Un Blues

Un Blues
Del material conque están hechos los sueños

11 dic 2016

Adivina quién viene esta noche..........................Juan José Millás

COLUMNISTAS-REDONDOS_JUANJOSEMILLAS
ANGELA MERKEL y Barack Obama quedaron a cenar en un hotel de Berlín el pasado 16 de noviembre, durante la gira que el todavía presidente de EE UU hizo por Europa para despedirse de esta parte del mundo y de sus mandatarios.
 Antes de quedarse a solas, lo que sin duda estarán deseando, han permitido que el fotógrafo levante acta del suceso.
Como verán, Merkel se encuentra ya perfectamente acomodada, con la espalda recta y los codos donde manda el protocolo, mientras que a Obama lo hemos sorprendido colocándose o recolocándose, no lo sabemos: quizá al introducir sus largas piernas bajo las faldas de esa especie de mesa camilla ha tropezado con el cuerpo de un miembro de su seguridad, o de la de su anfitriona.
U.S. President Barack Obama and Chancellor Angela Merkel attend a private dinner at the famous Adlon hotel in Berlin
Guido Bergman
Pero no es eso lo que llama la atención de la escena, sino la iluminación, que parece planificada por un técnico de teatro. 
Y, tras la iluminación, el decorado, que parece justamente eso, un decorado.
 Tiene uno la impresión de que el telón acaba de levantarse para dar comienzo a una obra con dos personajes. 
Todo es de atrezo: los sillones, la mesa, la estantería de la derecha, pero también las ventanas del fondo, abiertas a un paisaje urbano creado por un artista minucioso bajo las órdenes de un director teatral adscrito al realismo costumbrista. ¿Cabe esperar algo de una obra que comienza así? ¿
Asistiremos a un diálogo con chispa o a una sucesión agotadora de lugares comunes? 
Nunca lo sabremos, no estuvimos debajo de la mesa. La pregunta es si quienes aparecen fuera de ella son de verdad Merkel y Obama o dos actores contratados para la ocasión. 

Morir muy vivos....................................Rosa Montero

No todo es perder. Si te esfuerzas mucho y bien, con los años ganas sabiduría. Pero hay que mantenerse alerta y no darse nunca por vencido.

COLUMNISTAS-REDONDOS_ROSAMONTERO
VI LA NOTICIA en el periódico hace unos días. 
Una mujer de 94 años, Fernanda Pozo Carreño, acaba de sacarse la licenciatura de Química en la Universidad de Murcia.
 Venía foto y todo: una anciana pizpireta luciendo con ufano tronío la beca azul de su graduación cruzada sobre el pecho. 
Al parecer Fernanda comenzó sus estudios en 1941.
 Eran tiempos difíciles, y más para las mujeres. 
Por entonces sólo había cinco alumnas en toda la facultad, incluyéndola a ella.
 En 1949, quedándole tan sólo una asignatura para terminar, abandonó la carrera. “Por motivos personales”, dice Fernanda ahora con discreta reserva. 
Tuvo que ser muy duro; tardó ocho largos años en llegar hasta allí y después, rozando su sueño, lo dejó
. O tal vez la obligaron a dejarlo.
 No quiero ni imaginar lo que hubo detrás, pero sin duda fue una herida profunda que arrastró durante 67 años. 
Hasta que ahora, nonagenaria, en silla de ruedas y con delicioso arrojo, se empeñó en titularse.
Esta pequeña y preciosa historia me recuerda la proeza de Minna Keal, a la que ya me he referido alguna vez en estos artículos. Minna fue una inglesa nacida en 1909 que en su juventud estudió música. 
También ella tuvo que dejar la carrera sin terminar a los 20 años, en este caso por razones económicas: huérfana de padre, tuvo que ponerse a trabajar en el negocio familiar, una librería de textos en hebreo.
 Se casó, tuvo hijos, se divorció, se volvió a casar; se afilió al partido comunista, organizó una asociación de ayuda para sacar niños judíos de la Alemania nazi, se marchó del PC; trabajó de secretaria en diversos empleos y se jubiló cuando le llegó la edad. Toda una vida, en fin. 
Tras la jubilación, decidió retomar sus estudios de música. Empezó a componer y en 1989 consiguió que le estrenaran una obra.
 Era una sinfonía y la tocaron en los BBC Proms, unos conciertos muy importantes que se celebran en Londres.
 Fue un gran éxito. Minna tenía 80 años.
 A partir de entonces y hasta su muerte a los 90, Keal se convirtió en una de las compositoras contemporáneas más importantes de Europa. 
“Creía que estaba llegando al final de mi vida, pero ahora me siento como si la estuviera empezando.
 Me siento como si estuviera viviendo la vida al revés”, dijo en una entrevista. Pura magia. 

La historia de Minna Keal es monumental e inspiradora, pero todos sabemos que es muy difícil, por no decir imposible, alcanzar algo así. 
 Sin embargo, la proeza de Fernanda está a nuestro alcance: basta con no tirar la toalla.
 Vivir es perder: vas perdiendo futuro, libertad de elección, capacidades físicas y psíquicas; pierdes oportunidades, salud, seres queridos, además de cabellos, vista, dientes, memoria, músculos, agilidad, tersura, cosas que en realidad son una fruslería comparadas con las pérdidas que he citado anteriormente.
 Uno empieza a envejecer desde la cuna y desde muy pronto te echas una mochila a las espaldas, la mochila de tu propia existencia, que se va llenando rápidamente con las piedras de tus actos y de tus omisiones, del daño que te han hecho y del daño que hiciste, de los sueños rotos y de las cobardías.
No todo es perder, es cierto. Si te esfuerzas mucho y bien, porque no viene de fábrica, ganas conocimiento del mundo y de ti mismo, empatía, sosiego y, en suma, algo que podríamos denominar sabiduría. Pero creo que para ello hay que mantenerse alerta y no darse nunca por vencido. Como hizo Minna Keal, por supuesto; pero también como hizo Fernanda. La vejez es la etapa heroica de la vida; no es para blandengues, como dice el refrán estadounidense.
 Pero también es un tiempo para saldar cuentas.
 No creo que haya que dejarse llevar por el peso de los días como un leño podrido al que las olas arrojan finalmente a la playa. Uno siempre puede intentar sacarse alguna de las piedras que lleva a la espalda, decir las cosas que nunca se atrevió a decir, cumplir en la medida de lo posible los deseos arrumbados, rescatar algún sueño que quedó en la cuneta.
 No rendirse, esa es la clave.
 Y sobre todo decirse: ¿y por qué no? Porque la vejez no está reñida con la audacia.
 Debemos aspirar a morir muy vivos. 

Las pausas.....................................Javier Marías

Viví en Nueva York su segundo peor día del siglo, el del triunfo de Trump. Ante mí desfilaron interlocutores desolados o en estado de incredulidad.
COLUMNISTAREDONDA_JAVIERMARIAS
HACÍÁ SIETE años que no viajaba a los Estados Unidos y me fue a pillar en Nueva York su segundo peor día del siglo, el del triunfo de Trump. 
Por la tarde tomé un café con Wendy Lesser, directora de una revista californiana que exagera su gentileza al publicarme artículos antediluvianos.
Estaba de los nervios pese a que las últimas encuestas aún eran tranquilizadoras.
 No mucho, pero algo.
 Su marido se hallaba en Sicilia, y ella no se atrevía a seguir el recuento a solas, iba a reunirse con amigos para encajar en compañía el golpe, si se producía.
 Conocía a mucha gente que no pensaba levantarse de la cama al día siguiente, en ese caso.
 Por la noche fui a casa de mi editor Sonny Mehta, al que no conocía, y luego a cenar con él, su mujer Gita, mi agente María Lynch y algunas personas más. 
Me extrañó que propusieran ese plan en fecha tan crucial, pero bueno, era un placer.
 Sonny y Gita Mehta me inspiraron confianza en seguida, al ver que a sus más de setenta años fumaban con naturalidad en un país para el que eso –que estimuló y exportó como nadie– parece ser peor que la pederastia.
 Inteligentes y cálidos, ella también estaba de los nervios y pensaba aguantar hasta la hora que fuera pegada a la televisión.
 Él, más tranquilo, restaba importancia al posible drama.
 A lo largo de la cena algún comensal miró su iPhone para comprobar cómo iba la cosa, y al saberse que Florida caía del lado de Trump empezó a cundir la angustia.
 Llegó un momento en que nuestra mesa era la única ocupada en el restaurante.
 Los camareros se mostraban tan impacientes como aún confiados: “Obama iba perdiendo a estas horas, hace cuatro años; puede cambiar”, dijo uno de ellos.  

Así que nos levantamos y yo me fui al hotel, que –oh desdicha– estaba a dos pasos del Hilton, donde Trump tenía su cuartel general, y de la Trump Tower, ante la que las masas idiotizadas se hacen selfies sin parar, y lo que te rondaré morena a partir de ahora.
al saberse que Florida caía del lado de Trump empezó a cundir la angustia. camareros se mostraban tan impacientes como aún confiados

Mi estancia quedó amargada por el resultado.

 Estando en Nueva York, muy demócrata, con escritores, editores y periodistas, ante mí desfiló un cortejo fúnebre, mis interlocutores desolados o en estado de incredulidad. 
Lo mismo en Filadelfia, por cierto; en todas las ciudades grandes. Como es natural, les costaba prestar atención a mi novela recién publicada allí. 
Pero no eran sólo los neoyorquinos “literarios”. 
 Tampoco la conductora que me llevó al aeropuerto al marcharme salía de su asombro, y vaticinaba lo mucho que se iba a añorar a Obama: “Su corazón está siempre donde debe estar”.
 Fue otro taxista (americano, blanco, de unos cincuenta años) el único que, sin estar complacido, tampoco parecía muy disgustado por la victoria de Trump. 
Durante el trayecto hasta el Museo Frick discurseó sin parar, como si fuera madrileño:
 “Yo lo había visto venir desde nueve millas de distancia”, se jactó. Lo fui escuchando bastante en silencio, hasta que dijo lo de las armas: “La gente no quiere políticos que le limiten su uso.
 Si ellos las llevan, o sus guardaespaldas, ¿por qué nosotros no?” “Bueno”, le contesté, “en Europa tenemos asumido que ante un problema la policía se encarga, o el Estado, y lo cierto es que padecemos un número de homicidios por arma de fuego infinitamente inferior al de ustedes aquí”. 
Como si la idea le resultara novedosa, respondió: “Ah, eso es interesante. ¿Infinitamente menor?” “Ya lo creo, sin comparación”. Cambió de tercio:
 “Así que es usted europeo, ¿de dónde?” Se lo dije. “¿A qué se dedica, si puedo preguntar?”
 Se lo dije. “Dígame de qué va una de sus novelas”. Le conté el arranque de la última, más no sabía decirle. 
Y entonces vino lo insólito: “¿Conoció usted a Ortega, por casualidad?”, me preguntó.
 Mi sorpresa fue mayúscula: “¿A Ortega y Gasset, el filósofo?” “Sí”. “De hecho, sí”, le dije, “cuando yo era pequeño. 
Él murió en los años cincuenta.
 Un vago recuerdo. Pero mi padre era muy amigo suyo y su principal discípulo”.
 Llegábamos ya a destino y no me dio tiempo a averiguar cómo diablos conocía a Ortega un taxista neoyorquino al que no fastidiaba en exceso Trump.
Paró el coche ante el museo, se volvió, me estrechó efusivamente la mano y exclamó: “Pues ha sido un honor conocerlo. Y además voy a comprar su libro”.
 Al pagarle, con generosa propina (un colega asiático suyo me había afeado que no le dejara “al menos el 20%”), me devolvió cinco dólares, y añadió: “A alguien que ha conocido a Ortega le hago descuento. Todo un placer”.
En el Frick me esperaba un joven y culto periodista, tan deprimido (era la mañana siguiente a la elección) que había estado a punto de cancelar la cita, me confesó.
 Le relaté la inverosímil anécdota y lo animaron la curiosidad y el estupor. “¿Y cómo era? ¿De qué origen? ¿De qué edad?”, me preguntaba con sumo interés.
 Luego los cuadros del Frick y nuestra conversación sobre otros asuntos lo llevaron a decir: “Me alegro de no haber cancelado la cita. Todo esto ha sido una bendita pausa”. 
También en lo más ominoso, en lo peor, se producen pausas. 
Nos salva que casi nada es nunca sin cesar.

10 dic 2016

El apagón de Internet, una violación de los derechos humanos

#KeepItOn ha documentado 51 bloqueos en los diez primeros meses de 2016, 36 más que en todo 2015.

Imagen de la campaña #KeepItOn.

Las autoridades gabonesas inauguraron en septiembre una nueva modalidad de censura en Internet.
 Fueron los pioneros del toque de queda digital.
 Después del conflicto generado por los controvertidos resultados electorales, la red se volvía inaccesible en el país entre las seis de la tarde y las nueve de la mañana, precisamente el momento en el que supuestamente se intensifican los contactos y las pretendidas conspiraciones entre los activistas.
 Es el caso de bloqueo de Internet más sibilino, pero no el único, en un año en el que las autoridades se han centrado en control del entorno digital para acallar la contestación a sus regímenes.
La campaña #KeepItOn ha documentado 51 cortes de Internet (en diferentes modalidades) durante los primeros 10 meses de 2016, mientras que durante todo 2015 se habían constatado 15. 
Muchos de los países en los que se han confirmado estos apagones digitales son africanos, pero también una buena parte de la lucha contra esta nueva forma de censura se desarrolla en el continente. Chad, Uganda, Etiopía, República Democrática del Congo, Argelia, Libia, Zimbabue, Congo-Brazzaville o Gabón son algunos de los que aparecen en esa larga lista. 
La abogada camerunesa Julie Owono es la responsable de la delegación africana de la organización Internet sans Frontières, una de las participantes en la campaña #KeepItOn y de las que han trabajado más activamente en la denuncia de los bloqueos de las redes por parte de gobiernos africanos. 
“Si las autoridades bloquean Internet lo hacen para ocultar atropellos
. Intentan frenar el flujo de información, tanto dentro del país, como hacia el exterior y con eso se abre la posibilidad de violar derechos fundamentales.
 Ha ocurrido en la región congoleña de Pool, un feudo de la oposición, donde el apagón digital ha silenciado numerosas violaciones de los derechos fundamentales.
 Ha habido incluso bombardeos”, revela Owono. Deji Olukotun, activista de AccesNow y uno de los rostros más visibles de #KeepItOn insiste en que ese es el motivo por el que los miembros de la campaña tienen “mucho cuidado en registrar, documentar y analizar minuciosamente cada apagón”.

Y estos recursos de las autoridades para preservar sus posiciones han puesto de manifiesto considerables paradojas. Las autoridades gabonesas impulsan desde 2012 el New York Forum Africa, un foro económico centrado en la transformación del continente y su desarrollo y que pone el acento en la ciudadanía. Las autoridades del país han desplegado durante las pasadas elecciones todo el catálogo de restricciones al acceso a Internet, desde la reducción del tráfico, hasta el corte total, pasado por los cortes puntuales y el mencionado e innovador toque de queda digital.
 Otro ejemplo curioso es el de la pujante Etiopía, sede de la Unión Africana. Muchos de los asistentes a los encuentros promovidos por la organización continental se han encontrado con que, por ejemplo, ni siquiera podían tuitear. Julie Owono analiza estas situaciones paradójicas: “Los gobiernos intentan hacer un uso a conveniencia de Internet, quieren aprovecharse de los beneficios económicos que genera, pero no están dispuestos a aceptar la apertura que trae consigo. 
No se han dado cuenta de que el entorno digital no funciona así. Son actitudes anacrónicas que eran útiles en los tiempos de las fronteras físicas, pero ahora, ya no”.