El actor presentó este jueves su autobiografía titulada 'Pa'habernos matao'. Memorias de un calvo' (Aguilar)
Dice Fernando Trueba
que unas memorias se escriben para vengarse.
De los que te hicieron puñeterías en la infancia y hasta del que se tropezó ayer contigo mientras comprabas el periódico.
Por eso le sorprende estar sobre un escenario presentando las que acaba de publicar su amigo Antonio Resines, cuyo prólogo firma él: Pa’habernos matao.
Memorias de un hombre calvo (Aguilar). Resines, según asegura Trueba, es un hombre pudoroso, desmemoriado y sin maldad; “Ni la Guardia Civil le saca un secreto”.
¿Qué cuenta, pues, su libro? Sencillamente, remembranzas con familia y con amigos de un tipo al que Trueba pidió que se pusiera delante de la cámara y, sin pretenderlo, acumula ya 100 películas, casi tantas como huesos se ha roto.
Antes de que Resines pudiera apenas balbucear para dar las gracias a su pareja, Ana Pérez-Lorente, por ayudarle a recordar, por redescubrir juntos su vida para poder escribirla, el público prorrumpió en un aplauso para ella en el auditorio del centro Bertelsmann, en Madrid.
Casi toda la audiencia estaba compuesta por compañeros del cine y la televisión que habían querido arroparle.
De Concha Velasco a Jesús Bonilla, Alejo Sauras o Antonio Molero, adláteres en la serie Los Serrano; de los Trueba, Fernando y David, a Arturo Pérez Reverte o el Gran Wyoming.
Hace pocos meses que este último publicó ¡De rodillas, Monzón! (Planeta) y a esa autobiografía se refirió con sorna, desmereciéndola, Antonio Resines.
Y su pulla no quedó sin respuesta.
Wyoming se levantó, tomó el micro y contó que una vez habían estado juntos tomando unas cervezas y Resines quiso marcharse en su vespa tras varias rondas.
Demasiadas. “Ya sabéis su propensión a tener accidentes y romperse la pierna, las costillas, el brazo.
Así que al final tuvimos que sujetar tanto la moto como a Antonio cuando quería arrancar y me lo tuve que llevar a casa”.
Allí, desgrana Wyoming, hablaron durante cinco horas sobre amor, sobre el matrimonio.
A la mañana siguiente no recordaba nada. “¿Dónde estoy?”. “En mi casa”. “¿Y tú quién eres?”.
Wyoming aprovechó la cuerda de la anécdota para preguntar al público: “Teniendo en cuenta sus faltas de malicia y memoria, ¿no estaremos ante una obra muy menor?” Todos se carcajearon.
Carlos Boyero recuerda en un vídeo que se proyectó a Antonio Resines casi siempre con muletas y casi siempre riendo.
Se conocieron en la facultad de periodismo, en Madrid, y el cine y los bares les hicieron amigos y en buena medida quienes son hoy.
Y dice Fernando Trueba que ese mismo tono con que charlan ha logrado imprimirlo en el libro, que al leerlo parece contado en alto por esa voz tan suya que le permite imaginar, por momentos, que le estuviera acompañando.
La editorial le sugirió otros títulos, al fin y al cabo no siempre fue calvo —lució melena larga y bigote—: Memorias de un hombre de acción, de un asesino en serie, Yo, el mindundi.
Pero al final pudo más eso que le achacan, palabras de nuevo de Trueba: no solo es un actor fundamental, también y desde los cinco años, un manual de traumatología andante.
Pa’habernos matao.
De los que te hicieron puñeterías en la infancia y hasta del que se tropezó ayer contigo mientras comprabas el periódico.
Por eso le sorprende estar sobre un escenario presentando las que acaba de publicar su amigo Antonio Resines, cuyo prólogo firma él: Pa’habernos matao.
Memorias de un hombre calvo (Aguilar). Resines, según asegura Trueba, es un hombre pudoroso, desmemoriado y sin maldad; “Ni la Guardia Civil le saca un secreto”.
¿Qué cuenta, pues, su libro? Sencillamente, remembranzas con familia y con amigos de un tipo al que Trueba pidió que se pusiera delante de la cámara y, sin pretenderlo, acumula ya 100 películas, casi tantas como huesos se ha roto.
Antes de que Resines pudiera apenas balbucear para dar las gracias a su pareja, Ana Pérez-Lorente, por ayudarle a recordar, por redescubrir juntos su vida para poder escribirla, el público prorrumpió en un aplauso para ella en el auditorio del centro Bertelsmann, en Madrid.
Casi toda la audiencia estaba compuesta por compañeros del cine y la televisión que habían querido arroparle.
De Concha Velasco a Jesús Bonilla, Alejo Sauras o Antonio Molero, adláteres en la serie Los Serrano; de los Trueba, Fernando y David, a Arturo Pérez Reverte o el Gran Wyoming.
Hace pocos meses que este último publicó ¡De rodillas, Monzón! (Planeta) y a esa autobiografía se refirió con sorna, desmereciéndola, Antonio Resines.
Y su pulla no quedó sin respuesta.
Wyoming se levantó, tomó el micro y contó que una vez habían estado juntos tomando unas cervezas y Resines quiso marcharse en su vespa tras varias rondas.
Demasiadas. “Ya sabéis su propensión a tener accidentes y romperse la pierna, las costillas, el brazo.
Así que al final tuvimos que sujetar tanto la moto como a Antonio cuando quería arrancar y me lo tuve que llevar a casa”.
Allí, desgrana Wyoming, hablaron durante cinco horas sobre amor, sobre el matrimonio.
A la mañana siguiente no recordaba nada. “¿Dónde estoy?”. “En mi casa”. “¿Y tú quién eres?”.
Wyoming aprovechó la cuerda de la anécdota para preguntar al público: “Teniendo en cuenta sus faltas de malicia y memoria, ¿no estaremos ante una obra muy menor?” Todos se carcajearon.
Carlos Boyero recuerda en un vídeo que se proyectó a Antonio Resines casi siempre con muletas y casi siempre riendo.
Se conocieron en la facultad de periodismo, en Madrid, y el cine y los bares les hicieron amigos y en buena medida quienes son hoy.
Y dice Fernando Trueba que ese mismo tono con que charlan ha logrado imprimirlo en el libro, que al leerlo parece contado en alto por esa voz tan suya que le permite imaginar, por momentos, que le estuviera acompañando.
La editorial le sugirió otros títulos, al fin y al cabo no siempre fue calvo —lució melena larga y bigote—: Memorias de un hombre de acción, de un asesino en serie, Yo, el mindundi.
Pero al final pudo más eso que le achacan, palabras de nuevo de Trueba: no solo es un actor fundamental, también y desde los cinco años, un manual de traumatología andante.
Pa’habernos matao.
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