Tennessee Williams y Elia Kazan, ca. 1967. Foto: Cordon.
La vida es imposible sin ilusiones (Ortega y Gasset).
Un
tranvía llega a Nueva Orleans envuelto en bruma, ilusiones, cartas de
póquer, locura y vodka.
De fondo suena la «Varsoviana».
Queda al
descubierto un escenario en blanco y negro semiiluminado. Se respira
tensión.
Thomas Lanier Williams III, rebautizado como Tennessee Williams,
observó la sociedad del sur de Estados Unidos durante la posguerra y la
representó con realismo, mostrando su decadencia mediante personajes
desarraigados, psicópatas, degenerados, dementes, morbosos, masoquistas,
caníbales, alcohólicos, drogadictos, lesbianas, prostitutas y
homosexuales disimulados, freaks y outcasts de la época que ilustraban las contradicciones del mítico y trágico sur americano.
Su creador fue también su alter ego.
Tennessee vivió en un mundo en crisis permanente.
Las tensiones de su
entorno se unen en su historia personal y en su obra literaria.
Nació en
1911 en Columbus, Mississippi, hijo de madre cuáquera y nieto de pastor
episcopal.
Su padre era alcohólico y su hermana se quedó esquizofrénica
tras una operación, lo que le marcó fuertemente para el resto de su
vida.
Si su infancia y adolescencia terminaron, en palabras de T. S. Eliot,
«Not with a boom but with a whimper» («No con una explosión sino con un
lamento»), su vida acabó trágicamente entre ginebra y pastillas en una
habitación de hotel.
Murió solo, igual que había vivido.
«El tema
principal de cuanto he escrito es la aflicción de una soledad que me
persigue como una sombra agobiante, demasiado pesada para arrastrarla de
continuo a lo largo de todos mis días y mis noches», confesaría en 1975
en sus memorias.
Todo lo
que aparece en su obra formó parte de su vida.
Él mismo fue un iluso, un
desarraigado, un alcohólico, un drogadicto, un enfermo, un frustrado y
un hombre abrumado por un tremendo complejo de culpa debido a su
homosexualidad.
Se enfrentó con la sociedad puritana en que vivía, creó
un universo propio y pasó mucho tiempo sumido en una depresión.
Odió
primero lo que amó después, y no fue capaz de deshacerse del lastre de
su historia y del cartel que le colgaron cuando entró en el olimpo de la
fama.
La sociedad que le vitoreó en sus comienzos le tachó de
«narcisista» (Raymond Rosenthal), «falto de talento» (el crítico Walter Kerr) y «ventrílocuo» (su biógrafo Alan Brien) en sus últimos años.
Solo su amigo y compañero de oficio Arthur Miller
le supo comprender, y tras su muerte en 1985 proclamó: «Mientras haya
actores en el mundo, las obras de Tennessee Williams vivirán.
El
autocrático poder del gusto veleidoso no importará en su caso; su
textura, sus personajes, su personalidad dramática son únicos y están
firmemente asentados en el panorama teatral de este siglo como las
estrellas en el cielo».
La
extraña enfermedad que le afectó al corazón de niño y la enorme
influencia de su hermana y su madre le convirtieron en una persona
extremadamente sensible que supo retratar como pocos el deseo y la
ilusión que radican en lo más profundo del ser humano.
Por desgracia,
dicho deseo siempre fracasa antes de llegar a su plenitud.
Esta
frustración tiene su origen en la presión y en la represión del
individuo en la sociedad en la que vive.
Cada ser humano se enfrenta al
problema de su existencia preguntándose inútilmente quién es y para qué
está en el mundo, y atormentándose con una respuesta vacía o llena de
interrogantes. Este yo frágil, sabedor de su soledad y de su nimiedad,
se ve obligado a trasmitir a la sociedad imperante una imagen
determinada de sí mismo.
Los
códigos morales, la cultura, la religión, las apariencias, separan al yo
del otro y los enfrentan sin posibilidad de diálogo, evidenciando su
fragilidad.
Pero en el hombre hay una necesidad de existir de forma
personal en el mundo, de hacerse un hueco seguro y estable en un espacio
de verdad y sinceridad, de enfrentarse a la propia fragilidad y a la
solidez de los estereotipos sociales.
Aquí
situamos la sexualidad exagerada de los personajes de Williams, que se
oponen claramente al mundo que les rodea por su sensibilidad peculiar
(Blanche), su psicología (Stella) o sus tendencias sexuales socialmente
inaceptadas (Allan, Skipper, Brick), y resultan extravagantes con
respecto al canon de comportamiento humano.
«Fue esa combinación de
puritano y caballero que corre en mi sangre la que explica los
conflictivos impulsos de mis protagonistas», diría Williams.
Pero
estos personajes, como veremos más adelante al hablar de Blanche, no
afrontan realmente su situación ni vencen las circunstancias sociales
adversas, sino que acaban de forma trágica o refugiados en un mundo de
ilusión que supone una trampa de donde es difícil escapar.
Una prueba de
la semejanza entre el dramaturgo y sus personajes es este testimonio de
Tennessee Williams que parece sacado de la boca de Blanche DuBois: «A
la edad de catorce años descubrí que escribir me servía para escapar del
mundo real en el que me sentía profundamente incómodo.
Muy pronto se
convirtió para mí en un lugar de retiro, en mi cueva, en mi refugio».
Williams nunca superó el dolor por la lobotomía que le practicaron en 1943 a su hermana Rose,
a la que tanto quería y que sirvió como modelo para muchos de sus
personajes femeninos.
«Mi obra es emocionalmente autobiográfica. No
tiene relaciones con hechos verdaderos de mi vida.
Cuando uno pasa por
un periodo desdichado no tiene otro refugio que la escritura», confesó.
Los rasgos de su hermana subyacen en la joven Laura de El zoo de cristal, su primer gran éxito, que busca refugio en el mundo fantástico de su colección de animales de cristal; en Blanche de Un tranvía llamado Deseo, en Hannah de La noche de la iguana y en Alma Winemiller de Verano y humo.
En la última escena de Un tranvía llamado Deseo,
Blanche sale del baño —claro símbolo de su empeño por limpiar su
pasado— convencida de que el millonario Shep Huntleigh, su liberador y
procurador imaginario, va a rescatarla de su prisión en el apartamento
de los Kowalski en Nueva Orleans.
Se da cuenta más tarde de que ha
perdido el control de la realidad, de que paradójicamente, cuando mejor
está y habla con más cordura, más loca la consideran.
El que aparece
finalmente para llevársela es el médico de un manicomio, y no su soñado
príncipe azul.
La incapacidad de la fantasía para vencer a la realidad es uno de los temas más importantes de Un tranvía llamado Deseo.
Aunque su protagonista es la romántica Blanche DuBois, la obra,
estrenada en Broadway en 1947, es un trabajo de realismo social. Blanche
le explica a Mitch que miente porque se niega a aceptar su destino.
Mintiéndose a sí misma y a los demás consigue ver la realidad como
debería ser en lugar de como es: «No quiero realismo. Quiero… ¡magia!
[…] ¡Sí, sí, magia!
Trato de darle eso a la gente. Le tergiverso las
cosas. No le digo la verdad.
Le digo lo que debiera ser la verdad.
¡Y si eso es un pecado, que me condenen por él! ¡No encienda la luz!».
Stanley,
el marido de Stella (la hermana menor de Blanche) es un hombre práctico
con los pies en la tierra.
Su brutalidad, su crueldad, su falta de
ideales y de imaginación, su impaciencia con las distorsiones de su
cuñada, provocan que descubra todo su pasado oscuro ante su mujer y sus
vecinos y amigos, lo que actúa como catalizador de la tragedia final.
La
relación antagónica entre ambos es la lucha, imprescindible en un drama
williamsiano, entre las apariencias y la realidad, que origina un
ambiente de tensión desde el momento en que se conocen hasta su forzosa
separación.
Para
dramatizar esta pugna entre realidad e ilusión, Williams explora la
barrera que hay entre el exterior y el interior.
La obra tiene lugar en
el apartamento de dos habitaciones de los Kowalski y la calle que lo
rodea.
De este modo, el espectador ve al mismo tiempo lo que sucede
dentro y fuera de la casa, con lo que esta deja de ser un santuario
doméstico.
El apartamento no es un mundo definido. Los personajes entran
y salen llevando con ellos sus problemas.
Es el caso de Blanche, que no
deja sus prejuicios hacia la clase trabajadora en la puerta, sino que
traspasa el umbral con ellos.
Este
efecto se ve más claramente en el instante previo a la violación de
Blanche por Stanley, cuando la pared del fondo del apartamento se vuelve
transparente para mostrar al espectador la pelea callejera entre una
prostituta y un viandante que anticipa lo que va a ocurrir en casa de
los Kowalski.
Los ruidos discordantes y los gritos nos preparan para
asistir al comienzo del fin de Blanche y ver su descenso a la locura; y
dramatizan su crisis nerviosa y su pérdida de contacto con el mundo.
Si
originalmente coloreaba la realidad a su antojo, en este punto la ignora
por completo y ya no sabe lo que va a ser de ella.
Ha tocado fondo pero
no hay posibilidad de subir.
El
refugio de Blanche en sus fantasías privadas le permite aislarse de la
sociedad que la oprime y protegerse de los duros golpes que asesta la
vida.
Su locura aumenta cuando se encierra totalmente en sí misma,
dejando atrás el mundo objetivo para evitar aceptar la cruda verdad. Aun
así, para escapar totalmente, debe percibir el mundo exterior como el
que imagina en su mente.
Un tranvía llamado Deseo, 1951. Imagen Warner Bros.
Es una idea que aparece en El zoo de cristal:
«Traigo trucos en el bolsillo y cosas bajo la manga, pero soy todo lo
contrario de un prestidigitador común: este les ofrece la ilusión con la
apariencia de la realidad.
Yo en cambio, les traigo la realidad bajo
las tenues apariencias de la ilusión».
La
barrera entre fantasía y realidad en el teatro de Williams es
transparente.
La falsa felicidad de la antiheroína al final de la obra
nos permite afirmar que la fantasía es una fuerza vital en juego en toda
experiencia humana, pese al inevitable triunfo de la realidad.
Blanche
teme decir su edad y mostrarse a los demás a plena luz, especialmente
ante su pretendiente, Mitch.
Si evita la luz es para que nadie vea que
su belleza se está marchitando, que ya no es la jovencita de Mississippi
que encandilaba a los hombres con solo mirarlos.
La luz representa el
pasado de Blanche, en el que fue muy feliz antes de que el juego se
pusiera en su contra.
Ya fuera del pasado, en su presente que remite y
donde no hay marcha atrás, se obsesiona con los fantasmas de lo que ha
perdido: su primer y único amor, su meta en la vida, su dignidad y el
carácter aristócrata de sus antepasados.
Para que
no la vean como realmente es, no sale a la calle a menos que sea de
noche y dentro del apartamento cubre las bombillas con un papel chino.
Su incapacidad para tolerar la luz evidencia que su contacto con la
realidad está rozando su final.
En la escena sexta le confiesa a Mitch
que estar enamorada de su marido, Allan Grey, era como ver el mundo a
plena luz.
Desde el suicidio de este, la luz potente se ha ido
debilitando, como cuando una bombilla está a punto de fundirse, y su
destello llega a ser muy tenue en sus affaires
con otros hombres.
Al ver solo el reflejo de algo que ya no existe y
que en otro tiempo fue su vida, busca el consuelo y el olvido en la
oscuridad.
La luz simboliza, por tanto, su inocencia sexual, mientras
que la penumbra simboliza su madurez sexual y su desilusión.
La luz es a
la vida lo que la oscuridad es a la muerte.
La homosexualidad en la obra de Tennessee Williams está sumamente influenciada por el psicoanálisis de Freud y
por la relación de sus personajes con el armario como discurso de
resistencia a las normas que potencia y radicaliza las diferencias. En
sus Reflexiones sobre el teatro norteamericano,
Williams opina que «el teatro ha conseguido grandes avances artísticos
en nuestra época gracias a la apertura, iluminación y ventilación de los
armarios, los áticos y los sótanos de la conducta y la experiencia
humanas».
En las
obras de Williams, la homosexualidad ya no es «el amor que no se atreve a
decir su nombre», sino que se ha convertido en un secreto a voces.
Si
bien es cierto que en los diálogos de sus personajes se deduce cierta
homofobia, es normal si tenemos en cuenta la época (maccarthismo =
derecha moral) y los lugares donde estrenaba sus obras (Hollywood y
Broadway), en los que la censura era implacable.
En su prólogo a ¿Quién teme a Virginia Woolf?, de Albee, Alberto Mira
expone: «La homofobia de los críticos de Broadway no se limitaba al
rechazo de la homosexualidad sino que la reinterpretaba en términos de
abyección.
Si un autor gay hablaba de la homosexualidad, se le acusaba
de traspasar los límites del buen gusto.
Si el dramaturgo gay no
presentaba la homosexualidad en el lenguaje institucional se le achacaba
el ocultar significantes ocultos en sus textos».
Otro
símbolo de la pérdida de la inocencia de Blanche es la «Varsoviana», que
suena en el último momento en que esta ve a su marido con vida.
Momentos antes lo descubre en la cama con otro hombre, pero esa noche
deciden salir fingiendo que nada ha cambiado.
En mitad de la polca,
la protagonista le dice a Allan que le da asco. Él sale corriendo y se
pega un tiro en la sien.
Cada vez que Blanche siente remordimientos por
la muerte de su marido, se oye la «Varsoviana»:
Negras tormentas agitan los aires,
nubes oscuras nos impiden ver,
aunque nos despierte el dolor y la muerte
contra el enemigo nos manda el deber.
A partir del momento en que le cuenta a Mitch su historia, la polca suena
con más frecuencia.
Blanche asegura que solo deja de sonar cuando oye
el sonido de un disparo en su cabeza. El detonador del deterioro mental
de Blanche es por tanto el suicidio de su querido marido homosexual.
Tennessee Williams en el plató de Piel de serpiente, 1959. Foto: Cordon.
Tennessee
Williams nunca ocultó su condición sexual, pero sí temía que en un
futuro le olvidaran o le recordaran solo como «un célebre dramaturgo
homosexual».
Igual que murió él de forma trágica, sus personajes gais
mueren porque no pueden hacer frente a un mundo donde su sexualidad no
está aceptada y son incapaces de vivirla con franqueza.
En las
adaptaciones al cine ni siquiera aparecen, y no se especifica que sean
homosexuales, sino que se les reconoce con nombres como «esteta»,
«débil» o «sensible».
Así, vemos a Allan, que se suicida al ser
descubierto por Blanche y al darse cuenta de que entre su reina, su
estrella, la diva por antonomasia que es su mujer, y él es imposible una
relación. Tennessee quiere ser Blanche y también Allan por poseerla
.
Pero la esquizofrenia, la locura y la tragedia impedirán que se hagan
realidad los sueños del artista y de sus personajes.
Un tranvía llamado Deseo, 1951. Imagen Warner Bros.