La actriz y
el cantante atravesaban una crisis que algunos datan de hace dos años.
Su patrimonio está dividido, por lo que se espera un proceso legal
tranquilo.
Paula Echevarría y David Bustamante, en una de sus últimas fotos juntos.GTRE / EPV
Cuando este lunes saltaron las alarmas por la separación de Paula Echevarría y David Bustamante,
a su círculo de amigos no le sorprendió la noticia. Ellos eran
conocedores que desde hace mucho tiempo, hay quien indica que años, la
pareja atravesaba una crisis. Si la ruptura no se produjo antes fue por
el deseo de ambos de que su hija Daniela, de 8 años, tuviera una
infancia lo más familiar posible. Pero desde primeros de este año, el
cantante vive en un piso cerca de la casa en la que residió con la
actriz, que se ha quedado en el domicilio conyugal con la niña.
Amigos de la pareja sitúan la primera crisis del matrimonio hace dos años. A Paula Echevarría no
le gustaban algunas de las compañías de su marido y la vida que hacía
con ellos. Aun así, ambos se mostraban en público como un matrimonio no
solo feliz sino ejemplar, que se lanzaba continúas y empalagosas
declaraciones de amor a través de las redes sociales. Pero otra cosa es
lo que sucedía de puertas a dentro de su domicilio. Las idas y venidas
del cantante por motivos profesionales —ahora está de gira— y los largos rodajes de la actriz
han facilitado que la transición del matrimonio hacia la separación la
hayan podido llevar discretamente sin despertar sospechas. La situación se volvió insostenible después de Navidad y de
los viajes que hicieron a Nueva York y París con un grupo de amigos, que
durante muchos meses les han arropado en su intento de que su relación
mejorara.
Paula Echevarría, tras dejar a su hija este martes en el colegio.GTRES
El divorcio no parece que vaya a ser un problema a la hora
del reparto de su patrimonio, ya que la pareja se casó hace 10 años en
régimen de separación de bienes.
Cada uno tiene sus sociedades y sus inversiones totalmente
separadas.
Solo queda por determinar la custodia de la niña, pero todo
indica que aunque la pequeña vivirá con Paula, David Bustamante podrá verla siempre que quiera.
De Asturias a Madrid se han trasladado los padres de la protagonista de Velvet
para apoyarla en estos momentos.
Mientras que el cantante se escapa a
Cantabria siempre que tiene un alto en el camino en su gira.
Como en
todas las separaciones, hay alguno que está más tocado que otro y ese
parece que es Bustamante.
Este miércoles, Paula Echevarría
tiene programado un acto publicitario para presentar su fragancia. El
tema de su separación estará presente, pero ella no está dispuesta a
hablar de ello. La pareja negocia emitir un comunicado.
Sugiero cambiar los nombres de los chistes de los que se habla ahora. Cualquier nombre. El de Franco por otro. El de Carrero por otro. Y que los otros sean nombres que nos gusten. Verán el cambio de cara
del interlocutor. Hagamos lo mismo con nombres menos comprometidos. El
PP. Podemos. El PSOE. Izquierda Unida. La Falange. Hagamos igual con
otros que ya irrumpieron, tristes, sádicos, en la historia. El citado
Franco, el también citado Carrero. Videla. Pinochet. Tomemos con las
mismas pinzas estos nombres propios. Fidel Castro. Raúl Castro. Busquemos en el baúl de los recuerdos. Blas Piñar. Fraga. Carrillo. La
Pasionaria. Todos los nombres tienen un rictus y, sin duda, su chiste
incorporado. Pero vayamos más allá. Vayamos a lo blanco y a lo negro. A Fidel
lo llamaban (en Cuba) Esteban. Por Este Bandido. Ja ja ja. De Franco
sabemos más chistes que de Jaimito. Y de Carrero, los que quieran. De
Pinochet, un rato de chistes (en Chile). De Rajoy sabemos chistes. De
Zapatero. De Aznar. Sabemos chistes hasta de De Gaulle. Y de Churchill.
Aquel que dice… ¿Cuántas veces no habremos contado chistes, digamos
blancos, sobre los que nos gustan? ¿Y sobre los que no nos gustan? Defendíamos a Fidel con uñas y dientes…, hasta que ya nos reíamos con el
chiste y hasta con la burla. Nos reíamos de Franco, a mandíbula
batiente. ¿Y de Chaves? Unos se ríen y otros se indignan con el chiste. El chiste hace gracia según a quien le toque. Imaginen un
chiste sobre el PP ante uno del PP o un chiste de Podemos ante uno de
Podemos. O del PSOE. O un chiste de Izquierda Unida ante uno de
Izquierda Unida. No suena igual cuando lo escucha quien se siente
herido. Hombre, ¿y por qué te sientes herido? Si era sólo un chiste… Hagamos ahora otro ejercicio. En lugar de chiste lo llamamos
insulto. Digamos que lo que has dicho de Carrillo, de Fraga, de los
muertos bien muertos o de los muertos que quieres o de los muertos que
desprecias no es un chiste sino un insulto. Digamos que es un insulto.
¿Entonces? ¿Dirías que es lo mismo un chiste que un insulto? Nos hemos enredado con un juguete. Un chiste es una manera de aliviar el ambiente,
una metáfora cruel, un guiño. Es muchas cosas un chiste. Es también un
insulto. ¿Hay que santificar el chiste como si fuera una obligación
social admitirlo en todos los términos? En un tiempo se hablaba de
chistes de mal gusto. Si ahora dices que un chiste es de mal gusto te
toman por el hombre de las cavernas. En los chistes incriminados ahora
hay mucho mal gusto, dígase el chiste de Agamenón o de su porquero. ¿Hay
que aguantarlos, defenderlos, llevarlos al Parlamento para que los
santifiquen sus señorías? El chiste, rey del hemiciclo. Me la bufa, me
importa un huevo, la verdad. No, llámenlos como quieran. Llámenlos chistes malos, porque
son chistes muy malos. No condenen a los que los dicen, para qué, se
condena su sintaxis sucia o ensuciada. Pero, ¿condenarlos? Para nada,
pues no tienen poco que hacer los jueces con el insulto mayor, la
violencia machista, la violencia total, la corrupción, el vicio de
odiar.
Ahora bien, piensen en el nombre del protagonista del chiste, pongámonos
en la piel de ese nombre y luego ya verán como no es lo mismo Agamenón
que su porquero. )Pues no me ha gustado nada este árticulo, pero nada y eso de meter a Carrillo con Blas Piñar.....pues es de muy mal gusto, y tu lo sabes)
No creo que sobre esto se haga un chiste, nadie es reponsable de este terrible acto y jamás se hará un chisto, a Dios que lo permitió , pongo por testigo.
¿Se inspiró el Guernica en una pintura de guerra del siglo XVI?
Las huellas pictóricas de la obra de Picasso llevan a una escena bélica de las sabinas en un cuadro de Girolamo Mirola.
Ampliar fotoComparativa de la obra de Mirola con el detalle del Guernica
Es muy posible (posibilidad que se cumple con cierta periodicidad) que el cuadro de Picasso proponga o suscite enigmas y simbologías
varias, susceptibles de ser interpretadas desde ingeniosas o ingenuas
(alternativamente) hipótesis, tanto en lo que conviene a su ejecución
pictórica como a sus posibles fuentes de inspiración en imágenes ajenas. Desde
hace algún tiempo vengo realizando una serie de documentales sobre Arte
Contemporáneo en colaboración con la historiadora y escritora
norteamericana Dore Ashton,
comisaria de varias exposiciones en diversos museos de nuestro país y
autora de un magnífico libro sobre Picasso. Hemos rodado instantes
únicos con Tàpies, Barceló, Soulages, Alechinsky, Millares (In Memoriam) y Anthony Caro. La serie tenía un primer título genérico en inglés, The Inquiry
; es decir, la Indagación, y ello es lo que explica mi exploración en
el Guernica. Lo cierto es que en una visita que realicé no hace mucho al
Museo de Capodimonte, en Nápoles, me topé con el excelente cuadro de guerra, La intervención de las sabinas en la batalla entre romanos y sabinos
de Girolamo Mirola, pintor boloñés (1535/1570), que representa el
episodio de las sabinas cuando se lanzan en medio de la batalla a mediar
por la paz y en el que hallé con gran asombro evidentes conexiones
pictóricas con el Guernica de Picasso. Difícil de describir la emoción de tener frente a mí unas imágenes que,
más allá de consideraciones deductivas posteriores, me golpeaban con la
evidencia precursora de unos rasgos genéticos del gran cuadro
contemporáneo.
Picasso había visitado Nápoles y la colección que ahora
alberga el Museo de Capodimonte en 1917, y conocía el cuadro de
Girolamo. Que Picasso estuvo siempre interesado en el episodio de las
sabinas, lo prueban las versiones que realizó inspiradas en los cuadros
sobre el mismo tema de David y de Poussin. Y una evidencia mayor: en uno de los bocetos preparatorios
del Guernica —hay que mirar los bocetos— aparece en primer plano un
guerrero yacente ¡con el casco romano y la lanza!, prueba de que estaba
manejando las imágenes “sabinas”. Pero es la asombrosa similitud en la parte central del
cuadro de Girolamo Mirola, la que nos desvela el secreto: la cabeza del
caballo despavorido en el cuadro del pintor boloñés, la boca abierta con
los dientes al aire dejando ver la lengua, es claro antecedente del
terror animal que, bajo la lámpara-bomba, lanza la quijada punzante —la
lengua como un clavo— en el impresionante lienzo de Picasso. La cabeza del caballo del Guernica está vuelta hacia la
izquierda, es decir al lado contrario que en el cuadro de las sabinas. Pero nótese sin embargo, que en el estudio previo a lápiz, Picasso sitúa
a su caballo en idéntico sentido que el del cuadro del italiano ¡y
todavía sin deformar!. De igual manera el brazo de la sabina que se alarga en un
gesto dramático para sujetar la brida del animal, es el mismo que el que
enarbola con la bujía la mujer de la ventana en el Guernica. En los dos
lienzos los hijos cuelgan de las mujeres, si bien vivos, en el de la
batalla de los romanos, y exangüe, en el de la ciudad bombardeada.
La pintura conserva una cierta memoria cubista, con la
simultaneidad de planos característica de ese periodo pictórico, y pese a
las luces y sombras del blanco y negro del gran cartelón que es el
Guernica, posee una extraordinaria explosión de instantánea (dada por la
bombilla-bomba) captada con una voluntad de fijar el momento infame del
ataque, más allá de contener narrativa alguna. En ese sentido y fuera
de fáciles apariencias, no es un cuadro “kinético”, sino, como digo, una
explosión del horror detenido en su infamia como acusación perenne. Me
atrevería a decir que en la historia de la pintura, no hay una
“detención” tan asombrosa de tiempo y espacio. Es sabido —el pintor no lo ocultó nunca— que Picasso
recorría la pintura de diversos periodos; casi diríamos que la de toda
la historia del arte y que en el Guernica se propuso expresar la
metáfora definitiva del horror bélico: Bella! Horrida Bella! (¡Guerra, horrible guerra!).
El universo literario de la autora de ‘Memorias de África’ huele a
dalias y gladiolos. Su casa museo en Dinamarca refleja su mundo
aristocrático y su pasión por los ramos de flores. CUANDO SE piensa en Karen Blixen (1885-1962), resulta difícil imaginar
otro lugar que no sea aquella granja al pie de las colinas de Ngong. Sin
embargo, la casa que marcó su vida, en la que compuso gran parte de su
literatura, no está en Kenia, sino unos kilómetros al norte de
Copenhague: Rungstedlund. Su antiguo hogar familiar es hoy un museo junto al mar,
rodeado de un impresionante parque, en el que se encuentra la tumba de
la narradora, custodiada por un haya centenaria. El bosque es también un
refugio de pájaros, un deseo de la propia Blixen. Sus herederos han
conservado la casa como estaba; de hecho, la visita se realiza con
patucos blancos, como los que se utilizan en los hospitales, para no
dañar las alfombras o los antiguos suelos de madera. Los recuerdos de la
autora de Memorias de África y Siete cuentos góticos
siguen intactos, casi todos en el mismo estado en que ella los dejó a su
muerte. La escritora era muy aficionada a los arreglos florales y el
equipo responsable del museo ha continuado la tradición, recreando los
mismos ramos que construía en vida, como si la narradora danesa, cada
mañana, se ocupase personalmente de ello.
Arreglo floral, inspirado en Rungstedlund, compuesto por diferentes
tipos de rosas, lilas, nardos y tulipanes, entre otras flores.
También
lleva hojas de magnolio y helecho, y ramas de cerezo.
El jarrón es un
diseño de Constance Spry editado por Loewe. Foto: Carlos Rejas / Creación floral: Elisabeth Blumen
“Es el lugar que me dio ganas de descubrir su vida”, explica la autora
francesa Dominique de Saint-Pern, autora de una biografía novelada de la
escritora, Karen Blixen
(Circe), recientemente publicada en España.
“En 1995 viajé a Copenhague
para hacer una entrevista y tengo que confesar que no conocía a Karen
Blixen.
El salón de la persona que entrevisté estaba decorado con dos
pósteres que mostraban a dos personajes africanos. Me sentí muy atraída
por esas dos pinturas.
El entrevistado me dijo: ‘Son dos dibujos de
Karen Blixen y se encuentran en su casa museo, que está muy cerca de
Copenhague. Vaya, merece la pena’. No sabía nada más, pero viajé hasta
allí.
Me bajé del tren, recorrí el parque arbolado y me topé con su
tumba, que es maravillosa.
Me emocionó mucho porque no era un cementerio
normal, estaba integrado en la naturaleza.
Desde allí bajé a la casa y
descubrí un universo proustiano o chejoviano, una forma de vida que ya
no existe, aristocrática. Parece que ella va a surgir en cualquier
momento.
Es un espacio que habla. Karen Blixen se peleó hasta su muerte
para que se conservase.
Hay algo muy poderoso en ese lugar.
A partir de
ahí me pregunté quién era ella: así descubrí la película, Memorias de África,
y su vida”, prosigue la periodista Dominique de Saint-Pern en una
entrevista en el Instituto Francés, durante una visita a Madrid.
Los muebles, las alfombras, su propio escritorio, la vista desde la
ventana… Todo en Rungstedlund está marcado por los relatos de Karen
Blixen, que firmó gran parte de sus obras como Isak Dinesen.
Su mundo
literario forma parte de la decoración.
Pero, por encima de todo, son
los ramos impecables los que nos recuerdan que, de alguna forma, sigue
viviendo allí.
Sus trabajos florales eran tan célebres que el arquitecto
danés Steen Eiler Rasmussen (1898–1990), uno de los grandes urbanistas
del siglo XX, coordinó un libro sobre ellos, Karen Blixen’s Flowers: Nature and Art at Rungstedlund (Las flores de Karen Blixen: naturaleza y arte en Rungstedlund),
un ensayo en el que los relaciona con su obra tanto literaria como
pictórica.
“Los ramos de flores fueron una obsesión, normalmente eran
gigantescos”, señala Saint-Pern.
“Entrevisté a una persona que conoció a
Karen cuando era pequeño, y se acordaba de aquellos ramos enormes”.
En
los salones de Rungstedlund se han convertido en una presencia viva que
tiene algo de fantasmal.
“La primera vez que fuimos a visitarla tenía en
su casa todo un mercado de flores y vegetales, en cantidades mucho más
grandes de las que necesitaba para un hogar con tan pocos habitantes”,
cuenta Steen Eiler Rasmussen en su libro de recuerdos sobre la autora.
“Seleccionaba ejemplos perfectos de flores en cada época y hacía con
ellos diferentes composiciones, cada una diseñada especialmente para una
estancia y un jarrón particulares”, prosigue el arquitecto, quien
considera que “los arreglos eran tan variados y fantásticos como sus
cuentos”.
Las flores continúan decorando sus habitaciones como si sus
palabras siguiesen flotando por Rungstedlund.
Retrato de la autora danesa. Karen Blixen Museet
En el libro aparecen reproducciones de sus ramos: peonías, gladiolos,
dalias, flores silvestres que surgen de una sopera utilizada como
jarrón, rudbeckias, lilas, tulipanes en un impecable vaso blanco…
Incluso reproduce una foto de la escritora junto a sus flores realizada
por Cecil Beaton en 1962.
“Como en sus historias, Karen Blixen utilizaba
motivos recurrentes en diferentes variaciones”, escribe la traductora
Lisbeth Hertel.
Al igual que la comida en su cuento más célebre, El festín de Babette,
sus flores servían para romper la espesa atmósfera protestante en la
que pasó la mayor parte de su vida.
Porque Blixen solo vivió en África
entre 1913 y 1931.
El resto de su existencia la pasó en Rungstedlund,
entre sus árboles y sus flores.
Pero aquellos años de Kenia se han
apoderado del resto de su vida. Es imposible quitarse de la cabeza la
pegadiza música de John Barry cuando se piensa en ella, mientras que el
rostro de Meryl Streep ha reemplazado al suyo (al igual que el de Robert
Redford al de Denys Finch, su gran amor africano, cuya foto todavía
decora su escritorio).
Despacho de Blixen con algunos de sus recuerdos. Karen Blixen Museet
Sin embargo, fue un personaje muy complejo y difícil. Saint-Pern
recuerda que, durante una entrevista con uno de sus sobrinos mientras se
documentaba para su libro, le pidió que definiese a su tía.
“Tras
pensarlo un poco, me respondió: ‘Era una bruja”.
Nada ilustra tan bien
su lado oscuro como su historia con el poeta Thorkild Bjørnvig
(1918-2004), que Saint-Pern describe en su novela, al que prácticamente
Blixen encerró allí durante dos años. Cuando él tenía 29 años y ella 62,
establecieron una relación en la que ella le abrió las puertas de la
literatura, pero él debió permanecer atado a Rungstedlund.
Un libro del
danés Jørgen Stormgaard, titulado Blixeny Bjørnvig. El pacto se rompió,
describe la relación como “entre poeta y musa, pero también entre ama y
criado”.
Dominique de Saint-Pern cree que forma parte de algo más
complejo, de su deseo de modelar el mundo y a las personas que lo
habitan a su voluntad.
“Asumió el riesgo de hacer de su vida una de sus
obras, quería que las historias que le rondaban en la cabeza se
convirtiesen en realidad, que la gente que la rodeaba se plegase a ese
escenario”, asegura.
Esa búsqueda del espacio perfecto se percibe en las estancias de
Rungstedlund, donde la naturaleza forma parte del entorno: el parque con
árboles, el viento que golpea las ventanas de madera desde el cercano
mar del Norte, que se escucha perfectamente, sobre todo en invierno.
La
casa, un imponente edificio de madera blanca, está marcada por la
ausencia de África, de Denys, poblada de recuerdos de otros tiempos.
“Cuando regresó, tuvo que acostumbrarse poco a poco a la vida burguesa
que 17 años antes había creído dejar atrás para siempre, con un suspiro
de alivio”, escribe el crítico literario Frans Lasson en el prólogo de Cartas desde Dinamarca. Correspondencia 1931-1962(Nórdica
Libros).
En las paredes cuelgan sus dibujos, que también reflejan
personajes y animales africanos.
Fue una pintora delicada y hábil, con
el mismo sentido del detalle y de la evocación que marca sus cuentos.
Rungstedlund también encierra sus secretos, y uno por encima de todos
ellos: la sífilis, que sufrió después de haber sido contagiada por su
marido en África, lo que la obligó a elegir una vida que tal vez no
hubiese sido la suya.
Esta enfermedad fue revelada muy tarde, después de
su muerte, por la periodista estadounidense Judith Thurman en su biografía de Blixen, en la que se inspiró Sydney Pollack para escribir Memorias de África
casi tanto como en los libros de la propia autora.
La casa oculta esa
profunda contradicción: Blixen fue una mujer muy mundana, que escribía
sus libros primero en inglés y luego en danés, en una segunda versión
corregida, pero que, sin embargo, pasó gran parte de su vida en el
campo.
La enfermedad, y la dureza de los tratamientos que seguía, que
incluían cianuro, la dejaron anclada en Dinamarca.
“La sífilis alteró
sus planes de vida y le hizo sufrir mucho”, explica su biógrafa.
Karen Blixen vivió en Rungstedlund, una finca familiar al
norte de Copenhague. Allí se encuentra su tumba.
En la tienda de recuerdos de Rungstedlund se puede comprar una postal en
la que Karen Blixen aparece con Marilyn Monroe durante un viaje a
Estados Unidos, al final de su vida, en 1959, cuando las devastadoras
consecuencias del arsénico que tomaba para la sífilis hacían estragos en
su frágil cuerpo.
Toda su vida quiso ir a un país que siempre la veneró
como escritora, pero no lo logró hasta tres años antes de su muerte.
Allí conoció a todo el mundo intelectual –quedó constancia gráfica de
aquella cena con Marilyn; su marido, el dramaturgo Arthur Miller, y Carson McCullers–, pero sobre todo fascinó a los estadounidenses con su capacidad para contar historias.
Todos los que la conocieron aseguran que Blixen era una narradora oral
extraordinaria, una mezcla de las tradiciones africanas y de Hans Christian Andersen.
Sus relatos conservan esa oralidad, dejan en el lector la sensación de
que alguien nos lo está contando, prueban que solo la creatividad es
capaz de superar el tiempo.