Un Blues

Un Blues
Del material conque están hechos los sueños

19 mar 2017

Época prosaica....................................Javier Marías.

De nada sirven los argumentos poéticos para defender la cultura. Es triste, pero hay que adoptar una postura mercantilista. 



Javier Marías
E N UN RECIENTE encuentro con periodistas culturales, uno de ellos me señaló con ­desagrado el hecho de que en los últimos tiempos la RAE, el Instituto Cervantes, el mundo literario y editorial, se dediquen a subrayar los beneficios económicos que aportan la lengua y la literatura.
Le hacía mal efecto que hasta los que procuramos manejar el idioma de la manera más “noble” y menos funcionarial posible, no presentemos más argumentos en su defensa que la ganancia monetaria con que contribuye al enriquecimiento del país. 
Es cierto que se aducen continuamente datos y cifras: el sector cultural da empleo a tantas personas, equivale a tal porcentaje del PIB (llamativamente alto), las consultas por Internet al Diccionario ascienden a millones por mes, la venta de libros (pese a los ya muchos años de tremenda crisis) genera cantidades descomunales si se suman todos: los best-sellers, los infantiles, los de texto y la modesta poesía.
 Además, es una industria que, a diferencia de las del teatro, la ópera y el cine, apenas cuenta con ayudas estatales y lleva décadas valiéndose por sí sola.
 Es decir, produce riqueza sin costarle un euro al erario público. Las editoriales son privadas y carecen de subvenciones en su inmensa mayoría.
 Los escritores no solicitamos ayudas para escribir, nos las apañamos por nuestra cuenta y riesgo, ganamos lo que nuestras obras ganan: uno se pasa dos años con una novela y puede encontrarse con que ésta venda dos mil ejemplares. 

Si cada uno cuesta 20 euros, nunca está de más recordar que el autor suele percibir el 10%, luego el trabajo de esos dos años le supondrá un ruinoso negocio de 4.000 euros. 
Y aun así hay muchos que escriben con nula esperanza, robándole tiempo al tiempo.

 Hace poco Fernando Aramburu confesaba que su novela Patria había vendido en unos meses mucho más que todas sus obras anteriores juntas, que son bastantes (nacido en 1959, no se trata de un autor bisoño). 
De casos así hay que alegrarse. Si Aramburu hubiera abandonado su actividad a la vista de los resultados financieros, nunca habría llegado a esta exitosa novela, cuyas ventas no sólo lo benefician a él, sino al editor, al distribuidor, a los libreros y a sus complacidos lectores.
 Benefician al sector entero.
¿Por qué recurrimos todos a lo más prosaico para señalar la importancia de la lengua y la literatura? Porque no nos han dejado otra elección.
 Recurrimos a eso para defendernos de los variados ataques y desdenes que recibimos.
 Por parte del Gobierno de Rajoy, que ha rebajado los presupuestos de las bibliotecas públicas, ha elevado el IVA del teatro y persigue tributariamente a escritores, cineastas, actores y artistas en general, como si fuéramos el enemigo.
 Por parte de la sociedad, que no ha rechistado al ver cómo se suprimía la Filosofía de la enseñanza y se arrinconaba la Literatura. Por parte de los piratas, que nos ven como a privilegiados y consideran que no deberíamos cobrar por lo que inventamos y hacemos (nosotros no, pero sí ellos, que se ahorran dinero con sus descargas ilegales y algunos sacan tajada de nuestro trabajo). 
Hasta nos discuten los derechos de autor, que fueron una conquista social que evitó la explotación cuasi esclavista de escritores y traductores.
 Los piratas se creen de izquierdas, pero más bien son una terrible mezcla de bandoleros y capitalistas salvajes reaccionarios. 

Estamos en una época tenebrosa en la que de nada sirven los argumentos más “poéticos”. 
¿Cómo convencer a unos gobernantes iletrados y gañanes de que nuestra capacidad para manejar la lengua condiciona directamente la calidad de nuestro pensamiento, no digamos la comprensión de lo complejo?
 ¿De que cuanto peor la conozcamos y usemos, más tontos seremos? ¿Cómo hacer ver a una gran parte de la sociedad –la irremisiblemente idiotizada– que la Filosofía y la Literatura son lo que nos convierte en personas, en vez de en seres simples y embrutecidos llenos de información y de aparatos tecnológicos con los que –ay– hacer el chorras? ¿Cómo persuadir a los falsos izquierdistas actuales de que los derechos de autor no sólo son justos, sino un avance social enorme?
 ¿Cómo hacer entender a quienes han renunciado a entender que “inutilidades” como las ficciones y la música prestan un insustituible servicio a todos, hasta a los que no leen pero reciben los ecos de quienes sí lo hacen con provecho?
 Hay que recurrir a lo prosaico y hablarles a todos esos en el único lenguaje que les vale: “Miren ustedes, si yo no hubiera escrito mis tonterías, no se habría generado todo este dinero.
 No habría habido millares de personas comprándolas, ni se habrían traducido a otros idiomas ni habrían traído capital extranjero, ni Hacienda se habría embolsado un elevado porcentaje de todos esos ingresos. 
Veamos quiénes son aquí los inútiles”. 
Triste que haya que adoptar esta postura mercantilista para justificar lo que se hace por inquietud, o por inteligencia, o por deseo de comprender el mundo y explicarlo algo mejor si es posible –al menos mostrarlo–, o por mero amor al arte.
 Pero la estupidez deliberada y fomentada no nos deja otro camino.

18 mar 2017

Los Reyes apoyan al colectivo gay........Por Ignacio Gomar

A través del jefe de la Casa del Rey, Felipe VI y Letizia han transmitido sus mejores deseos para que la celebración del World Pride de Madrid "constituya un éxito".

 
Los Reyes, en el Museo Reina Sofía de Madrid este martes. Getty Images

 

Hasta ahora no solían pronunciarse sobre temas susceptibles de debate en los que puede haber posiciones enfrentadas en determinados sectores de la ciudadanía, pero esta vez los Reyes han hecho una excepción, y ha sido con el colectivo LGTB
 Felipe VI y doña Letizia han enviado una carta través del jefe de la Casa del Rey (cauce habitual para este tipo de comunicaciones) a la asociación de empresarios gais de Madrid en la  dicen lo siguiente: “Sus Majestades los Reyes me encargan que, en su nombre, le envíe un cordial saludo, con el deseo de que la celebración del citado evento constituya un éxito”.
La misiva era una respuesta a esta asociación, AEGAL, que se puso en contacto con la Casa del Rey en su misión de sumar apoyos institucionales para que las próximas fiestas del orgullo, que este año tienen a Madrid como epicentro mundial como sede del World Pride, estén a la altura de lo esperado. 
Tras conseguir el apoyo logístico y económico del Ayuntamiento de Manuela Carmena y el Gobierno Autonómico de Cristina Cifuentes, los organizadores buscaban el de La Zarzuela. Finalmente los Reyes se han sumado a la lista de personalidades que apoyan públicamente el Madrid World Pride que se celebrará en la capital a partir del próximo 23 de junio.
Se trata de un apoyo excepcional, ya que como todo el mundo sabe, los Reyes no se posicionan sobre cuestiones políticas o religiosas. En la carta que firma Jaime Alfonsín, jede de la Casa del Rey y que adelantaba esta semana la revista Shangay queda puntualizado este hecho. 
“Respecto a la amable sugerencia de contar con un apoyo expreso de sus Majestades para este evento, deseo informarle que esta Casa se ha visto obligada a mantener un criterio muy restrictivo ante el elevado número de peticiones que recibimos para vincular a Sus Majestades a diferentes iniciativas.
 Estoy seguro de que comprenderán la dificultad de hacer una excepción que podría generar agravios comparativos con las propuestas que han sido declinadas”, explica. 

Aunque no sea expreso, el apoyo al Madrid World Pride y el deseo de que sea “un éxito” por parte de los Reyes es incuestionable.
 No es la primera vez que muestran su lado más abierto y tolerante. En 2011 durante un viaje a Chile Doña Letizia se pronunció en privado a favor del matrimonio gay.
 Aquello se publicó, le acarreó críticas de los sectores más conservadores y la Casa del Rey finalmente lo desmintió.
 Ahora y de un modo lo suficientemente claro, los Reyes de España vuelven a mostrar su compromiso en la defensa de la igualdad y los derechos de las minorías, además de un acto de responsabilidad hacia un evento de primera magnitud que traerá a cientos de miles de visitantes a Madrid y que supondrá una importante inyección económica durante diez días en la capital.

Jack el Destripador, caso abierto........................Guillermo Altares.

El criminal nunca fue descubierto, pero se sigue identificando con la imagen de un hombre con capa y sombrero de copa. / Manuel Vázquez
Ha pasado más de un siglo desde lo que la prensa popular de la época llamó los crímenes de Whitechapel, y el resto del mundo, los asesinatos de Jack el Destripador.
 Las atroces muertes de cinco prostitutas en Londres en el otoño de 1888 nunca fueron resueltas. 
El interés por el caso no ha decaído. Sigue generando debates, polémicas, libros, investigaciones, museos y negocios.
 Cada año se suman nuevos nombres a la interminable lista de sospechosos que encabeza el médico personal de la reina de Inglaterra. 
EN LOS  últimos meses de 1888 se cometieron una serie de terribles asesinatos en Whitechapel, la zona más violenta de Londres, un barrio donde la muerte y la miseria campaban a sus anchas.
 Sin embargo, a diferencia de muchos otros, aquellos crímenes nunca fueron olvidados.
 Salvo tal vez el magnicidio del presidente John Fitzgerald Kennedy en Dallas en 1963, ningún asesinato ha sido analizado tan minuciosamente ni ha proporcionado tantas teorías conspiratorias. Cada una de las pruebas obtenidas ha sido sometida a un infatigable escrutinio a lo largo de las décadas para, al final, seguir siendo un misterio dentro un enigma.
 Jack el Destripador, el asesino de cinco prostitutas entre el 31 de agosto y el 9 de noviembre, es todavía un caso abierto. 
Whitechapel, el barrio en el que Jack el Destripador cometió sus crímenes, se encuentra en el este de Londres. Manuel Vázquez
 
Cada año se publican libros que ofrecen nuevas teorías sobre la identidad del criminal.
 Pero, más que aclarar el asunto, lo oscurecen, porque existen muy pocos puntos de acuerdo entre los diferentes investigadores que rebuscan en los más mínimos detalles para sostener tesis muchas veces imposibles.
 El autor de novela negra y bibliófilo Otto Penzler ha recopilado una parte importante de esta información en The Big Book of Jack the Ripper (El gran libro de Jack el Destripador), editado recientemente en Estados Unidos.
 Sus 800 páginas reúnen no solo las principales teorías, textos y artículos de la época, sino también insólitos relatos literarios.
 Entre ellos, uno de la danesa Isak Dinesen, la autora de Memorias de África
En su conocida novela gráfica From Hell (Desde el infierno), el guionista Alan Moore atribuye esta cita a Jack el Destripador: “Un día, la gente mirará al pasado y se dará cuenta de que conmigo nació el siglo XX”. 
Aquellos crímenes ofrecen muchos aspectos que enlazan con nuestra época.
 “Es una historia que nos fascina por muchos motivos”, explica Penzler, que también editó un libro que recopila historias apócrifas de Sherlock Holmes y es propietario de una librería especializada en literatura negra en Nueva York, The Mysterious Bookshop. 
“Los asesinatos fueron especialmente atroces. 
En ese momento, los diarios de Londres peleaban por los lectores y recurrieron a titulares muy sensacionalistas.
 Además, la fotografía en la prensa era relativamente nueva y se publicaron imágenes espeluznantes. 
El nombre, Jack el Destripador, también es extraordinariamente evocador: Jack el Asesino no sería lo mismo.
 Y el hecho de que sea una historia que no se ha cerrado nunca ha llevado a que sigamos especulando hasta ahora”. 
Más allá del morbo, el caso sigue generando polémica.
 La apertura de un museo privado dedicado a los crímenes en el East End de Londres, una zona que se gentrifica a marchas forzadas con cafeterías especializadas en cereales y apartamentos a precios estratosféricos, ha provocado intensas críticas en los últimos meses. No solo por el aprovechamiento turístico de las atrocidades, sino porque, no se puede olvidar, la historia tiene como protagonista a un asesino de mujeres.
 Jack el Destripador, un nombre que triunfó inmediatamente en la prensa popular, fue el ejemplo más universal, brutal y descarnado de la violencia machista. 
Deborah Orr, columnista de The Guardian, calificó el nuevo museo de “desgracia”.
El recién inaugurado museo que reconstruye los crímenes de Jack el Destripador. Manuel Vázquez
 El centro ofrece una recreación bastante kitsch, con muñecos y reconstrucción de calles y habitaciones, de los escenarios en los que se produjeron los crímenes.
 Recurre a todos los tópicos, entre ellos el del asesino con sombrero de copa y capa.
 Mucho más tecnológico resulta el recién inaugurado City of London Police Museum, que dedica una sección a los homicidios de Whitechapel: los visitantes pueden interactuar con una versión digital de una de las víctimas, Catherine Eddowes, recluida en una celda de la comisaría de Bishopsgate.
 Poco después de ser liberada, esta prostituta se convertiría el 30 de septiembre de 1888 en la cuarta mujer asesinada por Jack –­la segunda en la misma noche, ya que una hora antes había cortado la garganta a Elizabeth Stride–.
 El montaje de este museo de la policía, inaugurado en noviembre, nos transporta al contexto de drama y sordidez que rodea a estos asesinatos.
 Londres era entonces la ciudad más poblada del mundo, con un millón de habitantes.
 Era la capital de un imperio, pero albergaba una pobreza infinita.
A través de estos crímenes se puede leer la inimaginable miseria que se concentraba en esa época en el East End, el este de la ciudad, donde se instalaban los inmigrantes recién llegados –sobre todo, judíos que huían de las persecuciones en Rusia y Europa del Este–, entre tabernas miserables, prostitutas y violencia. 
Dickens fue el gran narrador de esa pobreza urbana.
 Pocos años después de los asesinatos, un periodista estadounidense retrató la vida en aquella zona de la capital británica en un libro titulado La gente del abismo. 
El autor se convirtió más tarde en uno de los grandes escritores de todos los tiempos, Jack London.
 “Hay una imagen bella en el East End y solo una”, escribió antes de describir a unos niños bailando en la calle.
 En esa obra, London hablaba de la “pobreza abyecta” del barrio y de las condiciones de “esclavitud” de los trabajadores. 
 

Eros y Tánatos. Un viaje en tranvía..................... por Mireya Hernández........

Tennessee Williams y Elia Kazan, ca. 1967. Foto: Cordon.
La vida es imposible sin ilusiones (Ortega y Gasset).

Un tranvía llega a Nueva Orleans envuelto en bruma, ilusiones, cartas de póquer, locura y vodka. 
De fondo suena la «Varsoviana». 
Queda al descubierto un escenario en blanco y negro semiiluminado. Se respira tensión.
Thomas Lanier Williams III, rebautizado como Tennessee Williams, observó la sociedad del sur de Estados Unidos durante la posguerra y la representó con realismo, mostrando su decadencia mediante personajes desarraigados, psicópatas, degenerados, dementes, morbosos, masoquistas, caníbales, alcohólicos, drogadictos, lesbianas, prostitutas y homosexuales disimulados, freaks y outcasts de la época que ilustraban las contradicciones del mítico y trágico sur americano.
 Su creador fue también su alter ego
 Tennessee vivió en un mundo en crisis permanente.
 Las tensiones de su entorno se unen en su historia personal y en su obra literaria.
 Nació en 1911 en Columbus, Mississippi, hijo de madre cuáquera y nieto de pastor episcopal.
 Su padre era alcohólico y su hermana se quedó esquizofrénica tras una operación, lo que le marcó fuertemente para el resto de su vida.
Si su infancia y adolescencia terminaron, en palabras de T. S. Eliot, «Not with a boom but with a whimper» («No con una explosión sino con un lamento»), su vida acabó trágicamente entre ginebra y pastillas en una habitación de hotel.
 Murió solo, igual que había vivido.
 «El tema principal de cuanto he escrito es la aflicción de una soledad que me persigue como una sombra agobiante, demasiado pesada para arrastrarla de continuo a lo largo de todos mis días y mis noches», confesaría en 1975 en sus memorias.
Todo lo que aparece en su obra formó parte de su vida. 
Él mismo fue un iluso, un desarraigado, un alcohólico, un drogadicto, un enfermo, un frustrado y un hombre abrumado por un tremendo complejo de culpa debido a su homosexualidad. 
Se enfrentó con la sociedad puritana en que vivía, creó un universo propio y pasó mucho tiempo sumido en una depresión.
Odió primero lo que amó después, y no fue capaz de deshacerse del lastre de su historia y del cartel que le colgaron cuando entró en el olimpo de la fama. 
La sociedad que le vitoreó en sus comienzos le tachó de «narcisista» (Raymond Rosenthal), «falto de talento» (el crítico Walter Kerr) y «ventrílocuo» (su biógrafo Alan Brien) en sus últimos años.
 Solo su amigo y compañero de oficio Arthur Miller le supo comprender, y tras su muerte en 1985 proclamó: «Mientras haya actores en el mundo, las obras de Tennessee Williams vivirán.
 El autocrático poder del gusto veleidoso no importará en su caso; su textura, sus personajes, su personalidad dramática son únicos y están firmemente asentados en el panorama teatral de este siglo como las estrellas en el cielo».
La extraña enfermedad que le afectó al corazón de niño y la enorme influencia de su hermana y su madre le convirtieron en una persona extremadamente sensible que supo retratar como pocos el deseo y la ilusión que radican en lo más profundo del ser humano.
 Por desgracia, dicho deseo siempre fracasa antes de llegar a su plenitud.
Esta frustración tiene su origen en la presión y en la represión del individuo en la sociedad en la que vive.
 Cada ser humano se enfrenta al problema de su existencia preguntándose inútilmente quién es y para qué está en el mundo, y atormentándose con una respuesta vacía o llena de interrogantes. Este yo frágil, sabedor de su soledad y de su nimiedad, se ve obligado a trasmitir a la sociedad imperante una imagen determinada de sí mismo.
Los códigos morales, la cultura, la religión, las apariencias, separan al yo del otro y los enfrentan sin posibilidad de diálogo, evidenciando su fragilidad.
 Pero en el hombre hay una necesidad de existir de forma personal en el mundo, de hacerse un hueco seguro y estable en un espacio de verdad y sinceridad, de enfrentarse a la propia fragilidad y a la solidez de los estereotipos sociales.
Aquí situamos la sexualidad exagerada de los personajes de Williams, que se oponen claramente al mundo que les rodea por su sensibilidad peculiar (Blanche), su psicología (Stella) o sus tendencias sexuales socialmente inaceptadas (Allan, Skipper, Brick), y resultan extravagantes con respecto al canon de comportamiento humano.
 «Fue esa combinación de puritano y caballero que corre en mi sangre la que explica los conflictivos impulsos de mis protagonistas», diría Williams.
Pero estos personajes, como veremos más adelante al hablar de Blanche, no afrontan realmente su situación ni vencen las circunstancias sociales adversas, sino que acaban de forma trágica o refugiados en un mundo de ilusión que supone una trampa de donde es difícil escapar.
 Una prueba de la semejanza entre el dramaturgo y sus personajes es este testimonio de Tennessee Williams que parece sacado de la boca de Blanche DuBois: «A la edad de catorce años descubrí que escribir me servía para escapar del mundo real en el que me sentía profundamente incómodo. 
Muy pronto se convirtió para mí en un lugar de retiro, en mi cueva, en mi refugio».

Williams nunca superó el dolor por la lobotomía que le practicaron en 1943 a su hermana Rose, a la que tanto quería y que sirvió como modelo para muchos de sus personajes femeninos. 
«Mi obra es emocionalmente autobiográfica. No tiene relaciones con hechos verdaderos de mi vida.
 Cuando uno pasa por un periodo desdichado no tiene otro refugio que la escritura», confesó.
 Los rasgos de su hermana subyacen en la joven Laura de El zoo de cristal, su primer gran éxito, que busca refugio en el mundo fantástico de su colección de animales de cristal; en Blanche de Un tranvía llamado Deseo, en Hannah de La noche de la iguana y en Alma Winemiller de Verano y humo.

En la última escena de Un tranvía llamado Deseo, Blanche sale del baño —claro símbolo de su empeño por limpiar su pasado— convencida de que el millonario Shep Huntleigh, su liberador y procurador imaginario, va a rescatarla de su prisión en el apartamento de los Kowalski en Nueva Orleans. 
Se da cuenta más tarde de que ha perdido el control de la realidad, de que paradójicamente, cuando mejor está y habla con más cordura, más loca la consideran.
 El que aparece finalmente para llevársela es el médico de un manicomio, y no su soñado príncipe azul.
La incapacidad de la fantasía para vencer a la realidad es uno de los temas más importantes de Un tranvía llamado Deseo
 Aunque su protagonista es la romántica Blanche DuBois, la obra, estrenada en Broadway en 1947, es un trabajo de realismo social. Blanche le explica a Mitch que miente porque se niega a aceptar su destino. 
 Mintiéndose a sí misma y a los demás consigue ver la realidad como debería ser en lugar de como es: «No quiero realismo. Quiero… ¡magia! […] ¡Sí, sí, magia! 
Trato de darle eso a la gente. Le tergiverso las cosas. No le digo la verdad.
 Le digo lo que debiera ser la verdad. 
¡Y si eso es un pecado, que me condenen por él! ¡No encienda la luz!».
Stanley, el marido de Stella (la hermana menor de Blanche) es un hombre práctico con los pies en la tierra.
 Su brutalidad, su crueldad, su falta de ideales y de imaginación, su impaciencia con las distorsiones de su cuñada, provocan que descubra todo su pasado oscuro ante su mujer y sus vecinos y amigos, lo que actúa como catalizador de la tragedia final.
 La relación antagónica entre ambos es la lucha, imprescindible en un drama williamsiano, entre las apariencias y la realidad, que origina un ambiente de tensión desde el momento en que se conocen hasta su forzosa separación.

Para dramatizar esta pugna entre realidad e ilusión, Williams explora la barrera que hay entre el exterior y el interior.
 La obra tiene lugar en el apartamento de dos habitaciones de los Kowalski y la calle que lo rodea.
 De este modo, el espectador ve al mismo tiempo lo que sucede dentro y fuera de la casa, con lo que esta deja de ser un santuario doméstico.
 El apartamento no es un mundo definido. Los personajes entran y salen llevando con ellos sus problemas.
 Es el caso de Blanche, que no deja sus prejuicios hacia la clase trabajadora en la puerta, sino que traspasa el umbral con ellos.
Este efecto se ve más claramente en el instante previo a la violación de Blanche por Stanley, cuando la pared del fondo del apartamento se vuelve transparente para mostrar al espectador la pelea callejera entre una prostituta y un viandante que anticipa lo que va a ocurrir en casa de los Kowalski.
 Los ruidos discordantes y los gritos nos preparan para asistir al comienzo del fin de Blanche y ver su descenso a la locura; y dramatizan su crisis nerviosa y su pérdida de contacto con el mundo. 
Si originalmente coloreaba la realidad a su antojo, en este punto la ignora por completo y ya no sabe lo que va a ser de ella.
 Ha tocado fondo pero no hay posibilidad de subir.

El refugio de Blanche en sus fantasías privadas le permite aislarse de la sociedad que la oprime y protegerse de los duros golpes que asesta la vida.
 Su locura aumenta cuando se encierra totalmente en sí misma, dejando atrás el mundo objetivo para evitar aceptar la cruda verdad. Aun así, para escapar totalmente, debe percibir el mundo exterior como el que imagina en su mente.
Un tranvía llamado Deseo, 1951. Imagen Warner Bros.
Es una idea que aparece en El zoo de cristal: «Traigo trucos en el bolsillo y cosas bajo la manga, pero soy todo lo contrario de un prestidigitador común: este les ofrece la ilusión con la apariencia de la realidad.
 Yo en cambio, les traigo la realidad bajo las tenues apariencias de la ilusión».
La barrera entre fantasía y realidad en el teatro de Williams es transparente.
 La falsa felicidad de la antiheroína al final de la obra nos permite afirmar que la fantasía es una fuerza vital en juego en toda experiencia humana, pese al inevitable triunfo de la realidad.
Blanche teme decir su edad y mostrarse a los demás a plena luz, especialmente ante su pretendiente, Mitch.
 Si evita la luz es para que nadie vea que su belleza se está marchitando, que ya no es la jovencita de Mississippi que encandilaba a los hombres con solo mirarlos.
 La luz representa el pasado de Blanche, en el que fue muy feliz antes de que el juego se pusiera en su contra.
 Ya fuera del pasado, en su presente que remite y donde no hay marcha atrás, se obsesiona con los fantasmas de lo que ha perdido: su primer y único amor, su meta en la vida, su dignidad y el carácter aristócrata de sus antepasados.
Para que no la vean como realmente es, no sale a la calle a menos que sea de noche y dentro del apartamento cubre las bombillas con un papel chino.
 Su incapacidad para tolerar la luz evidencia que su contacto con la realidad está rozando su final. 
En la escena sexta le confiesa a Mitch que estar enamorada de su marido, Allan Grey, era como ver el mundo a plena luz. 
Desde el suicidio de este, la luz potente se ha ido debilitando, como cuando una bombilla está a punto de fundirse, y su destello llega a ser muy tenue en sus affaires con otros hombres.
 Al ver solo el reflejo de algo que ya no existe y que en otro tiempo fue su vida, busca el consuelo y el olvido en la oscuridad. 
La luz simboliza, por tanto, su inocencia sexual, mientras que la penumbra simboliza su madurez sexual y su desilusión.
 La luz es a la vida lo que la oscuridad es a la muerte.

La homosexualidad en la obra de Tennessee Williams está sumamente influenciada por el psicoanálisis de Freud y por la relación de sus personajes con el armario como discurso de resistencia a las normas que potencia y radicaliza las diferencias. En sus Reflexiones sobre el teatro norteamericano, Williams opina que «el teatro ha conseguido grandes avances artísticos en nuestra época gracias a la apertura, iluminación y ventilación de los armarios, los áticos y los sótanos de la conducta y la experiencia humanas».
En las obras de Williams, la homosexualidad ya no es «el amor que no se atreve a decir su nombre», sino que se ha convertido en un secreto a voces. 
Si bien es cierto que en los diálogos de sus personajes se deduce cierta homofobia, es normal si tenemos en cuenta la época (maccarthismo = derecha moral) y los lugares donde estrenaba sus obras (Hollywood y Broadway), en los que la censura era implacable.
 En su prólogo a ¿Quién teme a Virginia Woolf?, de Albee, Alberto Mira expone: «La homofobia de los críticos de Broadway no se limitaba al rechazo de la homosexualidad sino que la reinterpretaba en términos de abyección. 
Si un autor gay hablaba de la homosexualidad, se le acusaba de traspasar los límites del buen gusto.
 Si el dramaturgo gay no presentaba la homosexualidad en el lenguaje institucional se le achacaba el ocultar significantes ocultos en sus textos».

Otro símbolo de la pérdida de la inocencia de Blanche es la «Varsoviana», que suena en el último momento en que esta ve a su marido con vida. Momentos antes lo descubre en la cama con otro hombre, pero esa noche deciden salir fingiendo que nada ha cambiado.
 En mitad de la polca, la protagonista le dice a Allan que le da asco. Él sale corriendo y se pega un tiro en la sien.
 Cada vez que Blanche siente remordimientos por la muerte de su marido, se oye la «Varsoviana»:
Negras tormentas agitan los aires,
nubes oscuras nos impiden ver,
aunque nos despierte el dolor y la muerte
contra el enemigo nos manda el deber.
A partir del momento en que le cuenta a Mitch su historia, la polca suena con más frecuencia. 
Blanche asegura que solo deja de sonar cuando oye el sonido de un disparo en su cabeza. El detonador del deterioro mental de Blanche es por tanto el suicidio de su querido marido homosexual.


Tennessee Williams en el plató de Piel de serpiente, 1959. Foto: Cordon.
Tennessee Williams nunca ocultó su condición sexual, pero sí temía que en un futuro le olvidaran o le recordaran solo como «un célebre dramaturgo homosexual». 
Igual que murió él de forma trágica, sus personajes gais mueren porque no pueden hacer frente a un mundo donde su sexualidad no está aceptada y son incapaces de vivirla con franqueza.
 En las adaptaciones al cine ni siquiera aparecen, y no se especifica que sean homosexuales, sino que se les reconoce con nombres como «esteta», «débil» o «sensible». 
Así, vemos a Allan, que se suicida al ser descubierto por Blanche y al darse cuenta de que entre su reina, su estrella, la diva por antonomasia que es su mujer, y él es imposible una relación. Tennessee quiere ser Blanche y también Allan por poseerla
. Pero la esquizofrenia, la locura y la tragedia impedirán que se hagan realidad los sueños del artista y de sus personajes.

Un tranvía llamado Deseo, 1951. Imagen Warner Bros.