"Todos me ha tratado con mucho cariño" , ha dicho el escritor sobre su viaje familiar.
El escritor Mario Vargas Llosa ha tenido la oportunidad de conocer a miembros de la familia de su compañera sentimental, Isabel Preysler,
que aún residen en la capital filipina, su ciudad de origen, según
confirmó este lunes la pareja. "Hemos estado viendo a la familia,
exclusivamente a la familia", dijo Preysler. "No hemos tenido tiempo
para más", agregó. El premio Nobel de literatura concretó que había
podido conocer "a su hermana [de Isabel] y varios de sus primos y
sobrinos". "Todos
me han tratado con mucho cariño", afirmó Vargas Llosa minutos después
de haber dado una conferencia en la Universidad manileña de Santo Tomás,
la más antigua del país. El escritor contó asimismo que el pasado fin de semana la pareja visitó
uno de los colegios a los que asistió Isabel Preysler antes de
trasladarse a España de adolescente . "Estuvimos en el colegio, y
apareció una monjita que había sido profesora de Isabel, y que estaba
muy lucida. Fue muy interesante conocer un poco la niñez y la juventud
de Isabel", dijo Vargas Llosa ante su pareja.
El autor apuntó que se quedarán en Filipinas cuatro días más, y que
pretenden "aprovechar para dar paseos y conocer directamente el país". Vargas Llosa llegó
a Manila el pasado miércoles, adonde ha viajado para pronunciar una
conferencia hoy en la Universidad de Santo Tomás, mientras que mañana
recibirá el doctorado honoris causa de la Universidad de La Salle. (No sé pero creo que Isabel nunca presentó a su familia a ningún marido) y la veo con cara de cansancio o de tristeza. Claro que allí no va con frecuencia, y menos con sus hijas y Miguel Boyer, quizás al tener que ir Vargas Llosa no le quedó más remedio, y eso debe aburrirla, está claro que a actos académicos no le gusta ir porque no deslumbra, está hecha para actos festivos. Y eso le cansa a Vargas y lo otro le cansa a la Preysler. No están hechos para nada como no sea el dinero que a Isabel le reporta "Su revista"
En la calle berlinesa Chausseestrasse, en el número 125, está la
última casa del dramaturgo.
Y muy cerca, el Berliner Ensemble, su mítica
compañía teatral.
Escenografía de Robert Wilson de la 'Ópera de cuatro cuartos' que se representa en Berlín. / L. Leslei
Con sus luces y sombras —por una parte, su influencia crucial en el
teatro del siglo XX; por otra, su adscripción a una ideología fallida—,
la figura de Bertolt Brecht sigue siendo un imán para los amantes de la
escena, especialmente los jóvenes, que reivindican sobre todo su fresca y
sarcástica primera etapa, la de la Ópera de cuatro cuartos. La obra sigue siendo una de las joyas del repertorio del Theater am Schiffbauerdamm (sede de la compañía Berliner Ensemble),
el teatro berlinés donde se estrenó en 1928 y en el que se sigue
representando (el próximo 6 y 7 de noviembre, en la onírica versión de
Robert Wilson). Por todo esto, llegar al número 125 de Chausseestrasse
tiene algo de celebratorio. Los visitantes acuden con cuentagotas, pero
sin pausa, a las visitas guiadas que cada media hora se suceden en la
casa donde murió el autor de Madre Coraje y sus hijos.
El salón del piso que ocupó Brecht en Berlín entre 1953 y 1956, en el edificio donde está su archivo. / P. Lutz
En un patio al fondo del inmueble, traspasado el portal, están los
apartamentos separados en los que vivió el poeta y dramaturgo y su
segunda esposa, la actriz Helene Weigel, a partir de octubre de 1953. Bertolt Brecht falleció en agosto de 1956 de un ataque al corazón, a los
58 años, en la pequeña cama de su pequeña habitación. En el edificio
continuó instalada la actriz hasta su muerte en 1971.
Las estancias del apartamento de Brecht, salvo el dormitorio, son
espaciosas, con sólidos muebles antiguos de madera. Esta mañana de
septiembre la luz que entra con fuerza por los ventanales crea en el
interior una atmósfera exuberante, muy teatral. En una carta de 1954 a
su editor, Peter Suhrkamp, el dramaturgo hace esta descripción: “Las
habitaciones son altas, como también las ventanas, todo de agradables
proporciones. La habitación más grande tiene alrededor de 90 metros
cuadrados, así que puedo distribuir varios escritorios para diferentes
tareas (…). Ahora que vivo mucho más cerca del teatro tengo a mano a mi
gente joven más que nunca. Aunque vienen en tropel, he de decir que es
algo que me gusta”.
Nina Hagen (de rodillas), en su recital de canciones de Brecht en el Berliner Ensemble. / Lieberenz/ullstein
La mujer que guía la visita cuenta que todo en el piso se ha
mantenido tal cual estaba, salvo el cambio de la madera del suelo y
algún que otro retoque. Helene Weigel fundó a la muerte de Brecht el
archivo destinado a clasificar y preservar su legado (se encuentra en el
segundo piso). En las salas llaman especialmente la atención (entramos
en la zona más resbaladiza de Brecht) los daguerrotipos, sobre un
escritorio, de Marx y Engels (aunque no fue comunista de carnet, se
consideraba marxista); en un estante, una fotografía de Lenin, cuyas
obras completas destacan entre los más de 3.000 libros que pueblan las
estanterías (en 1954 recibió el Premio Lenin de la Paz, lo que, según
George Steiner, “le protegió de las argucias envidiosas de la
oficialidad germano-oriental”); y, en la pared, un rollo desplegado con
un poema de Mao (un fino poeta de su tiempo, pero también el responsable
de millones de asesinatos en un reino en el que la violencia y el
terror, según el historiador de la Universidad de Hong Kong Frank
Dikötter, no eran una consecuencia, sino la esencia).
Nostalgia de una sala
Brecht se instaló aquí por la proximidad del apartamento con el teatro Am Schiffbauerdamm
(hoy la plaza se llama Bertolt Brecht), el que sería sede a partir de
1954 de su mítica compañía Berliner Ensemble (fundada por él en 1949 en
colaboración con Helene Weigel). Como era el teatro de su primer éxito,
la Ópera de cuatro cuartos, con música de Kurt Weill, esa
nostalgia le llevó a aceptar la invitación de dirigirlo y vivir en el
Berlín comunista a partir de 1948.
Escultura de Beltolt Brecht frente al Berliner Ensemble. / Getty
Con parada en Suiza, venía huyendo de Estados Unidos, perseguido por
el FBI y el Comité de Actividades Antiamericanas, y había intentado
instalarse en Zúrich y en Viena. En estas dos ciudades no consiguió que
le asignaran un teatro, lo cual lleva a pensar qué hubiera sido de la
etapa final de su carrera de haberla podido desarrollar en un país
democrático. Sus técnicas teatrales aplicadas en Berlín Oriental, escribe George
Steiner, desagradaron “a los grises mastines del realismo socialista, al
igual que su constante insistencia en el pasado trágico de Alemania y
en la historia general de los derrotados y los convertidos en víctimas”. El legado de Brecht (su apuesta argumental y reflexiva donde son
determinantes la clase social y las relaciones de poder, su “teatro del
héroe apaleado”, como lo definió Walter Benjamin) tuvo una influencia
decisiva en la escena europea a partir de los cincuenta. Especialmente
en Reino Unido, con las aclamadas visitas del Berliner Ensemble a
Londres, primero por sus aportaciones a la técnica teatral y después,
escribe el periodista Alan Riding, “por la forma en la que los
directores británicos pasaron a abordar a Shakespeare y otros clásicos
como dramas sociopolíticos”.
Javier Belloso
Además del ideológico, otro aspecto polémico de su trayectoria fue su
relación con las mujeres. Durante la visita al apartamento de Brecht,
la guía se refiere a las amantes del dramaturgo para explicar que, en
esa etapa final en la vida de la pareja, Helene Weigel ya no quiso
compartir piso con él. Ella dijo una vez que Brecht era muy fiel, “pero,
por desgracia, a demasiadas mujeres”, y George Steiner lo definió, en
el emancipado mundo del teatro, como alguien “sistemáticamente
promiscuo”. John Fuegi, en su demoledor libro Brecht y compañía: sexo, política y la construcción del drama moderno,
publicado en 1994, sostiene que una asistente y amante de Brecht, la
escritora Elizabeth Hauptmann, tradujo y adaptó la mayor parte de la Ópera de cuatro cuartos
(basada en una obra del siglo XVIII de John Gay). Otras dos amantes,
Margarete Steffin y Ruth Berlau, le habrían ayudado en diversas tareas a
componer varias de sus obras más conocidas (durante la etapa sueca y
finlandesa de su exilio de 14 años, a partir de 1933, tras la llegada de
Hitler al poder).
Un gran amor
La tesis del libro es que Brecht, amparándose en la creación
colectiva, nunca reconocería estas ayudas, como lamentablemente tantas
veces ha sucedido en la colaboración intelectual entre hombres y
mujeres. Pero en su descargo vale la pena apuntar que a uno de sus
grandes amores, Margarete Steffin,
Brecht le sufragó 10 años de tratamientos y sanatorios contra la
tuberculosis (ella murió a causa de la enfermedad en 1941 y él la llamó
en un poema “mi pequeña profesora”). Figura controvertida, objeto de aproximaciones en las que resulta complicado mantener el equilibrio, el periodista Higinio Polo
escribió que el libro de John Fuegi fue utilizado por los grandes
medios informativos “para proseguir con ahínco la demolición sistemática
de la razón de la izquierda”.
Sea como fuere, quedan las palabras de
1969 del director británico Peter Brook: “Brecht es una figura clave de
nuestro tiempo, y todo el trabajo teatral de hoy comienza o retorna en
algún punto a sus enunciados y logros”. Al salir de los apartamentos de Brecht y Helene Weigel en esta
soleada mañana en el barrio de Mitte, solo hay que caminar unos pasos
para visitar sus sencillas tumbas. Ambos están enterrados en la finca
contigua, el cementerio de Dorotheenstadt, donde también reposan Hegel,
Fichte, Heinrich Mann o el genio de la arquitectura neoclasicista Karl
Friedrich Schinkel (autor además de una histórica y fascinante
escenografía de inspiración masónica para La flauta mágica, de Mozart, de 1816, que sigue reponiéndose). Todo un mundo teatral en Berlín.
Figura controvertida, objeto de aproximaciones en las que resulta complicado mantener el equilibrio, el periodista Higinio Polo
escribió que el libro de John Fuegi fue utilizado por los grandes
medios informativos “para proseguir con ahínco la demolición sistemática
de la razón de la izquierda”. Sea como fuere, quedan las palabras de
1969 del director británico Peter Brook: “Brecht es una figura clave de
nuestro tiempo, y todo el trabajo teatral de hoy comienza o retorna en
algún punto a sus enunciados y logros”.
Al salir de los apartamentos de Brecht y Helene Weigel en esta
soleada mañana en el barrio de Mitte, solo hay que caminar unos pasos
para visitar sus sencillas tumbas. Ambos están enterrados en la finca
contigua, el cementerio de Dorotheenstadt, donde también reposan Hegel,
Fichte, Heinrich Mann o el genio de la arquitectura neoclasicista Karl
Friedrich Schinkel (autor además de una histórica y fascinante
escenografía de inspiración masónica para La flauta mágica, de Mozart, de 1816, que sigue reponiéndose). Todo un mundo teatral en Berlín.
Penélope Cruz retoca su maquillaje
con parte del equipo de
La reina de España reflejado en el espejo. / Jordi Socías
De los estudios de la UFA, donde se desarrollaba ‘La niña de tus ojos’, a
los del Madrid de 1956 con ‘La reina de España’. Fernando Trueba retoma
la historia de una de sus películas fetiche para recuperar a sus
queridos actores, los reales y los ficticios. Otro escenario, otro
rodaje, pero el mismo objetivo: mostrar su amor a un oficio, el cine, y
narrar el desembarco de Hollywood en la España franquista. AL PADRE DE Fernando Trueba le gustaban las películas históricas. Llevaba a su hijo a verlas pese a que al chico no le hacían especial
gracia. Aunque el futuro cineasta prefería las de piratas y
espadachines, hay que reconocer que Alejandro Magno, La caída del imperio romano, 55 días en Pekín o El Cid
tenían un público fiel que disfrutaba con esos personajes de retórica
monumental que surcaban espléndidos paisajes y decorados. Aquellos
gigantes de cartón piedra, para incredulidad de muchos, se habían rodado
allí mismo, en los alrededores de Madrid, no tan lejos de la casa
familiar de los Trueba . En La reina de España, nueva película del cineasta y continuación de una de las perlas de su carrera, La niña de tus ojos
(1998), Trueba rescata el desembarco del cine de Hollywood en pleno
franquismo, capítulo singular de la historia de España que culminó con
el advenimiento en los años sesenta de los estudios del magnate de
origen judío Samuel Bronston.
La historia bebe de la leyenda para hablar del amor a un oficio, un
marco dorado para reunir 18 años después a un coro de personajes
especialmente querido por su director. De los estudios de cine de la UFA
en Berlín (donde ocurría La niña de tus ojos) al Madrid de 1956 (donde el rodaje de un biopic
sobre Isabel la Católica reúne otra vez al grupo). Es decir, de Hitler a
Franco, farándula y fascismo, dos ingredientes explosivos que vuelven a
encontrarse.
La actriz caracterizada de Isabel la Católica. Jordi Socías Penélope Cruz es otra vez Macarena Granada,
que regresa a su tierra como diva internacional para encarnar a la
reina española. “No es fácil retomar el mismo personaje tantos años
después, porque tiene que ser la misma pero tampoco puede ser igual; tenía que recuperar su esencia, su forma de hablar, sus gestos, pero sin
imitarla, porque también ella ha cambiado”, afirma la actriz. Ella es
el centro, pero, como advierte Trueba, el protagonista vuelve a ser
“colectivo”, y el grupo que la arropa (Jorge Sanz, Antonio Resines,
Santiago Segura, Loles León, Javier Cámara, Ana Belén, Neus Asensi,
Arturo Ripstein, Rosa María Sardá, Chino Darín, Carlos Areces…) marca el
paso. Como telón de fondo, las tramoyas de un tiempo no tan lejano. Antonio Resines
recuerda con nitidez una visita a principios de los años sesenta
–también de la mano de su padre– al rodaje, en pleno parque del Retiro,
de El fabuloso mundo del circo, de Henry Hathaway. O Penélope Cruz rememora pasar los fines de semana en su casa, “y en la tele, venga, otra vez El Cid”. Pero Trueba advierte que su filme mira un poco más atrás, concretamente
pone el foco en los rodajes “pre-Bronston” de finales de los años
cincuenta, avanzadilla que se abrió paso con películas como Alejandro Magno (1956), de Robert Rossen, y Orgullo y pasión
(1957), de Stanley Kramer. La primera se rodó, con Richard Burton en la
piel del rey conquistador, en El Molar, Rascafría y Manzanares El Real,
y la segunda, en escenarios de Ávila, donde Cary Grant, Sophia Loren y
Frank Sinatra encabezan un reparto en el que hasta Adolfo Suárez trabajó
como extra seducido por aquel ejército de luces. Los años han pasado para todos, no solo en la ficción. Algunos han
llegado a presidentes de la Academia de Cine (Resines); otros han
convertido en serie de culto una cómica y tierna autoficción (¿Qué fue de Jorge Sanz?), y hay hasta quien ha elevado a un corrupto y seboso policía a categoría de ídolo nacional (Segura). Un inexorable paso del tiempo que Jorge Sanz ve sin dramatismo: “En este
oficio el tiempo no pasa, nos reencontramos como si nunca hubiéramos
dejado de vernos”. La afirmación la suscribe Loles León al recordar su
reencuentro con Penélope. “El primer día nos abrazamos, nos miramos a
los ojos, y como si no hubiera pasado un solo momento”. Eso sí, con una
cerveza cero en la mano, bromea Sanz: “Antes nadie nos echaba el lazo,
ahora estamos más templados”. “Lo que no ha cambiado”, apunta Cruz, “es
que, cuando nos reunimos para cenar, siempre están a punto de echarnos
de los restaurantes por los gritos y los golpes en la mesa”. Las ganas de volver a esta historia han generado muchas expectativas en
un equipo que ansiaba el reencuentro. “Y todos”, dice Resines, “lo hemos
celebrado con mucho agradecimiento”. Su personaje, Blas Ontiveros,
carga con la parte más dramática. Ya no es un director famoso, ahora
solo es un exiliado que regresa como una sombra de sí mismo desde un
campo de concentración fascista. Trueba asegura que nunca pensó en una
segunda parte, pero que, a fuerza de ser requerido por el destino de los
personajes, empezó a preguntarse él también por ellos. “Y el guion fue
naciendo en mi cabeza de forma natural, sin forzarlo. Lo escribí
teniendo presente sus caras, sus voces, y eso era muy divertido para
mí”. Una nómina a la que se han sumado voces nuevas, como la de Javier Cámara
o Chino Darín. El joven actor argentino (irreconocible su acento
natural después de un impresionante trabajo de voz) resume con puntería
fina la experiencia: “La película es una oda al amor al cine y
exactamente así lo vivimos”.
Cámara aporta otra palabra clave para todos: familia. “Me lo habían
contado, esa capacidad de Cristina [Huete, compañera de Trueba y
productora de la película] y de Fernando de crear un ambiente familiar y
cálido donde es muy fácil disfrutar. Ahora lo he comprobado por mí
mismo y, sí, es algo maravilloso”, afirma Cámara. Trueba tiene su propia
explicación a este fenómeno en el que inciden veteranos y recién
llegados: “Nosotros ya éramos así antes de dedicarnos al cine. En mi
casa éramos ocho hermanos y aquello parecía el metro. Siempre estaba
llena de amigos y de amigos de amigos. A Cristina le pasaba un poco
igual. Yo era amigo de su padre, un tipo estupendo, y allí siempre
entraba y salía gente nueva. Nos criamos rodeados del caos y confusión
de nuestras casas y de alguna manera con nosotros se juntó el hambre con
las ganas de comer. Pertenecemos a un mundo que cultiva la amistad y
las relaciones humanas, me gusta pensar que en nuestra casa siempre hay
sitio para que un amigo venga a comer”. Jorge Sanz lo explica con la devoción de un hijo: “En este trabajo están
los que te pellizcan para llorar y los que te enseñan a llorar. Yo he
aprendido todo lo que tiene de artesano este oficio, sus valores
profundos, gracias a Cristina y Fernando. Con 16 años no tenía ni idea
de por dónde tirar y tuve la fortuna de trabajar con ellos en El año de las luces
(1986). Era la primera vez que viajaba solo al extranjero, sin mi
madre, y afortunadamente caí en sus manos”. Penélope Cruz no era mucho
mayor cuando rodó con ellos Belle époque (1992), a los 18. “Se
tomaba el trabajo tan en serio, era tan trabajadora, que impresionaba. En eso sigue siendo exactamente la misma”, recuerda Trueba. Cuesta no
caer en la tentación de establecer un paralelismo entre ella y el
personaje de Macarena Granada pero la actriz asegura que solo son
“cositas”. “Nuestras vidas no pueden ser más diferentes. Quizá ese
instante del Oscar me tocó [la actriz se refiere a una imagen breve, en
el arranque del filme, en el que se ve a Granada recibiendo un Oscar,
que dedica a su padre], pero lo cierto es que el Hollywood que yo he
vivido no se parece en nada al de los grandes estudios de esos años”. Para Trueba, tanto La niña de tus ojos como ahora La reina de España
(el cineasta deja abierta la puerta para una tercera entrega, quién
sabe si en la Almería de finales de los sesenta) son su particular carta
de amor al cine. Y por eso, explica, el anciano que a ojos del
espectador abre las puertas de esos estudios donde se rueda con todo el
lustre de Hollywood La reina de España no es un figurante
anónimo, sino el director de fotografía Juan Mariné, de 97 años: “Él es
el más veterano del cine español, empezó a rodar antes de la guerra. Para mí, su presencia es de una importancia enorme porque esta película
habla del amor al cine, a su gente, y ese rostro, desconocido para la
mayoría, lo resume todo”.
TVE ya no puede realizar programas como los que proporcionan prestigio a la BBC.
La BBC ya está anunciando lo que será su conmemoración del
primer aniversario de la muerte de David Bowie. Un ciclo de programas de
televisión y radio que, por sus diferentes emisoras, saldrá al aire en
enero de 2017, cuando el cantante habría cumplido 70 años. Lo más apetitoso es David Bowie: the last five years, un documental de Francis Whatelly que promete indagar en su último espasmo de creatividad, cuando elaboró The next day y Blackstar, mientras supervisaba el musical Lazarus
o su exposición en el londinense Victoria and Albert Museum. Una etapa
fértil vivida fuera de los focos, sin dejar transparentar la enfermedad
que culminaría en su fallecimiento el 10 de enero de 2016. Ah, el mismo Whatelly firmó otro documental para la BBC Two, David Bowie: fiveyears, que cubría cinco momentos álgidos del camaleón y se estrenó en 2013.
Por lo demás, la emisora británica exhibirá musculatura: en Bowie at the BBC
promete un combinado de actuaciones y entrevistas que cubrirá desde
1964 a 2016. El tipo de cosas que se hacen cuando se dispone de un
archivo cuidado y se cumple con la obligación institucional de captar la
cultura de un país. Oiga, en España no nos podemos quejar. Aquí, TVE lleva desde el 15 de octubre celebrando los 15 años de Operación Triunfo.
Un desmelene de documentales y directos que amenaza con alargarse hasta
Navidad; de hecho, ha colonizado los telediarios y el resto de la
parrilla; por lo que sé, puede que incluso haya contaminado las
transmisiones dominicales de la Santa Misa. Sería un miserable si negara a TVE la posibilidad de darse
una alegría con la cuota de pantalla. Resultaría un esnob si discutiera
la naturaleza del gozo de esos millones de espectadores que acudieron a
las nuevas citas con OT. Aún así, el ejemplo de la BBC y Bowie
hace suspirar por otros tiempos de la televisión pública, y no tan
lejanos: cuando TVE combinaba la búsqueda de las grandes audiencias con
el seguimiento de la creatividad, nacional e incluso internacional.
Había voluntad, personal y medios para hacerlo. Hablo, claro, de la época a.Z. (antes de Zapatero). ¿Saben
el chiste del hombre que quería adelgazar y se amputó los brazos? Aquel
audaz Presidente arregló las cuentas de RTVE con un hachazo. Desmanteló
un modelo de producción que funcionaba, mandando casi 5.000 trabajadores
a casa, con el 92% de sueldo; un dinero que, por arte de magia, no
salía del Presupuesto de TVE. En la empresa privada lo llamarían
contabilidad creativa. Aquí, lo denominaremos el suicidio asistido más
caro de la historia del medio: de golpe, se prescindió de la mayor parte
del talento formado en Prado del Rey. Desde 2006, la actual TVE está incapacitada para realizar
programas como los que proporcionan prestigio –¡y cuantiosos ingresos!- a
la BBC. Se limita, en el mejor de los casos, a confeccionar monstruos
de Frankenstein, mediante el corto-y-pego. Respecto a los documentales,
se vale de su extraordinario archivo para conseguir derechos de antena
de producciones ajenas, a cambio de ceder sus imágenes, habitualmente
comercializadas a precios inasequibles.
Así que si muere un Paco de Lucía o un Enrique Morente, se
recurre a un documental “de fuera” y misión cumplida. Como no quiero
pecar de cenizo, me niego a especular con lo que ocurrirá cuando
fallezcan otros creadores más esquivos o que simplemente no han tenido
ese tratamiento ambicioso. Hay un peligro obvio: hoy, muchos
documentales musicales son proyectos patrocinados por discográficas,
pensados para ser vendidos en combos (suma de CD y DVD). Tienen un aire hagiográfico, cuando no directamente promocional. Eso nos devuelve a Operación Triunfo. Con la
coartada de sus hipotéticos valores –capacidad de superación,
competencia sana y que sé yo- se nos coló un producto hipercomercial a
través de la televisión pública, gracias al general acobardamiento de
los medios ante el boom. El fenómeno OT permitió que
se hicieran grandes fortunas (y no, no estoy pensando en los artistas). A
pesar de las promesas que directivos de TVE repetían en petit comité, los ingresos extra de aquella bonanza no revirtieron en programas musicales legítimos. Y así seguimos. Respecto a la opción que plantea el título, una respuesta evidente:
tanto David Bisbal como David Bowie (o el equivalente español que
quieran) deberían tener hueco en un panorama televisivo culturalmente
sano. La desdicha es que solo un modelo de artista es visible en la
España de 2016.