Un Blues

Un Blues
Del material conque están hechos los sueños

6 jun 2017

Las terrazas del café Hafa, fundado en 1921, tienen unas impresionantes vistas al Estrecho.

Jane Auer vivió junto a su marido, el célebre escritor Paul Bowles, la ebullición cultural y el posterior ocaso de la ciudad marroquí durante el siglo XX.
 Recorremos las callejuelas, plazas y cafés que fueron el escenario de su compleja relación.
LA SUERTE es efímera y junto a ella a menudo se abre el precipicio.
 La neoyorquina Jane Auer, de cuyo nacimiento se cumple este año el centenario, desembarcó en Gibraltar en 1948 siguiéndole los pasos a su marido, Paul Bowles, quien se había mudado a Marruecos medio año antes para escribir su primera novela, El cielo protector, que obtuvo un éxito inesperado y fulgurante.
Atrapada en las redes exóticas de Tánger, bajo un alud de sensualidad orientalista, la escritora, que había publicado una novela muy personal titulada Dos damas muy serias —apreciada por algunos escritores, pero incomprensible para críticos y lectores—, no sospechaba que en aquel escenario encontraría la perdición
. En busca de un espacio de huida y libertad, como muchas otras creadoras modernistas, exploró la vivencia de la expatriación.
 Sus últimos años estuvieron marcados por la enfermedad y la desdicha.

Jane Bowles In Tangiers
la escritora camina con Cherifa, su amante marroquí, ataviada con un chador y unas gafas de sol.
Nada hacía presagiar ese desenlace cuando Jane y Paul se conocieron, a finales de los años treinta, en una fiesta en el neoyorquino barrio de Harlem, entre bocanadas de humo de marihuana y jóvenes vanguardistas. 
 Ella, recién estrenada la veintena, destacaba por su ingenio y especial don de gentes; él, siete años mayor, era un compositor musical de talento, con poemas publicados, que atraía a los demás por su porte enigmático y distinguido.
 Se casaron al cabo de un año en Manhattan, sin que fuera un impedimento que se sintieran atraídos por personas de su mismo sexo.  

Antes de convertirse en figuras cruciales de la escena artística trans­oceánica, en 1941 vivieron en una casa comunal en Brooklyn Heights, habitada, entre otros, por el compositor Benjamin Britten, los hijos de Thomas Mann —Erika y Klaus— o el poeta W. H. Auden. 
El escritor suizo Denis de Rougemont afirmó que todo lo que era novedoso en América se cocía en esa casa.
 El atípico matrimonio —él, un artista disciplinado y viajero; ella, aficionada a las noches alcohólicas y propensa al bloqueo creativo— recaló en Tánger a raíz de un sueño. 
Dormido, Paul entrevió un barrio árabe de callejuelas sinuosas bañado por una cálida luz: era la ciudad africana que visitó por primera vez en 1931. 
Allí, la pareja disfrutó de la efervescencia de una ciudad con estatus de Zona Internacional, asistió a su ocaso como centro comercial y diplomático y finalmente la conoció con una nueva faz, cuando pasó a soberanía marroquí en 1956. 
Políglota —llegó a hablar con soltura francés, español y árabe marroquí—, Jane, que se definía como “coja, lesbiana y judía”, se enamoró de una mujer del país africano.
 Paul tuvo que regresar a Nueva York para componer la música de una obra teatral de Tennessee Williams, y Jane se quedó sola en el hotel Villa de France. 
Todos los días, después de su lucha matutina contra la hoja en blanco, se dirigía a su otro campo de batalla, el Zoco Grande, donde Cherifa, su amante, regentaba un pequeño puesto de grano. La marroquí, que guardaba las distancias, solo consiguió hechizar más a Jane.
Para la escritora, Cherifa tenía un atractivo irresistible tanto por la lengua árabe, que ella aún no dominaba, como por la posibilidad romántica de embarcarse en una relación con una mujer musulmana.
 En una carta a Paul, le dice: “Quizá deba permanecer a perpetuidad al borde de esta civilización suya.
 Cuando estoy en casa de Cherifa me sigo sintiendo al borde de eso, y cuando la veo luego, ni más ni menos amistosamente, como esas melodías que continúan sin cesar, basta para convencerme de que nunca estuve allí”.
 
Una de las puertas de la medina de Tánger que da a la calle de Italia. 
 
En la Tánger desgajada de Marruecos que estuvo inmersa en un limbo entre 1923 y 1956 confluyeron naciones y culturas; fue patria de nómadas, charlatanes, espías, contrabandistas, banqueros, diplomáticos, artistas, millonarios, estraperlistas y bohemios.
 Era un espacio de ambigüedad e intermediaciones al margen del mundo.
 Fundada por los fenicios, la ciudad blanca —puerto de la mitología mediterránea primero y de la literatura contemporánea después— se recuesta sobre colinas del Rif, con sus vistas al mar, a las montañas o a la costa española.
 En el café Hafa, en el barrio de Marshan o en la bahía, siempre hay alguien con los ojos clavados en el horizonte, absorto en una especie de meditación. 
Los cuantiosos cafés son remansos de tiempo en los que se prolonga la intimidad de las casas.
 A esa estereofonía que el semiólogo francés Roland Barthes captó en el Zoco Chico (músicas, charlas, ruidos de sillas y vasos, cantos a la oración…) ahora se añaden las locuciones de los partidos de fútbol internacionales en pantallas de plasma. 
Esa apoteosis de la fragmentación incide en lo visual, como si todo en Tánger estuviera dislocado. Si el observador foráneo alberga la ilusión de distinguir una identidad definida, deberá conformarse con un semblante contaminado. 
Burroughs, que allí escribió El almuerzo desnudo, dijo que su belleza consiste en sus combinaciones cambiantes, su existencia en múltiples dimensiones.
En el café Hafa o en el barrio de Marshan, siempre hay alguien con los ojos clavados en el horizonte, absorto en la meditación
“Yo soy la araña en tu ensalada, la mancha de sangre en tu pan… El mundo arde con palabras. Perdóname.
 Te quiero, pero no debo pensar en ti… Soy la dirección equivocada, el nervio entumecido, el grito inconcluso”. Con estos versos, Paul Bowles se despidió de su esposa. Pertenecientes al poema Próximo a nada, datan de 1975, cuando se cumplían dos años de la muerte de Jane, tras una prolongada agonía en una clínica malagueña.
 A los 40 años, la autora sufrió el primero de varios ataques apopléjicos.
 Desde 1957 padecía afasia.
 Hacia el final de su vida, estuvo aislada debido a una progresiva ceguera, su mundo se fue empequeñeciendo.  
 
Truncada toda expectativa de retomar su carrera literaria, murió hastiada e indiferente a su breve pero original obra, ajena a cualquier influencia o cliché.
 
 

Un hombre salta al interior de un coche en movimiento para evitar la muerte del conductor

El piloto sufría una convulsión mientras viajaba por una carretera al norte del Estado de Illinois.

 

El momento en el que el hombre sube al coche.

Un hombre conducía su coche el pasado viernes cuando el vehículo delante suyo invadió el carril contrario.
 Al observar que el conductor estaba inconsciente, Randy Tompkins no dudó en parar en plena carretera, descender de su coche y adentrarse en el otro vehículo para salvar la vida del conductor. Entró al vehículo con un salto por la ventana del pasajero.
Ocurrió en Dixon, una localidad situada en el norte del Estado de Illinois. 
El incidente fue grabado en vídeo por la cámara de un coche de policía que se encontraba en la zona. 
Tompkins explicó que tuvo que introducir dos dedos en la boca del desconocido conductor para evitar que éste se tragara su lengua durante el infarto.

abel Allende: “Me he enamorado de nuevo a los 75. No hay amor sin riesgo”


La chilena publica 'Más allá del invierno', una obra sobre la capacidad de alegría, esperanza y reinvención que atesoran las personas.

La escritora chilena Isabel Allende.
Hace año y medio, cuando vino a Madrid a presentar su penúltimo libro, El amante japonés, Isabel Allende le decía a quien quisiera escucharla mirándole a los iris con sus iris como ascuas: “Estoy abierta al amor”. 
Tenía 73 años y acababa de romper “triste pero civilizadamente” una convivencia de 28 con Willy, el gringo grande y amoroso de algunas de sus novelas.
Ayer, Allende volvió a Madrid con un nuevo libro bajo el ala y un amor nuevo alegrándole las pajarillas. 
Más allá del invierno (Plaza  & Janés), el título de su nueva obra, inspirado en una frase de Camus, es un homenaje a la capacidad de alegría, esperanza y reinvención que atesoran las personas por muy mal que les vengan dadas. 
“No solo los humanos, sino los pueblos, las naciones, el mundo tiene un verano invencible dentro que puede acabar con cualquier invierno si le damos la oportunidad y asumimos el riesgo”, explica ella y uno, viéndola, no puede por menos que creerla .

Primorosamente vestida con una casaca color mimosa y maquillada como para una boda, Allende recibe en el claroscuro de una sala de la vetusta Casa de América. 
"Esta luz es despiadada. Nos vamos a ver como monos en el vídeo", bromea, con las tablas que le otorgan décadas de entrevistas en su larga carrera de estrella global de la literatura.
 Allende (Lima, 1942) ha despachado millones de ejemplares de sus 23 libros, desde La casa de los espíritus a De amor y de sombra, Cuentos de Eva Luna y Paula, su obra más íntima y también la más querida, aunque solo fuera por el hecho de que, gracias a ella, su fallecida hija Paula está viva en la memoria colectiva.
 “Aún hoy, 23 años después, recibo cartas de personas enfermas, o que han sufrido una pérdida, o que han llamado Paula a una hija inspirados por ella, y eso es mucho más de lo que alguien puede esperar de una obra”, dice, sus ojos acuosos más húmedos que nunca.
Los protagonistas de su nueva novela: Lucía, Richard y Evelyn, dos sesentones y una adolescente, son expertos en pérdidas, dolor y desarraigo.
 Inmigrantes los tres en Estados Unidos, escapando cada uno de su debacle personal y colectiva, que , unidos por una carambola del destino, descubren su verano interno redimidos unos por el amor romántico y todos por la solidaridad con el prójimo.
Allende, “extranjera siempre, empezando de nuevo en diferentes sitios toda la vida”, no se muestra desesperanzada ante “la situación actual en la que se cierran las fronteras, porque creo que son circunstancias que van a cambiar.
 Trump es un accidente y no va a durar mucho.
 Puede hacer mucho daño, pero no va a destruir el mundo que hemos avanzado en los últimos cien años. 
Hay movimientos bajo la superficie de gente joven que está cambiando las cosas.
 He vivido lo suficiente como para saber que todo es un péndulo y nada es eterno. 
Vivimos un invierno de gobiernos, de refugiados, de terrorismo, de miedo, pero el verano invencible está también ahí, y al final ganará la tendencia de más solidaridad, más democracia, más libertad, más educación.
 Las migraciones no se paran con muros ni leyes, sino resolviendo situaciones terribles en los lugares de origen”.
 Allende accede gozosa a narrar cómo llegó de nuevo el verano a su propia vida. 
Al separarse de su pareja, se retiró a una casita de California con su ordenador y su perro, resuelta a vivir sola el resto de sus días. 
 “En esas, un señor de Nueva York me escuchó en la radio de su auto, camino de Boston
. Escribió un correo, y otro, y otro, a mi oficina.
 Al tercero, le contesté yo misma porque lo acompañó de un ramo de flores. 
 Cinco meses después de recibir cada día un correo dándome los buenos días y otro las buenas noches, aproveché un viaje de trabajo para verle.
 Ahí, en cinco minutos, se armó la cosa, y ahora él está vendiendo lo que tiene para venirse conmigo.
 O sea, que esas cosas ocurren, son milagros que pasan.
 Sí, me enamoré a los 75 por tercera vez en mi vida, no hay amor sin riesgo”, relata, sin poder ni quizá querer esconder una risa entre boba y cómplice ante la cara entre cómplice y boba de su interlocutora.
Así, a la vez animosa y resistente, se muestra Allende, experta en retratar a mujeres extraordinarias que, según ella, copia del natural más que fabula. 
“Vengo de una cadena de ellas, trabajo con ellas, estoy rodeado de ellas, no tengo que inventarme nada”, explica esta creadora curada de espanto, que no de sorpresas.
“Siempre estoy alerta, abierta al misterio de la vida, a las cosas maravillosas que uno espera, y a las trágicas que uno no desea. Lo peor ya me pasó.
 Cuando me separé de Willy, al que amé muchísimo, la gente me daba el pésame, como diciéndome 'ay, esa pobre señora vieja que se va a quedar sola'.
 Y yo pensaba, esto no es ni el 10% de lo que pasé cuando murió Paula. Ya nada va a partirme".

 

 

El fin del profesor ‘funcionario’.............................Ana Torres Menárguez

La Carlos III lanza un máster para revolucionar la forma de enseñar y dar respuesta a las carencias del grado de Magisterio.

Están nerviosos. Es la primera vez que se reúnen para presentar el primer máster experimental de innovación educativa lanzado por una universidad pública española. 

Se llama Laboratorio de la Nueva Educación y pretende resolver las carencias del grado de Magisterio, que sigue empleando el mismo programa académico de hace 20 años.

 “No queremos hablar de asignaturas. Aquí no se forma al profesor convencional, sino al educador del siglo XXI”, cuenta el profesor de la Universidad Carlos III Antonio Rodríguez de las Heras, uno de los impulsores del nuevo máster. 

 Es experimental porque los contenidos se terminarán de definir con la participación de los alumnos. No hay nada cerrado. 


El fin del profesor ‘funcionario’
El objetivo es formar a los profesores del futuro. 
El principal desafío al que se enfrentan los sistemas educativos en diferentes países del mundo es la calidad de los profesores, según la encuesta La escuela en 2030, en la que han participado 1.550 profesores, estudiantes y responsables políticos en materia de educación de la organización WISE (la Cumbre Mundial por la Innovación en Educación, en sus siglas en inglés), creada en 2009 por la Fundación Qatar.
 Ese documento esboza cómo será la educación en 2030 y señala que los conocimientos académicos ya no serán tan importantes y se valorarán mucho más habilidades personales como la empatía o la toma de decisiones.
 El rol del profesor ya no será el de transmitir sus conocimientos al alumno, sino el de actuar como guía para que el propio estudiante construya los contenidos a partir de diferentes fuentes, y los métodos de enseñanza tendrán como base la creatividad.

Teniendo en cuenta todos esos cambios, ¿están los grados en Maestro en Educación Infantil y Primaria a la altura? 
Varios profesores de Educación de la Universidad Complutense opinan que no. "Tenemos una herencia muy teórica. Puede haber profesores más pragmáticos, pero no sabemos si los alumnos están aprendiendo o no métodos más innovadores", asegura Carmen Alba, profesora de la Facultad de Educación de la Universidad Complutense desde 1987. 
No existe un proyecto de innovación impulsado por la Universidad ni la pretensión de actualizar los contenidos del grado, que según informa la Agencia Nacional de Evaluación de la Calidad y Acreditación (ANECA) solo llevaría unos tres meses.
Ante la inactividad de las universidades, un grupo de pedagogos, educadores y arquitectos se han unido para lanzar el Laboratorio de la Nueva Educación, un título propio de la Universidad Carlos III en colaboración con la Institución Libre de Enseñanza (ILE) y el Colegio Estudio que se pondrá en marcha el próximo octubre. 
Una de las grandes diferencias de este programa con respecto a los másteres oficiales, que deben ser impartidos por personal universitario, es que participarán como docentes profesionales en activo de distintas ramas, como la experta en espacios educativos Rosan Bosch.
 “Al ser un título propio hemos podido salir del corsé de los másteres oficiales.
 No lo hemos creado para cumplir requisitos y trámites, sino para revolucionar la forma de enseñar”, explica Carlos Wert, patrono de la ILE e impulsor del programa.
Los creadores del Laboratorio de la Nueva Educación Antonio Rodríguez (iz), Carlos Wert, Jerónimo Junquera y María Acaso.
Los creadores del Laboratorio de la Nueva Educación Antonio Rodríguez (iz), Carlos Wert, Jerónimo Junquera y María Acaso.
El programa, que cuesta 5.500 euros -se ofrecerán becas- y consta de 60 créditos y prácticas, no se dirige únicamente a profesores, sino a educadores de museos o investigadores del cambio de paradigma educativo.
 La idea es probar con los alumnos nuevas metodologías de enseñanza y que estos a su vez las prueben en sus clases. 

“Si Giner de los Ríos estuviese vivo, este sería el máster que querría”, apunta María Acaso, profesora de la Complutense e impulsora del máster. 
Precisamente es la figura de Francisco Giner de los Ríos y su concepción de la educación la inspiración de este programa. 
“Si veis en la escuela niños quietos, callados, que ni ríen ni alborotan, es que están muertos”, afirmó el pedagogo y director de la ILE.
 Su apuesta por la transformación de las aulas, la supresión del estrado del profesor y la formación de estudiantes seguros de sí mismos e independientes son la clave del curso, de un año de duración. “El profesor está acostumbrado a las rutinas escolares y a la tranquilidad de contar con un público cautivo, además de estar inmerso en la carrera funcionarial. 
Eso hay que cambiarlo”, apunta Mariano Fernández Enguita, profesor de la Complutense y autor del libro La educación en la encrucijada
 “El actual modelo de formación del profesorado está anticuado; lo que necesitan aprender los niños en primaria no se reduce al saber acumulado de los maestros”, añade.

Un programa innovador

Aunque prefieren no hablar de asignaturas, estos son los módulos que componen el máster:
Suelo. Cada alumno identificará nuevas herramientas para aprender. 
De esta forma, participará en la creación de los contenidos. “En este módulo reflexionarán sobre la función de la educación, para que no conduzca a la certificación”, señala el profesor Antonio Rodríguez de las Heras.
Poder. Se tratarán las manifestaciones de poder y conflicto en el aula. 
“Los profesores ejercen micropoderes dentro de la clase y tienen que aprender los modos de regular ese poder”, indica Rodríguez de las Heras.
 Se trata de gestionar el espacio social del aula sin aplicar la disciplina como método.
Cuerpo. “Hoy en la escuela no se habla de inteligencia emocional, ni de la importancia del mobiliario o la educación afectiva y sexual. Los problemas con el porno”, apunta la profesora María Acaso. “Un niño que se mueve aprende mejor que uno que está sentado. De eso va también el aprendizaje con el movimiento”.
Experiencias. Aprenderán metodologías activas como el aprendizaje por proyectos. “Tienen que formar a individuos inquietos, que quieran seguir aprendiendo durante toda su vida”, dice Rodríguez de las Heras.
El profesor como investigador. Investigarán y probarán nuevos sistemas de evaluación.
 “Hay que salir de la evaluación con números, basada en el castigo. Evitar la ansiedad y el dolor asociados a los exámenes”, recalca María Acaso. En el máster de formación del profesorado (el antiguo CAP) solo se enseñan los métodos tradicionales de evaluación.
Creo que lo que quieren es salir de las aulas y cargarnos el mochuelo a los profesores, que ya no tienen ni micropoder ni nada.