Un Blues

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Del material conque están hechos los sueños

22 feb 2017

Vermeer no fue un genio solitario......................... Álex Vicente

Una exposición en el Louvre enfrenta al pintor holandés con sus coetáneos del siglo XVII.

El artista de Delft los emuló, pero la blancura de su luz resulta incomparable.

'La lechera' de Vermeer.

Vermeer no fue un genio solitario, sino un pintor conectado con su época y familiarizado con la obra de sus contemporáneos
. El mito del maestro alejado del mundanal ruido sería, en realidad, una herencia de finales del siglo XIX, cuando el holandés fue redescubierto por el historiador del arte Théophile Thoré, quien lo apodó “la esfinge de Delft”, constatando los misterios que aún abundan en su biografía y su infrecuente calidad de artista sin maestros ni epígonos conocidos.
 Una nueva exposición, que hoy abre sus puertas en el Museo del Louvre en París, rompe deliberadamente con esa leyenda.
 La muestra, que concluye el 22 de mayo, concentra 12 lienzos de Vermeer, de los 37 conocidos y atribuidos al pintor, y los contrapone a una cincuentena adicional de obras, firmadas por algunos de sus coetáneos, necesariamente menos conocidos, como Gerrit Dou, Pieter de Hooch, Gabriël Metsu o Gerard ter Borch.
El objetivo de este experimento inédito es demostrar que, lejos de la imagen que se sigue teniendo de él, Vermeer fue producto del mismo ecosistema: la pintura de género surgida durante el Siglo de Oro holandés, cuyos grandes nombres estuvieron al corriente de lo que pintaban los demás.
 “No se trata de negar el genio de Vermeer, ni de afirmar que fue solo un pintor entre otros tantos
. Lo que proponemos es terminar con esa actitud de adoración, tan habitual hasta ahora, para poder analizar mejor la naturaleza de su arte y la cualidad de su contribución”, señala el comisario de la muestra, Blaise Ducos, conservador de las colecciones holandesas y flamencas del Louvre.
 
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'Mujer leyendo una carta', de Metsu. Photo © National Gallery of Ireland
En 1579, la Unión de Utrecht convirtió a las siete provincias del norte de los Países Bajos, de religión calvinista frente al catolicismo del sur, en una floreciente república que perduró hasta la invasión francesa de 1795.
 Entre ambas fechas, las llamadas Provincias Unidas se convirtieron en el país más próspero, educado y urbano del continente.
 El resultado de ese contexto fue el nacimiento de una impresionante escena artística.
 La pintura de género, que emergió entre 1650 y 1680, fue un conjunto de pequeños formatos intimistas y austeros que inmortalizaban escenas domésticas.
 Una especie de reverso burgués de la pintura católica y sus cuadros de guerras y monarcas. 
Funcionaron también como sutiles llamadas al comedimiento y al civismo: sus personajes centrales —a menudo, mujeres— desempeñan sus actividades en una silenciosa armonía, alejada de las tentaciones de la carne y de los dramáticos claroscuros que caracterizaron la obra de Rembrandt, 30 años mayor que Vermeer.
Los artistas presentes en la muestra pintaron cuadros prácticamente idénticos. 
Si no en estilo ni tampoco en encuadre, sí en cuanto a los motivos escogidos.
 Una lección de música, la lectura de una carta.
 El ejercicio rutinario de un oficio humilde, como en el celebérrimo La lechera, de Vermeer, excepcional préstamo del Rijksmuseum. Las copias entre artistas resultan evidentes, tal vez como resultado de la impresionante red de transportes existente en el país, a través de canales y carruajes. 
“Todos los pintores holandeses de la época compartieron los mismos temas y motivos.
 En ese sentido, Vermeer no es nada original. 
Pero sí lo es su tratamiento, radicalmente novedoso”, apunta Ducos. 

Tres días para un detalle

Los ejemplos abundan.
 En su Mujer con laúd, Vermeer parece inspirarse en otro lienzo de Frans Van Mieiris, con quien su personaje comparte postura y movimiento.
 Pero el primero logró dotarla de más naturalismo —un gesto emotivo y despistado— y alumbrarla con una luz más natural, además de vestirla con un atuendo corriente y no con vistoso hábito de cortesana.
 En El astrónomo, Vermeer bebe de un cuadro similar de Gerrit Dou.
 Pero este minucioso discípulo de Rembrandt, que necesitaba tres días para pintar el más mínimo detalle, dotó a su protagonista de instrumentos como viales y relojes de arena, propios de alquimistas y melancólicos, como si subrayara el anacronismo del personaje. Vermeer, en cambio, le daba una dignidad interpretable como un homenaje a las revoluciones científicas.
Vermeer sale vencedor de cada batalla comparativa.
 El factor crucial parece la blancura de su luz, que atrae la mirada de manera instintiva, permitiendo identificar un cuadro del maestro de Delft entre un millón.
 El comisario apunta a su dimensión moral. “No es una luz funcional, como en los cuadros de los demás.
 Le permite introducir un misterio y una suavidad, que favorece la meditación y la representación del silencio”, afirma Ducos. 
Ante sus cuadros, bromea el comisario, uno baja la voz. 
Ya dijo el pintor Alfred Manessier que los museos deberían obligar al visitante “a entrar con zapatillas de andar por casa, porque no se puede ver a Vermeer haciendo ruido”.
 A ratos, esa luz parece cobrar incluso un halo metafísico.
 En Mujer con balanza, cedido por la National Gallery de Washington, Vermeer parece calcar una obra similar de Pieter de Hooch. 
Sin embargo, deja atrás la anecdótica representación de la modelo —una mujer tasando perlas— para ir bastante más allá.
 Al observarla de cerca, uno se da cuenta de que esa báscula no pesa nada más que el aire.
 El veredicto es que Vermeer se inspiró en sus contemporáneos, pero también los dejó a años luz. 

‘La joven de la perla’ lleva en realidad un pendiente de plata.

.

 

Un estudio científico ofrece nuevos datos sobre el célebre cuadro de Vermeer.

 
Imagen de la obra de Vermeer facilitada por el museo Maurithuis.
En la historia de las perlas hay dos estrellas indiscutibles: la Peregrina, y la que adorna el pendiente lucido por la famosa joven retratada por el pintor holandés Johannes Vermeer.
 La primera, encontrada en Panamá en el siglo XVI, y entregada luego a Felipe II, formó parte durante siglos de las joyas de la Corona española.
 La otra data de 1665 y su destello mantiene intacto su poder de seducción. 
Pero tal vez el brillo sea engañoso y se trate, simplemente, de una lámina de plata pulida.
 O bien de una esfera de cristal veneciano cubierta con un barniz. Vincent Icke, un astrónomo y artista holandés, así lo afirma en la edición de diciembre de la revista divulgativa New Scientist.
A favor de la teoría de Icke juega un factor histórico, y es que el título original del óleo del maestro del Siglo de Oro no era ni mucho menos el actual. 
En el inventario más antiguo de su obra, efectuado en 1676, aparece como Un retrato al estilo turco.
 Luego pasó a llamarse Joven con turbante , y también Cabeza de joven. En 1995, un catálogo razonado del pintor lo denominó La joven de la Perla, y así continúa.
 Pero el estudioso, catedrático de teoría de la astronomía en la Universidad holandesa de Leiden, y premiado por sus trabajos divulgativos, se ha centrado en el brillo del pendiente. Y en su opinión, es excesivo.
A favor de la teoría de Icke juega un factor histórico: el título original no era, ni mucho menos, el actual
“Una perla natural no suele tener ese tamaño, y las capas de carbonato de calcio y de conquiolina (una proteína) que forman el nácar tendrían que ser blancas; perladas.
 En el cuadro, por contra, las zonas oscuras producen un efecto de espejo”, señala, en la revista. 
En conclusión, y teniendo en cuenta la carestía de las perlas en el siglo XVII, “lo más probable es que se trate de plata, o bien estaño, muy pulimentado”.
 Por otra parte, la obra era un tronie (rostro), un género propio del barroco flamenco holandés que servía para que el pintor mostrara su habilidad.
 La identidad del personaje retratado era lo de menos.
 No como con las clientas pudientes, que posaban con pulseras, collares y bordados rebosantes de perlas.
 Ellas subrayaban su estatus y el artista se lucía pintándolas.

Icke habla de plata o estaño para el pendiente de la enigmática muchacha.
 En el año 2004, sin embargo, la propia Real Galería Mauritshuis, de La Haya, donde se expone, ya sugirió que tal vez no pudiera hablarse de una perla.
 “Su gran tamaño, natural y no cultivada, y el hecho de que solo pudieran pagarlas los ricos (…) tal vez la chica lleva una preciosa ‘perla’ artesana”, reza el catálogo publicado entonces.
 Y otra cosa. La obra fue comprada en 1881, en una subasta, por dos florines en muy mal estado de conservación. Así llegó a la Sala, que la ha convertido en su mejor reclamo. 
Sobre todo después de que una restauración efectuada en 1994 realzara el fondo oscuro, los colores vivos del turbante y la gema.
Pero esta historia de misterios no estaría completa sin el poder ejercido por la literatura y el cine en la imaginación colectiva.
 La novela La joven de la Perla, de la escritora estadounidense Tracy Chevalier, tuvo gran éxito en 1999.
 Allí, la joven era una sirvienta de la familia Vermeer con dotes para apreciar los colores, que se enamora del artista.
 El retrato surge en un arrebato de inspiración, y la joya es auténtica y de la señora Vermeer, una dama de la buena sociedad. 
Cuando la obra fue llevada al cine en 2003 por Peter Webber, la actriz Scarlett Johansson posó como la muchacha que luce, por un momento, un tesoro.
 El pendiente pasó a convertirse en un icono.
 La propia Mauritshuis vende réplicas en su tienda de recuerdos sin problemas.
 Ante la duda de los eruditos y la observación del astrónomo, Quentin Buvelot, conservador jefe de la Galería, admite que rebautizar el cuadro como La joven que lleva un pendiente parecido a una perla, resulta poco atractivo. 

Además, siempre quedará ella, y su mirada.

 

 

 

Anna Politkóvskaya, la periodista rusa asesinada en 2006, resucita en las tablas

La actriz Miriam Iscla se mete en la piel de la célebre reportera en un monólogo en el Teatro Español.

 

Es pálida Miriam Iscla, como si saliera de la madrugada de una panadería. 
Y en el escenario es aún más pálida: es el rostro de una mujer real a la que van a matar.
 Esa mujer cuya alma encarna fue asesinada por sicarios chechenos. Ese asesinato se produjo el 7 de octubre de 2006 y es el fin de la historia de Anna Politkóvskaya, periodista rusa que cubrió la guerra ruso-chechena y se enfrentó a las mentiras oficiales de una y de otra parte.
 La persiguieron con todas las artes sucias de esa guerra y al final dieron con ella ese 7 de octubre.
 Y la mataron.
 La historia concluye con el asesinato. Sobrecoge cómo ella encarna ese drama.
El escenario en el que Miriam Iscla se trasviste de Anna Politkóvskaya (en el Teatro Español hasta el 26 de febrero) es sobrio; la actriz recibe a los espectadores ante el escritorio en el que revisa la historia de la guerra; lleva unas gafas sin montura; es una mujer dispuesta a contar su historia. 
Habla y deja de ser Miriam y es Anna. 
Lo es de tal manera que, al día siguiente, vestida de oscuro, con tenis blancos, ágil y risueña, es imposible no adjudicarle la piel del alma que representa en el teatro.
 ¿Cómo se consigue eso que otros han logrado (Hoffmam/ Capote, Gómez/ Azaña, Vicky Peña/ María Moliner…)? ¿Cómo se despoja alguien de sí mismo y es otro, igualmente verdadero, en el escenario? 

Hay sangre, crónica de la sangre de la guerra.
 Pero son palabras, evocación desnuda de los hechos.
 Unos esbirros del régimen checheno llevan colgada en un pincho la cabeza de un enemigo. 
El escarmiento. Las casas son grises, sucias. 
Pero no hay pincho ni cabeza ni casas; todo está en las palabras de Anna que ya ha dejado de ser Miriam. 
De pronto ya no es una función de teatro; es una persona contando su historia, sin otro artificio que las gafas transparentes que Miriam se quita cuando ya no es Anna.
 Como si el alma, además de en la palidez, estuviera en esa piel delicada que exhibe en los gestos, en los detalles, en el silencio.

Ella no imita a Anna; eso le dijo Lluis Pasqual, cuando empezó a dirigirla para que fuera Anna y no Miriam.
 Y con esa convicción, no imitarla, lleva un año siendo la periodista rusa y no Miriam, la actriz hija de panaderos de Pineda de Mar, Barcelona. (Pasqual, por cierto, es también hijo de panaderos).
 La obra es de Stefano Massini, recoge tan solo lo que la propia periodista escribió sobre los horrores vividos, se estrenó un año después del asesinato (en Italia), ahora se representa por todo el mundo.
 Y esta versión de Pasqual con Iscla está en la sala Margarita Xirgu, del Español.
¿Cómo se llega, pues, al alma? “Trabajando. Viendo qué hay detrás de cada palabra. 
Para que yo no la interprete sino para que la encarne”. Es la piel del alma. La indignación no es suya, nace de las palabras, cómo las dice. “No hay trampa, no es un teatrito. 
No me escondo en los resortes de actriz que me funcionan”. 
De modo que todo lo que dice Miriam termina siendo herida.
 “Yo solamente tengo que abrir la boca; Anna es la que habla”.
—¿Y cómo un director puede hacerle sacar esa emoción que anula quien es usted para que usted sea Anna?
—He llorado muchísimo. 
Por la historia, por el trabajo de inmersión que hago en el personaje. 
Vi vídeos, los facebooks de sus hijos; he llorado tanto.
—¿Y ha llegado a ser esa persona?
—Creo que no. 
Sí que siento indignación, sí que siento que debo ser vehículo de ese texto, de esa persona, de esa vida y de ese conflicto.
 Pero es que además ahí están los mismos: Putin, Kadírov.
 Y ella no está. A ella la mataron. Parece ficción tanta brutalidad.
Es un manifiesto contra la indiferencia. “No hay trampa, es verdad todo el rato. Y para llegar a eso, como digo, hay que bajarse las bragas hasta los tobillos, no te escondes nada.
 Esto no es teatro. Esto es verdad. Esta mujer vivió, hizo esto, lo hizo por estas cosas que os estoy contando.
 Hay locos por ahí todavía exhibiendo cabezas cortadas como trofeos.
 Y los dos hermanos chechenos que parece que la mataron están por ahí”.
En el escenario, al final, Miriam se quita las gafas y cuenta que a Anna la asesinaron. 
 Como si acabáramos de verla y acabaran de asesinarla.
 Cuando se produce el apagón final parece que esa periodista a la que acribillaron va a aparecer en la Plaza de Santa Ana. 
Y, de hecho, cuando hablamos con Miriam Iscla horas después iba en su sonrisa el aire del drama que representa.
 Como si llevara a cuestas el alma de la periodista asesinada.

Richard Blair: “El mundo ha ido hacia Orwell”............ Bernardo Marín

El hijo del escritor y patrón de la Orwell Society reflexiona sobre el legado de su padre.

Richard Blair, hijo de George Orwell en la estación de Atocha este domingo.
En febrero de 1937 un treintañero británico idealista y desgarbado llegaba a las trincheras del frente de Aragón para defender a la República. 
Se llamaba Eric Arthur Blair, aunque la historia lo recordará como George Orwell.
 Este mes, 80 años después del comienzo de aquella aventura, Richard Blair, único hijo del escritor, un ingeniero agrícola inglés jubilado de 72 años, viajó a Huesca para participar en la inauguración de una gran exposición sobre su padre.
 En conversación con EL PAÍS durante su paso fugaz por Madrid de vuelta a Londres, Blair evocó la figura de Orwell y comentó la actualidad de su legado y el enorme repunte del interés sobre su última novela, 1984, convertida en un superventas mundial desde el acceso de Trump al poder.
Richard Blair, hijo de George Orwell en la estación de Atocha este domingo.
En febrero de 1937 un treintañero británico idealista y desgarbado llegaba a las trincheras del frente de Aragón para defender a la República. Se llamaba Eric Arthur Blair, aunque la historia lo recordará como George Orwell. Este mes, 80 años después del comienzo de aquella aventura, Richard Blair, único hijo del escritor, un ingeniero agrícola inglés jubilado de 72 años, viajó a Huesca para participar en la inauguración de una gran exposición sobre su padre
 En conversación con EL PAÍS durante su paso fugaz por Madrid de vuelta a Londres, Blair evocó la figura de Orwell y comentó la actualidad de su legado y el enorme repunte del interés sobre su última novela, 1984, convertida en un superventas mundial desde el acceso de Trump al poder.
“Es verdad que en las últimas semanas, con las referencias en Estados Unidos a los ‘hechos alternativos’ [de los que habló Kellyanne Conway, una de las principales asesoras del presidente] ha aumentado mucho el interés por su libro. 
Pero mi padre nunca ha dejado de estar de moda”. 1984 no era tanto una profecía como una fábula sobre los totalitarismos nazi y estalinista. 
 Pero, según apunta Blair, algunos detalles que en la novela parecían ciencia ficción forman parte desde hace tiempo de nuestra vida cotidiana.
 Como las cámaras de seguridad que vigilan casi todos nuestros movimientos, o el conocimiento que algunas empresas tienen de nosotros solo por cómo navegamos en Internet o por el uso que damos a nuestra tarjeta de crédito. 
“La sociedad ha ido evolucionado hacia lo que él vio.
 El mundo ha ido hacia Orwell”, afirma.
 
George Orwell y su hijo Richard, en 1946.
Blair es el patrón de la Orwell Society, una organización benéfica dedicada a promover el conocimiento de la vida y trabajo del escritor, y el debate de las ideas, y que mantiene una escrupulosa neutralidad en cuestiones políticas.
 Quizá por ello elige muy bien sus palabras cuando habla de Trump. “Creo que en este momento hay mucha tensión y compresión en la Casa Blanca. 
Es cierto que Trump está atacando a la prensa, pero es un completo enigma, todos están maniobrando y aprendiendo a vivir los unos con los otros”. 
No puede por menos que alegrarse, naturalmente, del repunte de ventas de los libros de su padre, no en vano es el heredero de sus derechos de autor, (“que caducan en 2020”, puntualiza). 
Pero reconoce que es inquietante que ese efecto se deba a que el público encuentre paralelismos entre la situación actual y la distopía que él describió. 

Orwell y su mujer, Eileen, adoptaron a Richard en 1944. Diez meses después, Eileen murió en el quirófano durante una operación.
 Algunos amigos sugirieron al escritor, enfermo de tuberculosis, que devolviera al niño, pero este se negó. 
La relación entre padre e hijo se estrechó cuando ambos se trasladaron a la isla de Jura, en Escocia.
 Un lugar más sano, para sobrellevar la enfermedad, y tan fresco que “si te alejabas seis pulgadas de la chimenea, te congelabas”.
 De aquellos años guarda Blair el recuerdo de un padre amoroso, que le fabricaba juguetes de madera, con un peculiar sentido del humor y ninguno de los remilgos de la educación moderna. 
En una ocasión dejó al pequeño Richard, de tres años, dar una calada a una pipa que había cargado con tabaco recolectado de sus colillas. 
El efecto, además de un tremendo ataque de vómito, fue que el niño quedó, temporalmente, vacunado contra el vicio de fumar.
Fue en Jura donde Orwell concluyó 1984
Durante el día escribía en su habitación y compartía los atardeceres con el niño.
 Una de sus actividades favoritas era la pesca, en especial de las langostas que completaban una dieta parca por el racionamiento de la posguerra.
 A la vuelta de un fin de semana de descanso al oeste de la isla, naufragaron y estuvieron a punto de perecer ahogados.
 Salvaron sus vidas, pero según Blair el incidente agravó la salud de su padre. 
Su amigo David Astor, propietario del diario The Observer donde publicaba el escritor, pidió permiso para importar desde EE UU estreptomicina, un antibiótico recién descubierto.
 Pero Orwell desarrolló alergia a la medicina y el esfuerzo fue en vano.
 “Se le caían las uñas, le salieron ampollas en los labios”, recuerda Richard.
 El escritor murió en enero de 1950. Tenía 46 años y su hijo estaba a punto de cumplir seis. 

¿Cuál es la enseñanza más importante que nos dejó Orwell? Para los periodistas hay unas cuantas, según Blair. 
“Sé honesto. Lo más importante son los hechos que puedas corroborar, no la realidad como a ti te gustaría que fuera. 
Hoy los periodistas no tienen tiempo para comprobar los hechos y los errores se perpetúan y se multiplican en Internet hasta convertirse en una verdad”. 
El hijo del escritor recuerda además sus seis reglas para escribir con claridad: “No usar una metáfora o símil que estés acostumbrado a leer [los lugares comunes]; no usar una palabra larga pudiendo usar una corta; si sobra una palabra, elimínala; no uses la voz pasiva pudiendo usar la activa; no uses un término extranjero o científico pudiendo usar una palabra de uso cotidiano; y rompe todas estas reglas antes de escribir algo que esté fuera de lugar”. 
Y concluye con la definición de libertad que hizo su padre: “Libertad es poder decir algo que los demás no quieren oír”.
A Blair le preocupa particularmente la falta de diálogo en la sociedad contemporánea.
 “La gente se dedica a gritarse, unos a otros, sin escucharse”.
 Y le sorprenden los jóvenes que en vez de hablar cara a cara se pasan el día escrutando sus móviles. “¡Hasta las parejas en los restaurantes!
 ¿Se estarán comunicando entre ellos mediante mensajes?”, bromea. ¿Y qué pensaría Orwell del siglo XXI, de Internet, de los grandes avances científicos y de la posverdad? “Ah, esa es la pregunta del millón de dólares.
 Pero es imposible meterse en la cabeza de nadie.
 Ni responderla leyendo sus libros.
 Si viviera tendría 113 años y habría tenido muchas nuevas influencias…es una tontería especular”.
 Por lo tanto, ni lo sabe ni puede saberse.
 Pero se atreve a suponer una cosa: que fuera lo que fuera, probablemente serían reflexiones llenas de sentido común.

 

Miguel Ríos, Ana Belén, Víctor Manuel y Serrat llaman a la resistencia contra Trump en México

Los miembros de 'El gusto es nuestro' regresan a México 20 años después con cuatro conciertos en la capital además de Guadalajara, Puebla y Monterrey.

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Víctor Manuel, Ana Belén, Serrat y Miguel Rios en México. Auditorio Nacional
Llegaron a las tablas del Auditorio Nacional de México, ataviados con chamarras de cuero y playeras negras, dispuestos a hablar de sus conciertos.
 Joan Manuel Serrat, Ana Belén, Miguel Ríos y Víctor Manuel regresan a la capital mexicana con la gira que fue capaz de llenar la Monumental hace 20 años. 
Los de El Gusto es nuestro han vuelto, pero en su presentación se les cruzó Trump y la indignación mexicana.
 Frente a ello, Ana Belén hizo un llamamiento a la resistencia y Serrat apuntó que "desgraciadamente hay gente que prefiere los muros a los caminos".

Después de su gira de aniversario por España y Colombia, llegarán a México con una amplia agenda de eventos que arranca en la capital (el 23, 24, 25 y 26 de febrero) y se va a Guadalajara (el 3 de marzo), Puebla (8 de marzo) y Monterrey (11 de marzo). " Sentimos que las canciones que cantamos son el hilo emocional de muchas vidas, de mucha gente y eso es una recompensa extraordinaria", reconoció Miguel Ríos.
 Y añadió jocoso: "Dejé la residencia de la tercera edad, me acogieron ellos muy amablemente y es como estar en el recreo otra vez, como salir a jugar con los amigos a los que tanto quiero y respeto".

"México ha significado siempre nuestra casa. El agradecimiento que siempre hemos tenido a este país, a su generosidad desde que acogió a tantos exiliados españoles, al ser absolutamente firme en la defensa de esas ideas y lo que significaban esas personas. 
 Desde que puse los pies acá siento un agradecimiento absoluto", insistió Ana Belén, recientemente reconocida con un Goya de Honor por su trayectoria también como actriz. 
La intérprete española fue la que comenzó hablando de Trump, evitando pronunciar su nombre: "De repente, nos encontramos con una situación en el mundo.
 Ustedes la viven porque están aquí al lado, pero son demasiados toques los que se están dando en diferentes partes del mundo, también en Europa. 
Esto nos sirve para que estemos alerta y con muchas ganas de resistencia, que también lo estamos".  
"Resumiendo, lo que han decidido 60 millones de estadounidenses es regalarle una navaja de afeitar a un chimpancé", intervino, sin los miramientos de su esposa, Víctor Manuel.
 Miguel Ríos añadió enfático: "Esto de que voy a hacer un muro y lo van a pagar ustedes es como si yo digo que voy a hacer un disco, para destrozarlo, con canciones de Alex Lora y encima lo va a pagar él.
 Si no fuera tan dramático, sería una gran chorrada ["estupidez", tradujo al momento Serrat]".
Los cuatro artistas coincidieron en que la resistencia tiene que comenzar "en la calle".
 Como demostraron los mexicanos, según recordó Ana Belén, el pasado día 12 de febrero.
  "Lo interesante es que de pronto sea la gente la que le dicte qué hacer a sus gobernantes.
 No es votar una vez cada seis años, es votar todos los días", anotó Ríos.
 Y remató: "Si no decimos lo que no queremos por nuestra propia dignidad, vamos muy mal.
 Nuestra respuesta tiene que ser todavía mucho más dura y más valiente. Y decirles: Oiga, en mi hambre mando yo". 
 
Durante su presentación de la gira en la Ciudad de México casi no se habló de su espectáculo, que nació por la reedición del disco de aquella gira de 1997 que recogía los éxitos de todos ellos, parte de la banda sonora vital de miles de españoles y latinoamericanos. Desde el famoso Bienvenidos (de Ríos), pasando por Solo pienso en ti (de Víctor Manuel), Contamíname, PenélopeLa puerta de Alcalá o Mediterráneo (que Serrat ha convertido en un símbolo contra la crisis de refugiados en Europa). 
—¿Y qué van a hacer en su espectáculo?
—Le mentaremos la madre a Trump. Y ya está.— exclamó burlón Miguel Ríos.
Serrat quiso precisar: "La sorpresa del show es que sigamos vivos, a nuestra edad, Y en perfecto estado de revista".