Antes de quedarse a solas, lo que sin duda estarán deseando, han permitido que el fotógrafo levante acta del suceso.
Como verán, Merkel se encuentra ya perfectamente acomodada, con la espalda recta y los codos donde manda el protocolo, mientras que a Obama lo hemos sorprendido colocándose o recolocándose, no lo sabemos: quizá al introducir sus largas piernas bajo las faldas de esa especie de mesa camilla ha tropezado con el cuerpo de un miembro de su seguridad, o de la de su anfitriona.
Y, tras la iluminación, el decorado, que parece justamente eso, un decorado.
Tiene uno la impresión de que el telón acaba de levantarse para dar comienzo a una obra con dos personajes.
Todo es de atrezo: los sillones, la mesa, la estantería de la derecha, pero también las ventanas del fondo, abiertas a un paisaje urbano creado por un artista minucioso bajo las órdenes de un director teatral adscrito al realismo costumbrista. ¿Cabe esperar algo de una obra que comienza así? ¿
Asistiremos a un diálogo con chispa o a una sucesión agotadora de lugares comunes?
Nunca lo sabremos, no estuvimos debajo de la mesa. La pregunta es si quienes aparecen fuera de ella son de verdad Merkel y Obama o dos actores contratados para la ocasión.
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