Un Blues

Un Blues
Del material conque están hechos los sueños

4 jun 2017

Dios mío........................................ Juan José Millás

COLUMNISTAS-REDONDOS_JUANJOSEMILLAS
HAY MUCHO sufrimiento en el mundo y no ­sabemos de dónde viene, en el caso de que no estuviera dentro. 
A veces, observando una foto que en apariencia nada tiene que ver con el sufrimiento, piensas en él.
 La de hoy ilustraba un artículo sobre el mercado del arte en el suplemento de Negocios de este periódico.
El artículo se titulaba Los nuevos caladeros del arte y empezaba diciendo que “en el mercado del arte no tiene lugar ni la memoria ni la melancolía”.
 ¡Excelente comienzo! En una sola frase, y no muy larga, se encontraban las palabras mercado, arte, memoria y melancolía. Se encontraban como para tomar el té de las cinco y cada una hablaba de lo suyo.
HONG KONG-CHINA-ART-WARHOL-AUCTION
Leí el artículo. 
Las letras negras sobre el color salmón del suplemento. Algunos lo llaman de este modo: El Salmón, del que no sé si está hecho para pobres con imaginación o ricos con tiempo.
 Iba de subastas. Decía que el mercado europeo se enfriaba y que las pujas se desplazaban hacia Asia.
 De vez en cuando, para descansar del texto, regresaba a la foto, impresa a cuatro columnas, y cuyo pie decía: “Un hombre se fotografía junto a Miss Ko2, una escultura del artista japonés Takashi Murakami, en una subasta de Christie’s en Hong Kong”. Me desasosegaba ese híbrido entre niña y mujer y pensaba en el sufrimiento del mundo.
 El hombre, ahí lo ven, sacándose una foto junto al monstruo.  

Sonriendo. Le hace gracia el grado de perversión que encierra. Quizá luego puje por la pieza.

 Pensé en las personas que tenían hijas. En su sufrimiento.
 Todo ello leyendo un artículo económico en un suplemento de Negocios. Dios mío.

Consumidores engañados y cautivos........................Rosa Montero

Las multinacionales llevan décadas bombardeándonos con sesgados estudios que nos vuelven tarumbas sobre lo que debemos comer y lo que no.
COLUMNISTAS-REDONDOS_ROSAMONTERO
 
EN LOS AÑOS CINCUENTA y sesenta del pasado siglo, el ingeniero agrónomo estadounidense Norman Borlaug inició lo que luego se denominaría la Revolución Verde creando semillas transgénicas de arroz, maíz, trigo y centeno que multiplicaban el resultado de la cosecha.
 Gracias a esas semillas, entre 1940 y 1984 la producción de grano mundial aumentó en un 250%, salvando de la muerte por hambruna a millones de personas, un logro sin duda colosal.
 Lo malo es que el trigo y el centeno que comemos hoy vienen de ahí, y al parecer nuestro cuerpo no termina de reconocer el gluten de esos cereales, creando cada día más casos de intolerancia.
 El problema, pues, no sería el gluten, sino ese nuevo gluten al que no estamos habituados; no hay inconveniente en comer espelta o kamut, por ejemplo, trigos ancestrales cuyas semillas no han sido modificadas y que digerimos sin dificultad. 
Y tampoco a todo el mundo le sientan mal el trigo y centeno; supongo que depende de la edad, de la cantidad que ingieras, de tu susceptibilidad y, sobre todo, de cruzar esa intolerancia con otros problemas. 

Yo, que tengo cuatro tornillos en la columna vertebral, dejé de tomar trigo y centeno hace algunos meses y la espalda ha mejorado radicalmente.
 Mi traumatólogo, jefe de servicio de uno de los más importantes hospitales de Madrid y una eminencia, me dijo: “No existe ni un solo estudio científico que lo documente, pero parece que lo del gluten funciona en los casos de inflamación crónica. No sabemos por qué”.
Son campañas muy sucias porque se presentan como inocentes resultados de la investigación pura, cuando no son más que publicidad encubierta
Cuento todo esto para indicar no sólo nuestra inmensa ignorancia sobre casi todo, sino además la terrible dependencia de nuestro conocimiento de unos estudios supuestamente científicos que están orientados hacia el beneficio de las grandes empresas. 
Estoy segura de que no hay estudios sobre el gluten transgénico porque no le interesan a nadie.
 Somos compradores cautivos de las multinacionales, que llevan décadas bombardeándonos con sesgados estudios que nos vuelven tarumbas sobre lo que debemos comer y hacer o lo que no.

Las más repugnantes, porque abusan de la necesidad de la gente, son las promovidas por la industria farmacéutica, un megagigante del poder. 
 Las farmacéuticas ganan más que los vendedores de armas o la telecomunicación.
 La Lista Fortune (500 mayores empresas del mundo) de 2002 mostraba que los beneficios de las 10 mayores farmacéuticas superaban la suma de beneficios de las otras 490 empresas. 
Son los verdaderos dueños del mundo, y son feroces. Ahora mismo estamos en medio de una de esas campañas. 
¿No les choca la repentina obsesión científica que le ha entrado a nuestra, en general, acientífica sociedad para denunciar la homeopatía?
 Llevamos meses de un machaque tan orquestado y pertinaz que no puede ser casual.
 Me parece bien advertir del peligro de usar sólo homeopatía, pero alucina ver tanta furia contra una práctica barata y desde luego inocua, mientras que los muertos por efectos secundarios de las medicinas alopáticas son un goteo constante: en España triplican a las víctimas de tráfico.
 Cierto, la disolución de los supuestos principios homeopáticos es tan alta que parecería que los granos son simple azúcar. 

Pero aunque sólo fuera por el efecto placebo, servirían sin riesgo para mejorar la salud.
 Y sobre todo es que no soporto que estos laboratorios, que dedican el 90% de su presupuesto a enfermedades que sólo padece el 10% de la población mundial; que inventan dolencias para medicalizar a la gente (convertir a los tímidos en fóbicos sociales); que crean alarma para forrarse (el Tamiflú y la gripe A); que tienen más beneficios que los bancos; que ponen precios salvajes a los fármacos (el tratamiento contra la hepatitis C); que dicen que esos precios son para costear la investigación, cuando Gobiernos y consumidores les pagamos el 84% de la misma y los laboratorios dedican el 13% de su presupuesto a investigar y un 30%-35% a marketing (fuente: Federación de Asociaciones para la Defensa de la Sanidad Pública / nuevatribuna.es)…
 Que esa gente se erija en adalid de la pureza científica, en fin, no es de recibo.

Las noticias intranscendentes.......................J.avier Marías

Dudo de que haya cálculos de lo que a este país le cuestan las egolatrías, los proyectos superfluos y las meteduras de pata de nuestros representantes.

Javier Marías
HE AQUÍ UNA NOTICIA de hace unos meses, sin la menor transcendencia.
 Ocupaba una columnita de este diario, no tuvo continuación alguna y el titular rezaba, escandalosamente: “Defensa tendrá que pagar 243 millones por 13 aviones que ya no quiere”.
El texto no añadía demasiado, sí lo suficiente para deducir que alguien había metido la pata hasta el fondo y que la broma nos iba a salir carísima.
 “España deberá abonar 243 millones de penalización a la empresa Airbus si finalmente no compra los 27 aviones de transporte A400M que se comprometió a adquirir, según reveló ayer en el Congreso el Secretario de Estado de Defensa, Agustín Conde
 Su antecesor en el cargo, Pedro Argüelles, pactó con el gigante aeronáutico recibir 14 aparatos entre el año pasado y 2022 y postponer la recepción de los 13 restantes hasta 2025.
 Pero Defensa ya ha declarado estos 13 aviones como “no operables” —es decir, innecesarios— y ha aceptado pagar a Airbus 243 millones por la cancelación de este pedido. 

La única forma de evitar esta penalización es que España consiga vendérselos a otro país …” (A otro país idiota, se supone.) 
Noticias de esta índole aparecen cada dos por tres en la prensa, y, a diferencia de lo que ocurre con las relativas a la corrupción, que acaparan portadas y exhaustivos análisis, nadie les otorga la menor importancia.
 Por supuesto, jamás nos enteramos de que se la haya cargado alguien por la ruinosa metedura de pata; de que haya perdido su puesto por ella; de que se lo haya obligado a reembolsar la cantidad que por su negligencia o mal cálculo hemos perdido todos.
 O por su frivolidad o megalomanía. ¿Alguien ha pagado por la construcción-abandono de la llamada Ciudad de la Justicia en Madrid?
 De diez edificios proyectados se concluyó malamente uno, que lleva años inoperante y cayéndose a pedazos, y cuyas vigilancia y mantenimiento cuestan un dineral anualmente.
 ¿Alguien ha sufrido las consecuencias de las inútiles radiales que nadie usa, de los Palacios de las Artes o las Ciencias diseminados por nuestro territorio y carentes de actividad y contenidos, de los varios aeropuertos sin aviones y de tantos despilfarros más? 
 Añádanse las incontables sumas compensatorias por errores o abusos cometidos, sean plusvalías cobradas indebidamente por las ventas de pisos en las que el vendedor había perdido dinero, sean encarcelamientos injustificados o lo que ustedes quieran.
 Los cargos públicos derrochan a mansalva como si los fondos del erario “no fueran de nadie”, según dijo no recuerdo ya qué político, y luego se quejan de que las arcas están vacías.
 Hay unos muy vagos cálculos de lo que a este país le han sustraído los corruptos, los simples ladrones o los serviciales tesoreros que procuraban financiar a sus partidos. 
No creo que ni siquiera haya un vaguísimo cálculo de lo que cuestan las egolatrías improductivas, los proyectos superfluos, las infinitas meteduras de pata de nuestros representantes.
 E insisto: no parece que a ninguno se le pase factura, ni siquiera se lo destituya.
 No es extraño que las arcas estén vacías.
 Las han vaciado sus propios custodios, insensata o alevosamente, según los casos.
 Y esos custodios, transformados en recaudadores, prosiguen su saqueo de la población a base de impuestos cada vez más feroces (recuérdese que Rajoy llevó a cabo la mayor subida de la historia). Cambian las reglas a su antojo: lo que antes era legal ya no lo es; lo que antes era desgravable ha dejado de serlo, sin más explicación que el arbitrario criterio de los inspectores. 
Y si un contribuyente decide recurrir, es posible que se vea “advertido” en forma de nuevas inspecciones y reclamaciones. 
Si uno se retrasa un solo día en el pago, recibe multa y se le cobran intereses, mientras que el Estado en modo alguno se aplica el mismo rasero. 
Llevamos más de cinco años con un Gobierno al que los ciudadanos ya nunca perciben como una institución que los protege y defiende, sino todo lo contrario: se ha convertido en un ente amenazante, que por principio considera a la población defraudadora y enemiga, cuando los indeciblemente defraudados somos nosotros.
 ¿Cuántos son ya los cargos del PP que se han enriquecido a costa nuestra? ¿Cuántos los partidos que se han financiado de la misma manera?
¿Cuántas compras se han hecho de aviones “no operables” por los que nos vemos penalizados? ¿Cuántos edificios, carreteras, estaciones ferroviarias, aeropuertos inútiles se han construido? ¿Cuántos “eventos” deficitarios se han celebrado a mayor pompa de presidentes autonómicos y alcaldes? 
¿Cuántos festejos “patronales” —el verano un hervidero de ellos— con fines estrictamente demagógicos en todas partes? ¿Y quién paga todo eso? ¿Los responsables, los frívolos, los derrochadores, los innumerables metepatas e ineptos?
 Nunca nos llega la noticia de que ninguno haya sido castigado ni destituido, ni siquiera reprendido. Esa impunidad sí que es absoluta.
 No les quepa duda de que lo pagamos todo nosotros, y además varias veces.

3 jun 2017

La heredera de la ginebra Seagram que marcó la historia de la arquitectura

 

Montreal se rinde a Phyllis Lambert, icono de la protección de edificios ignorados.

Phyllis Lambert trabajando en el estudio de Mies van der Rohe en Chicago en 1960. 
Phyllis Lambert trabajando en el estudio de Mies van der Rohe en Chicago en 1960.
El edificio emblemático de la arquitecta más importante de Montreal no está en la ciudad, sino en Nueva York, y ni siquiera es suyo, sino de Mies van der Rohe, quien –ante las autoridades americanas– no era arquitecto.
Tampoco llevan la firma de Phyllis Lambert (Montreal, 1927) otras rotundas contribuciones suyas a la arquitectura: mansiones levantadas años antes de que ella naciera, casas pintorescas en el barrio de Milton Parc en cuya construcción nada tuvo que ver o una sinagoga en El Cairo con más de mil años. Y, sin embargo, cada uno de esos edificios está en deuda con ella.
Este domingo, a sus noventa años, clausura una exposición antológica que ella misma ha comisariado como modo de ensartar sus peripecias vitales. 
 Se ha valido de la sede del Centro Canadiense de Arquitectura (CCA), otra de sus obras. Bien, este edificio imponente tampoco es suyo, pero sí la idea y su fundación.
 Ni mármol ni cristal, fue su empeño el que levantó el CCA como un parapeto blanco para proteger la ciudad de la horrenda autopista que en este punto la separa del río San Lorenzo.
 Así, de paso, envuelve y conserva una preciosa mansión segundo imperio que, a golpe de talón, Lambert salvó de los bulldozers.
 Y es que el CCA encarna dos marcas de serie de la arquitecta: el afán por recopilar el saber y la protección del patrimonio.
Phyllis Lambert esculpe un busto de su madre, en su primera época como artista. 
Phyllis Lambert esculpe un busto de su madre, en su primera época como artista.
Activista, conservacionista, apóstol de la arquitectura como propuesta teórica además de práctica, al concederle el león de oro de la Bienal de Arquitectura de Venecia en 2014, Rem Koolhaas la coronó así: "Los arquitectos hacen edificios, pero Phyllis Lambert hace arquitectos".
Esa frase jamás se habría pronunciado si Phyllis hubiera confiado su destino al designio del dinero.
 Lo más probable es que su nombre quedara en el de una heredera segundona de una de las familias más ricas de Montreal, dueña de las destilerías Seagram, de las que sale la ginebra del mismo nombre y el wiski 100 Pipers.

Pelo corto, traje negro

Hay que imaginarse a Phyllis esquivando ese futuro, huyendo de los Dior y los Channel de su madre y dando un portazo en su mansión forrada de terciopelo color borgoña para orearse en Nueva York, primero, y luego en París.
 "No podía vivir en la misma ciudad que mi padre, tenía demasiado poder", confesó en un documental sobre su vida, Citizen Lambert.
Hay que ver a Phyllis a principios de los cincuenta cortándose cada vez más el pelo, repudiando la pompa en favor de sobrios trajes negros que invocaban sin quererlo la figura de un vecino de su barrio de Westmount, Leonard Cohen. 
Hay que recordar a la joven respondona coleccionando todos los dibujos técnicos y maquetas de arquitectura que caen en sus manos, sobre todo grabados y fotografías con los que los antiguos viajeros trasladaban el exotismo de las ruinas clásicas a quienes jamás las verían en vida.
 Lambert andorrea por las calles cámara en mano.
 Su mayor pasión nace al fotografiar edificios, como si más que la heredera de unos destiladores que sortearon la ley seca lo fuera de aquellos cazadores de capiteles y columnas rotas.
 Para ella, "hacer fotos se convirtió en una forma de pensar". 

Un día de 1954 la hija pródiga recibió una larga carta de su padre. La acompañaba la imagen de la maqueta del edificio que sería nueva sede de su empresa en Nueva York. 
"No, no, no, no y no", respondió horrorizada, una respuesta que hoy, al recordársela, le arranca una carcajada. 
 "Estábamos en una época con los mejores arquitectos desde el Renacimiento y la mejor decisión debía basarse en escoger uno adecuado".
 A su negativa le aguardaba otra de su temible padre, de tan condescendiente, insultante: podría participar en el proyecto, pero limitándose a escoger los mármoles del vestíbulo.
 "Pues ya no soy tu hija", le espetó ella.

"Mera extensión"

"Mi padre estaba interesado en sus hijos como mera extensión de lo que él era, pero yo estaba interesada en el arte, que mi padre no consideraba ni siquiera un modo de vida.
 No tuvimos una conexión emocional, pero lo respeté y cuando quise arrancar el CCA pensé en lo difícil que es liderar algo. Entonces lo entendí mucho mejor", comenta a EL PAÍS. 
Phyllis recibió al fin el encargo de escoger arquitecto para el Seagram. 
Preparó un listado donde aparecía Le Corbusier ("no puede conocerlo nunca, pero me interesaba muchísimo, pero no creo que su tipo de arquitectura encajase en Park Avenue", confiesa).
También sonó el nombre de Frank Lloyd Wright. 
A través de un tío de la arquitecta, Wright había oído hablar de que los canadienses de Seagram querían levantar un edificio en Manhattan y presentó un proyecto:
 "Un edifico enorme, de 100 plantas, pero yo creía que Wright pertenecía ya a otra época".
La lista incluía otro grande de la arquitectura, Ludwig Mies van der Rohe.
 Phyllis fue a verlo a Chicago: finalmente, sí, él erigiría la flamante sede.
 El alemán no tenía reconocido su título en Estados Unidos y se asoció con Philip Johnson, un arquitecto con un claro pasado antisemita.
 ¿No le importó eso a la familia de Phyllis, judíos? "Yo no sabía nada de eso cuando Mies van der Rohe decidió asociarse a Johnson, pero cuando supe del antecedente antisemita, se lo dije a mi padre, y directamente lo ignoró, y creo que lo hizo porque sabía leer dentro de la gente y no quería tampoco enfadar a Mies, que lo había escogido con buen criterio".
Sin tener formación como arquitecta, Phyllis se hizo con el cargo de directora de planificación de la torre, un enorme lingote de acero, bronce y cristal, erigido delante, como una antesala desde la que mirar hacia arriba sin torcer demasiado el cuello, de un espacio limpio, una plaza, que alivia la densa Park Avenue. 
"Mi trabajo consistía en asegurarme de que Mies construyera el edificio que quería y apartar de él cualquier cosa, cualquiera, que se lo impidiese", reconoció.
 El presupuesto inicial, "que era ridículamente bajo", se dobló hasta superar los 30 millones de dólares.
Philip Johnson, Mies van der Rohe y Phyllis Lambert en 1955, con una imagen de la maqueta del edificio Seagram detrás. 
Philip Johnson, Mies van der Rohe y Phyllis Lambert en 1955, con una imagen de la maqueta del edificio Seagram detrás. © United Press International, por cortesía del CCA
 

La muerte de dos padres

La muerte del arquitecto y de su verdadero padre la acercaron de nuevo a Montreal. 
A finales de los sesenta, la metrópolis quebequesa era una ciudad en decadencia, diezmada por las tensiones nacionalistas del Frente de Liberación de Quebec, un grupo separatista, y la especulación inmobiliaria. 
La ciudad se rendía, relegada frente a Toronto, la flamante capital financiera del país y, como un símbolo del fin de los buenos tiempos, las grandes de mansiones en estilo Greystone, con sus bloques bastos y torreones acastillados, sucumbían a las retroexcavadoras.
Phyllis trocó entonces su amor al acero por el de la piedra. Recuperó su cámara para captar la decadencia de su ciudad y por ella se movía trípode en ristre.
 Retrataba una a una el encanto nobiliario de sus fachadas. "¿Por qué ese edificio? Es viejo, lo tirarán abajo", asegura le comentaban los viandantes cuando la veían apostada ante uno de ellos.
 "Los edificios de piedra gris estaban amenazados, y no quería que en Montreal ocurriera como en Chicago, donde estaban demoliendo edificios de Louis Sullivan".
 En su lugar, como en el barrio residencial de Milton Parc, se elevaban rascacielos desalmados.

Millonaria y activista
Edificio Seagram.
Edificio Seagram. Cortesía de CCA © Ezra Stoller / Esto
Es en los setenta cuando nace la activista y su apodo, Juana de Arquitectura ("el Quebec de los sesenta era todavía tan católico que era habitual recibir un sobrenombre religioso"), una milmillonaria metida a protestataria. 
"Recordé el día en que mi padre me dijo: 'te crees muy lista, pero te podría desheredar', y yo hice como si no tuviera dinero. 
 El dinero te da poder, pero yo estaba interesada en lo que podía hacer yo".
El derribo de una de las casas, la mansión Van Horne, colmó la paciencia ciudadana: aglutinó a una veintena de asociaciones dispersas para formar una organización fuerte de defensa de la arquitectura montrealesa, Sauvons Montreal, que dos años más tarde derivaría en Héritage Montreal para captar fondos que compraran y salvaran algunas casas.
 La idea fue humanizarlos, con el arma de su cámara: 
"Ponerle cara a cada edificio, como un retrato de familia".
Aquello niciativa cuajó en una cooperativa que renovó por completo el barrio de Milton Parc y evitó desahucios.
Junto a Gene Summers, exayudante de Mies van der Rohe, probó suerte también con un viejo hotel en Los Ángeles, el Biltmore, un cajón de mil habitaciones construido en los años veinte a mayor gloria de la nueva era del automóvil y antigua sede de la entrega de los Premios Oscar. 
"Estábamos seguros de que se podía mejorar mucho la calidad de vida de las ciudades y a la vez prosperar en lo financiero".
Hoy, la arquitecta sigue viviendo en una casa, enorme pero sobria, del Vieux-Montreal, un barrio casado con el río San Lorenzo y sobreviviente de lo más antiguo de la ciudad. Montreal acogerá el próximo otoño una exposición para reinvindicar el Greystone; "el auténtico Montreal", añade Phyllis, que será la comisaria de la muestra. 
Sus sentencias son sus cimientos, sus vigas, sus andamios: 
"No soporto los interiores burgueses y no quiero vivir en una casa que represente una clase social".