El escritor presenta ‘Un golpe de vida’, un relato autobiográfico y melancólico sobre el oficio de informar con aroma a despedida.
El infierno, para Juan Cruz, es una página en blanco, un lugar donde no hay noticias
ni se escucha la radio.
Es decir, donde no existe el periodismo.
El escritor y periodista, de 68 años, dice que ha llegado a ese momento en el que uno ha de afrontar un último repecho, la cuesta de la jubilación, que lo aleja de lo que tanto ama y no quiere dejar ir.
Su último libro, Un golpe de vida (Alfaguara), es la historia de un hombre aferrado a la existencia y a la máquina de escribir como una prolongación de aquella.
“No te rindas aún compañero.
No digas que no sigues; hasta que arda la mesa estate ahí.
Esto no se acaba, ya verás”, se dice a sí mismo.
(Que suerte Juan que el jubilarte te produzca tristeza, claro que tu desde 1º de Carrera querías ser escritor, como muchos de nosotros y periodista, que en aquel entonces resultaba facil si eras de otra carrera) Pero yo nunca quise ser eso, quería como casi todos investigar escribir pero no pensaba en publicar o igual si, ya en el instituto dirigí una revista, el Pons Estudiantiles, siguiendo explicaciones de D. Manuel Cardenal, pero la vida te lleva por vericuetos y aunque me gustaba mucho hacer que otros supieran y nunca se cansaran, llegaron malos tiempos y muchos, de los casi militantes de la enseñanza, no veíamos la hora de prejubilarnos.
Educación hizo con todas esas leyes, que fuera casi insoportable poder inculcar "algo de sapientia" así que no fue ninguna tristeza dejar el hueco a otros, que tampoco les importaba mucho que "Supieran" esos jovenzuelos cuyo mundo ya lo preveiamos)
Cruz,
adjunto a la dirección de EL PAÍS, hizo ayer durante la presentación de
la obra en el Círculo de Bellas Artes de Madrid una defensa apasionada
del oficio en un momento en que sobre los periódicos se han posado
nubarrones, algunos ganados a pulso y otros clara y deliberadamente
maliciosos.
Es decir, donde no existe el periodismo.
El escritor y periodista, de 68 años, dice que ha llegado a ese momento en el que uno ha de afrontar un último repecho, la cuesta de la jubilación, que lo aleja de lo que tanto ama y no quiere dejar ir.
Su último libro, Un golpe de vida (Alfaguara), es la historia de un hombre aferrado a la existencia y a la máquina de escribir como una prolongación de aquella.
“No te rindas aún compañero.
No digas que no sigues; hasta que arda la mesa estate ahí.
Esto no se acaba, ya verás”, se dice a sí mismo.
(Que suerte Juan que el jubilarte te produzca tristeza, claro que tu desde 1º de Carrera querías ser escritor, como muchos de nosotros y periodista, que en aquel entonces resultaba facil si eras de otra carrera) Pero yo nunca quise ser eso, quería como casi todos investigar escribir pero no pensaba en publicar o igual si, ya en el instituto dirigí una revista, el Pons Estudiantiles, siguiendo explicaciones de D. Manuel Cardenal, pero la vida te lleva por vericuetos y aunque me gustaba mucho hacer que otros supieran y nunca se cansaran, llegaron malos tiempos y muchos, de los casi militantes de la enseñanza, no veíamos la hora de prejubilarnos.
Educación hizo con todas esas leyes, que fuera casi insoportable poder inculcar "algo de sapientia" así que no fue ninguna tristeza dejar el hueco a otros, que tampoco les importaba mucho que "Supieran" esos jovenzuelos cuyo mundo ya lo preveiamos)
“Hay quien dice que EL PAÍS ya no es lo que era. Llevo
oyendo eso desde el 85, desde el referéndum de la OTAN.
Hace unos años,
un señor trotskista decidió crear un periódico y decir que estaba a la
izquierda de la izquierda y así situarnos inmediatamente en la derecha”,
argumentó durante un coloquio con los novelistas Luis Landero y Julio
Llamazares que moderó la periodista de este diario Luz Sánchez-Mellado.
Pues si Juan, El Pais ya no es lo quera, ningún periódico es lo que era, pero hay una inclinación eso si empezó "Despacito" hacia la derecha que no te hace apetecible leer ni las noticias de la casa ni las internacionales, todas son crónicas de Sucesos. Te metes mucho contra Podemos, no para informar sino para descalificarlos, y eso no es rigor, vaya que ni Landero ni Llamazares y mucho menos Luz, son de una izquierda combativa para cambios positivos, no y no, la verdad es que el Pais cada vez va más escorado a la Derecha y eso no lo digo yo sola......Ay que penita!!.
Rigor y trabajo
El escritor, nacido en Puerto de la Cruz, el pequeño pueblo de Tenerife en el que fue un niño asmático que leía con fervor todo lo que le caía en las manos, enfatizó la importancia de que el periodismo se ejerza con rigor y entusiasmo.
“El periodismo te tiene que agarrar trabajando ¿Estamos deprimidos? Yo estoy deprimido cuando no me encargan nada.
La seducción empieza por nosotros mismos.
Si vas al periódico y no estás seducido por la profesión no vas a seducir a nadie”, dijo.
Cruz cerró filas en torno a su periódico, este, en el que trabaja desde su fundación y al que volvió en 2005 tras haber sido director editorial de Alfaguara.
“Claro que hago autocrítica, pero donde corresponde.
En los órganos internos, de puertas para dentro. Nunca me han gustado esos que van entre las mesas hablando del trabajo de otros y se ponen a salvo del rumbo del periódico. ¡Como si ellos no trabajaran ahí!”.
La excusa para hablar de todo esto fue Un golpe de vida, una historia que arranca con la llegada de Juan Cruz a un castillo del siglo XV en la región italiana de Umbría, un lugar acondicionado para que vivan en él escritores y artistas.
Cruz se siente joven en esta abadía silenciosa, en este retiro artístico y existencial, aunque en realidad ha ido hasta allí como “un jubilado español” que quiere reconstruir su vida.
No es una forma de hablar.
Había firmado la prejubilación hacía poco y de repente se sentía como el John Wayne al que entrevistó Joan Didion, a punto de quitarse el sombrero.
Se enfrasca entonces en una batalla que no puede ganar (“ir contra el tiempo”), la del informador que se resiste a dejar el oficio, una pelea que ya lidiaron otros grandes de la profesión como Carlos Mendo.
El milagro, para Jorge F. Hernández, el autor mexicano que cruzó el charco para asombrarse de que la gente le grite con igual pasión en los cafés que en El Corte Inglés, es que alguien logró encerrar a Juan Cruz en una torre y ponerlo a dialogar consigo mismo. "¡Carajo!", celebró Hernández con ese humor tan de Jorge Ibargüengoitia.
De ahí nace un libro intimista —“el más verdadero que he escrito en mi vida, lo que más me ha dolido escribir”, concedió su autor— que lo iguala con otros grandes maestros del periodismo. Hernández lo comparó con A. J. Liebling, cronista de boxeo que acabó siendo un magnífico corresponsal de guerra por una sencilla razón: puede que alguien escriba mejor, pero no tan rápido, y si alguien escribe tan rápido seguro que no escribe mejor.
El tono es a menudo sosegado y contenido, como si el espíritu del castillo silencioso en el que lo escribió descalzo hubiera dejado su huella.
Pero entonces toca hablar de los que ya no están. Amigos, maestros, compañeros de vida y oficio... Ahí desfilan Feliciano Fidalgo, Eliseo Alberto, Lichi, Manuel Leguineche o Manuel Vázquez Montalbán.
Este último murió en 2003 de un ataque al corazón en el aeropuerto de Bangkok mientras corría hacia la puerta de embarque. “Hubiera dado mi respiración por haberlo encontrado aquel día feroz de Bangkok para ayudarle a llegar a la puerta por la que nunca llegó a salir”.
Cruz cuenta cómo Vázquez Montalbán dejaba caer que ya no lo querían o lo habían olvidado en el periódico —el miedo de cualquiera que se dedique a esto— y él lo abrazaba porque sabía que estaba en el repecho y no había que dejarlo solo. Justo donde él está ahora.
El escritor, nacido en Puerto de la Cruz, el pequeño pueblo de Tenerife en el que fue un niño asmático que leía con fervor todo lo que le caía en las manos, enfatizó la importancia de que el periodismo se ejerza con rigor y entusiasmo.
“El periodismo te tiene que agarrar trabajando ¿Estamos deprimidos? Yo estoy deprimido cuando no me encargan nada.
La seducción empieza por nosotros mismos.
Si vas al periódico y no estás seducido por la profesión no vas a seducir a nadie”, dijo.
Cruz cerró filas en torno a su periódico, este, en el que trabaja desde su fundación y al que volvió en 2005 tras haber sido director editorial de Alfaguara.
“Claro que hago autocrítica, pero donde corresponde.
En los órganos internos, de puertas para dentro. Nunca me han gustado esos que van entre las mesas hablando del trabajo de otros y se ponen a salvo del rumbo del periódico. ¡Como si ellos no trabajaran ahí!”.
La excusa para hablar de todo esto fue Un golpe de vida, una historia que arranca con la llegada de Juan Cruz a un castillo del siglo XV en la región italiana de Umbría, un lugar acondicionado para que vivan en él escritores y artistas.
Cruz se siente joven en esta abadía silenciosa, en este retiro artístico y existencial, aunque en realidad ha ido hasta allí como “un jubilado español” que quiere reconstruir su vida.
No es una forma de hablar.
Había firmado la prejubilación hacía poco y de repente se sentía como el John Wayne al que entrevistó Joan Didion, a punto de quitarse el sombrero.
Se enfrasca entonces en una batalla que no puede ganar (“ir contra el tiempo”), la del informador que se resiste a dejar el oficio, una pelea que ya lidiaron otros grandes de la profesión como Carlos Mendo.
El milagro, para Jorge F. Hernández, el autor mexicano que cruzó el charco para asombrarse de que la gente le grite con igual pasión en los cafés que en El Corte Inglés, es que alguien logró encerrar a Juan Cruz en una torre y ponerlo a dialogar consigo mismo. "¡Carajo!", celebró Hernández con ese humor tan de Jorge Ibargüengoitia.
De ahí nace un libro intimista —“el más verdadero que he escrito en mi vida, lo que más me ha dolido escribir”, concedió su autor— que lo iguala con otros grandes maestros del periodismo. Hernández lo comparó con A. J. Liebling, cronista de boxeo que acabó siendo un magnífico corresponsal de guerra por una sencilla razón: puede que alguien escriba mejor, pero no tan rápido, y si alguien escribe tan rápido seguro que no escribe mejor.
El tono es a menudo sosegado y contenido, como si el espíritu del castillo silencioso en el que lo escribió descalzo hubiera dejado su huella.
Pero entonces toca hablar de los que ya no están. Amigos, maestros, compañeros de vida y oficio... Ahí desfilan Feliciano Fidalgo, Eliseo Alberto, Lichi, Manuel Leguineche o Manuel Vázquez Montalbán.
Este último murió en 2003 de un ataque al corazón en el aeropuerto de Bangkok mientras corría hacia la puerta de embarque. “Hubiera dado mi respiración por haberlo encontrado aquel día feroz de Bangkok para ayudarle a llegar a la puerta por la que nunca llegó a salir”.
Cruz cuenta cómo Vázquez Montalbán dejaba caer que ya no lo querían o lo habían olvidado en el periódico —el miedo de cualquiera que se dedique a esto— y él lo abrazaba porque sabía que estaba en el repecho y no había que dejarlo solo. Justo donde él está ahora.