El escritor habría cumplido hoy 6 de marzo 90 años
Empiezan los homenajes por medio siglo de 'Cien años de soledad', 70 de su primer cuento y 35 de la concesión del Nobel.
García Márquez, en Madrid en 1994. GORKA LEJARCEGI
“¡Varón! ¡Varón! ¡Ron, que se ahoga!”, relampagueó la tía
Francisca por el corredor de las begonias florecidas. Su voz angustiada
se abrió paso entre el diluvio ensordecedor que caía sobre el techo de
la casa. El cordón umbilical enredado en el cuello del recién nacido
amenazaba su vida. Las mujeres revolotearon por el caserón con
imploraciones a Dios y a la virgen. Cuando lo liberaron del cordón, y en
espera de un milagro, no se arriesgaron a que el bebé muriera sin ser
bautizado y corrieron a hacerlo con agua bendita. Nadie sabía qué día
era, así es que le pusieron Gabriel, por el padre, y José, por el
patrono de Aracataca. Era el domingo 6 de marzo de 1927. Eran las nueve
la mañana pasadas como habían anunciado ahogadas, entre el aguacero, las
campanas de la iglesia. Así es como bajo un diluvio que parecía echar el cielo
abajo, gritos de mujeres aterradas, nueve campanadas náufragas, sus
propios resuellos de recién nacido sin aire, el sabor del ron
resucitador y clamores de milagros vino al mundo Gabriel José García Márquez. 87 años, un mes y 11 días vivió el Nobel colombiano tras fallecer el 17 de abril de 2014. Hoy hubiera cumplido 90 años. Hijo de Luisa Santiaga y Gabriel Eligio, aquel niño nació en
casa de sus abuelos maternos Tranquilina Iguarán Cotes y el coronel
Nicolás Ricardo Márquez Mejía. Con ellos vivió hasta los ocho años. Con
ella, tías y demás mujeres de la casa, creció rodeado de historias de
ultratumba y con él, su abuelo, pasó la mayor parte del día, lo trataba y
le hablaba como a un adulto, iba con él a todas partes y le contaba
episodios trágicos del rosario de guerras de Colombia. Nació entre ellos
una complicidad secreta que ayudó a crear en la cabeza y el corazón del
niño un territorio nuevo entre el mundo real del abuelo y el imaginario
de la abuela. Con él nacieron muchas cosas. En las calles hechas polvo por el sol caribeño y las sombras de la noche
de Aracataca jaspeadas de luciérnagas nacieron las principales
historias de uno de los escritores más universales del siglo XX. Lo
confirmó el propio García Márquez en Vivir para contarla
(2002). Unas memorias en las que hay puertas y ventanas para apreciar la
maestría de la sublimación de la realidad en ficción en las novelas La hojarasca (1955), El coronel no tiene quien le escriba (1957), La mala hora (1961), Cien años de soledad (1967), El otoño del patriarca (1975), Crónica de una muerte anunciada (1981), El amor en los tiempos del cólera (1985), El general en su laberinto (1989), Del amor y otros demonios (1994) y Memorias de mis putas tristes (2004). Su mirada de periodista que funde rigor y relato se lee en grandes reportajes como Relato de un náufrago (1955) o Noticia de un secuestro (1996), mientras sus artículos de prensa, también piezas literarias, están recogidos en Obra periodística completa
(1999). Pero todo ese universo de grandes títulos está desperdigado en
sus cuentos. En esos relatos anidan esas historias en su forma y fondo,
sobre todo en los primeros, agrupados bajo los títulos Ojos de perro azul (1955), Los funerales de la Mamá grande (1962) y La irresistible y triste historia de la cándida Eréndira y de su abuela desalmada (1972). Luego, en 1992, publica Doce cuentos peregrinos. (La obra de García Márquez la edita en España y Sudamérica Literatura
Random House, mientras en México, América Central y el Caribe la publica
Diana, del Grupo Planeta).
La primera edición de 'Cien años de soledad'.
Noventa años después de aquel nacimiento, más que hablar de
su vida y trayectoria este es un recorrido por el rastro que dejaron en
su obra literaria las características de su nacimiento: el día domingo,
el duelo librado entre la vida y la muerte, los gritos de angustia y
peticiones a Dios, la lluvia torrencial y las campanas de iglesia. Hechos reales que reviven en las palabras literarias de Gabriel García
Márquez que todo lo pueden. Nacimiento El espejo literario de su llegada al mundo lo escribió en Cien años de soledad: “Aureliano, el primer ser humano que nació en Macondo, iba a
cumplir seis años en marzo. Era silencioso y retraído. Había llorado en
el vientre de su madre y nació con los ojos abiertos. Mientras le
cortaban el ombligo movía la cabeza de un lado a otro reconociendo las
cosas del cuarto, y examinaba el rostro de la gente con una curiosidad
sin asombro. Luego, indiferente a quienes se acercaban a conocerlo,
mantuvo la atención concentrada en el techo de palma, que parecía a
punto de derrumbarse bajo la tremenda presión de la lluvia. Úrsula no
volvió a acordarse de la intensidad de esa mirada hasta un día en que el
pequeño Aureliano, a la edad de tres años, entró a la cocina en el
momento en que ella retiraba del fogón y ponía en la mesa una olla de
caldo hirviendo. El niño, perplejo en la puerta, dijo: ‘Se va a caer’. La olla estaba bien puesta en el centro de la mesa, pero tan pronto como
el niño hizo el anuncio, inició un movimiento irrevocable hacia el
borde, como impulsada por un dinamismo interior, y se despedazó en el
suelo. Úrsula, alarmada, le contó el episodio a su marido, pero este lo
interpretó como un fenómeno natural”. Un muerto vivo En septiembre de hace 70 años García Márquez publicó su primer cuento. Fue en el diario bogotano El Espectador. Un relato que parece capturar la angustia del instante de su
nacimiento, bajo el incesante ruido diluvial en que en su ser se
debatieron en duelo la vida y la muerte y todos pensaron que no viviría .
Lo tituló La tercera resignación: Allí estaba otra vez ese ruido . Aquel ruido frío, cortante,
vertical, que ya tanto conocía; pero que ahora se le presentaba agudo y
doloroso, como si de un día a otro se hubiera desacostumbrado a él. (…)
Había sentido ese ruido ‘las otras veces’, con la misma insistencia. Lo
había sentido, por ejemplo, el día en que murió por primera vez. Cuando
-ante la vista de un cadáver- se dio cuenta de que era su propio
cadáver. Lo miró y se palpó. Se sintió intangible, inespacial,
inexistente. (…) Estaba en su ataúd, listo para ser enterrado, y sin
embargo, él sabía que no estaba muerto. (…) Hacía tiempo que el médico
había dicho a su madre, secamente: -Señora, su niño tiene una enfermedad
grave: está muerto. Sin embargo -prosiguió-, haremos todo lo posible
por conservarle la vida más allá de la muerte. Pronto empezó a crecer
dentro de la caja, de tal manera que cada año podían sacarle un poco de
lana a la almohada extrema para darle margen al crecimiento. Había
pasado así media vida. Dieciocho años. (Ahora tenía veinticinco)”.
Lluvia macondiana La lluvia con su
estruendo tropical que acompañaron su llanto al nacer no amainaron en la
memoria del Nobel colombiano. Su resonancia ocupa un lugar esencial en
sus obras. En uno de los episodios fundacionales de su universo
literario el escritor junta lluvia, domingo y ecos de iglesia, como el
día en que nació. Es cuando Macondo, en 1955, se revela por primera vez en el cuento Monólogo de Isabel viendo llover en Macondo:
La página de 'El Espectador' donde Gabo publicó su primer cuento hace 70 años.
“El invierno se precipitó un domingo a la salida de misa. La
noche del sábado había sido sofocante. Pero aún en la mañana del
domingo no se pensaba que pudiera llover. Después de misa, antes de que
las mujeres tuviéramos tiempo de encontrar un broche de las sombrillas,
sopló un viento espeso y oscuro que barrió en una amplia vuelta redonda
el polvo y la dura yesca de mayo. Alguien dijo junto a mí: “Es viento de
agua”. Y yo lo sabía desde antes. Desde cuando salimos al atrio y me
sentí estremecida por la viscosa sensación en el vientre. Los hombres
corrieron hacia las casas vecinas con una mano en el sombrero y un
pañuelo en la otra, protegiéndose del viento y la polvareda. Entonces
llovió. Y el cielo fue una sustancia gelatinosa y gris que aleteó a una
cuarta de nuestras cabezas”. Domingos de toda estirpe Más allá del dominical big bang macondiano, el domingo es un día muy presente en los relatos de García Márquez Si Dios, como dice la Biblia, descansó un domingo, en el
mundo de García Márquez ese es el día en que bulle más la vida. Muchas
cosas suceden en sus domingos. Buenas, malas, regulares… Nunca es un día
quieto. Día de comienzos de historias, día de finales de historias. Como la que sucede al final de esa breve obra maestra El coronel no tiene quien le escriba: “Trató de tener los ojos abiertos, pero lo quebrantó el
sueño. Cayó hasta el fondo de una sustancia sin tiempo y sin espacio,
donde las palabras de su mujer tenían un significado diferente. Pero un
‘instante después se sintió sacudido por el hombro. —Contéstame. El
coronel no supo si había oído esa palabra antes o después del sueño. Estaba amaneciendo. La ventana se recortaba en la claridad verde del
domingo. Pensó que tenía fiebre. Le ardían los ojos y tuvo que hacer un
gran esfuerzo para recobrar la lucidez. —Qué se puede hacer si no se
puede vender nada —repitió la mujer. —Entonces ya será veinte de enero
—dijo el coronel, perfectamente consciente. El veinte por ciento lo
pagan esa misma tarde. —Si el gallo gana —dijo la mujer. —Pero si
pierde. No se te ha ocurrido que el gallo pueda perder. —Es un gallo que
no puede perder. —Pero suponte que pierda. —Todavía faltan cuarenta y
cinco días para empezar a pensar en eso —dijo el coronel. La mujer se
desesperó. “Y mientras tanto qué comemos”, preguntó, y agarró al coronel
por el cuello de franela. Lo sacudió con energía. —Dime, qué comemos.
El coronel necesitó setenta y cinco años -los setenta y cinco años de su
vida, minuto a minuto— para llegar a ese instante. Se sintió puro,
explícito, invencible, en el momento de responder: —Mierda”. Otras obras con el rastro de aquellos sucesos del nacimiento se reflejan en novelas como El amor en los tiempos del cólera y los cuentos La viuda de Montiel y Alguien desordena estas rosas. El eco de aquellos momentos Gabriel García Márquez los revivió con recuerdos reales y heredados para que el tiempo no los estancara y vivieran la eternidad en nosotros.
La semana
anterior pasó de todo, la visita de Juliana Awada, los millonarios
filántropos en Arco y el follón del Oscar. Y entonces llego el MWC.
De izquierda a derecha:
el rey Felipe VI, la vicepresidenta Soraya Sáenz de Santamaría y el
vicepresidente de la Generalitat, Oriol Junqueras, la semana pasada en
el Mobile World Congress de Barcelona. efe
Mi amiga Gloria, que es muy de Barcelona, tiene la teoría de que
después de una semana muy ajetreada llega otra en la que no pasa nada. Y
que esto sucede de forma casi matemática. Creo que tiene cierta razón. La semana anterior pasó de todo, la visita de Juliana Awada, los millonarios filántropos en Arco y el follón del Oscar. Y entonces llego el MWC, el Mobile World Congress, donde se presentan las innovaciones en telefonía móvil. Y, más rápido que un whatstapp, una foto histórica: ese hombrote, el vicepresidente catalán Oriol Junqueras, recolocó a la poderosísima vicepresidenta Soraya Sáenz de Santamaría
entre el Rey y él. Como debe ser, la dama en el medio. Junqueras
redondeó la jugada posando sus protectoras manotas sobre los hombros de
la vicepresidenta, como si ambos fueran una simpática representación de
la popular fiesta mediterránea conocida como Gigantes y Cabezudos. Es una fiesta más ancestral que el MWC. Eso es algo que los organizadores de este congreso tan hipster y tan cool
han descubierto desde el principio. En Barcelona cualquiera puede
pillar sintonía personal. Pero, claro, hay que ir hasta allí porque
desde aquí, desde Madrid, no se pilla la sintonía. Y por eso es que a
aquellos que no les gusta Barcelona, recomiendan no mantener
comunicación. Que es lo contrario a la telefonía móvil . Con Barna a tope
y con ambientazo, Soraya se contagió con la movida del móvil y disfrutó
ese reiki de manos catalanas sobre sus hombros. Ella y él sonrientes y como testigo Felipe VI, con barba hipster y también muy en la onda comunicativa. Algo tiene que ver el encanto rellenito de Junqueras,
que es republicano pero adorable. Le conozco desde cuando nos
encontrábamos en el puente aéreo a horas crueles de la mañana. Y Oriol
me saludaba con su vozarrón y yo entendía desde cómo hay que moler los
piñones para la salsa de los calçots hasta la atmosfera wagneriana
que rodea Montserrat. En esa época, precisamente la del Estatut que el
partido de Soraya tanto combatió, Junqueras se vestía con camisas de
cuadros, un look leñador, un poco oso, que muchos criticaban. Menos yo, que era lo primero que le decía en el avión: “Oriol no te
cambies las camisas de cuadros por más que Rafael Medina, el hijo mayor
de Naty Abascal, te diga que jamás las tendría en su armario”. Oriol
respondía con un abrazote mientras confirmaba que su rostro recuerda al
de Rossy de Palma, el tabique un poquito desviado pero muy buen olfato
político.
La escena de confusión tras el error eal anunciar la ganadora de la mejor película en los Oscar. Reuters
Ese olfato deberían desarrollarlo las ceremonias críticas con Trump.
Muchas terminan en desastre, como si el presidente lanzara sobre ellas
un maleficio. ¡Mientras más os metáis conmigo más terrible será el
ridículo! Primero, los Grammy que estaban muy osaditos metiendo
chascarrillo tras chascarrillo contra el presidente del muro y el
machismo y, zas, Adele desafinó y tuvo que decir “mierda” para que la orquesta se diera cuenta. Y el domingo pasado en los Oscar fue el acabose.
Llevaban más de tres horas de bromitas contra el presidente, la mayoría
francamente geniales, y pasó lo que pasó. Defiendo a Warren Beatty
porque actuó exactamente como había que hacerlo. Intentando,
discretamente, que alguien se diera cuenta de que había un problema. No
podía irse hacia atrás o gritar que había un error y desmontar en un
minuto 89 años de Oscar. Eso lo hubiera hecho un millennial, como el productor de La la land que groseramente le arrancó de las manos el tarjetón que ponía Moonlight,
la auténtica ganadora. Beatty es Hollywood y si en Hollywood hay algo
es sentido de la escena. Por eso casi arranqué a llorar, porque pensaba
que el único que sí se dio cuenta de lo que Beatty intentaba
manifestarnos fue Donald Trump pensando: así te quería ver.
Trump es un presidente con poca sintonía pero mucho sentido escénico. Es
cierto que así como ruge por un lado aparece convertido en estadista
por otro y recuerda a Linda Evangelista, la top model que inventó lo del camaleonismo,
abusando de cambios de tinte y peinado. Y coincide con el volcán Etna,
que puede pasar un tiempo dormido y de repente asombrarnos con un
espectáculo de explosiones incandescentes, emisiones de ceniza y lava.
Solo que el Etna irá apagándose poco a poco mientras que la actividad
maléfica del volcán Trump podría hacer justo lo contrario y crecer y
crecer como los gigantes y los cabezudos.
La firma española y Dior lanzan colecciones para el próximo otoño/invierno con mensaje en la Semana de la Moda de París.
Desfile de Loewe este viernes en la Semana de la Moda de París. Peter WhiteGetty Images
Una colección de ropa a veces nace de una palabra.
Pero este viernes, en
la pasarela parisiense el discurso literario resultó casi más potente
que el estético.
El punto de partida de las colecciones de Loewe y Dior fueron dos frases estampadas, respectivamente, en sendos pañuelos.
La que dio forma a la rica propuesta de J. W. Anderson: “No puedes llevártelo contigo”; y la que busca sostener el trabajo de Maria Grazia Chiuri
: “Feminista es una persona que cree en la igualdad social, política y económica entre sexos”.
Tan distintas como sus prendas.
En una época en la que Instagram y, en general, las redes sociales
retransmiten los desfiles en directo a todo el mundo, J. W. Anderson
quiso que el suyo para Loewe tuviera algo que se percibiese solo en
persona.
“Al final esto es moda y debe ser un espectáculo.
Tiene que
haber un poco de drama”, explicaba tras terminar su presentación.
La
sala de la sede de la Unesco en París que acogía el evento esperaba a
oscuras.
Solo unos tímidos focos alumbraban las decenas de plantas
repartidas por toda la estancia.
Linterna en ristre, los azafatos
ayudaban a cada invitado a encontrar su sitio, un lugar ocupado
previamente por una libreta con el leitmotiv de la colección
impreso en la cubierta: "No puedes llevártelo contigo".
“Descubrí un
pañuelo con esa frase bordada en un anticuario de Miami y me encantó
porque es muy positiva pero también te deja un poco frío, que es, de una
manera extraña, lo que yo pretendía con mi desfile”.
Por eso, continúa,
cuando las luces se encendieron y las modelos se pusieron en marcha la
temperatura de la sala bajó de golpe 12 grados.
Desfile de Christian Dior este viernes en París. FRANCOIS GUILLOTAFP
Dos elementos —los cuellos chimenea y las mangas globo— se
repiten a lo largo de la colección, confiriendo a las chaquetas de
cintura entallada un aire victoriano. También aparecen en vestidos
desestructurados de lunares con preciosos cuerpos en nido de abeja. Además de un bolso en forma de gato —que continúa la senda
comenzada por los elefantes y los pandas— , Loewe presenta una vuelta de
tuerca a la clásica bombonera llamada Midnight. Los abrigos y trajes de chaqueta masculinos están cortados a
tijera. Los primeros, rematados en rígidos bajos de cuero, constituyen
el emblema de una propuesta más comercial pero igual de ambiciosa. Una
colección donde cohabita visones con sombreros ilustrados con rebanadas
de pan. “Carbohidratos irónicos”, según Anderson.
Más allá de esta experiencia sensorial, el espacio en sí
escondía una clave un poco menos críptica de la colección. Sobre sus
paredes, colgaban obras del fotógrafo de Sri Lanka Lionel Wendt
(1900-1944). “Me interesa su obra por lo oscura y moderna que era. Fue
uno de los pioneros del trabajo con imágenes solarizadas y yo buscaba
que mis looks lo pareciesen. Que todo girase en torno a la
silueta y que la prenda se resolviese en la espalda donde se ven las
líneas del patronaje”. Así, sus vestidos de patchwork se
retuercen mostrando sus asimetrías. Aunque fue el contraste de texturas
lo que ha definido el trabajo de Anderson para el próximo
otoño-invierno. Nailon, algodón, seda y piel se mezclan. A veces,
incluso, en una misma prenda. Junto al ganchillo y el trabajo de la
lana, el británico emplea técnicas de grabado propias de la
encuadernación en mangas y remates de cuero.
No hacen falta desprecios evidentes para comunicar un mensaje de rechazo.
Si un colega no le pregunta por el perro, desconfíe.
Escena de 'El diablo viste de Prada'.
¿Su compañero de mesa se concentra tanto en la pantalla que
aún no le ha preguntado si tiene o no hijos? ¿Le hablan en los pasillos
de la oficina con los brazos cruzados? ¿Su último éxito laboral solo
mereció un "qué suerte" de sus colegas de departamento? Si es así,
lamentamos contarle que está ante auténticas señales de que en su
compañía le odian. Hay una clara: si intuye que desata bastantes
rechazos entre sus iguales en la empresa, es probable que así sea. Pero
si aún alberga dudas, anote estos 16 signos que, según expertos en
lenguaje no verbal, recursos humanos y coaching, le ayudarán a confirmar sus sospechas: 1. Cuando se cruza con un compañero, este acelera el paso.
Si alguien de la oficina huye hacia las escaleras cuando le ve llegar,
no crea que le ha dado un repentino afán por la vida saludable. Lo más
probable es que no quiera compartir el ascensor con usted. Adelaida Enguix, experta en coaching personal y de salud, cree que lo mejor es afrontar estas situaciones con valor. "¿Tienes algún problema conmigo? Glups". 2. El de la mesa de al lado está siempre "concentrado".
¿Se siente invisible? "No apartar la mirada de la pantalla del
ordenador es un acto absolutamente consciente. El ser humano posee un
reflejo automático de orientación, por lo que cuando alguien entra en
una sala o escuchamos un ruido, lo natural es interesarnos por el nuevo
estímulo. Si no lo hacen, es porque voluntariamente no quieren dirigirse
a usted", asevera Alicia Martos, psicóloga de la Fundación Behavior&Law. 3. Se quedan en silencio en su presencia.
¡Desengáñese, no es casualidad! Una de las señales más claras de que no
tiene amigos en la oficina es la que apunta Leticia Prada, directora de
Recursos Humanos en La Escuela de Emprendedores:
"Si justo cuando usted se acerca, se acaban las anécdotas graciosas, la
realidad es que no les interesa que forme parte de esa animada
conversación . O lo que es peor: es posible que el motivo de esas risas
sea usted".
4. No le incluyen en las bromas. "Aunque a
nadie le gusta ser motivo de chanza, tampoco resulta agradable saberse
ignorado hasta el punto de que no cuenten con usted para hacer ningún
chiste", sostiene Prada. Esta es otra prueba irrefutable de que les
resulta absolutamente prescindible. 5. Forman corrillos sin usted. Enguix
confirma que los círculos cerrados que se crean por la organización del
trabajo unen mucho a sus miembros. "Así que si no ha formado parte de
esos momentos compartidos, puede quedarse aislado por un tiempo". La
buena noticia es que, para la experta, esto no será eterno. "Los
ambientes laborales son cambiantes y, con toda seguridad, ingresará en
un grupo en poco tiempo", asegura. 6. Le llevan la contraria tres veces de cada cuatro.
Leticia Prada considera que debería encendérsele la luz de alarma si
"cada vez que hace una aportación, percibe más preocupación por
encontrar la manera de desmontarle la propuesta que por averiguar su
viabilidad". 7. Infravaloran sus éxitos. La experta en
recursos humanos opina que si, a la hora de valorar sus logros en la
empresa, recibe comentarios como "fue cuestión de suerte", está siendo
menospreciado (posiblemente, por envidia). 8. Nunca le preguntan por su perro. ¿Nadie
se ha interesado por saber si tiene pareja, hijos o perro? ¡Mala señal! Así lo estima la experta Leticia Prada, testigo de cómo en la mayoría de
los centros laborales, los trabajadores hablan de su vida personal. "Una prueba de que alguien no interesa es que nadie le pregunte por su
vida fuera de la oficina o no sigan su conversación cuando inicie el
tema", sostiene.
9. Todos se quedan hasta tarde (aparentemente). Si nota que nadie tiene ganas de irse cuando llega la hora y,
extrañamente, todos siguen en sus puestos cuando usted se levanta,
"puede que estén haciendo tiempo para que se vaya. No hablan de sus
planes, pero pocas horas después ve en las redes sociales decenas de
fotos de la gran quedada". ¿Qué más pruebas necesita? 10. No comparte con sus colegas ningún grupo de WhatsApp.
Y haberlos, haylos, no lo dude. No formar parte de alguno de ellos,
según los expertos consultados, es quedarse fuera de cualquier
implicación personal con sus compañeros. "Si continuamente llegan a sus
oídos alusiones a unos mensajes, pero no sabe de qué están hablando
porque no ha recibido nada, sospeche", sostiene la experta en recursos
humanos. 11. Ha protagonizado el último gran cotilleo de la compañía.
Si hay algo peor que ser el protagonista de un chisme que recorre la
oficina, es que, además, este sea falso e hiriente. "Estas situaciones
son muy incómodas de llevar y suelen ser generadas por 'los mártires de
la oficina', que no tienen más vida que el trabajo y se creen que un
buen día heredarán la empresa", explica Adelaida Enguix, quien para
superar esta situación propone que "busquemos el modo de aliarnos con el
enemigo para sobrevivir en un ambiente hostil". Acérquese y busque su punto débil. ¡Esto es la guerra!