El mayor accidente de la historia de la aviación civil se produjo tal día como hoy de 1977 en el aeropuerto de Los Rodeos (Tenerife). Una cadena de errores, fallos técnicos, decisiones humanas equivocadas, condiciones meteorológicas adversas e incluso un atentado terrorista
se concatenaron para acabar en el brutal choque de un avión de la línea
holandesa KLM, a punto de despegar con los depósitos repletos de
combustible, y de otro de PanAm 1736, que rodaba plácidamente por las
pistas para dar el salto a Gran Canaria: 583 personas perecieron aquel 27 de marzo de 1977. "Recuerdo aún olor a carne quemada, era horroroso", evoca
el fotógrafo Antonio Rueda, que sigue sin olvidar aquel domingo de 1977
en el que tuvo que enfrentarse un desastre sin precedentes, rodeado de
niebla y con apenas dos carretes. Rueda rememora aquella catástrofe
aérea como el día "más triste y más oscuro" de su carrera en la agencia
Efe. Aquel día de niebla, las comunicaciones en Los Rodeos eran
un caos. El aeropuerto estaba abarrotado tras haberse visto forzado a
acoger casi todo el tráfico aéreo de Canarias, porque el MPAIAC
(Movimiento por la Autodeterminación e Independencia del Archipiélago
Canario) había obligado a cerrar el aeropuerto de Gran Canaria tras
hacer estallar una bomba en la floristería de la terminal (Marcelina Sánchez Amador resultó gravemente herida).
La torre de control crepitaba. El trabajo era más que
intenso. Los aviones guardaban cola para despegar. Las luces de pista
funcionaban mal . La visibilidad estaba limitada a 300 metros. No había
radar de superficie. "Antes las comunicaciones dependían del nivel de
inglés del controlador y el piloto y el ruido externo. Incluso se podía
llevar un operador de radio en cabina", asegura el secretario del
Colegio Oficial de Pilotos de Aviación Comercial (Copac), Borja Díaz
Capelli.
En la cabina del Boeing 747 de KLM, que procedía del
aeropuerto de Schiphol en Ámsterdam, se escuchaban las instrucciones que
los controladores de Los Rodeos iban dando a los aviones que
abarrotaban sus instalaciones. El comandante de KLM Jacob Veldhuyzen Van Zanten sabía que las 247 personas que llevaba a bordo se estaban impacientando.
Por eso consultó con la torre de control. Esta, según
la investigación de la Comisión de Investigación de Accidentes e
Incidentes de Aviación Civil (CIAIAC) del Ministerio de Fomento, dio
autorización para su plan de vuelo, pero no para el despegue inmediato. El copiloto avisó del despegue y la torre de control interpretó que solo
se estaba preparando para hacerlo, pero no que se disponía a despegar
al no haberle dado la autorización expresa. "Anteriormente se utilizaba el término 'take-off'
(despegar) para varias órdenes, entre ellas las de despegue. Esto se
prohibió y ahora no debe usarse [ese término] excepto en el momento en
el que se recibe autorización expresa para despegar", ha señalado el
secretario nacional de Formación de la Unión Sindical de Controladores
Aéreos (USCA), José Puga. A las 17.06.12, el comandante Van Zanten dio la orden: "We gaan (nos vamos)". El jumbo de KLM ya aceleraba entre la niebla con 248 personas a bordo y 55.500 litros de combustible. "De
acuerdo, espere para despegar, le llamaré", le dijo inmediatamente la
torre, que no veía el avión debido a la escasa visibilidad. Pero en la
cabina solo se escuchó un chirrido debido a una interferencia. El 747 de PamAm con
código 1736, que debería haber dejado ya a 378 pasajeros en Gran Canaria
-casi todos jubilados de California a los que esperaba en Las Palmas el
crucero Golden Odyssey-, seguía rodando sin prisa, a la espera de su turno. "Clipper 1736", dijo por radio. "1736, reporte la pista
libre", le respondió la torre. "De acuerdo, reportaré cuando la dejemos
libre", confirmó el avión americano, sin saber que hacía ya 20 segundos
que el KLM se dirigía hacia él, cada vez a mayor velocidad. El KLM
estaba acelerando en plena maniobra de despegue. De pronto, por la radio
de la pista se escuchó al segundo piloto de PanAm, Robert Bragg:
"Nosotros todavía estamos rodando por la pista, Clipper 1736". Ya había
poco que hacer. Los dos aviones se cruzan en el camino.
Ambos comandantes trataron de evitar la colisión. El de KLM
intentó despegar, y casi lo logra. El de PanAm trató de apartarse. Nada. "Me agaché, cerré lo ojos y cuando el avión de KLM nos
golpeó, pensé sinceramente que no nos había dañado. Fue un impacto muy
ligero, sonó más o menos como clunk. Fue tan leve que parecía
increíble, hasta que abrí los ojos y miré", relata en su blog Robert
Bragg, copiloto de la aeronave de Pan Am, fallecido el pasado 24 de
febrero a los 79 años. Esto es lo que vio. El avión de KLM se estrelló contra el suelo y se
incendió. Su carga de combustible -el piloto había cargado de más, para
acelerar su regreso a Países Bajos, tras recalar en Gran Canaria- se
convirtió en un infierno de fuego. Ninguno de sus 248 ocupantes
sobrevivió. Casi todos quedaron calcinados. El Boeing de
PanAm sufrió gravísimos daños y también fue pasto del fuego, pero más de
70 de sus 396 ocupantes lograron escaapr del fuego, la mayoría gracias a
un agujero en el fuselaje, mientras los bomberos del aeropuerto
concentran todos sus esfuerzos sobre ellos (algunos morirían después en
el hospital). Cuando el fotógrafo Rueda llegó (había estado en la playa con su familia), se encontró esto: "Era un espectáculo que la verdad daba pena; nunca había visto tantos muertos ni los he vuelto a ver". La
primera instantánea que sacó -y que luego dio la vuelta al mundo- fue
la de un miembro de Cruz Roja recogiendo en una camilla a un hombre que
gritaba de dolor, asegura Rueda, quien prefiere no recordar los sollozos
de las víctimas desde el interior de los aviones, porque le siguen
doliendo, 40 años después.
La propietaria de la Real Maestranza cataloga 13.300 negativos comprados a la familia de Luis Arenas.
La decisión de la Real Maestranza de Caballería de Sevilla
de comprar hace unos meses el archivo taurino del fotógrafo Luis Arenas
(Sevilla, 1911-1991) ha permitido sacar a la luz instantáneas inéditas
de famosos personajes que visitaron la plaza de toros en los cincuenta y
sesenta. Extraordinarias fotos en blanco y negro que han dormido largo
tiempo en negativos ocultos y vuelven a la actualidad gracias al trabajo
de catalogación de 13.304 fotos que carecen de identificación y fecha. Entre miles de imágenes taurinas y faenas camperas, de 1944 a 1966, destaca la presencia en los tendidos de Jacqueline Kennedy junto a la duquesa de Alba, con la que se paseó a caballo, vestidas de amazonas, por el real de la feria en 1966; la actriz Ava Gardner (en 1964) y el director de cine Orson Welles (años 50) se asoman en una barrera de la plaza; Audrey Hepburn
y Mel Ferrer, su marido, en los primeros años sesenta; los príncipes
Raniero y Grace Kelly, en 1966 (la princesa se vistió de flamenca y
paseó en coche de caballos); Lola Flores y una joven Carmen Sevilla, entre otros rostros conocidos de entonces. Once cajas guardan los 13.304 negativos de fotos taurinas en blanco y
negro. Ninguna de ellas está catalogada, y la institución sevillana
trabaja para que a la mayor brevedad posible —asegura que aún es pronto
para dar una fecha— esté al servicio de los investigadores y amantes de
la fotografía taurina. El compromiso de la Maestranza es la elaboración
de un catálogo general y el montaje de una exposición que muestre lo más
sobresaliente del archivo. Entre las fotos taurinas hay 422 de Rafael El Gallo; 191 de Juan Belmonte; 20 de Manolete; 18 de Franco en los toros; 14 de Jacqueline Kennedy;
8 de Orson Welles; 5 de Ava Gardner; hay además tomas de esculturas,
pinturas y temática general relacionada con el mundo de los toros. Esta
no es más que una muy pequeña muestra del inmenso legado de un artista
sevillano de la cámara, apasionado de la Semana Santa, pero muy conocido también por su dedicación al fútbol, la Feria de Abril, el Rocío,
la vida cotidiana, los lugares recónditos, la luz, las penumbras y los
niños. A todo ello dedicó el fotógrafo más de 40 años de su vida, cámara
al hombro.
Hoy, 25 años después de su fallecimiento, el legado artístico de este
maestro del costumbrismo lo componen casi 30.000 negativos pendientes de
catalogación. Además de los taurinos,
otros 15.000 permanecen en la casa familiar a la espera de que sus
descendientes alcancen un acuerdo para su venta a una entidad
financiera. La historia de toda una ciudad compendiada por el objetivo de una
cámara. Esa es la herencia de un personaje singular a quien Luisa, la
única viva de sus cuatro hijos, su nieto Luis y su sobrino nieto Daniel,
recuerdan como “un artista enamorado de Sevilla, que salía cada mañana
de su casa para atrapar un destello de luz que, quizá, llevaba buscando
meses”.
Arenas fue un protagonista central de la Semana Santa (se calcula que
tiró unas 10.000 instantáneas), fotógrafo de fútbol (“un sevillista de
corazón”, afirman los suyos), amigo de los toreros Rafael el Gallo y
Juan Belmonte, y amante de la feria y el Rocío. Publicó libros de
fotografías con los textos de su amigo Luis Ortiz Muñoz, expuso en
Sevilla, Madrid, Lisboa y el Vaticano, sus fotografías fueron los temas
centrales de los carteles de Semana Santa y Feria en 11 ediciones, su
trabajo se conoció en distintos países gracias a su colaboración con la
agencia inglesa Camera Press y una foto captada en la plaza de la
Maestranza fue portada de la revista Life.
Su hija Luisa cuenta que su padre pertenecía a una familia de 10
hermanos dedicada a la fabricación y venta de muebles en el centro de
Sevilla.
Pronto se descubrieron las dotes artísticas de Luis para el
dibujo y de ese modo contribuyó en el negocio familiar al tiempo que
cursaba estudios de escultura en Bellas Artes.
Pero no tardó mucho el
joven Arenas en comprender que no había nacido para el diseño de
muebles.
El actor,
que recibe el premio de honor del Festival de Málaga, confiesa que lleva
meses en tratamiento para recuperarse de su dolencia cardíaca.
Mucho se había rumoreado durante los últimos meses sobre el estado de salud de Antonio Banderas. Sus idas y venidas al hospital habían encendido las alarmas y ha sido el propio actor el que ha reconocido que su enfermedad cardíaca ha sido mucho más grave de lo que se había escrito.
“Sufrí
un ataque al corazón el 26 de enero”, ha confesado el actor en su
tierra natal donde el Festival de Málaga le entrega hoy su premio a toda
una vida. En la rueda de prensa una de las primeras preguntas fue sobre su estado de salud, y Banderas estuvo claro:
"Sufrí un infarto el 26 de enero, pero tuve mucha suerte, fue benigno y
no ha dejado daños". "Me sometí a una intervención en la que se me
implantaron tres stents en las arterias coronarias, y como sufría arritmias desde hace tiempo me sometí a una termoablación, pero no ha sido tan dramático como se ha escrito", explicó
Atribuyó lo ocurrido a que le metió "una paliza importante"
al corazón en los últimos 37 años de su vida y afirmó que se encuentra
"muy bien, con ganas de volver a trabajar". En el momento personal que
atraviesa ahora reconoció que se está "replanteando muchas cosas"
después de haberse convertido durante años en un adicto al trabajo y
comprobar que "no podía parar, como con las palomitas de maíz". Por eso
quiere hacer una pausa y precisa que lo quiere hacer en su tierra, para
cumplir lo que dicen unos versos de Manuel Alcántara que ha grabado en
una pared de la terraza de su casa en Málaga y que recitó. "A la sombra
de una barca me quiero tumbar un día y echarme todo a la espalda y soñar
con la alegría", declamó Banderas con la voz rota por la emoción.
La semana pasada Banderas estuvo en Ginebra para pasar una
revisión médica y se limitó a decir a través de la redes sociales que se
trataba de "una puesta a punto". No ha sido hasta llegar a Málaga
cuando ha hablado abiertamente de lo sucedido. El actor aprovechó su presencia en Málaga para hacer un recorrido
por toda su carrera y recordó que en los años 70 Banderas empezó a
trabajar como actor en el Teatro Romano de Málaga: "Venía vestido de
romano en un Vespino", recordó hoy Banderas, que considera
"extraordinario" ser profeta en su propia tierra. Sobre su llegada a
Hollywood a comienzos de los 90 con "Los reyes del mambo", evocó que se
alojaba en un hotel de Nueva York y, como no hablaba inglés, no se
atrevía a llamar al servicio de habitaciones. "Debajo del hotel había
una tienda de ultramarinos donde trabajaba uno que se llamaba Rodríguez. Le buscaba, le pedía mortadela y me comía un sandwich", dijo.
También tuvo palabras para el realizador Pedro Almodóvar,
alguien a quien debe "muchísimo", pero también un director "muy duro,
con el que es muy complicado trabajar" porque un rodaje se convierte "en
una especie de infierno creativo". Banderas cree que lo mejor en su
carrera "está por venir" y quiere volver a dirigir, algo con los que
disfrutó en las dos películas en que lo hizo, aunque entonces - admitió-
quizás estaba "demasiado verde", por la falta de experiencia. También sigue pendiente interpretar a su paisano Pablo
Picasso a las órdenes de Carlos Saura para mostrar el proceso de
creación del "Guernica". "Se han salvado los problemas que había de
derechos con un nuevo guión, pero no lo tengo claro. Me comprometí con
Carlos con el anterior guión, que tenía un impacto emocional más
profundo y un ritmo narrativo maravilloso para reflejar lo que ocurrió
en esos 33 días en los que creó el 'Guernica'". Espera poder recuperar
ese primer guión ahora, cuando Antonio Banderas tiene 56 años,
"exactamente la edad que tenía don Pablo Picasso cuando pintó el
'Guernica'".
Factores
menos evidentes que la falta de sexo, las discusiones constantes o una
infidelidad también pueden precipitar el final de una historia de amor.