Un Blues

Un Blues
Del material conque están hechos los sueños

8 oct 2016

La ficción también duele.......................................................................... Maribel Marín

El artículo de Víctor Erice sobre 'Los últimos días de Adelaida García Morales', de Elvira Navarro, enciende el debate sobre los límites en literatura.

No me pegues que llevo gafas!”, se defendió Francisco Umbral. “¡Coño, quítatelas!”, le respondió Fernando Quiñones.
 Los setenta no habían hecho más que empezar y Umbral celebraba su llegada con El Giocondo, una novela poblada de gais, lesbianas y bohemios de la noche madrileña de nombre ficticio y vida muy real: Francisco Rabal, María Asquerino, María Rosa Campos… Quiñones se dio por aludido y se presentó indignado y con ganas de pelea en el Café Gijón.
 La cosa no llegó a mayores, pero el episodio fue lo suficientemente desagradable como para disuadir al escritor de Mortal y rosa de volver a la tertulia literaria durante una buena temporada.
De habérselo pedido, Francisco Candel podría haberle dado consejo porque para entonces ya había pasado por eso.
 Y no en una, sino en varias ocasiones.
 Los personajes de su libro Donde la ciudad cambia su nombre (1957), sobre la Barcelona de los cincuenta, no se vieron muy favorecidos en la ficción y se amotinaron para lincharlo.
 “Con esa novela aprendí que la gente te puede matar por lo que dices en un libro”, dijo en una entrevista en este periódico en 2005 con su habitual gracejo. 
“Después escribí¡Dios, la que se armó! contando el escándalo. Y se volvió a cabrear la gente”.

La tensión entre realidad y ficción está en la genética de la literatura, es de hecho la literatura, el motor que ha impulsado a escritores de todos los tiempos a explorar límites y alejarse de convencionalismos históricos para abrir nuevos horizontes.
 Con ese carburante han construido su imaginario desde Homero hasta Tolstói pasando por Cervantes y Shakespeare, todas las generaciones de narradores hasta llegar a la actual: de Emmanuel Carrère a Javier Cercas; de José Saramago o Martin Amis a Enrique Vila-Matas, Antonio Muñoz Molina, Justo Navarro, Javier Marías, Manuel Vicent o Gustavo Martín Garzo.
 Con mayor o menor acierto, realidad y ficción se han mezclado siempre.
 Y nadie suele reparar en ello.
 Hasta que la literatura hiere más allá del punto final de la novela. Hasta que duele.
 Babelia publicó el pasado sábado un artículo del cineasta Víctor Erice en el que acusa a Elvira Navarro de “apoderarse del nombre y apellidos” de su exmujer en Los últimos días de Adelaida García Morales (Literatura Random House) con “una falsa reivindicación” de su figura que “no solo banaliza su memoria como escritora, sino —lo que es peor— su identidad como ser humano”.
 Publicitado como ficción, el libro no solo toma prestado el nombre real de la autora y su imagen en la portada, incluye también una especie de bibliografía a partir de apariciones de García Morales en prensa y se inspira en una anécdota que protagonizó dos meses antes de morir, cuando pidió a un Ayuntamiento del sur de España 50 euros para poder ir a visitar a su hijo a Madrid. 
Todo lo demás, se insiste en la contraportada, es pura invención. “Adelaida García Morales es el motivo, pero no es la protagonista de mi libro, que son dos cosas distintas”, se justificó Navarro.
 “Ella pone en marcha el conflicto de las protagonistas y solo la utilizo como paradigma para reflexionar sobre la precariedad y la construcción de la identidad”, añadió. 
“El libro evidencia mi posición sobre los límites entre la realidad y la ficción”, aclara por escrito a este periódico.
 “El creador es libre, y en el caso de que se pueda dañar a terceros, entonces lo importante es que no haya una confusión sobre lo que es real y lo que es ficción. 
Por otra parte, una persona real que haya gozado de fama no deja de ser en cierto modo una construcción de los medios, es decir, una ficción”.




Erice aludía precisamente en su artículo al daño a terceros, en este caso la familia y amigos de la escritora —a quienes no se consultó—, y defendía tajante que “no hay literatura inocente”. Decía Oscar Wilde que “no existen más que dos reglas para escribir: tener algo que decir y decirlo”, pero ¿debe el escritor imponerse límites cuando juega con realidad y ficción para no herir a las personas que ha convertido en personajes?
 ¿Vale todo en creación literaria? ¿Hasta qué punto es lícito emplear el nombre propio de una persona e inventar una vida que no se ha investigado?
'Nada' puso a prueba el vínculo entre Carmen Laforet y su familia, que se distanció de ella al sentirse mal retratada

“El libro de Navarro pertenece a esa tradición de obras que se preguntan por qué un autor de éxito es borrado del mapa. Es necesario que Adelaida García Morales, símbolo de la Transición y de la dificultad de ser escritora, salga en el título porque es la persona a la que se quiere reivindicar”, dice Carlos Pardo, escritor y crítico en este periódico.
 “Nadie pidió a Mörike en su Mozart de camino a Praga ni a Büchner en la obra maestra Lenz que se documentaran ni preguntaran a la familia.
 Creo que se está juzgando el libro como si fuera una biografía oficial o periodismo.
  Hay un miedo a la literatura, hay un criterio puritano muy arraigado que se da desde Platón hasta hoy que viene a decir que la literatura es mentira y por eso no debe existir. 
Y la literatura más fértil es la que más juega al equívoco entre realidad y ficción.
 La literatura trabaja donde se detiene la historia”. El debate es más pertinente que nunca si, como dice Anna Caballé, profesora de Literatura Española en la Universidad de Barcelona y crítica en EL PAÍS, “la ficción ha entrado a saco en la vida de la gente”. Legalmente, el derecho a la creación literaria está protegido por la Constitución, que deja claro que toda invención es lícita siempre y cuando no viole “el derecho al honor, a la intimidad, a la propia imagen y a la protección de la juventud y de la infancia”.
 Ahora bien, esa frontera no deja de ser resbaladiza porque “la creación no es un acta notarial”, añade la especialista, “y los límites entre lo que puede escribirse y lo que no son muy abiertos y confusos y movedizos en función de la época y por tanto del umbral de tolerancia moral en el que se vive.
 Pero digamos que existe una ética literaria, un sentido de la nobleza a la hora de escribir sobre los otros”
Para mí el límite está en no hacer daño a terceros”, dice Herman Koch, autor de Estimado señor M. (Salamandra), una novela que reflexiona precisamente sobre el complejo matrimonio realidad-ficción a través de un joven que aguarda 40 años para vengarse del escritor que recreó a su manera un asesinato y decidió incriminarlo. “El único límite de un escritor es su propio talento”, disiente Milena Busquets
 “Cuando escribo soy egoísta y mentirosa, lo único que me importa es que el texto sea lo mejor posible.
 Solo doy a leer mis textos a mi agente y a mi editor, el único juicio que me importa es el literario”.
Strauss-Khan ganó 50.000 euros en un juicio contra Marcela Iacub que narró la relación entre ambos. 
Lo apodó Cerdo
Busquets publicó el año pasado También esto pasará (Anagrama), una novela sobre la pérdida de su madre, la reputada editora Esther Tusquets, donde los personajes se esconden tras nombres falsos. “Los cambié porque quería poder no ceñirme solo a la realidad, de hecho en la novela hay personajes y situaciones absolutamente inventados”. 
Su tía Eva Blanch la emuló hace unos meses con Corazón amarillo sangre azul (Tusquets), ficción en la que Enma es su cuñada Esther Tusquets, y Ginebra, ella, su sobrina Milena, que dice no haber leído el libro.
“Una novela cuyo objetivo es no ofender a nadie no puede ir bien”, sentencia Blanch.
 “Al escribir hay que ausentarse del mundo real e inventarse uno propio.
 Desconectar de la realidad. Los personajes reales que han servido de inspiración se alejan, los literarios crecen”, apunta Blanch. “Todo artista se alimenta de lo que vive.
 Si haces daño a alguien a quien quieres, eres el primero en pagar las consecuencias.
 Si el libro no está bien, será un desastre y no habrá valido la pena. Pero si el libro está bien y tu relación con esa persona es fuerte y aguanta el golpe, sí.
 Una amiga me dijo hace poco: ‘Cuando una familia se entera de que un pariente es escritor hace bien en asustarse. ¡Se les ha colado un traidor!”. 

Nada puso a prueba la solidez de los lazos de Carmen Laforet y su familia, que se distanció de ella al sentirse mal retratada en esta novela que supuso un revulsivo en la literatura española de la posguerra, pero que también coartó la libertad de la autora, a quien su marido, Manuel Cerezales, le llegó a imponer la prohibición de escribir sobre su vida en pareja al separarse.

 En este caso, el conflicto quedó en casa.
 En otros, los trapos sucios se han lavado en los tribunales.
 El poeta, editor y senador Carlos Barral, por ejemplo, fue procesado por el Supremo por injurias a Francisco García Guillén en Penúltimos castigos, y el controvertido exdirector del Fondo Monetario Internacional Dominique Strauss-Kahn ganó en 2013 la jugosa cifra de 50.000 euros en un juicio contra Marcela Iacub por su papel estelar en La bella y la bestia.
 Kahn no salía mentado por su nombre en el libro en el que la ensayista narraba la relación con su antiguo amante, pero se reconoció en un personaje: Cochon (cerdo).
Javier Cercas —autor de El impostor y Anatomía de un instante—, maestro en España del juego realidad-ficción, también ha pasado lo suyo. 
Su celebrada Soldados de Salamina, sobre el fusilamiento fallido de Rafael Sánchez Mazas, en la que aparecen como personajes los escritores Andrés Trapiello y Roberto Bolaño, le condujo al banquillo de los acusados. 
Curiosamente, el único personaje inventado de toda la narración, la pitonisa de la televisión local de Girona, se le rebeló.
 Pilar Abel, la mujer real en la que afirma no haberse inspirado y que presentó una demanda de paternidad para ser reconocida como hija de Salvador Dalí, le llevó a juicio por injurias y calumnias. Cercas fue absuelto en 2006.
 La juez consideró que el personaje de ficción no podía identificarse con la mujer de carne y hueso. Pero el daño estaba hecho.  

Peor lo pasó aún en 2011 cuando el periodista Arcadi Espada, con quien mantenía una polémica sobre el uso de la ficción, publicó en una columna de opinión la falsa noticia de que Cercas había sido detenido en Madrid en una redada contra una red de prostitución infantil. 
“No doy crédito”, dijo entonces. “Esto no es humor, es una calumnia”.
Desde entonces, el escritor está retirado del debate público entre realidad y ficción.
 Quedan, eso sí, sus declaraciones pasadas: “Cada novela, cada libro crea sus propias reglas y límites.
 Tolstói no le pidió permiso a Napoleón Bonaparte para meterlo en Guerra y paz, Shakespeare mete todo lo que quiere… Lo que pasa es que se puede hacer bien o mal.
 La perversidad moral es un resultado de la perversidad formal”. Quedan también sus libros para iluminar la polémica desatada tras la publicación del artículo de Víctor Erice, que reivindica también el poder redentor de la literatura y abre una ventana para detenerse a analizar desde otro ángulo las novedades de las librerías, físicas y virtuales, plagadas de títulos que desafían todo límite.
En ellas coinciden ahora, por ejemplo, Basada en hechos reales (Anagrama), de la escritora francesa Delphine de Vigan, que inventa una especie de doble para plantear la eterna pregunta sobre dónde termina la realidad y empieza la ficción, y El ruido del tiempo (Anagrama), obra de Julian Barnes sobre el célebre compositor Dmitri Shostakóvich y su relación con Stalin.
 Y la próxima semana llegará Laurent Binet, premio Goncourt con su primera novela, HHhH, que se atreve ahora con La séptima función del lenguaje, una fábula sobre el poder de las palabras que relata el asesinato ficticio del gran semiólogo francés Roland Barthes.
 Estos títulos, como Los últimos días de Adelaida García Morales, son también carne de polémica.
 O quizá no. 
Porque, como dice Caballé, si los libros de Blanch y Navarro “han encendido algunas luces rojas” es porque “ambas disponen de una escena potente: Esther Tusquets presentándose en casa de su hermano Oscar Tusquets con sus perras dispuesta a morir allí, o bien García Morales pidiendo que una entidad pública le pague un billete de autobús.
 A las autoras”, prosigue, “les ha parecido que con esto era suficiente para armar un libro.
 Pero la literatura no es eso.
 Hemingway expresó muy bien el alcance de la literatura en Muerte en la tarde: ‘Si un escritor en prosa conoce lo suficientemente bien aquello sobre lo que escribe, puede silenciar cosas que conoce, y el lector, si el escritor escribe con suficiente verdad, tendrá de estas cosas una sensación tan fuerte como si el escritor las hubiera expresado”. 
Y en los casos antes citados, continúa, “hay un uso espurio de un personaje real y que no por el hecho de que la persona no viva carece de un derecho de memoria”. 
Enrique Murillo fue editor de Adelaida García Morales y tiene en su poder el último libro de la escritora, Crónicas del desamparo, y dos cosas muy claras.
 Primero, que cuando llegue el momento de publicarlo hablará con su familia porque ha pasado tanto tiempo desde que ella se lo envió que no se considera con el derecho a pasar por alto su opinión.
 La segunda cosa que tiene clara es que, si le hubiese llegado a él el manuscrito de Elvira Navarro y le hubiese gustado, “habría decidido publicarlo”.
 Eso sí, “no hubiera parado”, dice, “hasta convencerla de que era un error poner ese título por muy comercial que fuera, que lo es como ya se ha notado”. 
¿Cuánto ha vendido? Es una incógnita.
 Literatura Random House, que ha rehusado participar en este reportaje, no da cifras. “Es”, dicen, “una política de Bertelsmann”, el grupo al que pertenece.
Las editoriales se enfrentan, generalmente, con cautela al fenómeno.
 “Es complicadísimo para nosotros porque ficción y no ficción están cada vez más entrelazadas y muchas veces no sabes dónde te encuentras”, dice Sigrid Kraus, editora de Salamandra.
 Y cita Ante todo no hagas daño, del neurocirujano Henry Marsh, que cuenta historias reales de operaciones que ha practicado a lo largo de su carrera con una narrativa que fácilmente podría confundirse con la ficción. 
“Yo creo que siempre hay que preguntar a los aludidos y que se ha de respetar su opinión”.
 El debate se le planteó en su vida personal ante un libro que revelaba el pasado de su abuelo.
 Hubo un familiar que no quiso que se publicara, así que se hizo exclusivamente para la familia.
Salamandra trabaja solo con traducciones y prudencia cuando las obras les sitúan en terreno minado.
 Kraus cuenta el dilema que se les ha planteado con Historia de la violencia, de Édouard Louis, que verá la luz en 2017.
 El autor francés fue víctima de una violación y da en el libro información sobre el agresor, quien le demandó en su país. 
 La editora de la saga Harry Potter trasladó su dilema al abogado, que concluyó que no había problema en publicar el libro porque los datos eran vagos y hacían inviable la identificación del violador. “Me parece bien que haya debate para que no publiquemos sin pensar”, señala Kraus.
 ¿Se publica sin pensar? “Internet nos está haciendo daño a todos, lo mismo a las editoriales que a los medios, y a veces nos lanzamos sin parar a reflexionar”.
 Es entonces cuando existe el riesgo de que la literatura duela.
 Y nadie está a salvo.
 Koch está escribiendo un libro sobre un alcalde de Ámsterdam figurado.
 “Como personajes secundarios aparecen Françoise Hollande, Barack Obama y Bill Clinton”, dice. “Pero creo que es mejor no avisarles”.




 

No compare una crema de 2 euros con una de 100. ¿O sí?............................................... Sonia Fornieles

Decir que una crema muy barata no hace nada es simplista, y afirmar que hace por su piel lo mismo que otra que cuesta más del doble, también.

¿Es eficaz una crema facial hidratante antiedad que cuesta solo tres euros? 
Lo que sí que es, a ciencia cierta, es segura. 
“La legislación sobre los cosméticos se centra en unos mínimos al no ser considerados productos de primera necesidad, y solo se les exige que sean seguros.
 A los productores se les pide buenas prácticas de fabricación y controles para detectar impurezas o contaminantes; desechar fórmulas inestables, establecer una fecha de caducidad del producto, etcétera. 
Por lo tanto, si por eficacia entendemos que el producto está bien fabricado, la respuesta es sí ya que el reglamento europeo establece obligaciones.
 Si por el contrario entendemos la calidad como la funcionalidad de un producto, eso ya es otra historia”.
 Habla Ileana Izverniceanu, directora de relaciones institucionales de la Organización de Consumidores y Usuarios (OCU)

Ante la misma pregunta Carmen Esteban, directora técnica de la Asociación Nacional de Perfumería y Cosmética (Stanpa), afirma: "Corresponde al fabricante razonar que la promesa que su producto realiza se cumple.
 Posiblemente sea un tratamiento básico que ofrece propiedades de ese nivel. 
Sin embargo, la ciencia ofrece un conocimiento más profundo de la piel.
 No todas las cremas son iguales, cada una puede actuar sobre distintos problemas, manchas, elasticidad, arrugas… La última palabra la tiene el consumidor, que evalúa el producto y decide si es eficaz”.

La crema que se acabó en España

Desde el punto de vista dermatológico, la respuesta nos la da María José Alonso, dermatóloga del Hospital Torrecárdenas de Almería y miembro de la Asociación Española de Dermatología y Venereología (AEDV). “Si la crema antiedad contiene retinoides o algún tipo de ácido como salicílico, glicólico, láctico… o vitaminas C y E, que son los ingredientes antiedad más eficaces, no conozco ninguna de tres euros. Estos activos son costosos”.

 Sin dar más rodeos, la crema que tenemos en la cabeza es Q10, de Cien (2.99 euros), la marca propia de supermercados Lidl. Esta vio multiplicadas por 20 sus ventas a raíz de la publicación de un estudio de la OCU en el que obtuvo mejor nota que otras cremas más caras.

 “En pocas horas agotamos en toda España el equivalente a la venta de un año. 

 La demanda nos hizo multiplicar la producción ya que en cinco meses vendimos la previsión de tres años”,

 cuenta Sonia Bascuñana, responsable del departamento de cosmética de Lidl

 Esta crema, al igual que el resto de cosméticos que distribuye, se fabrica en laboratorios ajenos al supermercado. “Trabajamos con los laboratorios de nuestros proveedores, no solo con uno”, explica.

 En el caso de la crema Cien, el laboratorio es Win Cosmetic, ubicado en Alemania.

¿Por qué una marca blanca (o propia o de distribuidor como prefieren llamarla quienes la comercializan) puede ofrecer productos a tan bajo precio y las marcas tradicionales no?
 Carlos García, director general de Idesco, habla con absoluto conocimiento. 
Los laboratorios que dirige fabrican su marca propia (Selvert y Selvert Thermal), marcas blancas (no dice cuáles amparándose en acuerdos de confidencialidad) e incluso marcas de la competencia que “en un momento dado tienen puntas de producción y no dan abasto para satisfacer la demanda”. 
Al referirse a los controles de calidad de unos productos y otros establece alguna diferencia: “Todas las cremas de nuestro laboratorio tienen exhaustivos controles de calidad, pero hay que hacer alguna distinción.
 En cosmética de nivel medio o medio alto, que es en la que se mueve Selvert, los productos con taras severas (cierre defectuoso, bote roto...) pueden llegar al 0,7%. 
 Sin embargo, en cosmética de gran consumo se consiente hasta el 1%, es un sector más permisivo”.
La pregunta se la formulamos con nombre y apellidos: ¿Puede una crema antiedad facial con coenzima Q10 (antioxidante que ayuda a regenerar el colágeno) costar 2.99 euros?
 “Sí y hasta menos. Hay que cuantificar qué cantidad de Q10 hay en la fórmula y cuál es su pureza. 
Lo habitual es que esté disuelta en una solución acuosa u oleosa, así que si una crema se hace usando el 2% de esa solución no sabremos qué cantidad de ingrediente lleva cada bote.
 Ahí es donde las empresas pueden jugar, y de hecho lo hacen. Con un kilo de extracto de planta yo puedo preparar un litro de extracto, pero también cinco. 
Al final todo tiene que estar equilibrado y eso también cuesta dinero.
 Un producto de 100 euros con alta calidad técnica va acompañado de un packaging acorde; y otro de 2.99 tiene un recipiente correcto pero que refleja ese precio, y eso el consumidor lo entiende”.

Costes que se caen por el camino

Desde Lidl, Bascuñana explica cómo abaratan el precio final. “Eliminamos los costes que no dan valor añadido. Nuestras cremas más demandadas se exponen en palets y en grandes cantidades para no reponerlas continuamente.
 Centralizamos las compras con los proveedores y llegamos con ellos a acuerdos económicos buenos”. 
Desde Supermercados Dia (sus marcas son Dia, Bonté, Basic Cosmetics, Baby Smile y Junior Smile), Nieves Álvarez, directora de relaciones externas, explica cómo lo hacen ellos:
 “Nuestro packaging es simple y multilingüe, lo que nos ahorra duplicar productos según el país de venta”.
 En Mercadona ocurre algo parecido con su marca Deliplus, fabricada por el laboratorio RNB.
 “En 2009 eliminamos en algunos productos el prospecto, lo imprimimos en el interior del envase y ahorramos 200.000 euros”, explica Vicente Ruiz, presidente y socio fundador.
Pero no solo encontramos cremas económicas de marcas blancas. Hay laboratorios muy reconocidos que cuentan con productos a precios populares. 
Nivea acaba de lanzar Care, una crema para cara y cuerpo con una textura novedosa (emulsión de gel).
 Cuesta 3,99 euros y cuenta con el I+D+i de Nivea e incluso alguna patente pendiente (según la oficina de Patentes y Marcas el coste de una patente internacional puede llegar a 40.000 euros más las tasas anuales a pagar durante 20 años, el plazo máximo para disponer de una).
 Nadie se plantea si es eficaz, sencillamente la usa.
 La razón del precio tan ajustado la cuenta Hanne Rolling Bentsen, responsable de márketing global de cremas de Nivea.
 “Esta crema se lanzó a nivel mundial.
 En mercados emergentes como India, México o China los cuidados del rostro son económicamente inalcanzables para muchas mujeres, en contraste con mercados como Europa o Norteamérica.
 Por eso creímos importante universalizar el precio de Care para que todas las mujeres pudieran acceder a un tratamiento”.
En Garnier ocurre algo parecido.
 Uno de sus productos estrella, Essencials +35, cuesta 5,50 euros, contiene células nativas vegetales, polifenoles de té verde y cuenta con la garantía de L’Oréal, la compañía madre.
 ¿Por qué esta marca puede ajustar el precio de venta? Su departamento científico lo explica: “En cualquier campo disponer de la última innovación supone una fuerte inversión en investigación. 
Lo que ocurre es que con el tiempo podemos optimizar los procesos que intervienen en la producción de un cosmético permitiendo democratizar la innovación y hacerla más accesible.
 Así es como Garnier se beneficia de la experiencia de más de 100 años del grupo L’Oréal, ofreciendo productos a precios muy asequibles”.
La ley no obliga a especificar la cantidad de ingredientes que contiene una crema ni su concentración.
 Ciertos componentes activos son caros

La ciencia cuesta dinero

Ante este razonamiento puede surgir la siguiente duda: ¿es posible vender una crema por debajo de su precio de coste? 
Izverniceanu, de OCU, aclara: “Un comerciante no lo puede hacer. La prohibición de la venta a pérdida está regulada por ley.
 El límite legal por debajo es el precio de coste que figura en la factura del comerciante”.
 ¿Y existe un límite legal por arriba? “No, la libertad de precios también está regulada por ley.
 El fabricante repercute los costes del producto al margen del beneficio”, concluye.
 Sobre el precio final Carlos García, de Idesco, también aporta algunos datos.
 “Si la previsión de venta de la crema es muy pequeña todos los gastos irán repercutidos en cada unidad de producto y la encarecerá.


Sin embargo, no todo el precio de un cosmético se mide en términos de publicidad y lujo. 
Elio Estévez, director de comunicación científica de Olay, explica el proceso más costoso a la hora de fabricar una crema:
 “Son los test con voluntarias y los estudios técnicos en vivo y en laboratorio que nos permiten demostrar la eficacia de los ingredientes. 
Esto representa gran parte de los costes.
 El promedio de tiempo que lleva formular un producto son dos años, pero ha habido casos en los que hemos estado diez trabajando en la eficacia y seguridad de ciertos productos”.
 Carmen Esteban, de Stanpa, hace hincapié en este aspecto: “La investigación y la tecnología que se aplica antes de utilizar un ingrediente en una fórmula tiene un coste.
 Pero también la experiencia de dermatólogos, biólogos y químicos en los procesos de envejecimiento y conocimiento de diferentes activos.
 La innovación en sus fórmulas y la pureza de sus ingredientes también encarecen una crema”.
Aunque no es obligatorio patentar los activos ni los vectores (los que los transportan a la piel) que se descubren al fabricar un producto, las grandes marcas lo hacen: da prestigio, evita que otros laboratorios accedan al activo y, por supuesto, encarece el proceso. En 2007, L’Oréal registró 600 patentes y tenía unas 30.000 activas.

A la caza del ingrediente

En cuanto a la pureza y cantidad de los ingredientes tampoco hay una regulación específica.
 “El reglamento europeo señala que si un producto indica que tiene un ingrediente, este solo debe estar presente”, aclara Izverniceanu. ¿Y cuál es la cantidad mínima que debe llevar para ser eficaz? “La ley es muy laxa a este respecto. Lo único que ayuda a hacernos una idea sobre la cantidad que lleva es el orden en el que aparece en la lista de ingredientes, que va de mayor a menor porcentaje”. Ruiz, de Laboratorios RNB (Deliplus), explica:
 “Los fabricantes de cosméticos acudimos a los mismos proveedores de principios activos y a partir de ahí es la fórmula que cada uno desarrolle lo que hace que ese producto sea un éxito”. García, de Idesco, también se refiere a los principios activos. 
“A veces se usan determinados activos exóticos como orquídea de Los Andes, por poner un ejemplo.
 Desde un punto de vista técnico, seguro que hay plantas más cercanas con componentes similares.
 Sin embargo, lo que este plus aporta a un cosmético es interesante para el plan de marketing y su posterior venta”.
 Y ahora, si quiere cuidar su piel usted decide qué resultados busca y por cuánto.




 

Sus arrugas no son lo que le hace parecer mayor................................................................ Sonia Fornieles

Uno de los cirujanos plásticos más reputados del mundo nos saca de nuestro error: para estar más joven no hay que rellenar arrugas, sino parecer feliz.


“Cuando una persona entra en mi consulta le pregunto: ‘¿qué quiere?’ Bueno… tengo estas arrugas aquí que me hacen mayor –me dicen– , y algo de flacidez en la cara que quisiera eliminar, y el código de barras está muy marcado… 
Yo escucho y pienso que hace no demasiado tiempo esta (o este) paciente se habría ido a su casa con la cara planchada y bastantes euros menos en la cuenta corriente.
 Ahora se va feliz a casa, con menos dinero también, pero feliz”. Habla Mauricio de Maio, cirujano plástico por la Facultad de Medicina de la Universidad de São Paulo (Brasil), miembro de las sociedades brasileña y americana de cirugía plástica y autor de prestigiosos libros como Tratado de Medicina Estética (Roca).
¿Por qué se van felices a casa sus pacientes?
 No es por una rebaja en el precio de los tratamientos…
“Se van así porque ahora no se rejuvenece a los pacientes, se les alegra”.
 De Maio lleva meses explicándoles a médicos de todo el mundo la forma de que, sin hacer caso a las peticiones de quienes acuden a la consulta, queden plenamente satisfechos.
 “Primero hay que mejorar los atributos negativos que nos hacen parecer tristes, cansados o enfadados: ojeras, mirada hundida, rictus caído, ceño marcado… Y después potenciar los positivos. Rejuvenecer no pasa necesariamente por rellenar arrugas.
 De hecho, cuando una persona sonríe está más atractiva, más joven, y está marcando arrugas”.
 El experto hace hincapié en la conexión que existe entre todas las partes de la cara y cómo mejorando una de ellas pueden cambiar sorprendentemente otras. 

Las arrugas que no se ven

El cirujano describe este nuevo proceder como medicina estética emocional, algo que las doctoras Mar Mira y Sofía Ruiz del Cueto, de la Clínica Mira+Cueto, secundan: “El paso del tiempo produce cambios en la expresión facial que en muchas ocasiones deja de corresponderse con lo que realmente sentimos y acaba repercutiendo en nuestro estado de ánimo.
 Creemos que corrigiendo esa expresión exterior y recuperando de forma natural la correlación entre el reflejo en el espejo y el sentir interior de la persona, se mejora la autoaceptación y el bienestar psicológico”. 
Para avalar sus afirmaciones mencionan el estudio clínico llevado a cabo por Michelle Magid, profesora de Psiquiatría de la Universidad de Austin, Texas (EE UU), cuyos resultados confirmaban que el tratamiento con toxina botulínica (bótox) contribuye a mejorar los síntomas de la depresión.
 “La investigación demostró, mediante mediciones con resonancia magnética, que al estar la musculatura del entrecejo conectada con la amígdala, una zona del sistema nervioso central directamente relacionada con emociones como el miedo o la ansiedad, si disminuye la movilidad de dicho músculo también lo hacen esas emociones”.

Estética: ¿a partir de qué edad?

“Cuanto más tarde venga el paciente más habrá que reparar y más caro saldrá el tratamiento”, explica De Maio.
 Para saber sus conclusiones acerca de los beneficios del bótox dependiendo de la edad, descargue gratis nuestra aplicación

Según De Maio, la mejor herramienta para devolver la alegría es el ácido hialurónico de diferentes pesos moleculares (más o menos denso para rellenar o simplemente hidratar) en zonas estratégicas del rostro: “No hay zonas universales, cada paciente muestra unos rasgos y con un adecuado conocimiento de la anatomía facial y de los hábitos y la fisionomía del paciente en particular, se marcan unas pautas”. 
Y para tratar ceños fruncidos que dan como resultado un gesto malencarado, el cirujano apuesta por la toxina botulínica.

 

7 oct 2016

La flor que inspiró un imperio


CUENTA LA LEYENDA que Arthur Boy Capel, amante de Coco Chanel, solía regalarte camelias, con las que ella decoraba su pelo y ropa
. Dicen que le gustaban especialmente porque, al carecer de olor, no interferían con la fragancia de su perfume.
 La diseñadora sentía tal debilidad por esta flor que terminó convirtiéndose en uno de los iconos más reconocibles de su marca, junto a la ya mítica doble C cruzada.
 Con el tiempo, pasaron a protagonizar broches de tela, estampados y detalles de marroquinería de la firma de lujo.
 Ahora dan también forma a una colección de joyas a la que pertenece esta sortija bautizada como Camélia Galbé (camelia perfilada). 
Realizada en oro blanco de 18 quilates y cerámica, termina en un diamante cortado en talla brillante. 
 Una pieza que, como los buqués de Capel, no apela al olfato, sino al deseo.2088PLAInvento