Un Blues

Un Blues
Del material conque están hechos los sueños

19 mar 2017

Un conflicto moral..............................Juan José Millás

COLUMNISTAS-REDONDOS_JUANJOSEMILLAS
HACE años, al final de un programa de televisión al que acudí como invitado, me regalaron una Barbie.
 El obsequio fue fruto de un malentendido, ya que al conductor del programa le habían informado erróneamente de que las coleccionaba.
 Me la entregó, pues, con gran ceremonia, delante del público del plató, pero también, claro, frente a quienes nos veían desde sus casas.
Por educación, aunque internamente abochornado, fingí asombro y gratitud y regresé al hotel con el estuche, que tenía forma de sombrerera ovalada, debajo del brazo.
 Ya en mi habitación, volví a abrirlo y observé con creciente fascinación a la Barbie cuyo pelo, muy abundante, se hallaba parcialmente cubierto por una pamela de mujer fatal.
 Llevaba una blusa negra y una falda azul, de las de tubo, por debajo de cuyo borde asomaban unas piernas larguísimas enfundadas en unas medias de malla.
 Sus ojos, protegidos por unas pestañas abundantes, miraban al vacío en actitud soñadora. 
Creo que se dedicaba al estilismo, pero no estoy seguro. 

Barbie's Exhibition in Madrid
Eduardo Parra (Getty)
Me advirtieron de que, al tratarse de una Barbie de colección, y para que no perdiera valor económico, no debía sacarla del estuche, a cuyo fondo permanecía sutilmente sujeta.
 Me pareció una metáfora de algo, y de algo malo, pero no fui capaz de desatarla. 
Y ahí sigue la pobre, revalorizándose, supongo, aunque no está en mis cálculos venderla.
 Cuando tropiezo en el periódico con alguna de sus hermanas libres, una parte de mí se inclina a sacarla del estuche, pero otra –la más oscura– me lo impide. 
¿Puede un juguete provocar un conflicto de orden moral? Pues sí, puede. 

En silencio junto a una serpiente.................Rosa Montero

Hay otra forma de vivir, más natural, que consiste en salirse de este tiempo vertiginoso que nos deshace. Silencio y quietud, eso es lo que hace falta.
COLUMNISTAS-REDONDOS_ROSAMONTERO
LOS HUMANOS empezamos a estar tan alejados de la naturaleza que cada día se nos agudiza el conflicto entre nuestro ser cultural y el animal que somos.
 Hace unos meses paseaba por el parque del Retiro con mis perras, una de ellas de tamaño grande y con el pelo a rodales blancos y negros, cuando un niño de unos cuatro o cinco años la señaló transido de emoción y exclamó: “¡Mira, papá, una vaca!”, mientras su progenitor enrojecía de vergüenza.
 El proceso de culturización nos ha dado mucho, pero también nos enajena.
 Y no sólo nos sucede a nosotros: los perros, que llevan viviendo con los humanos al menos 15.000 años (aunque hay restos paleontológicos que hablan de 33.000 años), a veces son tan tontos, instintivamente hablando, que llegan a beber de un cubo con lejía, por ejemplo.
En cuanto a nosotros, hace mucho que nos hemos atontado completamente con respecto al mundo natural.
 En realidad, es como estar ciegos y sordos, además de un poco paralíticos (cada vez nos movemos menos, con el consiguiente incremento de la obesidad, la diabetes, la hipertensión…). 
Ya en 1845, el poeta y filósofo estadounidense Henry David Thoreau se sintió tan alienado por el artificio de la sociedad industrial que se fue a vivir durante dos años a una cabaña en el monte buscando el retorno a lo salvaje.
 Escribió un libro sobre eso, Walden, y desde entonces Thoreau es como el santo patrón de los anhelos naturalistas, de la añoranza de un pasado más primitivo.
Será por esa nostalgia inconsciente pero profunda, por esa herida que escuece allá al fondo sin que tengamos palabras para nombrarla, por lo que de pronto varias editoriales están sacando libros que hablan del regreso al duro, difícil paraíso de la naturaleza.
 Y así, he leído, todos seguidos: El libro de la madera, del noruego Lars Mytting (Alfaguara), que en realidad no es más que un manual sobre la tradición de cortar leña en su país, con consejos sobre cómo apilarla, qué tipo de hacha usar y demás etcéteras, pero que está escrito con tan apasionado detallismo, y resulta tan exótico, que ha vendido 200.000 ejemplares: es como leer una crónica marciana.
 La vida del pastor, del inglés James Rebanks (Debate), una autobiografía que cuenta, conmovedora y épicamente, el oficio ancestral del pastoreo (otros 200.000 lectores: ya digo que estamos ávidos de estos temas).
 Y, por último, una obra extraordinaria, Una temporada en Tinker Creek, de la estadounidense Annie Dillard (editorial Errata Naturae), que se publicó en 1974 y ganó el Pulitzer de ensayo, pero que acaba de ser editada en España.
Aún jovencísima (nació en 1945), Dillard contó en 390 páginas un año de visitas solitarias al bosque cercano a su casa.
 El título original, Pilgrim at Tinker Creek, Peregrina en Tinker Creek, refleja de manera más exacta el carácter místico de este libro, que resulta profundamente religioso aunque carente por completo de Dios.
 Dillard tan sólo sale al monte y mira.
 También toca y huele, pero sobre todo mira.
 Describe los atardeceres, el paso de las nubes, los hilos de las telas de las arañas, el vuelo de los pájaros, el atroz comportamiento de las chinches del agua. 
Ella se sienta en el bosque durante horas y contempla.
 Y, como es capaz de ver, cosa que nosotros hemos olvidado, en sus páginas hay un hervor colosal de millones de criaturas, un fragor de nacimientos y agonías.
 Repta y vuela la vida, se reproduce y mata.
 Sus descripciones son tan morosas y tan detalladas como si fueran producto del ácido lisérgico.
Pero lo más fascinante del libro es su lentitud.
 Es un texto lentísimo que nos enseña que hay otra forma de vivir, más natural, que consiste en salirse de este tiempo vertiginoso que nos deshace.
 Silencio y quietud: eso es lo que hace falta para tumbarse junto a una serpiente venenosa, como Dillard hace, y saberse en paz.
 Si yo consiguiera pararme como ella, a lo mejor hasta sería capaz de sentirme a mí misma.

Época prosaica....................................Javier Marías.

De nada sirven los argumentos poéticos para defender la cultura. Es triste, pero hay que adoptar una postura mercantilista. 



Javier Marías
E N UN RECIENTE encuentro con periodistas culturales, uno de ellos me señaló con ­desagrado el hecho de que en los últimos tiempos la RAE, el Instituto Cervantes, el mundo literario y editorial, se dediquen a subrayar los beneficios económicos que aportan la lengua y la literatura.
Le hacía mal efecto que hasta los que procuramos manejar el idioma de la manera más “noble” y menos funcionarial posible, no presentemos más argumentos en su defensa que la ganancia monetaria con que contribuye al enriquecimiento del país. 
Es cierto que se aducen continuamente datos y cifras: el sector cultural da empleo a tantas personas, equivale a tal porcentaje del PIB (llamativamente alto), las consultas por Internet al Diccionario ascienden a millones por mes, la venta de libros (pese a los ya muchos años de tremenda crisis) genera cantidades descomunales si se suman todos: los best-sellers, los infantiles, los de texto y la modesta poesía.
 Además, es una industria que, a diferencia de las del teatro, la ópera y el cine, apenas cuenta con ayudas estatales y lleva décadas valiéndose por sí sola.
 Es decir, produce riqueza sin costarle un euro al erario público. Las editoriales son privadas y carecen de subvenciones en su inmensa mayoría.
 Los escritores no solicitamos ayudas para escribir, nos las apañamos por nuestra cuenta y riesgo, ganamos lo que nuestras obras ganan: uno se pasa dos años con una novela y puede encontrarse con que ésta venda dos mil ejemplares. 

Si cada uno cuesta 20 euros, nunca está de más recordar que el autor suele percibir el 10%, luego el trabajo de esos dos años le supondrá un ruinoso negocio de 4.000 euros. 
Y aun así hay muchos que escriben con nula esperanza, robándole tiempo al tiempo.

 Hace poco Fernando Aramburu confesaba que su novela Patria había vendido en unos meses mucho más que todas sus obras anteriores juntas, que son bastantes (nacido en 1959, no se trata de un autor bisoño). 
De casos así hay que alegrarse. Si Aramburu hubiera abandonado su actividad a la vista de los resultados financieros, nunca habría llegado a esta exitosa novela, cuyas ventas no sólo lo benefician a él, sino al editor, al distribuidor, a los libreros y a sus complacidos lectores.
 Benefician al sector entero.
¿Por qué recurrimos todos a lo más prosaico para señalar la importancia de la lengua y la literatura? Porque no nos han dejado otra elección.
 Recurrimos a eso para defendernos de los variados ataques y desdenes que recibimos.
 Por parte del Gobierno de Rajoy, que ha rebajado los presupuestos de las bibliotecas públicas, ha elevado el IVA del teatro y persigue tributariamente a escritores, cineastas, actores y artistas en general, como si fuéramos el enemigo.
 Por parte de la sociedad, que no ha rechistado al ver cómo se suprimía la Filosofía de la enseñanza y se arrinconaba la Literatura. Por parte de los piratas, que nos ven como a privilegiados y consideran que no deberíamos cobrar por lo que inventamos y hacemos (nosotros no, pero sí ellos, que se ahorran dinero con sus descargas ilegales y algunos sacan tajada de nuestro trabajo). 
Hasta nos discuten los derechos de autor, que fueron una conquista social que evitó la explotación cuasi esclavista de escritores y traductores.
 Los piratas se creen de izquierdas, pero más bien son una terrible mezcla de bandoleros y capitalistas salvajes reaccionarios. 

Estamos en una época tenebrosa en la que de nada sirven los argumentos más “poéticos”. 
¿Cómo convencer a unos gobernantes iletrados y gañanes de que nuestra capacidad para manejar la lengua condiciona directamente la calidad de nuestro pensamiento, no digamos la comprensión de lo complejo?
 ¿De que cuanto peor la conozcamos y usemos, más tontos seremos? ¿Cómo hacer ver a una gran parte de la sociedad –la irremisiblemente idiotizada– que la Filosofía y la Literatura son lo que nos convierte en personas, en vez de en seres simples y embrutecidos llenos de información y de aparatos tecnológicos con los que –ay– hacer el chorras? ¿Cómo persuadir a los falsos izquierdistas actuales de que los derechos de autor no sólo son justos, sino un avance social enorme?
 ¿Cómo hacer entender a quienes han renunciado a entender que “inutilidades” como las ficciones y la música prestan un insustituible servicio a todos, hasta a los que no leen pero reciben los ecos de quienes sí lo hacen con provecho?
 Hay que recurrir a lo prosaico y hablarles a todos esos en el único lenguaje que les vale: “Miren ustedes, si yo no hubiera escrito mis tonterías, no se habría generado todo este dinero.
 No habría habido millares de personas comprándolas, ni se habrían traducido a otros idiomas ni habrían traído capital extranjero, ni Hacienda se habría embolsado un elevado porcentaje de todos esos ingresos. 
Veamos quiénes son aquí los inútiles”. 
Triste que haya que adoptar esta postura mercantilista para justificar lo que se hace por inquietud, o por inteligencia, o por deseo de comprender el mundo y explicarlo algo mejor si es posible –al menos mostrarlo–, o por mero amor al arte.
 Pero la estupidez deliberada y fomentada no nos deja otro camino.

18 mar 2017

Los Reyes apoyan al colectivo gay........Por Ignacio Gomar

A través del jefe de la Casa del Rey, Felipe VI y Letizia han transmitido sus mejores deseos para que la celebración del World Pride de Madrid "constituya un éxito".

 
Los Reyes, en el Museo Reina Sofía de Madrid este martes. Getty Images

 

Hasta ahora no solían pronunciarse sobre temas susceptibles de debate en los que puede haber posiciones enfrentadas en determinados sectores de la ciudadanía, pero esta vez los Reyes han hecho una excepción, y ha sido con el colectivo LGTB
 Felipe VI y doña Letizia han enviado una carta través del jefe de la Casa del Rey (cauce habitual para este tipo de comunicaciones) a la asociación de empresarios gais de Madrid en la  dicen lo siguiente: “Sus Majestades los Reyes me encargan que, en su nombre, le envíe un cordial saludo, con el deseo de que la celebración del citado evento constituya un éxito”.
La misiva era una respuesta a esta asociación, AEGAL, que se puso en contacto con la Casa del Rey en su misión de sumar apoyos institucionales para que las próximas fiestas del orgullo, que este año tienen a Madrid como epicentro mundial como sede del World Pride, estén a la altura de lo esperado. 
Tras conseguir el apoyo logístico y económico del Ayuntamiento de Manuela Carmena y el Gobierno Autonómico de Cristina Cifuentes, los organizadores buscaban el de La Zarzuela. Finalmente los Reyes se han sumado a la lista de personalidades que apoyan públicamente el Madrid World Pride que se celebrará en la capital a partir del próximo 23 de junio.
Se trata de un apoyo excepcional, ya que como todo el mundo sabe, los Reyes no se posicionan sobre cuestiones políticas o religiosas. En la carta que firma Jaime Alfonsín, jede de la Casa del Rey y que adelantaba esta semana la revista Shangay queda puntualizado este hecho. 
“Respecto a la amable sugerencia de contar con un apoyo expreso de sus Majestades para este evento, deseo informarle que esta Casa se ha visto obligada a mantener un criterio muy restrictivo ante el elevado número de peticiones que recibimos para vincular a Sus Majestades a diferentes iniciativas.
 Estoy seguro de que comprenderán la dificultad de hacer una excepción que podría generar agravios comparativos con las propuestas que han sido declinadas”, explica. 

Aunque no sea expreso, el apoyo al Madrid World Pride y el deseo de que sea “un éxito” por parte de los Reyes es incuestionable.
 No es la primera vez que muestran su lado más abierto y tolerante. En 2011 durante un viaje a Chile Doña Letizia se pronunció en privado a favor del matrimonio gay.
 Aquello se publicó, le acarreó críticas de los sectores más conservadores y la Casa del Rey finalmente lo desmintió.
 Ahora y de un modo lo suficientemente claro, los Reyes de España vuelven a mostrar su compromiso en la defensa de la igualdad y los derechos de las minorías, además de un acto de responsabilidad hacia un evento de primera magnitud que traerá a cientos de miles de visitantes a Madrid y que supondrá una importante inyección económica durante diez días en la capital.