Un Blues

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Del material conque están hechos los sueños

28 ene 2017

El amor de Bimba Bosé y David Delfín......................... Mábel Galaz

La modelo tenía dos familias: la de sangre, con sus conflictos internos, y la elegida, en la que era inseparable del diseñador. Con él compartió música, éxitos y malos momentos.

Bimba Bosé, con David Delfín. GTRES

 

Cuando el lunes anunciaron que Bimba Bosé había fallecido a los 41 años rodeada de sus seres queridos, en realidad faltó a su lado uno muy importante: David Delfín.
 Su amigo, su compañero, su cómplice desde los 18 años y, de alguna manera, su eterno amor.
 Alguien que ha estado siempre a su lado, con quien ha compartido momentos buenos y no tanto.
 El diseñador estaba en su casa luchando contra la misma enfermedad que se ha llevado a la modelo. 
Hasta en eso han tenido una vida paralela. 
 David Delfín, una vez fue informado de la noticia, desoyó todos los consejos y decidió ir a despedirse de su alma gemela.
 El pasado martes llegó al tanatorio en silla de ruedas y roto de dolor.

Bimba Bosé tenía una familia de sangre y otra que ella creó en la que David Delfín, los hermanos Postigo, Alaska y Mario Vaquerizo y pocos más ocupaban un importante lugar. 
Todo comenzó en el Morocco, la discoteca de Alaska en la que Bimba y David se conocieron bailando cuando ella tenía 18 años y él cinco más.
 De allí surgió un grupo que ha compartido inquietudes artísticas y sentimentales durante muchos años.
 Con esa pandilla ha tenido también mucho que ver Miguel Bosé. Tío y sobrina han tenido muchos amigos en común. Rafa Sánchez, líder de La Unión e íntimo del cantante, fue quien dio la primera oportunidad en la música a Bimba.
 Un proyecto fracasado que la llevó a plantearse su paso al mundo de la moda.
 Tenía 20 años, algo mayor para entrar en esa industria, y un físico nada convencional.
 Pero fue precisamente su estilo andrógino y transgresor el que la hizo triunfar. 
Para su aventura en la moda también contó con la complicidad de David Delfín, que por entonces hacía sus primeros diseños.
La última vez que Bimba Bosé se subió a una pasarela fue en febrero del año pasado, en Madrid, vestida con prendas de la que ha sido la última colección de su gran amigo.
El taller de David Delfín fue algo más que una sala de costura. Experimentaron, crearon, y, como ella contó, hasta se psicoanalizaron. 
Bimba se enamoró de Diego Postigo y David de su hermano Gorka Postigo.
 La modelo tuvo dos hijos y cuando llegó la separación del matrimonio, en 2013, el diseñador también había roto ya con su pareja. 
Los cuatro han seguido siendo familia aunque todos rehicieron su vida.
La familia de sangre de Bimba no ha sido tan estable. Los Dominguín-Bosé son un volcán. 
Han heredado la fuerte personalidad del patriarca, el torero Luis Miguel Dominguín, y de la matriarca, la actriz Lucía Bosé. 
Ellos admiten que en ocasiones se pasan largas temporadas sin hablarse, que sus broncas son monumentales pero que cuando se necesitan, se encuentran.
 
Lucía Dominguín, Lucía Bosé, Miguel Bosé, Bimba Bosé, Nicolás Coronado y la modelo Eugenia Silva. GTRES
Una de las últimas brechas tuvo que ver con la repentina afición de Olfo, el hermano de Bimba, por la prensa del corazón y los realities.
  Quiso hacer caja hablando de su vida pero pronto se dio cuenta de que era más rentable hablar de su tío Miguel y su paternidad.
 Y si hay alguien que aborrezca ese tipo de periodismo es el cantante. 
Rompió con Olfo y con su hermana Lucía, que optó por apoyar a su hijo.
 Incluso ella misma, como su hermana Paola, coquetearon con los platós cuando la economía familiar lo requirió.
 Una noche en la que Lucía Bosé, la matriarca, se atrevió a ir a Sálvame confesó que no se lo había dicho a su hijo porque temía su reacción.
 Solo Bimba se mantuvo en la misma línea de discreción que su tío Miguel, quien siempre vio en ella a la hija que no tuvo.
 Por eso, Miguel Bosé vive en Panamá con sus cuatro hijos.
Se fue huyendo del acoso mediático que sufrió tras su paternidad. Sus hermanas Lucía y Paola están instaladas en Valencia, donde hacen alfarería, diseñan zapatos con sus hijas y desarrollan su innata creatividad.
 A Sotogrande (Cádiz) se mudó Bimba cuando enfermó con su última pareja, Charlie Centa, y con las niñas que tuvo con Diego Postigo.
Bimba hizo posible que la familia se reuniera para decirle adiós. Incluso Miguel Bosé, al que no se esperaba (como anunció su hermana Paola), tomó un avión desde Panamá.
 Solo faltó la nonna Lucía, retirada en un pueblo segoviano y a la que las fuerzas le comienzan a fallar. 
Tras la incineración, sus hijas y nietos se reunieron con ella y posaron con originales gorros en una peculiar foto de familia que publicaron en las redes sociales.
 Fue, como quería Bimba, una cita con alegría, sin tristeza.
La tercera generación de los Bosé tenía en Bimba a su representante, pero parece que la cuarta ya ha elegido a Dora Postigo. 
La prodigiosa voz de esta niña de 12 años tiene a toda la familia encandilada y a todos los que estos días la han descubierto a través de su canal de YouTube. 
Su padre, Diego Postigo, cuidará ahora de las niñas, que seguirán creciendo en el ambiente artístico que su madre siempre quiso para ellas. 
Cerca estará David Delfín, quien tiene por delante una dura batalla contra la enfermedad.

Muere la actriz Emmanuelle Riva, musa de Alain Resnais y de Michael Haneke

La intérprete, que protagonizó filmes como 'Hiroshima mon amour' y 'Amor', fallece a los 89 años.

Emmanuelle Riva, en Roma, en octubre de 2012. AFP
La actriz Emmanuelle Riva, responsable de una larga y prestigiosa trayectoria en cine y teatro, falleció este viernes en París por complicaciones ligadas al cáncer que padecía desde hace cuatro años.
 Riva, de 89 años, había sobrellevado esa enfermedad con su habitual pudor y discreción. 
Entre otros motivos, porque aspiraba a seguir al pie del cañón hasta el final, y no deseaba que nadie la retirara de la circulación antes de tiempo.
 Lo terminó consiguiendo, porque ha muerto con las botas puestas. Hace solo un par de años, pese a su fragilidad física (no así interpretativa­), Riva seguía subida cada noche al escenario del Théâtre de l’Atelier, en el barrio parisino de Montmartre, interpretando una obra de Marguerite Duras. 
En los últimos meses había rodado tres películas, una de ellas en Islandia, que alternaba con un espectáculo teatral en la Villa Médicis de Roma.
Nacida en 1927 en Cheniménil, en la cordillera de los Vosgos franceses, Riva creció en un entorno humilde.
 Su padre pintaba carteles comerciales y su madre descendía de ganaderos alsacianos. 
Alérgica a la grandilocuencia, la actriz odiaba la palabra “vocación”, pero afirmaba haber sentido algo muy parecido por el teatro siendo joven. 
Predestinada a convertirse en costurera, la joven Paulette —su verdadero nombre, que se cambió por Emmanuelle al convertirse en actriz— decidió marcharse de casa a los 26 años, en dirección a París, sin un franco en el bolsillo y ningún contacto en el oficio.
Dos películas, situadas al principio y al final de su camino, terminarán definiendo su trayectoria.
 Las dos son obras maestras y llevan la misma palabra en el título: Hiroshima mon amour (1959), de Alain Resnais; y Amor (2012), de Michael Haneke. 
 El primero descubrió su rostro en el cartel de una obra de teatro parisina y, seducido por su mirada grave y melancólica, la escogió a ciegas para interpretar a la heroína anónima de su película, con inolvidable guion de Marguerite Duras.
 Por su parte, Haneke le encargó un personaje crepuscular con el que logró resucitar su carrera, el de la profesora de música octogenaria que agoniza tras un accidente vascular.
 Ese papel le valió un César, un Bafta y una nominación al Oscar a la mejor actriz.
Tras el éxito de Hiroshima mon amour, Riva vivió el mejor momento de su trayectoria. 
Protagonizó Kapò (1960), de Gillo Pontecorvo, también en torno al Holocausto, que despertó una gran polémica por la “inmoralidad” de su puesta en escena y la “abyección” de uno de sus travellings, en palabras del cineasta Jacques Rivette, entonces crítico de los Cahiers du cinéma.
 Después, Riva rodó León Morin, sacerdote (1961), junto a Jean-Paul Belmondo; Relato íntimo (1962), de Georges Franju, donde interpretó a la Thérèse Desqueyroux de la novela de François Mauriac; y Thomas l’imposteur (1965), de nuevo con Franju y con la guerra como telón de fondo.
Riva fue algo parecido a una antiestrella.
 En su punto álgido de popularidad, se negó a plegarse a las exigencias del star system francés y a convertirse al cine comercial. Más tarde reconoció haber rechazado muchos papeles, lo que terminó lamentando.
 “No diría que he rechazado tantos papeles como los que he aceptado, pero tampoco me quedo lejos”, explicó en 2012.
 “Estaba un poco ida. Mi agente se tiraba de los pelos. Era demasiado intransigente. 
No es que me lo tuviera creído, sino que tenía ciertas tonterías en el cerebro. Si me proponían algo poco elevado, prefería esperar.
 No por menosprecio, sino por una sed por lo absoluto, lo que puede ser un gran defecto”. 
Prefirió escoger proyectos arriesgados que, a largo plazo, terminaron provocando cierta erosión en su carrera.
 Por ejemplo, rodó Iré como un caballo loco (1973), de Fernando Arrabal; Los ojos, la boca (1982), de Marco Bellocchio; o Liberté, la nuit (1983), de Philippe Garrel. 
Más tarde, Krzysztof Kieslowski le ofreció el papel de la madre enferma de Juliette Binoche en Azul (1993), que anticipaba el que después le propuso Haneke.
 En paralelo, también tuvo una destacada trayectoria teatral, llevando a escena obras de Eurípides, Molière y Shakespeare, además de Pirandello, Pinter y hasta Sanchis Sinisterra (El cerco de Leningrado, que interpretó en la Colline de París en 1997).
Cuando le preguntaban por la tonalidad indefinida de sus ojos, respondía que eran “de color verde lentejuela”.
 Pero añadía que esas lentejuelas “se habían caído con la edad”. En enero de 2013, cuando el cine francés le concedió su primer César a la mejor actriz, el público del Châtelet parisino se puso en pie para dedicarle una larga ovación.
 Fue el último homenaje al rigor y la dignidad que desprendía su presencia en la gran pantalla.
 “Cuando recibo un premio, me cuesta concebirlo sin el resto del equipo.
 Me resulta difícil estar aquí sola”, empezó diciendo. “Hacemos un oficio que consiste en compartir.
 Es una eterna invitación a la vida. Por lo menos, así es como lo he vivido yo”.
 En un reciente documental emitido en la televisión francesa, Riva revisó su vida desde la casa campestre donde creció, donde se había retirado desde hace años, lejos del mundanal ruido de la industria. Hacia el final, Riva dejaba caer en él una frase enigmática y conmovedora, dos adjetivos que le venían como anillo al dedo: “La muerte siempre es joven, porque es ingenua.
 Tanto como el nacimiento”.

 

 

Miss Universo.......................................... Boris Izaguirre

Las misses no son una exaltación delirante de la mujer sino una extravagancia del gay obligado a idealizarse en “lo femenino”.

La candidata venezolana a Miss Universo, Mariam Habach, desfila con un vestido de noche el pasado jueves.

Estoy en Manila cubriendo Miss Universo para la televisión colombiana.
 Guste o no, en varios países sudamericanos las reinas de la belleza forman parte de nuestra identidad cultural y en las redes sociales los fans de la representante de cada país atacan con insultos a quienes osan criticarlas.
 Me ha impactado la cantidad de público gay en Manila estos días.
 Al igual que Eurovisión, Miss Universo es un imán para que los colectivos LGTB de países que los reprimen puedan florecer por un rato o salir del armario. 
En especial los varones, empleando lentejuelas, boas de plumas y bolsos de mujer de primeras marcas europeas.
Es un desfile alternativo que presencié en compañía de Osmel Sousa, el denominado Zar de la belleza, artífice de que Miss Venezuela sea un símbolo del país y de haber logrado siete coronas de Miss Universo.
 Osmel se mueve en este certamen casi como Pedro Almodóvar en Cannes y al encontrarnos me invitó a quedarme para ver pasar filas de hombres indonesios, guatemaltecos, gambianos, angoleños, ecuatorianos en distintos niveles de feminidad. 
 Sandalias con suelas de espejo, gafas con piedras preciosas, pulseras con ruiditos y bolsos metalizados, todos esos artilugios con sus logos bien destacados.
 Uno de los caballeros reconoció a Osmel y se aproximó para enseñarnos su Birkin de Hermès. 
 “Comprado en París, con todos sus certificados”, dijo, mientras Osmel inspeccionaba para confirmar su autenticidad. 
“He trabajado mi vida entera, mi amor, por este bolso”, sentenció el hombre.
 Se sumó la delegación colombiana, entusiasmados porque su miss está en todas las quinielas.
 Eran todos bears (un distintivo gay que incluye hombres gordotes y velludos) haciendo pandilla y llevando la bandera de su república hecha con lentejuelas.
 Es un espectáculo maravilloso. 
“Espera a que veas los chinos”, advierte Osmel. “Se travisten de sus misses y desfilan por la alfombra roja”
. Esperando por ese momento, pienso en cómo este despliegue es producto de la represión machista y religiosa en nuestros países subdesarrollados: las misses no son una exaltación delirante de la mujer sino una extravagancia del gay obligado a idealizarse en “lo femenino”.
 

En el mundo desarrollado hay otro tipo de desfiles femeninos.
 La semana pasada Nueva York, Los Ángeles y Londres celebraron manifestaciones simultáneas por los derechos de las mujeres. 
 Diana Gómez, una fotógrafa amiga, desfiló con botas altísimas “porque me hacen sentir muy mujer y quería llevarlas a marchar”. En EE UU marcharon también más mujeres de las que votaron por Hillary Clinton generando un meme en el cual una fotografía de Hillary exclamaba: “¿Dónde estabais cuando más os necesité?”, un chiste que sirve para recordar que más del 50% del voto femenino fue para Trump.
 Melania, que tiene pasado de modelo y modales de miss, anda muda, como si ya lo hubiera dicho todo con esa camisa de fuerza azul cielo con la que se convirtió en la primera dama inmigrante que es.

Rosalía Iglesias, el pasado lunes en la Sala de la Audiencia Nacional declarando por el caso Gürtel.
En España también ha habido un desfile femenino: la declaración de Rosalía Iglesias, miss PP, la esposa que no es tonta de Luis Bárcenas.
 Aunque sigue el protocolo de Cris de Borbón, da una sensación espantosa.
 A pesar de su perfecta cabellera, sus bufandas tan bonitas, su alta peletería y ese empeño en arrojarnos a la cara que, pensemos lo que pensemos de ella, será declarada inocente. 
 Amigos que la conocen recuerdan que cuando era secretaria de Jorge Verstrynge (que ahora es asesor del chavismo en Venezuela) era muy pisapasito, comedida, casi invisible. 
Y a medida que fue enriqueciéndose con Bárcenas se hizo más mandona, con ese aire de importancia con la que declara en el juicio Gürtel. 
Eso hay que reconocérselo, es la imputada que mejor se sienta. 
Esta semana descubrimos porqué.Lo practicó durante las horas que estuvo sentada esperando a su marido en los bancos suizos mientras negociaba sus cuentas. Me asomo a Intramuros, la ciudad colonial dentro de Manila, y descubro, aquí casi al fin del mundo, lo inmenso y organizado que fue el imperio español.
 En la muralla que alberga el conjunto construido por los agustinos en 1765, la piel se pone de gallina. 
Es como un trozo de Zamora en el corazón húmedo y denso del trópico. ¡Fuimos tan grandes!, piensas. 
Empiezas a elucubrar si fueron Bárcenas y Urdangarines de ese tiempo los que con sus presuntuosas personalidades y trampas perforaron ese imperio, que ahora sirve de marco para Miss Universo y sus fans varones con bolsos de Hermès y sandalias de fantasía.

 

Elena, la mujer olvidada................................ Elvira Lindo

La autora de la saga de 'Celia' escribió una novela autobiográfica que revela su relación con la grafóloga Matilde Ras.

Retrato de Elena Fortún.

Leo con cierta frecuencia declaraciones quejumbrosas de escritores jóvenes (menos de escritoras): se lamentan de que su generación (¡oh, esa palabra!) no consigue tirar a los viejos e instaladísimos novelistas por el barranco de la jubilación.
 Tienen razón en que los buenos tiempos, fugaces, en que la literatura proporcionaba estabilidad económica pasaron, pero yerran el tiro si apuntan a sus mayores.
 Las vacas flacas han llegado para todos.
 Pero además, compararse insistentemente con los que tienen 20 años más que tú es una perspectiva miope.
 Hay que mirar más atrás para advertir a qué pocos escritores la literatura otorgó una buena posición y cuántos fueron los que cayeron en el olvido.
Acabo de cerrar las páginas de una novela, Oculto sendero, de Elena Fortún, que coloca nuestras quejas generacionales en su sitio. Fortún, ya saben, la autora de la exitosa Celia de los años 20 y 30. Una de las escritoras más populares de aquellos días gracias a unos relatos infantiles ricos en chispeantes diálogos, que hoy nos permiten colarnos en esa época y escuchar las voces de los niños, las madres, las chachas, los hombres, ese pueblo llano que no para de hablar.
 Habrá quien piense, ¿por qué recordar hoy a una escritora para niños?
 Porque lo hacen en todos los países que cuentan en su haber con una Richmal Crompton, un Mark Twain o un Roald Dahl: sus críticos, menos encorsetados, entienden la inapelable influencia que un escritor para niños tiene en las futuras generaciones.
 Fortún poseía un oído absoluto, y no hay otra colección que ofrezca diálogos tan vivos como la suya. 
Escribió, además, ya en su exilio porteño, Celia en la Revolución, un volumen asombroso sobre la guerra española que no vio la luz hasta los 80 y que ahora, en su renovada edición, debiera ser lectura recomendada en los institutos.
 Pero la poderosa razón, la más urgente para no olvidar a Fortún, es esa novela hasta ahora inédita, Oculto sendero, en la que, valiéndose de los trucos de la literatura para ocultar el yo, nos cuenta cómo fue la vida de una mujer rara.
 
Elena Fortún se disfraza de María Luisa, pero da igual: se trata de ella misma contando la fatigosa existencia de una niña fantasiosa y poco femenina que desde la casilla de salida anda luchando contra lo que de las mujeres se espera. 
Es la historia de una mujer que quiso ser artista, aunque siempre fuera mirada con escepticismo, y que jamás quiso unir su vida a un hombre, aunque tuvo que hacerlo.
 Nunca he asistido, como en estas páginas, al descubrimiento, en aquella época tan oscura, de la verdadera condición sexual.
 La protagonista, María Luisa, siente su rareza gracias al asco, al asco que le da imaginar que tendrá que pasar la vida entregándose físicamente a un hombre. 
Sufre la incomprensión que padecen las mujeres que no caben dentro del corsé femenino, que tienen inquietudes intelectuales, lo cual se considera como una tara que ahuyenta a esos posibles pretendientes que no las quieren demasiado listas.
 Mujeres con sueños propios, no heredados.
 Elena-María Luisa se casará con un hombre de apariencia sensible, que una vez casado será igual de autoritario que otros. 
Se esperará de ella que atienda la casa, que haga milagritos con el dinero, que no le lleve la contraria y que se preste, como desahogo sexual, cuando a él le plazca.
 Ella sabe, desde el primer momento, que no desea un cuerpo de hombre, se sabe rara: ama la belleza y la armonía y la vida se le presenta vulgar y estrecha.
 Detesta esos corrillos en los que las jóvenes hablan de plegarse a los órdenes de los maridos para obtener a cambio algo de paz.
 Ella quiere ser dueña de sí misma, y es el contacto con otras mujeres que poseen su misma rareza lo que hace brotar un deseo reprimido pero presente desde la infancia: la atracción hacia el mismo sexo.
 La palabra lesbianismo no se nombra, pero articula esta novela que me deja con una melancolía que tarda en esfumarse

  Qué triste es.

 Recuerdo haber intuido en mi infancia la rareza de algunas mujeres, también me veo a mí misma como niña especial que no cumplía con la encorsetada feminidad que se esperaba, y estoy segura de que hoy, ahora mismo, muchas otras niñas peculiares estarán soñando con un universo distinto al que les tocó en suerte. 

Termino el libro y en mi mente sobrevuelan dos preguntas: la primera, ¿se enterarán las jóvenes de que esta es una novela que les habla especialmente a ellas?, y la segunda, ¿no querrán los hombres, por curiosidad, asomarse a los pensamientos de esas abuelas o esas madres que escuchaban sin derecho a réplica? 

Aunque nuestra realidad sea distinta, algo persiste: la condescendencia hacia la opinión de las mujeres.

 Imagino a Elena Fortún, de vuelta del exilio, años 50, observando un país deprimente y deprimido, ajena a todo ya, dejando por escrito este pensamiento: “A veces voy por la calle y veo mi sombra en el suelo y pienso que así la veré ya, sola siempre”

  Debiéramos, por hacer justicia, acompañarla un poco en su paseo.