'encamarse' con Vargas Llosa.
 Es que la Reina está empeñada en que admiremos sus clavículas 'preyslerianas'. Ese hueco triangular de hueso y piel donde le cabe un ejemplar de 'La ciudad y los perros'. 
En efecto, Letizia ha vuelto a pecar de descocada enseñando hombros y brazos en una cena de gala.
 En esta ocasión, con un enésimo Varela rojo de guipur que le sentaba fenomenal y con el que tumbó a la pobre Angélica Rivera, primera dama de México, además en su propio país.
 Qué grosería. Los 'monarcárquicos' (palabra inventada por Emilia que suma monárquico y carca) criticaron el atrevimiento.
 Una Reina no debe enseñar nunca bíceps y mucho menos clavículas o escápulas, ni dentro ni fuera de la iglesia.
 Sólo de día, en privado y si hace muuuucho calor. Una 'norma' que se saltó a la torera por segunda vez, ya que en su otro reciente viaje solidario a Latinoamérica se puso un 'palabra de honor' azabache demasiado sexy para una señora que vive en un palacio.  




Adnan Khashoggi, un hombre menudo con ambiciones gigantes

Mi primer ‘Kurosawa’....................................... Boris Izaguirre

El revuelo por las películas que ve la princesa Leonor es prueba del rencor de las redes sociales.

De izquierda a derecha: la princesa Leonor, doña Letizia y la infanta Sofía, en la comunión de la hija menor de los Reyes el pasdo 17 de mayo.
De izquierda a derecha: la princesa Leonor, doña Letizia y la infanta Sofía, en la comunión de la hija menor de los Reyes el pasdo 17 de mayo.
Esta semana se ha hablado de los primeros filmes de Akira Kurosawa que ha visto la Princesa de Asturias, que tiene 11 años. No quiero alarmar a sus padres pero yo también descubrí al genio del cine japonés a esa misma edad.

 Y miren el adulto que soy, un hombre analógico en permanente exilio y con una novela que no acaba de terminar.
 Es cierto que yo no soy hijo de reyes, pero sí de la aristocracia del talento, mi madre destacó en el ballet nacional y mi padre fue director de la filmoteca de Venezuela y por eso gocé, y mucho, de acceso privilegiado a grandes clásicos del cine.

Para ser reina no es necesario tener intereses culturales.
 Pero es una buena noticia que Kurosawa se haya puesto de moda en España, donde, al menos, hay dos tipos de educación real.
 La infanta Elena lleva a su hija menor de edad a las corridas de toros, un espectáculo sangriento, y no molesta tanto como que su cuñada lleve a Leonor a ver Kurosawas.
 Mi primer Kurosawa fue Vivir, un magnífico drama sobre un funcionario público al que le diagnostican cáncer y decide, ante la proximidad de la muerte, vivir.
 Recuerdo que mi papá se empeñaba en hacerme notar un fotograma de la película en que el burócrata se sienta en un columpio. 
Yo lo veía como una escena más, pero mi papá, que además es crítico de cine, me hizo ver que en ese gesto, tan sencillo, tan cotidiano, se balanceaban “verdades íntimas sobre la vida y la muerte que pueden pasarle a un japonés y también a un venezolano”. 
Una hermosa lección e imagino que algo así es lo que espera Letizia que le suceda a Leonor.
Como a mi papá le gustaba tanto este director, en la Cinemateca de Venezuela había una retrospectiva de Kurosawa cada poco, con copias no siempre en buen estado y poco presupuesto. 
Como ya le había pillado el tranquillo a su cine, me aventuré y vi Rashomon. 
¡Fue una revelación! Me acuerdo muy bien, a los 13 años, asombrando a mis progenitores diciéndoles: “La verdad no existe, todo el mundo es inocente, aunque sea culpable”.
 Porque ese es el argumento de la película.
 Siempre recuerdo Rashomon con los juicios por corrupción, o con los responsables a título lucrativo, porque en ese tipo de juicios es imposible establecer la justicia.
 Mi tercer Kurosawa fue a los 15 años, estaba en Londres y estrenaban Kagemusha.
 Era un insoportable adolescente sabelotodo, que decía: “Es El Gatopardo de Kurosawa”. 
Y me quedaba tan tranquilo.
 Cuando al fin terminó la proyección, mis amigos se quejaron airadamente de no haber visto Fama, que la estrenaban en la sala de al lado.
O sea, yo también sufrí ostracismo por admirar a Kurosawa. 
Todo este revuelo por las películas que ve Leonor puede ser prueba del rencor que anida en las redes sociales.
 Derzu Uzala es una película maravillosa, para todos los públicos. ¡Cómo suena el aire entre los árboles o el viento por encima del cereal!
 La serenidad infinita de esos planos largos, larguísimos, porque hay que reconocer que el director hizo tan suyo el plano largo como Valerio Lazarov lo hizo con el zoom
. A mí me parece mucho más saludable que estas sean también referencias para una heredera. 
Opino que amplía sus criterios y le ofrece el placer de disfrutar de belleza y humor aunque sea para esa vida de cenas y almuerzos de Estado para la que también se la prepara.
 
El 'Nabila', que fue barco de Khashoggi.
El 'Nabila', que fue barco de Khashoggi.
Finalmente, mis padres se preocuparon. 
Sabían que leía el ¡Hola!
  Fue difícil para ellos confirmar que una de mis figuras favoritas de aquellos años era un traficante de armas: el magnate Khashoggi y su familia pero, sobre todo, su yate, el Nabila 
. Soñaba con navegar en él, pero eso lamentablemente no pasó, aunque conozco a una persona, muy popular, que estuvo a bordo pero no puedo desvelar su nombre. 
Ni nada de lo que allí vio. Khashoggi ha muerto un poco olvidado. Lo vi salir de un ascensor en Cannes mientras alguien de su seguridad me apartó con fuerza.
  La actriz Paz Vega fue testigo. 
Pena me ha dado saber de la fortuna del Nabila.
 Donald Trump se lo compró a mitad de precio y después lo vendió aún más rebajado y su estilizado casco terminó en alguna esquina populista del Caribe.
 El final de los yates es una de las cosas que más tristeza me produce.

 

Suavecito os ‘colonizamos’....................................... Pablo de Llano

‘Despacito’ se asienta en el número uno en EE UU y marca otro hito en la presencia de la música latina en el mercado americano.

Luis Fonsi actúa en Carson (California) el pasado 13 de mayo.
Luis Fonsi actúa en Carson (California) el pasado 13 de mayo. GTRESONLINE

Entre un antiguo son jarocho de Veracruz rocanroleado por chicanos, una canción del verano andaluza remezclada por cubanoamericanos y un reguetón de Puerto Rico reviralizado por un anglosajón existe un nexo: han sido los tres únicos números uno en español en la lista Billboard de EE UU.
 La Bamba, interpretada por Los Lobos, en 1987; La Macarena, el milagro de Los del Río, en 1996; y desde hace cuatro semanas el Despacito de Luis Fonsi y Daddy Yankee con Justin Bieber.
 Cada una ha marcado un hito en la evolución de la presencia hispana en América.
 Cuando La Bamba estuvo una semana de primera en la lista la población latina rozaba los 19 millones de personas (8% del país) y su ritmo de crecimiento y su juventud empezaban a atraer a la industria del entretenimiento.
 La Macarena ocupó el primer lugar 14 semanas en plena combustión demográfica hispana (28.5 millones; 10,8% del total) y en vísperas del boom del pop latino con los Ricky Martin, Jennifer López, Marc Anthony y Shakira. Despacito ha llegado con los hispanos como primera minoría (17%), en una fase de empoderamiento avivada por la xenofobia del presidente Trump y con proyección de sobrepasar a los anglosajones a mediados de siglo como primer grupo étnico de EE UU.
 La Bamba fue íntegra en español. La Macarena incorporó una voz femenina en inglés al ser adaptada para EE UU.
 Despacito nació en español, escaló rápido en las listas y tras volverse bilingüe con Bieber se catapultó a la cima, del puesto 44 al uno en Billboard y del tres al uno en la lista global de Spotify. “Pero con un detalle que nos abre una ventana nueva.
 Él se suma a los latinos, Fonsi y Daddy Yankee, sin borrarlos y cantando en su idioma”, señala la experta en estudios latinos Frances Negrón-Muntaner. 
Bieber se asombró al ver el tema romper la pista de un club de Bogotá y propuso a Fonsi la colaboración en la que la estrella canadiense empieza en inglés y luego canta en un español bien ensayado.
 El locutor de radio Enrique Santos, al que Obama dio una entrevista a una semana de las elecciones para buscar el voto latino para Clinton, recuerda cómo en los noventa subía la ventanilla del coche al parar en un cruce “porque me apenaba un poco que me vieran escuchando una salsa o una bachata en español”. 
Hoy cree que Despacito es otra muestra “de que tenemos muy buen gusto musical, somos los mejores del baile y le gustamos a los estadounidenses más allá del idioma”, y resalta la propulsión extra que le ha dado a esta canción formar parte de la era de la viralidad digital.
 “Si Macarena se hubiera lanzado a las redes su fuerza se hubiera multiplicado por cien”.
“En nuestro caso se demoró unos meses en coger la furia”, dice Johnny Caride, el disc jockey que remezcló la canción de Los del Río desde Miami con su trío de productores Bayside Boys después de probar la original en una discoteca en la que pinchaba y ver “cómo todo el mundo saltó de la silla”.
 Cuando puso por primera vez su versión americana en la radio en la que llevaba un programa de música, rememora, “las líneas telefónicas se volvieron locas y una semana más tarde ya habíamos mandado por correo unos mil compactos a otras emisoras”.
 Caride cree que por entonces la música hispana era todavía “algo regional” y que los artistas del boom latino y otros después como Enrique Iglesias, Romeo Santos o Pitbull “han montado la gran bulla conectado el mercado latino al estadounidense”.
 
Negrón-Muntaner inscribe el fenómeno de Despacito en EE UU en una línea de continuidad que se remonta “al menos al tango de principios del siglo XX e incluye entre otros el mambo, el rock, el boogaloo, la salsa, la música disco, el pop o el hip-hop, que no se hubiera desarrollado de la misma manera sin la presencia puertorriqueña en el Bronx de Nueva York”. 
“Es imposible hablar de la historia y la cultura estadounidenses sin los latinos”, concluye.
 Pareciera que el título del éxito de Luis Fonsi resumiera en una palabra todo el proceso paulatino de imbricación de una minoría cultural en el tejido de un imperio: Despacito
. O si se prefiere, pudiera decirse con el reguetonero Daddy Yankee en el coro: "Pasito a pasito / suave suavecito / nos vamos pegando, poquito a poquito".