Un Blues

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Del material conque están hechos los sueños

13 may 2017

Malos hábitos........................................ Boris Izaguirre

En España sucede de todo y para todo hay una solución. Y una puerta.

Donatella Versace, a su llegada a la gala del Met de Nueva York el 1 de mayo.
Donatella Versace, a su llegada a la gala del Met de Nueva York el 1 de mayo.

 

Pasamos el Día de las Madres muy inquietos leyendo en la prensa cómo Marta Ferrusola, la madre del clan Pujol, ordenó por escrito a la banca Reig de Andorra un traspaso de dos millones de pesetas en 1995.
 Lo hizo empleando un lenguaje en código. “Soy la madre superiora de la Congregación”, escribió al gestor bancario al que llamaba Reverendo. 
“Desearía traspasar dos misales de mi biblioteca a la biblioteca del capellán de la parroquia”
. Al parecer, hacía referencia a la cuenta de su hijo Jordi.
 No se puede negar que tiene guasa el asunto y que los implicados en el chiste disponen de muchísimo y bien engrasado sentido de humor, mezclando religión y banca.
 E interpretando, a su manera, elora et labora.
La verdad que las bromas con las religiosas son una cosa muy española
. En nuestro cine es un papel que da mucho de sí.
 Está Sor Citroën, con esa picaresca castiza de Gracita Morales
. Y también la intrépida, tumultuosa congregación de Entre tinieblas, de Pedro Almodóvar con sus Sor Presa y Sor Bete.
 La respuesta catalana tuvo que ser la madre Marta.
 Esa mañana del martes cogí un misal que siempre tengo cerca y, sin abrirlo, recordé mis encuentros con los señores Pujol, esos que durante casi 25 años fueron la primera pareja de Cataluña, su querida parroquia. 
 Al expresidente Pujol lo conocí mientras firmábamos ejemplares muy cerca en un Sant Jordi, que es la fiesta catalana de la rosa y el libro y donde las editoriales venden un alto porcentaje de sus ganancias. 
A mí me criticaban porque fui uno de los primeros escritores en ser anunciado como “autor mediático”.
 Al expresident, que ya era también medio mediático, le celebraban que decidiera contar él mismo sus cosas, sus memorias, en las que seguramente no hay ninguna mención a estos otros manuscritos de su esposa.
 A Marta, en cambio, la conocí en un desfile de la desaparecida pasarela de moda Gaudí. 
Ella, fiel a sus hábitos, habló conmigo en catalán todo el tiempo y lo encontré una reivindicación muy propia del gobierno de su marido.
 Yo era casi un recién llegado en Barcelona y el mejor vocabulario catalán del que disponía eran los nombres de los platos que servían en el restaurante de la productora de televisión donde trabajaba. 
Así que mientras Ferrusola me hacía preguntas y me decía “surts molt tard, nen”, yo le respondía sonriente como un camarero: “Tall rodó”, “esqueixat” o, uno de mis platos favoritos, “Trinxat de la Cerdanya”. 
Ella, muy charlatana, parecía no darse cuenta pero visto lo que sabemos ahora, no sé cómo me libré de que se quedara con mi querido misal.
Pero no todo es fervor religioso, Eugenia Martínez de Irujo y su hermano mayor Carlos regresan al amor y a las portadas.
 Cada oveja con su nueva pareja. 
Pero lo más significativo es que ella haya estado tan activa en la Semana Santa sevillana y en la Feria de Abril
 Va con el cargo. Lo disfruta y consigue, suavemente, convencernos que son actividades que resaltan la cultura y el turismo de Andalucía.
 En ese buen equilibrio, Dueñas, la casa familiar en Sevilla, también sabe cómo involucrarse en la actualidad, abriendo sus puertas para alojar momentáneamente, eso sí, a las víctimas del tumulto inexplicable que se produjo en la calle cerca de su entrada. Es que en España sucede de todo y para todo hay una solución.
 Y una puerta. 

Otra gran casa que abre sus puertas es la de Versace.
 Lleva unos meses ofreciéndonos la voz y la poliédrica personalidad de Donatella Versace a través de su Instagram.
 Es la perfecta mezcla de su estilazo y acentazo lo que congrega a más de cinco millones de entusiastas seguidores.
 Su traje amarillo metálico para la gala del Met lo combinó con el color platino de su melena. 
Con un resultado que no le podría haber servido a la señora Ferrusola, la madre superiora, para trasegar sus misales forrados en oro.
 Con lo que obtiene de la promoción de bolsos italianos, Penélope Cruz debería de comprar los derechos para el biopic de Donatella, en respuesta al de su hermano Gianni que se rueda estos días en Miami. 
Y el Palacio de Liria debería ofrecerle unos días de estancia en Madrid para celebrar el amor, los vestidos de Donatella y su disparatada mezcla de Calabria y Manhattan. 
 Sin pasar por Andorra.

“Va a matarme y no le pasará nada”................... Elvira Lindo

La fiscal Marcia Clark sufrió misoginia durante el juicio contra O. J. Simpson.

 

La fiscal Marcia Clark señala un gráfico mientras describe al jurado dónde se encontró una de las pruebas contra O. J. Simpson durante el juicio el 24 de enero de 1994.
La fiscal Marcia Clark señala un gráfico mientras describe al jurado dónde se encontró una de las pruebas contra O. J. Simpson durante el juicio el 24 de enero de 1994. AFP/Getty Images
Quiero y creo recordar el efecto que nos producía el juicio del jugador de fútbol americano O. J. Simpson cuando veíamos las crónicas de la CNN en 1995. 
Nada menos que 134 días en los que aunque tan solo fuera por el espacio que ocupaba el asunto en los medios de comunicación estadounidenses daba la sensación de ser un circo
. Lo fue. Un circo en directo, así lo definió la fiscal, Marcia Clark
 encargada de demostrar que el jugador, uno de los hombres más venerados de América, había asesinado brutalmente a su esposa y a un amigo de esta. 
A pesar de la evidencia de las pruebas que señalaban su culpabilidad, Simpson fue declarado inocente por un jurado absolutamente encandilado con los argumentos tramposos de la defensa.
 Han pasado 22 años desde entonces y el tiempo ha convertido a la fiscal que quiso meter entre rejas al deportista en una suerte de heroína.
 Si el sistema judicial americano mostró lo peor de sí mismo en aquella sentencia absolutoria, con Marcia, la gran perdedora entonces, ha funcionado una especie de justicia poética.
 Merecía esta mujer que el tiempo la recompensara por todos los sinsabores que le acarreó un juicio que destrozó la vida de aquellos que lucharon por esclarecer la verdad y no jugaron la carta del racismo, que en este caso dejó en libertad a un tipo que le había arrancado la cabeza a su mujer.
 A colocarla en el lugar que se merece han contribuido dos series, una de ficción y una documental, O. J.: Made in America, que podemos ver en España (Movistar). 
Esta narración precisa, brillante, asombrosa, bella sin recurrir al efectismo cuenta la vida de un jugador que, salido del gueto, toca la gloria gracias a la importancia académica que en las universidades americanas se le otorga a los buenos deportistas. 
Lo interesante de la serie es que simultanea dos asuntos: el ascenso de este negro que jamás se comprometió con la causa de los derechos civiles con los disturbios raciales de los años 60 en Los Ángeles.
 Otros atletas negros, aprovechando su posición, sí comprometieron su carrera por denunciar la brutalidad policial; en cambio, Simpson se negó a admitir que el color fuera determinante en la vida de un ciudadano americano y vivió una existencia de blanco rico, afirmando siempre que él no era negro: él era, sencillamente, O. J. Simpson.
Lo irónico del asunto es que cuando el asesinato de Nicole, su esposa, lo llevó ante un tribunal, el abogado negro que lo defendió, Johnnie Cochran, popular por apoyar a víctimas de la desigualdad racial pero también por su fascinación por las celebridades, tuvo la astucia de usar el argumento de la raza para conseguir, aunque fuera marrulleramente, la absolución de su defendido. 
El juicio de Simpson se celebró tres años después de que se difundiera el vídeo de la tremenda paliza que la policía propinó a Rodney King; 
la defensa decidió engatusar a la población negra del país, indignada legítimamente, haciéndoles creer que Simpson estaba ante un juez en su condición de afroamericano y no de asesino.
En medio de toda esta farsa se encontraba Clark, que sufrió a fondo el azote de la misoginia.
 Desde un juez que la trató como ciudadana de segunda categoría, a unos medios de comunicación que hablaban de su peinado más que de su habilidad profesional. 
En la radio se abrieron los micrófonos para que los oyentes dijeran si les parecía una zorra o una buena chica. 
En los periódicos, su nuevo corte de pelo produjo titulares como, “Los rizos del horror”, o “Veredicto al pelo de Marcia: culpable”. La abogada contaba que un día, al pagar una caja de tampones en el supermercado, el dependiente le dijo: “Vaya, le esperan unos días difíciles a la defensa”.
 Dispuestos a denostarla, tanto la defensa de Simpson como la prensa encontraron el mejor argumento: el marido de la señora Clark le disputaba la custodia de sus hijos porque Marcia era una mala madre y no pensaba más que en el juicio del siglo. 
 Para colmo, la exsuegra vendió unas fotos de la nuera en topless y Clark tuvo que soportar la humillación de verse desnuda en manos de sus enemigos.
Todos los implicados en el juicio se convirtieron en personajes de una tragicomedia que, por fortuna, ha inspirado dos grandes productos televisivos.
 El documental tiene la virtud de mostrarnos cómo en este juicio está contenido todo el abanico de miserias patrias: la fascinación por el éxito y el dinero, la desigualdad racial, la arbitrariedad de la justicia, la misoginia, la violencia de los deportistas de élite hacia las mujeres.
 A todo esto, la que menos parecía importar era Nicole, la mujer que antes de ser asesinada había llamado a la policía otras muchas noches.
 Escuchamos su voz entrecortada: “Va a matarme, va a matarme y no le pasará nada, porque es O. J. Simpson”.
 Esas palabras resonaron siempre en la conciencia de Marcia Clark, que desengañada del sistema judicial comenzó a escribir convirtiéndose en autora de novelas negras de éxito.
 Ella hubiera preferido que el asesino pagara su culpa.

12 may 2017

La corta y apasionante vida del brigadista y poeta John Cornford, biznieto de Darwin

 

El escritor Javier Reverte traza un perfil del personaje histórico que ha inspirado su nuevo libro, 'Banderas en la niebla', muerto a los 21 años en unos olivos de Jaén.

La corta y apasionante vida del brigadista y poeta John Cornford, biznieto de Darwin
Los destinos del rejoneador sevillano José García Carranza, “el Algabeño”, y el poeta inglés John Cornford fueron reunirse en la Guerra Civil española, en la batalla en Lopera (Jaén), a finales de 1936. 
Nunca se conocieron, pero ambos representan dos caras paradigmáticas de aquella contienda: la de los señoritos españoles terratenientes, que defendían un sistema secular de explotación del campesinado, y la de los jóvenes intelectuales ingleses, que acudían a luchar a España imbuidos de idealismo e ideas estalinistas.
 El Algabeño, en los primeros días de la guerra, participó en las partidas paramilitares de caballistas que asolaron el campo andaluz, “aseándolo de rojos”, en crueles “razzias” que ensangrentaron numerosos pueblos.
 John Cornford, por su parte, biznieto de Darwin en línea directa por parte de madre y uno de los primeros luchadores internacionales que llegaron a España, fue un caso singular aún recordado en Inglaterra.
El poeta nació en Cambridge en 1914, hijo de Francis McDonald Cornford, catedrático de Filosofía Antigua y autor de varios libros sobre Platón, y de Frances Cornford, poetisa relacionada con los círculos del grupo literario de Bloomsbury. 
John estudió en el elitista colegio de Stowell y, posteriormente, Historia en el Trinity College de Cambridge y un curso en la London Economics School. 
En sus inicios como escritor, se sintió atraído por la poesía opaca de Eliot y de Graves, pero pronto dirigió sus preferencias hacia la más comprometida de Auden.
 Siempre admiró a Byron, que murió en la guerra de la independencia de Grecia, y en quien veía retratada la confluencia del hombre de acción y del artista, un modelo a la postre para sí mismo.
Muy pronto abrazó las ideas del socialismo y comenzó a frecuentar los círculos en donde se movían los llamados “Apóstoles de Cambridge”, Philby, MacLean y Burguess, que acabarían siendo espías de Stalin.
 Y fascinado por la URSS ingresó casi adolescente en el Partido Comunista Británico.
 Con 18 años era ya uno de sus principales dirigentes juveniles.
En el verano de 1936, el levantamiento de Franco le sorprendió en Francia con su amante Margot Heinemann, una muchacha judía dos años mayor que él, hija de banqueros londinenses y también comunista.
 Después de conseguir una acreditación como periodista, entró en España en agosto en compañía de Frank Bojernau, un excomunista austriaco.
 Desde Barcelona, viajó a las sierras de Aragón con una columna del POUM trotskista comandada por Manuel Grossi.
 Y de inmediato, abandonó su condición de cronista para integrarse como voluntario en la tropa de Grossi.
Era uno de los primeros ingleses en la guerra española. Pero no llegó a combatir más que en breves escaramuzas y, enfermo de disentería, fue hospitalizado en Barcelona y repatriado a Inglaterra. Antes, escribió un bellísimo poema de amor y guerra a Margot:
 “Y si la mala suerte acaba con mi vida/ dentro de una tumba mal cavada,/ acuérdate de toda nuestra dicha; / no olvides que yo te amaba”. De regreso en Cambridge, dedicó toda su actividad a reclutar una tropa de voluntarios para integrarse en las recién nacidas Brigadas Internacionales.
 Apenas consiguió que se adhirieran unos pocos, entre ellos Bernard Knox, que acabaría por ser un reputado especialista en tragedia griega, y el novelista John Sommerfield, amigo íntimo de Malcolm Lowry, que a su vez estuvo a punto de unirse al grupo. Viajaron a París y, desde allí, vía Marsella, llegaron a Alicante con otro pequeño contingente de voluntarios ingleses e irlandeses encuadrados en la XIV Brigada, de mando francés.
 A mediados de octubre Cornford y sus compañeros estaban en Albacete, entrenándose militarmente en los cuarteles generales internacionales.

No esperaron mucho. 
A comienzos de noviembre fueron trasladados de urgencia para participar en la batalla de Madrid, con la ciudad acosada por el avance franquista. 
El grupo de Cornford formó una sección de ametralladoras y defendió la facultad de Filosofía desde su biblioteca, formando los parapetos con libros.
 Knox bromeó más tarde diciendo que las balas enemigas tenían fuerza para llegar a la página 350.
 Aliviado el cerco de Madrid, regresó a Albacete.
A finales de 1936 fue movilizado de nuevo, esta vez al frente andaluz.
 Y con la XIV Brigada viajó al encuentro de las fuertemente armadas columnas franquistas en el pueblo de Lopera, en la que se integraba como enlace “el Algabeño”, hombre de confianza del general golpista Queipo de Llano.
Los destinos de los dos hombres se unieron trágicamente en los olivares del campo jienense, con apenas unas horas de distancia.
 El torero, de 34 años, provocó coplas de poetas falangistas; al brigadista se le recuerda hoy con un monolito en Lopera junto a otro poeta inglés voluntario de la XIV, Ralph Fox. 
John cumplió 21 años cuando cayó en los cerros del pueblo como un Lord Byron revivido.

La novela Banderas en la niebla, de Javier Reverte, ha sido editada por Plaza y Janés,y se presenta este viernes en Madrid..
 

 

 

La actriz Gabourey Sidibe denuncia discriminación en Chanel

La intérprete de 'Precious' relata la mala atención por su aspecto de una empleada de la firma hasta que supo de su fama. La marca se ha disculpado.

Gabourey Sidibe
Gabourey Sidibe, en un momento del rodaje de la serie 'Empire'.

Cuando Gabourey Sidibe entró en una tienda de Chanel cercana a su apartamento de Chicago, ciudad en la que la actriz rueda la serie Empire, “iba muy mona”.

 La intérprete, famosa por su papel protagonista en la película Precious, acudió a la tienda de la firma de lujo para comprarse unas gafas y unas sandalias para una amiga, pero la experiencia se convirtió para ella en una anécdota desagradable, pues, según denuncia con un post en el blog Lenny Letter (de la actriz Lena Dunham), se sintió discriminada por una empleada.

 En su escrito, llega a decir que la trataron como a una “pordiosera”, algo por lo que Chanel ya se ha disculpado. 

“Mi peluca estaba larga y ondulada, llevaba mis nuevas botas de Balenciaga, y llevaba un bolso vintage de Chanel al hombro sobre un abrigo con capucha de piel. ¡Me veía como me gusta verme!”, describe su estilismo Sidibe, de 34 años.

 A su entrada en el establecimiento, sintió que una de las empleadas la miró como si estuviera perdida, y al preguntarle por las gafas a la dependienta, esta le dijo que no tenían. “Solo tenemos gafas de sol, hay una tienda al otro lado de la calle que las vende”, le contestó, y le dio el nombre de un establecimiento de descuentos “literalmente un minuto después de que entrara en la tienda”, relata la intérprete. 

“Supe lo que estaba haciendo. Ella decidió tras una sola mirada que yo no iba a gastar allí dinero. 

A pesar de que incluso llevaba un bolso de Chanel, ella decidió que yo no era una clienta para la firma y que no merecía su tiempo ni energía”, subraya en su escrito.

 Y esto no es la primera vez que le ocurre a la nominada al Oscar. “Esto de hecho me pasa mucho.

 Me ha pasado toda mi vida. Antes y después de convertirme en una actriz reconocida.

 Me pasó en St. Maarten donde estaba de vacaciones después de rodar una película, cuando fui a una tienda de Dior y una dependienta literalmente me quitó un pintalabios de las manos para devolverlo a su estante. 

También en la tienda de mi barrio de Nueva York, donde me perseguían por los pasillos.

 Incluso cuando era una adolescente, sabía que era por mi color de piel pero también por la atmósfera. Ser sospechosa de robar es solo una parte de la historia”.

“No importa lo arreglada que vaya, nunca voy a ser capaz de vestir mi color de piel para parecer lo que algunos consideran que es una clienta para ellos.
 Dependiendo de la tienda, parezco o una ladrona o una pérdida de tiempo.
 No parece haber un término medio entre la no atención o la demasiada atención”, resume.
Gabourey Sidibe, con su libro, el pasado 2 de mayo en Nueva York.
Gabourey Sidibe, con su libro, el pasado 2 de mayo en Nueva York. GC Images
En la tienda de Chanel acabó comprando un par de gafas y dos pares de sandalias. 
"Desgraciadamente, estoy acostumbrada a que la gente me dé un mal servicio.
 Y honestamente, si me fuera de cada tienda en la que alguien ha sido maleducado conmigo no tendría cosas bonitas”.
  “Esta extraña cuyo trabajo es ser servicial solo lo fue cuando alguien le dijo quién era.
 Solo después de que probara que tengo dinero”. Y hoy Sidibe, quien a principios de mes publicó su primer libro (Is Just My Face: Try Not To Stare / Esta es mi cara: intenta no quedarte atónito, en castellano), duda en si contar su mala experiencia en la encuesta poscompra de la firma, aunque quizá no lo haga y le sirva con la denuncia pública que ha hecho y en la que relata su sospecha de que fue tratada de esa manera por ser negra e incluso por estar gorda.

Una denuncia que le ha valido, al menos, para recibir una disculpa por parte de Chanel.
 “Expresamos nuestro sincero arrepentimiento por el servicio de atención que Sidibe ha mencionado en su escrito.
 Sentimos que no se sintiera bienvenida y ofendida.
 Nos tomamos sus palabras muy en serio e inmediatamente investigaremos lo qué pasó, porque esto no va en absoluto con la línea de los altos parámetros con los que Chanel quiere servir a sus clientes”, aseguran en el comunicado que la firma francesa ha enviado a Lenny Letter.
Sidibe lo ha vivido desde pequeña, cuenta.
 Y la misma situación denunció en su momento Oprah Winfrey. La actriz y una de las presentadoras estrella de la televisión estadounidense ocupó los titulares en agosto de 2013 cuando denunció que fue tratada con racismo por los empleados de una tienda de lujo en Suiza cuando quería comprar un bolso que consideraron que era “demasiado caro” para ella.