6 may 2017
¡Oído cocina!................................... Boris Izaguirre
Setenta años fiel a la Reina pero infiel a su esposa............... Mábel Galaz ..
Felipe de Edimburgo ha permanecido junto a Isabel II como un poder en la sombra sin renunciar a otra vida lejos de palacio.
Todo ello supuso un cisma en su feliz matrimonio.
Felipe no perdonó a su esposa que mantuviera el apellido Windsor y que le obligara a retirarse del Ejército para acompañarla en la tarea de dirigir una de las casas reales más importantes del mundo.
Durante 70 años el duque de Edimburgo ha sido un trabajador fiel a la Corona, a la que ha servido con total dedicación, pero un hombre infiel que buscó consuelo y reconocimiento lejos de los palacios donde era Isabel II quien gozaba de todo el protagonismo.
Durante estos años, Felipe ha sido el hombre que caminaba siempre dos pasos por detrás de la reina de Inglaterra, aunque en privado mantiene una cercanía que le permite influir en algunas de las decisiones que toma su esposa.
A pesar de que el duque anunció el jueves que se retira de la vida oficial a punto de cumplir 96 años, seguirá siendo una voz a la que Isabel II continuará escuchando.
Los comentaristas más monárquicos subrayan que detrás de sus meteduras de pata se esconde un gran sentido del humor y el espíritu libre de un hombre que pertenece a una generación pasada, que ni puede, ni quiere, ni debe cambiar.
Y destacan, sobre todo, la buena pareja que hace con la reina: ella, de profesionalidad indiscutida, es fría como un témpano y de muy pocas palabras; él es dicharachero y cálido aunque su probado clasismo y sus amagos racistas ponen en cuestión esa calidez.
A Felipe de Edimburgo se le atribuyen decenas de anécdotas y conflictos.
El más sonado es el que mantiene desde hace años con su hijo Carlos.
En varias ocasiones ha dejado claro que no le gusta ni su proceder ni su forma de ser.
El punto de inflexión llegó cuando el heredero decidió casarse con Diana de Gales.
El duque fue uno de los grandes enemigos en palacio de Lady Di.
La aceptó por obligación cuando contrajo matrimonio con el heredero e incluso medió para que la pareja no se separara.
Quiso, como él mismo ha hecho, que los príncipes de Gales mantuvieran las apariencias de pareja.
Y cuando decidieron divorciarse la reina y él organizaron una reunión para que se reconciliaran.
Sin embargo, puso a Diana de Gales en su lista negra tras la entrevista que concedió a la televisión para contar precisamente estas historias extramatrimoniales de Carlos de Inglaterra.
A Camilla Parker-Bowles tampoco la aguanta. Carlos ha hablado en más de una ocasión de la falta de cariño que sufrió por parte de sus padres.
La investigación sobre la muerte de Diana concluyó en 2008 que no había pruebas de una conspiración.
Un documental emitido hace dos años por el Canal 5 de la televisión británica generó una notable inquietud en Buckingham.
En él se indagó en los entresijos del matrimonio real y en las crisis por los líos de faldas de Felipe, incluyendo la escapada con una misteriosa mujer en el yate Britannia o las noches de juerga en un club del Soho, donde frecuentaba a las showgirls.
En el pasado también se le atribuyó una relación con Zsa Zsa Gabor. Igualmente se habló de su fijación por otra actriz, Patricia Hodge. “El duque necesitaba una válvula de escape”, aseguraba en el programa el historiador Piers Brendan.
“La reina se llegó a mostrar perturbada, especialmente cuando volvía oliendo a Oporto", llegaba a asegurar Brendan
. Pero observadores de palacio afirman que fue junto a Lady Penny Brabourne, 30 años más joven que él, con quien encontró el amor maduro.
Oficialmente, se trató de una entrañable amistad pero alguna que otra foto robada demostró que el duque tenía otra reina lejos de palacio.
5 may 2017
“Toda mujer es una mujer fuerte”..................... Gregorio Belinchón
La actriz Jessica Chastain presenta sus dos nuevas películas, con las que alimenta su lista de personajes femeninos poderosos.
La vida de una estrella es tumultuosa. Y la de Jessica Chastain
(Sacramento, 1977), autodeclarada adicta al trabajo, no conoce límites.
Hace 15 días daba entrevistas en Nueva York por teléfono para hablar de La casa de la esperanza (estreno en España, 23 de junio); hace diez estaba en Madrid cenando con Pedro Almodóvar, su próximo jefe como presidente del jurado del festival de Cannes en el que también estará la actriz y productora, y este mediodía en Madrid charlaba de todo lo anterior y de un soberbio thriller, El caso Sloane (estreno en España, 19 de mayo).
“Este año, en cambio, salvo que me apunte a algo en invierno, no voy a rodar.
Me he tomado un descanso. Pero me encanta mi trabajo y por eso hago tantas películas.
Guillermo del Toro, que la dirigió en La cumbre escarlata, dice de Chastain que es la gran camaleona del cine.
Hace 15 días daba entrevistas en Nueva York por teléfono para hablar de La casa de la esperanza (estreno en España, 23 de junio); hace diez estaba en Madrid cenando con Pedro Almodóvar, su próximo jefe como presidente del jurado del festival de Cannes en el que también estará la actriz y productora, y este mediodía en Madrid charlaba de todo lo anterior y de un soberbio thriller, El caso Sloane (estreno en España, 19 de mayo).
“Este año, en cambio, salvo que me apunte a algo en invierno, no voy a rodar.
Me he tomado un descanso. Pero me encanta mi trabajo y por eso hago tantas películas.
Guillermo del Toro, que la dirigió en La cumbre escarlata, dice de Chastain que es la gran camaleona del cine.
“Bueno, espero que
sea un halago.
Me gusta picotear, variar de personajes, porque ¿para qué
quedarte en uno? Mi vida ya es suficientemente aburrida”, asegura.
Solo
dos cosas conectan sus papeles: que los encarna ella, obviamente, y que
suele ser mujeres fuertes.
“Cada vez que hago una película pienso en
sus ramificaciones en la sociedad, y en estos dos trabajos pensé que
iban a tener una contribución positiva.
Y creo que toda mujer es una
mujer fuerte”. En La casa de la esperanza encarna a un
personaje real, Antonina Zabinski, que dirigió junto a su marido el zoo
de Varsovia durante la II Guerra Mundial: usaron sus instalaciones para
salvar a centenares de judíos.
“Llegué a conocer a su hija.
Lo curioso
es que era una familia corriente puesta de repente en una situación
extraordinaria.
Es una película profundamente femenina".
En El caso Sloane, Chastain interpretar a una lobbista de
éxito, reina del lado oscuro, que decide trabajar para que se aprueba
una ley federal que controle la posesión de armas.
“Es una película muy
polémica, que va en contra del lobby de las armas, que está
protagonizada por una mujer despiadada que rehúye el estereotipo de
madre y novia, y que además se plantea cuánto más escuchan los políticos
a sus patrocinadores que a sus votantes”.
A continuación, asegura, “no
todos los lobbys son malos porque aún quedan causas por las que
luchar”.
“El peligro está en cómo financian campañas políticas”. Otro
punto a favor de su Elizabeth Sloane:
“Me divirtió dar vida a la persona
más lista de cada reunión, algo que yo no soy, y que se mueve a un
ritmo superior al mío, desbordando energía”.
Ella, en cambio, maneja con
habilidad la paciencia.
Y el mejor ejemplo estriba en el arranque de su
carrera.
Tras graduarse en Julliard, enlazó varios secundarios en el
cine y estalló en el teatro.
Allí hizo Salomé con Al Pacino, y en 2008 filmó El árbol de la vida, de Malick.
Pero el drama no se estrenó hasta el festival de Cannes de 2011, año en el que Chastain también apareció en Criadas y señoras, Wilde Salomé (grabación de la obra de teatro), Take Shelter, Coriolanus y Tierra de asesinatos. Empezaba el fenómeno Chastain.
Nunca ha dejado de sentirse distinta a la fauna de Hollywood. Como
productora, Chastain quiere dar voz a directoras, a cineastas
afroamericanos o hispanos, no para levantar proyectos para ella. “Es
difícil encontrar dramas financiados por grandes estudios.
Yo busco
guiones con mujeres reales, quiero dar voz a las historias que no se
cuentan”.
Aún queda mucho por hacer: “Ya no hay miedo en señalar
injusticias como la desigualdad laboral.
La elección de Trump ha
movilizado a la sociedad, y de paso a la industria del cine, que refleja
lo que pasa en el mundo”.
La resaca artística del Mayo del 68......................... Álex Vicente
Una muestra revisa las prácticas culturales en la Francia posterior al movimiento contestatario.
En plena resaca del Mayo del 68, hubo quien mantuvo la fe en el cambio y quien entendió que la ansiada grand soir
nunca tendría lugar.
Por lo menos, no en los términos acordados: si se avecinaba la revolución, esta iba a ser más individual que colectiva.
Ante los gritos que exigían apertura, las instituciones respondieron creando espacios para una expresión crítica, pero siempre delimitada por la propia estructura de poder.
Por ejemplo, el Centro universitario Experimental de Vincennes, creado por el propio Ministerio de Educación, o las distintas celebraciones del arte contemporáneo que orquestó el presidente Pompidou, impulsor de un conservadurismo chic
. Su primer ministro, Jacques Chaban-Delmas, teorizó al llegar al cargo sobre la llamada Nueva Sociedad, un programa de inspiración liberal pensado para erigir un país “próspero, joven, generoso y liberado”.
A quienes anhelaban la playa enterrada bajo los adoquines, el poder les respondió con trenes de alta velocidad y centrales nucleares.
Esa modernidad de fachada no satisfizo a los insurgentes.
Entre ellos se encontraban, claro está, muchos artistas, enfrentados a un cambio mayor de paradigma, en un momento en que las vanguardias ya eran poco más que reliquias inservibles.
La Internacional Situacionista se autodisolvió en 1969 y el grupo surrealista publicó su testamento en Le Monde pocos meses después.
En su lugar se formó una nebulosa de prácticas, corrientes y personalidades enmarcadas en las contraculturas.
Hasta ahora, poco y mal documentadas por los museos franceses, tal vez porque no es fácil encontrar hilos conductores en ese enmarañado ovillo.
Una nueva exposición en La Maison Rouge de París resuelve ahora esa laguna.
Su tesis es que, en plena multiplicación de panfletos, fanzines y radios libres, se reconfigura el gusto patrio por la subversión, incluso cuando esta se revela estéril.
Ese sería el espíritu francés al que hace referencia el título de la muestra: una contestación sistemática que no es necesariamente constructiva.
Más bien pretende dejar constancia de los límites de la libertad de expresión.
La muestra refleja dos posicionamientos.
La contestación clásica del orden social y las instituciones que lo garantizan se traducirá, durante los últimos sesenta, en una visibilidad hiperbólica del sexo y sus avatares, de las caricaturas del semanario Hara-Kiri, antepasado de Charlie Hebdo, hasta las cáusticas ilustraciones de Topor.
También en un cuestionamiento lúdico de las leyes del género, con la cantante Marie France erigida en Marianne transexual, a la que inmortalizarán los aún desconocidos Pierre et Gilles.
Pintores como Gilles Aillaud y Jacques Monory escogerán la miseria de cárceles y banlieues como tema de sus obras, mientras Michel Journiac perpetrará su Homenaje a la puta desconocida (1973) sobre el fondo solemne de la bandera tricolor.
Pero el nihilismo no tardó en ganar terreno al idealismo.
Ya en los ochenta, el performer escatológico Jean-Louis Costes no parece perseguir ninguna transformación social, como tampoco Serge Gainsbourg cuando quema billetes en la televisión pública o entona La Marsellesa en versión reggae.
El cómico Coluche se presentará a las presidenciales de 1981, pero retirará su candidatura al obtener sondeos favorables.
Su objetivo no era gobernar, sino molestar.
La exposición refleja cómo el establishment ha terminado absorbiendo todo lo que amenazaba con fragilizarlo.
El diario Libération, fundado como verdadero contrapoder por Sartre, sobrevive hoy gracias a las ayudas del Estado. Nombres como Annette Messager o Claude Lévêque, incluidos en esta historia cultural de una Francia desprovista de grandeur, ya no suponen subversión alguna.
Pero el mejor ejemplo llega con un lienzo de Les Malassis, olvidada cooperativa de artistas de la periferia parisiense, que se inspiró en el suceso protagonizado por Gabrielle Russier, una maestra que se suicidó poco después del Mayo del 68, cuando se descubrió que vivía una historia de amor con uno de sus alumnos. En 2017, Brigitte Macron se prepara para convertirse en primera dama.
Por lo menos, no en los términos acordados: si se avecinaba la revolución, esta iba a ser más individual que colectiva.
Ante los gritos que exigían apertura, las instituciones respondieron creando espacios para una expresión crítica, pero siempre delimitada por la propia estructura de poder.
Por ejemplo, el Centro universitario Experimental de Vincennes, creado por el propio Ministerio de Educación, o las distintas celebraciones del arte contemporáneo que orquestó el presidente Pompidou, impulsor de un conservadurismo chic
. Su primer ministro, Jacques Chaban-Delmas, teorizó al llegar al cargo sobre la llamada Nueva Sociedad, un programa de inspiración liberal pensado para erigir un país “próspero, joven, generoso y liberado”.
A quienes anhelaban la playa enterrada bajo los adoquines, el poder les respondió con trenes de alta velocidad y centrales nucleares.
Esa modernidad de fachada no satisfizo a los insurgentes.
Entre ellos se encontraban, claro está, muchos artistas, enfrentados a un cambio mayor de paradigma, en un momento en que las vanguardias ya eran poco más que reliquias inservibles.
La Internacional Situacionista se autodisolvió en 1969 y el grupo surrealista publicó su testamento en Le Monde pocos meses después.
En su lugar se formó una nebulosa de prácticas, corrientes y personalidades enmarcadas en las contraculturas.
Hasta ahora, poco y mal documentadas por los museos franceses, tal vez porque no es fácil encontrar hilos conductores en ese enmarañado ovillo.
Una nueva exposición en La Maison Rouge de París resuelve ahora esa laguna.
Su tesis es que, en plena multiplicación de panfletos, fanzines y radios libres, se reconfigura el gusto patrio por la subversión, incluso cuando esta se revela estéril.
Ese sería el espíritu francés al que hace referencia el título de la muestra: una contestación sistemática que no es necesariamente constructiva.
Más bien pretende dejar constancia de los límites de la libertad de expresión.
La muestra refleja dos posicionamientos.
La contestación clásica del orden social y las instituciones que lo garantizan se traducirá, durante los últimos sesenta, en una visibilidad hiperbólica del sexo y sus avatares, de las caricaturas del semanario Hara-Kiri, antepasado de Charlie Hebdo, hasta las cáusticas ilustraciones de Topor.
También en un cuestionamiento lúdico de las leyes del género, con la cantante Marie France erigida en Marianne transexual, a la que inmortalizarán los aún desconocidos Pierre et Gilles.
Pintores como Gilles Aillaud y Jacques Monory escogerán la miseria de cárceles y banlieues como tema de sus obras, mientras Michel Journiac perpetrará su Homenaje a la puta desconocida (1973) sobre el fondo solemne de la bandera tricolor.
Pero el nihilismo no tardó en ganar terreno al idealismo.
Ya en los ochenta, el performer escatológico Jean-Louis Costes no parece perseguir ninguna transformación social, como tampoco Serge Gainsbourg cuando quema billetes en la televisión pública o entona La Marsellesa en versión reggae.
El cómico Coluche se presentará a las presidenciales de 1981, pero retirará su candidatura al obtener sondeos favorables.
Su objetivo no era gobernar, sino molestar.
La exposición refleja cómo el establishment ha terminado absorbiendo todo lo que amenazaba con fragilizarlo.
El diario Libération, fundado como verdadero contrapoder por Sartre, sobrevive hoy gracias a las ayudas del Estado. Nombres como Annette Messager o Claude Lévêque, incluidos en esta historia cultural de una Francia desprovista de grandeur, ya no suponen subversión alguna.
Pero el mejor ejemplo llega con un lienzo de Les Malassis, olvidada cooperativa de artistas de la periferia parisiense, que se inspiró en el suceso protagonizado por Gabrielle Russier, una maestra que se suicidó poco después del Mayo del 68, cuando se descubrió que vivía una historia de amor con uno de sus alumnos. En 2017, Brigitte Macron se prepara para convertirse en primera dama.
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