Daniel Verdú
Su biógrafo recuerda las andanzas del magnate.
Khashoggi solía bromear con la fonética y el significado de su apellido en italiano: Cash Oggi.
Algo así como “dinero líquido para hoy”.
Nunca se fio de la volatilidad de ciertos tratos ni del mundo digital, recuerda su biógrafo y amigo íntimo, primero en dar la noticia de su muerte, el periodista Roberto Tumbarello.
No había grandes empresas ni estructuras financieras, el negocio era él.
Amaba lo que podía contemplar y tocar. Como su avión DC-8, tuneado como un Las Vegas volador; o el Nabila, el increíble barco de 86 metros construido en los astilleros toscanos de Viareggio que llegó a surcar las aguas en una película de James Bond.
La embarcación tenía un ascensor de bronce construido por el escultor italiano Arnaldo Pomodoro, y una sala de operaciones a disposición del médico que siempre le acompañaba.
Los hombres mueren porque no les asisten rápido, sostenía. Y su vida, que corría a un ritmo de 250.000 dólares diarios, bien merecía cuidarla.
Hijo del médico personal del rey Abdul-Aziz ibn Saud, su primer gran negocio llegó en 1956, cuando terminaba el doctorado de Economía en Stanford.
Acababa de explotar la Guerra del Sinaí y se dio cuenta de que podía aportar algo.
“El armamento que mandaban a Egipto quedaba varado en la arena y se le ocurrió transportarlo en camiones con tres hileras de ruedas, un sistema que imitaba las pezuñas de los camellos”.
La metáfora se tradujo en la venta masiva de camiones pesados Kenworth a Muhammad bin Laden, el padre del terrorista Osama bin Laden, para transportar el armamento.
Tras el provechoso acuerdo, forjó su reputación como fiable comisionista y consiguió un contrato para renovar toda la tecnología armamentística del país.
El mundo encendía y apagaba guerras como cigarrillos y Khashoggi era ya un reputado comerciante de tecnología bélica –agente de las principales empresas de aviones, misiles y tanques– y un experto en las entretelas de los conflictos.
Se convirtió en el enlace perfecto entre las turbulencias en territorio árabe y la inquietud por estabilizar/controlar el mundo y el petróleo de EE UU.
Así que, según cuenta Tumbarello, Jimmy Carter le pidió que mediara en la guerra entre Irak e Irán a comienzos de los ochenta.
“Jomeini reclamó 20 millones de dólares en armamento para firmar la paz y Khashoggi, bajo petición de EE UU, se los proporcionó.
A cambio, se quedó con los contratos para hacerse con la reconstrucción de Irán”.
Las armas, fabricadas por una empresa israelí, traían de regalo una comisión envenenada de tres millones de dólares.
Ahí comenzó su caída.
La versión que él siempre defendió es que ese dinero fue entregado a EE UU para que se lo dieran a los más necesitados (montó una fundación llamada Children for Peace).
Sin embargo, su entorno sostiene que fue utilizado, ya en tiempos de Ronald Reagan, para financiar a los Contra que se enfrentaban a los sandinistas en Nicaragua.
Cuando salió a la luz, el presidente estadounidense temió que Khashoggi se fuera de la lengua, ha escrito Tumbarello, y le denunció por un rocambolesco asunto relacionado con la compra de obras de arte robadas del Museo Nacional de Filipinas que, teóricamente, había adquirido a su gran amigo, el presidente Ferdinand Marcos (otras fuentes lo tradujeron en 300 millones de dólares que, supuestamente, le ayudó a ocultar).
El 18 de abril de 1989 fue encarcelado en Berna, recibió el escarnio social y económico, y tuvo que deshacerse de gran parte de sus empresas.
Tuviera o no la culpa, le persiguieron para siempre los acreedores.
- “Vendió todas las joyas que le había regalado para pagar a los abogados”, señala.
-
Un año después, fue absuelto por un tribunal estadounidense.
Pero aquel tiempo varado había quemado su fortuna, incluido el Nabila, que primero compró el Emir del Brunéi y terminó en manos del actual presidente de EE UU, Donald Trump.
Puede que el único capaz de alimentar con mayores ambiciones aquel estilo de vida.
Impulsor de Marbella
ESPERANZA CODINAKhashoggi está íntimamente relacionado con la época dorada de Marbella, cuya marca de lujo contribuyó a impulsar junto a nombres de la talla del príncipe Alfonso de Hohenlohe, creador del mítico Marbella Club.
“Organizaba las mejores fiestas de la Costa del Sol, nadie se atreverá a hacer algo parecido”, subraya un veterano experto del sector turístico de Málaga.
El millonario recaló en Marbella a finales de los setenta, prácticamente a la vez que el rey Fahd, entonces príncipe heredero, y el séquito de saudíes que ya no han dejado de inundar de petrodólares el litoral malagueño cada verano. Khashoggi compró a la familia Roussel, emparentada con los Onassis, una finca de casi 1.000 hectáreas en el municipio anexo de Benahavís que llamó Al Baraka (suerte, en árabe), donde estableció su residencia.
La propiedad fue embargada en 1989 por tres bancos con los que el magnate tenía una deuda millonaria.
Khashoggi perdió su suerte y los terrenos pasaron a manos de un grupo de inversores españoles, suizos, alemanes y norteamericanos que los reconvirtieron en La Zagaleta, la urbanización que presume de ser la más lujosa de Europa.
Lo mismo había sucedido, un año antes, con su fastuoso barco Nabila, nombre de su hija mayor.
Las crónicas de la época se referían al yate, de 86 metros de eslora y supuesta grifería de oro, como el más grande y famoso del mundo. “José Banús [promotor del puerto deportivo más chic de Marbella] le hizo un atraque especial para que pudiera dejarlo”, explica una fuente consultada.
En la agenda de contactos de Khashoggi estaban Simón Peres y Richard Nixon. También el rey emérito Juan Carlos. Culto e inteligente, era “un hombre de mundo y mundano”, sibarita, amante de las mujeres y de las fiestas, apuntan varias personas que lo trataron. Nada arrogante, pese al dinero. Entre esas excentricidades propias de los ricos, tenía la de viajar siempre con masajista (“se cuidaba mucho”, explica una de las fuentes) y la de comprar tres tallas del mismo traje, por si cogía o soltaba algún kilo. “Estaba obsesionado con el peso”. Se casó tres veces. Con su primera esposa, Soraya, protagonizó un mediático divorcio a la altura del personaje de la jet set internacional que era.
Khashoggi no dejó de visitar Marbella después de perder Al Baraka, aunque las visitas se espaciaron.
Conservaba un ático en Puerto Banús, aunque solía alojarse en hoteles de lujo.
Que se sepa, la última vez que estuvo en la Costa del Sol, en el hotel Villapadierna, fue hace dos años.
Iba acompañado de Lamia, su segunda esposa, con quien regresó tras su tercera boda fallida.
Pasó desapercibido.
Ya no era el personaje glamuroso y organizador de eventos que podía animarse a regalar un rólex a cada invitado.
En Marbella aún no han olvidado la fiesta que dedicó en julio de 1991 a su íntimo amigo Jaime de Mora y Aragón, en el club de playa del hotel Don Carlos, con motivo del 66 cumpleaños del hermano de la reina Fabiola de Bélgica.
Fue en ese sarao donde se contaron 31 Rolls-Royce aparcados en la puerta.
La cantante de ópera coreana Kimera fue la encargada de entonar el Happy Birthday y entre los invitados estaba el jeque Mohamed Ashmawi.
También Jesús Gil, alcalde por primera vez de la ciudad desde hacía muy pocos días y sin tiempo, aún, para materializar sus desmanes urbanísticos.
Khashoggi pagó en metálico los gastos de la velada, últimos coletazos de la Marbella glamurosa que ayudó a impulsar.
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