El director firma en el documental 'Viaje a través del cine francés' un exhaustivo y apasionado recorrido por la obra de los grandes directores.
Voyage à travers le cinéma français (Viaje a través del cine francés) de Bertrand Tavernier
es una película de películas hecha por un director enamorado de los
directores
. Es, pues, un acto de amor, aunque no solo. También la enciclopedia compacta y poética –tres horas y cuarto plagadas de información y devoción a partes iguales- sobre los conocimientos técnicos, el genio creativo y las neuras, filias y fobias personales que algunos de los grandes maestros de los años 30, 40, 50, 60 y 70 supieron traducir en películas inolvidables.
Lejos de los dos colosales volúmenes 50 años de cine norteamericano que Tavernier (Lyon, 1941) publicó al alimón con Jean-Pierre Coursodon en 1991, este Viaje se atiene a criterios absolutamente personales y, por lo tanto, subjetivos: al contrario que en aquella obra magna, no hay aquí en el autor de películas como L627, Capitán Conan y La vida y nada más el más mínimo interés por la exhaustividad y sí por el juego de la apuesta y el descarte.
Es, en gran medida, una suerte de memorias, un documental con tintes autobiográficos, ya que estamos ante un cineasta que cuenta su vida a través… del cine y sus gentes.
Es fácil concluir, viendo esta película y el tono personal y subjetivo que le confiere su autor, que mucho de la madalena de Proust corretea por sus planos.
Regresan, rescatados, los aromas de la juventud (incluido su ingreso en una clínica de los Alpes para curarse la tuberculosis, la clínica tenía un cineclub los domingos y allí se aficionó al cine) y con ella la rendición incondicional y para siempre por este arte.
"Es una autobiografía. En cualquier caso no quise hacer una película para la universidad, no soy ni un historiador ni un crítico. Lo que quise hacer es una película que hable de lo que yo siento frente a ciertas películas en cuanto cineasta, y además confrontar eso con ciertos recuerdos de adolescencia y juventud”, comentaba Bertrand Tavernier durante una conversación con este diario en el Festival de San Sebastián, donde se presentó la película tras su paso por Cannes.
Voyage à travers le cinéma français llegará a las salas francesas el próximo día 12, y a las españolas en el arranque de la primavera. Una serie de ocho capítulos para la televisión, que el director ya tiene editada y que será emitida por la televisión pública francesa, vendrá a completar el viaje, con todo el material que no pudo caber en el largometraje.
“Me hubiera gustado meter a una lista larguísima de directores, pero
muchos acabaron quedándose fuera porque la dramaturgia del guion ya no
les dejaba sitio… Hay ciertos momentos en el cine en los que, si metes
todo, el que habla ya no es el personaje, sino el director.
. Es, pues, un acto de amor, aunque no solo. También la enciclopedia compacta y poética –tres horas y cuarto plagadas de información y devoción a partes iguales- sobre los conocimientos técnicos, el genio creativo y las neuras, filias y fobias personales que algunos de los grandes maestros de los años 30, 40, 50, 60 y 70 supieron traducir en películas inolvidables.
Lejos de los dos colosales volúmenes 50 años de cine norteamericano que Tavernier (Lyon, 1941) publicó al alimón con Jean-Pierre Coursodon en 1991, este Viaje se atiene a criterios absolutamente personales y, por lo tanto, subjetivos: al contrario que en aquella obra magna, no hay aquí en el autor de películas como L627, Capitán Conan y La vida y nada más el más mínimo interés por la exhaustividad y sí por el juego de la apuesta y el descarte.
Es, en gran medida, una suerte de memorias, un documental con tintes autobiográficos, ya que estamos ante un cineasta que cuenta su vida a través… del cine y sus gentes.
Es fácil concluir, viendo esta película y el tono personal y subjetivo que le confiere su autor, que mucho de la madalena de Proust corretea por sus planos.
Regresan, rescatados, los aromas de la juventud (incluido su ingreso en una clínica de los Alpes para curarse la tuberculosis, la clínica tenía un cineclub los domingos y allí se aficionó al cine) y con ella la rendición incondicional y para siempre por este arte.
"Es una autobiografía. En cualquier caso no quise hacer una película para la universidad, no soy ni un historiador ni un crítico. Lo que quise hacer es una película que hable de lo que yo siento frente a ciertas películas en cuanto cineasta, y además confrontar eso con ciertos recuerdos de adolescencia y juventud”, comentaba Bertrand Tavernier durante una conversación con este diario en el Festival de San Sebastián, donde se presentó la película tras su paso por Cannes.
Voyage à travers le cinéma français llegará a las salas francesas el próximo día 12, y a las españolas en el arranque de la primavera. Una serie de ocho capítulos para la televisión, que el director ya tiene editada y que será emitida por la televisión pública francesa, vendrá a completar el viaje, con todo el material que no pudo caber en el largometraje.
Algunas frases para la historia del cine
- En su Viaje... Tavernier se muestra duro con otro de los
clásicos, a quien sin embargo define como “un maestro absoluto”: Robert
Bresson: “Bresson escribía contra los actores y hablaba mucho de la
comparación entre el cine y el teatro… ¡él, que no iba al teatro nunca!
Pero donde sí iba era a todas las películas de James Bond, que iba a ver a solas a los cines. ¡Imagínese, va usted un día a ver una de Bond y en la butaca de al lado está Robert Bresson!
Bueno, pues hubo quien le tuvo en la butaca de al lado.
En Notas sobre el cinematógrafo escribió muchas cosas que solo eran aplicables a su propio cine, que por otra parte tiene obras maestras absolutas como Pickpocket, Al azar de Baltasar o Un condenado a muerte se ha escapado…”.
- "Al director Edmond T. Gréville, mi amigo, le pagamos la tumba entre varios amigos y algunos estudiantes de cine que eran sus admiradores… algo que no hizo la profesión.
Él murió pobre y se la pagamos entre varios amigos para que no le metieran en una fosa común.
Es un episodio que se me quedó grabado para siempre y tenía en la cabeza la idea de, algún día, hacerle justicia y rendirle homenaje. Por eso está en la película”, explica Tavernier, especialmente molesto con el olvido cuando no el desprecio al que muchos cineastas de su país fueron sometidos por sus colegas.
- En la taxonomía de los directores de cine han existido históricamente, a ojos de Bertrand Tavernier, dos subespecies: los buenos, que son los que aceptan seguir el consejo y las lecciones de otros, y los malos, que son los que no lo hacen. Pero una tercera viene a colarse entre ambas: la de quienes, aceptando aprender de los demás, lo hacen pero luego olvidan citar al autor de la lección. También se les puede llamar vampiros, los vampiros del cine, y ahí está Jean Renoir, que un día le dijo al propio Tavernier: “Hago cine para cambiar el curso de la humanidad, soy así de presuntuoso”.
- Otra frase para la historia del cine: Jean Gabin, el duro más vulnerable de la pantalla, confesándole al autor de Voyage à travers le cinema français: “¿Renoir? Como cineasta un genio, como persona una puta”. Gabin hacía referencia a la supuesta sintonía del autor de La gran ilusión con el régimen de Vichy y con Mussolini.
- Jean-Pierre Melville al joven Tavernier, a quien había apadrinado: "Es usted un ayudante de dirección horrible, dedíquese a ser jefe de prensa o a escribir de cine, y así podrá defender las películas mejor”.
Pero donde sí iba era a todas las películas de James Bond, que iba a ver a solas a los cines. ¡Imagínese, va usted un día a ver una de Bond y en la butaca de al lado está Robert Bresson!
Bueno, pues hubo quien le tuvo en la butaca de al lado.
En Notas sobre el cinematógrafo escribió muchas cosas que solo eran aplicables a su propio cine, que por otra parte tiene obras maestras absolutas como Pickpocket, Al azar de Baltasar o Un condenado a muerte se ha escapado…”.
- "Al director Edmond T. Gréville, mi amigo, le pagamos la tumba entre varios amigos y algunos estudiantes de cine que eran sus admiradores… algo que no hizo la profesión.
Él murió pobre y se la pagamos entre varios amigos para que no le metieran en una fosa común.
Es un episodio que se me quedó grabado para siempre y tenía en la cabeza la idea de, algún día, hacerle justicia y rendirle homenaje. Por eso está en la película”, explica Tavernier, especialmente molesto con el olvido cuando no el desprecio al que muchos cineastas de su país fueron sometidos por sus colegas.
- En la taxonomía de los directores de cine han existido históricamente, a ojos de Bertrand Tavernier, dos subespecies: los buenos, que son los que aceptan seguir el consejo y las lecciones de otros, y los malos, que son los que no lo hacen. Pero una tercera viene a colarse entre ambas: la de quienes, aceptando aprender de los demás, lo hacen pero luego olvidan citar al autor de la lección. También se les puede llamar vampiros, los vampiros del cine, y ahí está Jean Renoir, que un día le dijo al propio Tavernier: “Hago cine para cambiar el curso de la humanidad, soy así de presuntuoso”.
- Otra frase para la historia del cine: Jean Gabin, el duro más vulnerable de la pantalla, confesándole al autor de Voyage à travers le cinema français: “¿Renoir? Como cineasta un genio, como persona una puta”. Gabin hacía referencia a la supuesta sintonía del autor de La gran ilusión con el régimen de Vichy y con Mussolini.
- Jean-Pierre Melville al joven Tavernier, a quien había apadrinado: "Es usted un ayudante de dirección horrible, dedíquese a ser jefe de prensa o a escribir de cine, y así podrá defender las películas mejor”.
Y por eso
acabé haciendo ocho episodios extra de 55 minutos para televisión,
porque no había sitio para ellos en la película pero yo quería que
estuvieran: Guitry, Pagnol, Grémillon, Ophuls, Tati… Martin Scorsese, en
su historia del cine americano, a veces le dedica siete líneas a un
director, y a mí eso me frustra, no va conmigo.
Yo, solo con John Ford,
me pasaría horas y horas analizando sus relaciones con Dickens, que me
parecen apasionantes”, argumenta el director, que necesitó seis años para preparar la película y 80 semanas para montarla.
Los protagonistas de este emocionante periplo planteado por el director francés se llaman Jean Renoir y Robert Bresson, Jean-Pierre Melville y Marcel Carné, Jean Vigo y Claude Sautet, François Truffaut y Jean-Luc Godard.
Por supuesto, también Alain Delon y Jean-Paul Belmondo, Jean Gabin y Simone Signoret, Jeanne Moreau y Eddie Constantine… A ellos se suman outsiders que el gran público desconocerá y que Tavernier reivindica no en su conjunto pero sí a través de obras concretas.
Secundarios de la dirección llamados Jean Sacha, Jean Delannoy o Edmond T. Gréville.
Como ya hizo su gran amigo Martin Scorsese con el cine italiano y el americano en sendos documentales (Il mio viaggio in Italia (Mi viaje a Italia) y Un viaje personal con Martin Scorsese a través del cine americano), Bertrand Tavernier disecciona las obras clásicas de la cinematografía francesa y a los personajes que las hicieron posibles.
El resultado: una gigantesca clase magistral no solo a nivel histórico, sino también a nivel técnico.
Como si de un incesante travelling se tratara, el director va desgranando su sabiduría y su pasión sobre tal plano de La gran ilusión de Renoir, o sobre las explosiones y neuras de Gabin en los rodajes, o acerca de la manía que el escritor Jacques Prévert le tenía a Marcel Carné pese a haber construido juntos películas memorables, o sobre el magisterio de Jean-Pierre Melville y Claude Sautet –los verdaderos padrinos artísticos de Tavernier- o sobre la petición de Godard para que le trajeran al rodaje a los periodistas y críticos que con más dureza le habían tratado, y no a los que ya estaban rendidos a la causa.
Y finalmente, sobre la génesis del universo del cineclub que el propio Tavernier vivió en su juventud: la fundación, entre él y algunos más, del Nickel Odéon del Barrio Latino de París, especializado en cine americano; o las proyecciones clandestinas de Octobre à Paris (Octubre en París), la película prohibida de Jacques Panijel sobre la feroz represión de la policía francesa contra los argelinos de la ciudad.
Por supuesto, también Alain Delon y Jean-Paul Belmondo, Jean Gabin y Simone Signoret, Jeanne Moreau y Eddie Constantine… A ellos se suman outsiders que el gran público desconocerá y que Tavernier reivindica no en su conjunto pero sí a través de obras concretas.
Secundarios de la dirección llamados Jean Sacha, Jean Delannoy o Edmond T. Gréville.
Como ya hizo su gran amigo Martin Scorsese con el cine italiano y el americano en sendos documentales (Il mio viaggio in Italia (Mi viaje a Italia) y Un viaje personal con Martin Scorsese a través del cine americano), Bertrand Tavernier disecciona las obras clásicas de la cinematografía francesa y a los personajes que las hicieron posibles.
El resultado: una gigantesca clase magistral no solo a nivel histórico, sino también a nivel técnico.
Como si de un incesante travelling se tratara, el director va desgranando su sabiduría y su pasión sobre tal plano de La gran ilusión de Renoir, o sobre las explosiones y neuras de Gabin en los rodajes, o acerca de la manía que el escritor Jacques Prévert le tenía a Marcel Carné pese a haber construido juntos películas memorables, o sobre el magisterio de Jean-Pierre Melville y Claude Sautet –los verdaderos padrinos artísticos de Tavernier- o sobre la petición de Godard para que le trajeran al rodaje a los periodistas y críticos que con más dureza le habían tratado, y no a los que ya estaban rendidos a la causa.
Y finalmente, sobre la génesis del universo del cineclub que el propio Tavernier vivió en su juventud: la fundación, entre él y algunos más, del Nickel Odéon del Barrio Latino de París, especializado en cine americano; o las proyecciones clandestinas de Octobre à Paris (Octubre en París), la película prohibida de Jacques Panijel sobre la feroz represión de la policía francesa contra los argelinos de la ciudad.