Una exposición en el Louvre enfrenta al pintor holandés con sus coetáneos del siglo XVII.
El artista de Delft los emuló, pero la blancura de su luz resulta incomparable.
. El mito del maestro alejado del mundanal ruido sería, en realidad, una herencia de finales del siglo XIX, cuando el holandés fue redescubierto por el historiador del arte Théophile Thoré, quien lo apodó “la esfinge de Delft”, constatando los misterios que aún abundan en su biografía y su infrecuente calidad de artista sin maestros ni epígonos conocidos.
Una nueva exposición, que hoy abre sus puertas en el Museo del Louvre en París, rompe deliberadamente con esa leyenda.
La muestra, que concluye el 22 de mayo, concentra 12 lienzos de Vermeer, de los 37 conocidos y atribuidos al pintor, y los contrapone a una cincuentena adicional de obras, firmadas por algunos de sus coetáneos, necesariamente menos conocidos, como Gerrit Dou, Pieter de Hooch, Gabriël Metsu o Gerard ter Borch.
El objetivo de este experimento inédito es demostrar que, lejos de la imagen que se sigue teniendo de él, Vermeer fue producto del mismo ecosistema: la pintura de género surgida durante el Siglo de Oro holandés, cuyos grandes nombres estuvieron al corriente de lo que pintaban los demás.
“No se trata de negar el genio de Vermeer, ni de afirmar que fue solo un pintor entre otros tantos
. Lo que proponemos es terminar con esa actitud de adoración, tan habitual hasta ahora, para poder analizar mejor la naturaleza de su arte y la cualidad de su contribución”, señala el comisario de la muestra, Blaise Ducos, conservador de las colecciones holandesas y flamencas del Louvre.
Entre ambas fechas, las llamadas Provincias Unidas se convirtieron en el país más próspero, educado y urbano del continente.
El resultado de ese contexto fue el nacimiento de una impresionante escena artística.
La pintura de género, que emergió entre 1650 y 1680, fue un conjunto de pequeños formatos intimistas y austeros que inmortalizaban escenas domésticas.
Una especie de reverso burgués de la pintura católica y sus cuadros de guerras y monarcas.
Funcionaron también como sutiles llamadas al comedimiento y al civismo: sus personajes centrales —a menudo, mujeres— desempeñan sus actividades en una silenciosa armonía, alejada de las tentaciones de la carne y de los dramáticos claroscuros que caracterizaron la obra de Rembrandt, 30 años mayor que Vermeer.
Los artistas presentes en la muestra pintaron cuadros prácticamente idénticos.
Si no en estilo ni tampoco en encuadre, sí en cuanto a los motivos escogidos.
Una lección de música, la lectura de una carta.
El ejercicio rutinario de un oficio humilde, como en el celebérrimo La lechera, de Vermeer, excepcional préstamo del Rijksmuseum. Las copias entre artistas resultan evidentes, tal vez como resultado de la impresionante red de transportes existente en el país, a través de canales y carruajes.
“Todos los pintores holandeses de la época compartieron los mismos temas y motivos.
En ese sentido, Vermeer no es nada original.
Pero sí lo es su tratamiento, radicalmente novedoso”, apunta Ducos.
Tres días para un detalle
Los ejemplos abundan.En su Mujer con laúd, Vermeer parece inspirarse en otro lienzo de Frans Van Mieiris, con quien su personaje comparte postura y movimiento.
Pero el primero logró dotarla de más naturalismo —un gesto emotivo y despistado— y alumbrarla con una luz más natural, además de vestirla con un atuendo corriente y no con vistoso hábito de cortesana.
En El astrónomo, Vermeer bebe de un cuadro similar de Gerrit Dou.
Pero este minucioso discípulo de Rembrandt, que necesitaba tres días para pintar el más mínimo detalle, dotó a su protagonista de instrumentos como viales y relojes de arena, propios de alquimistas y melancólicos, como si subrayara el anacronismo del personaje. Vermeer, en cambio, le daba una dignidad interpretable como un homenaje a las revoluciones científicas.
Vermeer sale vencedor de cada batalla comparativa.
El factor crucial parece la blancura de su luz, que atrae la mirada de manera instintiva, permitiendo identificar un cuadro del maestro de Delft entre un millón.
El comisario apunta a su dimensión moral. “No es una luz funcional, como en los cuadros de los demás.
Le permite introducir un misterio y una suavidad, que favorece la meditación y la representación del silencio”, afirma Ducos.
Ante sus cuadros, bromea el comisario, uno baja la voz.
Ya dijo el pintor Alfred Manessier que los museos deberían obligar al visitante “a entrar con zapatillas de andar por casa, porque no se puede ver a Vermeer haciendo ruido”.
A ratos, esa luz parece cobrar incluso un halo metafísico.
En Mujer con balanza, cedido por la National Gallery de Washington, Vermeer parece calcar una obra similar de Pieter de Hooch.
Sin embargo, deja atrás la anecdótica representación de la modelo —una mujer tasando perlas— para ir bastante más allá.
Al observarla de cerca, uno se da cuenta de que esa báscula no pesa nada más que el aire.
El veredicto es que Vermeer se inspiró en sus contemporáneos, pero también los dejó a años luz.
‘La joven de la perla’ lleva en realidad un pendiente de plata.
.
Un estudio científico ofrece nuevos datos sobre el célebre cuadro de Vermeer.
En la historia de las perlas hay dos estrellas indiscutibles: la
Peregrina, y la que adorna el pendiente lucido por la famosa joven
retratada por el pintor holandés Johannes Vermeer.
La primera, encontrada en Panamá en el siglo XVI, y entregada luego a Felipe II, formó parte durante siglos de las joyas de la Corona española.
La otra data de 1665 y su destello mantiene intacto su poder de seducción.
Pero tal vez el brillo sea engañoso y se trate, simplemente, de una lámina de plata pulida.
O bien de una esfera de cristal veneciano cubierta con un barniz. Vincent Icke, un astrónomo y artista holandés, así lo afirma en la edición de diciembre de la revista divulgativa New Scientist.
A favor de la teoría de Icke juega un factor histórico, y es que el título original del óleo del maestro del Siglo de Oro no era ni mucho menos el actual.
En el inventario más antiguo de su obra, efectuado en 1676, aparece como Un retrato al estilo turco.
Luego pasó a llamarse Joven con turbante , y también Cabeza de joven. En 1995, un catálogo razonado del pintor lo denominó La joven de la Perla, y así continúa.
Pero el estudioso, catedrático de teoría de la astronomía en la Universidad holandesa de Leiden, y premiado por sus trabajos divulgativos, se ha centrado en el brillo del pendiente. Y en su opinión, es excesivo.
“Una perla natural no suele tener ese tamaño, y las capas de
carbonato de calcio y de conquiolina (una proteína) que forman el nácar
tendrían que ser blancas; perladas.
En el cuadro, por contra, las zonas oscuras producen un efecto de espejo”, señala, en la revista.
En conclusión, y teniendo en cuenta la carestía de las perlas en el siglo XVII, “lo más probable es que se trate de plata, o bien estaño, muy pulimentado”.
Por otra parte, la obra era un tronie (rostro), un género propio del barroco flamenco holandés que servía para que el pintor mostrara su habilidad.
La identidad del personaje retratado era lo de menos.
No como con las clientas pudientes, que posaban con pulseras, collares y bordados rebosantes de perlas.
Ellas subrayaban su estatus y el artista se lucía pintándolas.
Icke habla de plata o estaño para el pendiente de la enigmática muchacha.
En el año 2004, sin embargo, la propia Real Galería Mauritshuis, de La Haya, donde se expone, ya sugirió que tal vez no pudiera hablarse de una perla.
“Su gran tamaño, natural y no cultivada, y el hecho de que solo pudieran pagarlas los ricos (…) tal vez la chica lleva una preciosa ‘perla’ artesana”, reza el catálogo publicado entonces.
Y otra cosa. La obra fue comprada en 1881, en una subasta, por dos florines en muy mal estado de conservación. Así llegó a la Sala, que la ha convertido en su mejor reclamo.
Sobre todo después de que una restauración efectuada en 1994 realzara el fondo oscuro, los colores vivos del turbante y la gema.
Pero esta historia de misterios no estaría completa sin el poder ejercido por la literatura y el cine en la imaginación colectiva.
La novela La joven de la Perla, de la escritora estadounidense Tracy Chevalier, tuvo gran éxito en 1999.
Allí, la joven era una sirvienta de la familia Vermeer con dotes para apreciar los colores, que se enamora del artista.
El retrato surge en un arrebato de inspiración, y la joya es auténtica y de la señora Vermeer, una dama de la buena sociedad.
Cuando la obra fue llevada al cine en 2003 por Peter Webber, la actriz Scarlett Johansson posó como la muchacha que luce, por un momento, un tesoro.
El pendiente pasó a convertirse en un icono.
La propia Mauritshuis vende réplicas en su tienda de recuerdos sin problemas.
Ante la duda de los eruditos y la observación del astrónomo, Quentin Buvelot, conservador jefe de la Galería, admite que rebautizar el cuadro como La joven que lleva un pendiente parecido a una perla, resulta poco atractivo.
Además, siempre quedará ella, y su mirada.
La primera, encontrada en Panamá en el siglo XVI, y entregada luego a Felipe II, formó parte durante siglos de las joyas de la Corona española.
La otra data de 1665 y su destello mantiene intacto su poder de seducción.
Pero tal vez el brillo sea engañoso y se trate, simplemente, de una lámina de plata pulida.
O bien de una esfera de cristal veneciano cubierta con un barniz. Vincent Icke, un astrónomo y artista holandés, así lo afirma en la edición de diciembre de la revista divulgativa New Scientist.
A favor de la teoría de Icke juega un factor histórico, y es que el título original del óleo del maestro del Siglo de Oro no era ni mucho menos el actual.
En el inventario más antiguo de su obra, efectuado en 1676, aparece como Un retrato al estilo turco.
Luego pasó a llamarse Joven con turbante , y también Cabeza de joven. En 1995, un catálogo razonado del pintor lo denominó La joven de la Perla, y así continúa.
Pero el estudioso, catedrático de teoría de la astronomía en la Universidad holandesa de Leiden, y premiado por sus trabajos divulgativos, se ha centrado en el brillo del pendiente. Y en su opinión, es excesivo.
A favor de la teoría de Icke juega un factor histórico: el título original no era, ni mucho menos, el actual
En el cuadro, por contra, las zonas oscuras producen un efecto de espejo”, señala, en la revista.
En conclusión, y teniendo en cuenta la carestía de las perlas en el siglo XVII, “lo más probable es que se trate de plata, o bien estaño, muy pulimentado”.
Por otra parte, la obra era un tronie (rostro), un género propio del barroco flamenco holandés que servía para que el pintor mostrara su habilidad.
La identidad del personaje retratado era lo de menos.
No como con las clientas pudientes, que posaban con pulseras, collares y bordados rebosantes de perlas.
Ellas subrayaban su estatus y el artista se lucía pintándolas.
Icke habla de plata o estaño para el pendiente de la enigmática muchacha.
En el año 2004, sin embargo, la propia Real Galería Mauritshuis, de La Haya, donde se expone, ya sugirió que tal vez no pudiera hablarse de una perla.
“Su gran tamaño, natural y no cultivada, y el hecho de que solo pudieran pagarlas los ricos (…) tal vez la chica lleva una preciosa ‘perla’ artesana”, reza el catálogo publicado entonces.
Y otra cosa. La obra fue comprada en 1881, en una subasta, por dos florines en muy mal estado de conservación. Así llegó a la Sala, que la ha convertido en su mejor reclamo.
Sobre todo después de que una restauración efectuada en 1994 realzara el fondo oscuro, los colores vivos del turbante y la gema.
Pero esta historia de misterios no estaría completa sin el poder ejercido por la literatura y el cine en la imaginación colectiva.
La novela La joven de la Perla, de la escritora estadounidense Tracy Chevalier, tuvo gran éxito en 1999.
Allí, la joven era una sirvienta de la familia Vermeer con dotes para apreciar los colores, que se enamora del artista.
El retrato surge en un arrebato de inspiración, y la joya es auténtica y de la señora Vermeer, una dama de la buena sociedad.
Cuando la obra fue llevada al cine en 2003 por Peter Webber, la actriz Scarlett Johansson posó como la muchacha que luce, por un momento, un tesoro.
El pendiente pasó a convertirse en un icono.
La propia Mauritshuis vende réplicas en su tienda de recuerdos sin problemas.
Ante la duda de los eruditos y la observación del astrónomo, Quentin Buvelot, conservador jefe de la Galería, admite que rebautizar el cuadro como La joven que lleva un pendiente parecido a una perla, resulta poco atractivo.
Además, siempre quedará ella, y su mirada.