Un Blues

Un Blues
Del material conque están hechos los sueños

8 sept 2016

John le Carré revela sus secretos...................................................................... Guillermo Altares

El novelista británico publica su primer y esperado libro de memorias, 'Volar en círculos'.

Las memorias del escritor:. John le Carré, en su casa de Cornualles en 2008. Carles Ribas
John le Carré arranca su libro de memorias Volar en círculos (Planeta, en traducción española de Claudia Conde), que sale a la venta hoy en todo el mundo, explicando que no piensa hablar de sus años en el espionaje.
 Sin embargo, apenas unas páginas después se pone a contar anécdotas sobre la profunda irritación que sus personajes causaron entre sus antiguos jefes.
 El escritor argumenta que convertir en ficción una carrera en el espionaje no es lo peor que puede hacer un agente desencantado. "¿Cuántos de nuestros atormentados espías hubiesen preferido que Edward Snowden escribiera una novela?", reflexiona este maestro de la novela, de 84 años, que trabajó como espía durante la Guerra Fría antes de poder dedicarse a la literatura tras el éxito de El espía que surgió del frío (1963).
Las memorias de Le Carré han despertado muchas expectativas porque siempre ha sido un experto en el camuflaje y en escabullirse: concede pocas entrevistas, nunca ha relatado qué hizo cuando fue agente para no traicionar sus fuentes, de hecho ni siquiera ha explicado de dónde viene su pseudónimo (su verdadero nombre es David Cornwell). 
Parte de esos huecos se rellenaron el año pasado con la publicación de una extensa biografía de Adam Sisman (700 páginas en inglés) que revelaba, entre otras cosas, que espió a sus compañeros de facultad.

De Thatcher a Arafat

Sin embargo, Volar en círculos es un libro totalmente diferente: no pretende trazar un repaso exhaustivo de su vida, sino que relata una serie de anécdotas y personajes que, en su conjunto, uniendo todos los puntos, acaban por formar un retrato muy preciso de un hombre irónico, generoso y cercano, que se toma su fama con mucha distancia y que ha aprovechado el poder que le da ser uno de los escritores más leídos del mundo para tratar de saciar su curiosidad, pero también para dar voz a los que no la tienen.

Por sus páginas circulan Yaser Arafat, Margaret Thatcher, Graham Greene, Richard Burton; pero también cooperantes anónimos, espías imperfectos y, naturalmente, su padre, un estafador, que pasó por las cárceles de diferentes países —el texto sobre su progenitor había sido publicado en The New Yorker—. Viaja al Beirut de la línea verde o a un Moscú crepuscular en el que siempre le siguen dos agentes muy poco discretos —de hecho, les pide que le lleven al hotel una noche que se encuentra bebido y perdido en la capital rusa—.
También es memorable su relato de la comida con Joseph Brodsky, el mismo día en que le anunciaron al gran poeta ruso que había ganado el Nobel. 
Esto es lo que dice Le Carré de las relaciones entre los literatos: “En mi experiencia, los escritores tienen poco que decirse, más allá de despotricar contra los agentes, los editores y los lectores o al menos tienen poco que decirme a mí, y en retrospectiva me resulta difícil imaginar de qué hablamos aquella vez”.
Otro ejemplo de su acerado e implacable estilo es lo que cuenta sobre el servicio secreto interno en el Reino Unido, el MI5 —“Espiar a un decadente Partido Comunista británico de apenas 2.500 afiliados, que se mantenía en pie gracias a los informantes, no satisfacía mis aspiraciones”— o lo que relata sobre la imagen que han creado los servicios secretos del Reino Unido a través de personajes a lo James Bond: “Todos los servicios de inteligencia tienden a mitificarse, pero los británicos somos una clase aparte. Mejor no hablar de nuestra triste figura en la Guerra Fría, donde el KGB nos superó en astucia y en capacidad de infiltración prácticamente en cada paso”.

Uno de los asuntos en los que, en cambio, se pone más serio es cuando analiza la relación de los alemanes de la posguerra con el pasado, sobre todo de aquellos altos funcionarios de la Administración nazi.
 Su conclusión es rotunda: “Cuanto más te empeñas en buscar verdades absolutas, menos probabilidades tienes de encontrarlas”. Esa falta de certezas y la imposibilidad de utilizar el blanco y negro para describir el oscuro mundo del espionaje es una de las constantes de sus libros más importantes como El honorable colegial, La gente de Smiley, Nuestro juego o Amigos absolutos.
La duda constante, con mucha autocrítica, marca también su trabajo. 
Cuenta que escribió un pasaje de El topo ambientado en Hong Kong sin moverse de su escritorio en Cornualles (sur de Inglaterra) utilizando una guía caducada
. Cuando viajó a la ciudad china por otro motivo, y la novela estaba a punto de salir, se dio cuenta de que había cometido un error de bulto que habría evitado de haberse tomado la molestia de comprobar sobre el terreno lo que escribía.
“La madurez me había vuelto gordo y perezoso y seguía viviendo de unas reservas de experiencia pasada que se me estaban agotando. Me sonaba en los oídos una frase de Graham Greene, algo así como que si quieres hablar del dolor humano tienes que compartirlo”.

Contradicciones

En su biografía, Adam Sisman explica que el mayor problema con el que se topó a la hora de investigar al autor fue que encontró muchas contradicciones en los recuerdos de John le Carré, entre las entrevistas que le concedió y otras declaraciones que había hecho en el pasado.
 Con eso, aclaraba, no quería decir que mintiese, simplemente que era un experto en borrar sus pistas, como antiguo espía y como gran novelista. 
Su pasado se perdía fácilmente por el camino. La confusión entre lo vivido y lo imaginado es un tema sobre el que Oliver Sacks ha escrito páginas maravillosas: todos tenemos recuerdos inventados que ocupan el mismo espacio que aquellos que son verídicos. 
Al final, no importa lo que sea real y lo que sea falso en Volar en círculos, nadie dijo que unas memorias tienen que ser fieles a la realidad, solo tienen que ser apasionantes.

 

 

Adiós a la ‘capitana ’de Malasaña...................................................... Luis Meyer

Hace dos días falleció Sonia del Amo, impulsora indiscutible de la música en la noche madrileña.

 


Retrato de Sonia del Amo.
Ayer el Tupperware estuvo cerrado, pero en su interior, a oscuras, seguían tomando copas animadamente Kiki Tornado, batería de Def Con Dos, los hermanos Pardo de Sex Museum y David Krahe, fundador de Los Coronas.
 Como otros muchos rockeros noctívagos, llevan años inmortalizados en el colorista mural de una pared de ese bar, sin el cual Malasaña no sería Malasaña.
 Su regenta, Sonia del Amo, falleció hace dos días y el barrio ha quedado en parte huérfano y, sobre todo, un poquito menos musical.
 
Retrato de Sonia del Amo.

Hablar de esta madrileña de 46 años, inquieta y de rasgos duros y poéticos, es hablar de garitos nocturnos y trasiego cultural.
 Se abonó a ambos muy joven, cuando abrieron el mítico Agapo en la calle Madera, por que el transitaba el rock subterráneo de mediados de los años 80
. Entre los entonces desconocidos miembros de Los Ronaldos o Los Enemigos, una jovencísima Sonia empezó a servir copas y a empaparse de ese otro Madrid, tan alejado del barrio de Salamanca o La Latina:
 "Malasaña era el barrio underground porque lo que salía de allí no se hacía en ningún otro sitio.
 Eso es lo que a ella la cautivó desde el principio", cuenta su amigo Gerardo Cartón, promotor de bandas y dj.
Sonia no se conformó con ser una espectadora y montó una década después, junto a sus hermanas Eva, Cristina y Blanca, el Tupperware en la calle Corredera Alta de San Pablo.
 Una bar recogido, con dos plantas y en el que apenas entra la luz del exterior, aunque anda sobrado de color gracias al mural antes mencionado, obra de Mauro Entrialgo.
 Sonia tuvo claro que las noches allí dentro significarían mucho más que tomar unas copas.
 Y así, su cabina de dj se convirtió en un centro de peregrinaje de músicos heterogéneos que iban a poner lo que se les antojara, con una única premisa: 
"Que tuvieran banda, que tocaran, que supieran de música", dice Cartón. "Desde punk y rock añejos hasta nuevas cosas como britpop o grunge, todo cabía", añade César Andión, uno de los primeros en pinchar allí. 
El Tupper se convirtió en lanzadera de productoras independientes como Subterfuge o Siesta, y parada obligada de quien quisiera estar al día de lo que se cocía al margen de las radios comerciales.
 "Ese local ha ejercido de puente entre la movida madrileña y el posterior movimiento indie", opina Cartón, y añade: "Sonia es la capitana de Malasaña. La que seguía defendiendo a las bandas".
Su repentina muerte por cáncer, deja en el hoy sofocante aire de Malasaña otra sensación aún más pesada: la de que ha desaparecido uno de los últimos bastiones de la identidad musical del barrio, que es mucho más que un mero recurso nostálgico; con la acelerada gentrificación de la última década se han impuesto negocios más lucrativos -y silenciosos- y han cerrado muchos garitos con la esencia del Tupperware.
 "Sonia quería que la gente fuera al barrio por la música, que lo que se había conseguido en los 70 y los 80 no se perdiera nunca", cuenta el dj Javier Entrañable, otro de sus amigos íntimos.
 Y no se limitaba a las paredes de su bar. 
Fue la impulsora de la Asociación de Hosteleros de Malasaña (AHM), que consiguió poner de acuerdo el año pasado, por primera vez, a vecinos y propietarios de locales para devolver al barrio su lustre cultural, y con la que logró uno de sus sueños: que las Fiestas del Dos de Mayo y, por ende, la música, volvieran a la calle. Culminaron con ella y su hermana Blanca (propietaria de otro garito del barrio, Madklyn) pinchando a dúo sobre el escenario. 
"Lo hemos conseguido, esperamos poder volver a vernos aquí mismo el año que viene", decía una exultante Sonia. 
No estará allí, pero gracias a ella, habrá muchos más escenarios en Malasaña.

Sonia no se conformó con ser una espectadora y montó una década después, junto a sus hermanas Eva, Cristina y Blanca, el Tupperware en la calle Corredera Alta de San Pablo. Una bar recogido, con dos plantas y en el que apenas entra la luz del exterior, aunque anda sobrado de color gracias al mural antes mencionado, obra de Mauro Entrialgo. Sonia tuvo claro que las noches allí dentro significarían mucho más que tomar unas copas. Y así, su cabina de dj se convirtió en un centro de peregrinaje de músicos heterogéneos que iban a poner lo que se les antojara, con una única premisa: "Que tuvieran banda, que tocaran, que supieran de música", dice Cartón. "Desde punk y rock añejos hasta nuevas cosas como britpop o grunge, todo cabía", añade César Andión, uno de los primeros en pinchar allí. El Tupper se convirtió en lanzadera de productoras independientes como Subterfuge o Siesta, y parada obligada de quien quisiera estar al día de lo que se cocía al margen de las radios comerciales.

Teoría y práctica de la palabra ‘no’.................................................................. Juan Cruz

Pero en política, y en casi todo, si no dejas una puerta abierta al sí pondrás en riesgo la posibilidad tranquila de desdecirte.

Pedro Sánchez, durante una rueda de prensa en la sede de PSOE. REUTERS
Al editor francés Gaston Gallimard no le gustaban las imposiciones de los autores y de los agentes literarios.
 El escritor considera habitualmente que su libro es extraordinario y no se le ocurre que se le diga no. 
Pero Gallimard tenía poder para zanjar tales disyuntivas y adoptó un lema que luego fue de uso universal: “No es también una respuesta”.
Javier Pradera, que fue un editor extraordinario, tenía otra fórmula más expeditiva.
 Cuando alguien venga con un manuscrito, aconsejaba, hay que agarrar al autor por las solapas y gritarle: “¡¿Tú también, maldito?!”
. La respuesta de Pradera tuvo menos porvenir que la del editor más famoso de Francia.
 “No es también una respuesta” es una fórmula perfecta para salir adelante en el mundo editorial; pero en la vida común, y en la vida política, esa respuesta tan conveniente para otras cosas comporta riesgos insalvables que ahora estamos comprobando en la inmediata historia nacional.
El ensayo público del no como proposición o como respuesta (“no es no”) ha tenido a Pedro Sánchez, líder del PSOE, como protagonista principal de un intercambio que su oponente, Mariano Rajoy, presidente en funciones, ha tratado de desmontar con el humor con el que se toma (a veces) a su contrincante: 
“Ya he entendido el no. ¿Qué parte del no cree usted que no he entendido?”.
Decir no requiere convicciones muy profundas y certezas que no pueden ser científicas, porque nada es verdaderamente blanco o negro; ni siquiera el 0, según las últimas teorías, es 0 absoluto, o doble 0, que diría el novelista Gonzalo Suárez.
 Nada es verdad ni es mentira, decía Campoamor.
 O, como advertía Antonio Machado, cuidado con tu verdad, esa no existe, existe la verdad, “y ven conmigo a buscarla, la tuya guárdatela”.
Decir no comporta un riesgo, porque lo que hoy en política es rojo mañana puede ser entreverado, y no se puede sostener del todo lo que dijimos ayer porque los días tienen sus novedades. 
No se pasa dos veces por el mismo río ni se baña uno dos veces en las mismas certezas. 
 La vida cambia, como los dibujos de los niños.

El filósofo Emilio Lledó decía, en la Universidad de La Laguna cuando todavía tenía 37 años y los que lo que lo escuchábamos teníamos el no bien bruñido, una frase que es tan buena que merece el recuerdo: “Dentro de todo hay un pequeño no y dentro de todo no hay un pequeño sí”. 
 Desde ese punto de vista, el riesgo que ha corrido (y está corriendo) el líder del PSOE es el de haberse puesto una camiseta de la que es difícil volver.
 Si en lugar de no es no él hubiera dicho “no es también quizá” hubiera metido la duda en el cuerpo del contrario, pero el contrario esgrime ahora el no como una muestra de que es el otro el que no quiere que se le introduzca ni medio en su certeza.
No es también una respuesta, decía muy bien Gallimard.
 Pero en política, y en casi todo, si no dejas una puerta abierta al es posible que salves tu dignidad pero pondrás en riesgo otro factor imprescindible para vivir y para sobrevivir: la posibilidad tranquila de desdecirte.

 

7 sept 2016

Isabel Preysler, la amante de sus maridos

Isabel junto a Mario Vargas Llosa, quien se convertirá en su cuarto marido GTRES

Habiendo, como hay, tantos y buenos libros sobre ella -El peso de la fama, Ed. Aguilar; Secretos confesables, Ed. Peninsular; Isabel y Miguel, 50 años de historia de España, Ed. La Esfera de los Libros; Isabel Preysler, el triunfo de una mujer, Ed. Plaza y Janés; El club de las Santas , Ed.
 Temas de Hoy y Reina de Corazones, Ediciones B-, amén de 47.200 referencias en Google sobre Isabel, me resistí durante un año a escribir este libro.
 ¿Qué podía yo decir que no se hubiera dicho y escrito ya? Porque no existe en España una mujer a la que no se le haya diseccionado tanto y tan profundamente.
 Todo dios conoce su vida, sus amores, sus amoríos, sus bodas, sus divorcios, sus hijos, sus casas. Incluso el derecho a la intimidad de todo ser humano que, a veces, no se ha respetado.
Aunque uno vale más por lo que calla que por lo que cuenta, llegué a la conclusión, después de mucho pensar, que, dado mi bagaje de conocimiento sobre Isabel, podía escribir un buen libro sobre ella, sin traspasar las líneas rojas de su vida.
Para ello, decidí emplear el mismo sistema que utilizo para los artículos y columnas en La Otra Crónica: buscar un buen titular y desarrollarlo.
 Tras mucho pensar y meditar, ¡eureka! apareció: Isabel, la amante de sus maridos.
 Se trata de un título que, así, a bote pronto, puede parecer agresivo y hasta insultante. Pero no lo es.


Tras analizar la vida sentimental de Isabel a fondo, llegué a la conclusión de que ella no es mujer de amantes, aunque algunos piensen lo contrario, sino de maridos, de quienes se convierte en esposa amante. 
 A diferencia de otras muchas que, no sólo no han sabido o querido serlo sino que, con el paso del tiempo, se han convertido en "madres" de sus maridos, con el riesgo que ello conlleva.
 Como escribió Julia Urquidi, la primera esposa de Mario: "Nunca he sido una mujer de aventuras, por eso he cometido el error de casarme tres veces, para no tener amantes". 

Madre o secretaria

Analizando profundamente esta cuestión, en la persona de Patricia Llosa, la que fuera mujer legal de Mario Vargas Llosa, encuentro que actuó siempre, por un lado, como madre y, por otro, como secretaria.
Si ustedes leen y releen con atención el discurso de Mario Vargas Llosa, el día que recibió el Premio Nobel y que incluyo en el libro, descubrirán un pasaje en el que intenta rendir homenaje a su esposa y tal parece lo hace, no ya a la madre, sino a la secretaria.
"Ella hace todo y todo lo hace bien. Resuelve los problemas, administra la economía, pone orden en el caos, mantiene a raya a los periodistas y a los intrusos, defiende mi tiempo, decide las citas y los viajes, hace y deshace las maletas y es tan generosa que hasta cuando cree que me riñe, me hace el mejor de los elogios".
Lo que digo, Patricia era la perfecta secretaria.
 Recuerdo en el libro el verano en el que coincidí con ellos en el hotel Meliá Sancti Petri de la costa gaditana. Pude comprobarlo.

Patricia y Varguitas

Sólo faltó que dijera a Patricia lo que Don Juan Carlos a Doña Sofía: "Eres una gran profesional".
 Pero lo más sorprendente de aquel discurso fue cuando Mario recordó lo que su esposa le decía: "Para lo único que sirves es para escribir".
 Mario habría podido decirle: "Eso será contigo". Porque Patricia habrá podido comprobar por todo lo sucedido que el nobel sirve para mucho más.
 Entre otras cosas, para haber enamorado a la mujer más deseada de España. ¡Y de qué manera!
De todas formas, no puedo por menos que preguntar en el libro: ¿Cuándo se rompió la magia de aquel amor entre Varguitas y su prima Patricia que, casi una niña, se presentó en París para arrancar a su primo de los brazos de su mujer, la tía Julia, para convertirse, contra toda la opinión familiar, en su jovencísima esposa?

Hace treinta años

Analizando profundamente la entrevista que Isabel le hizo a Mario hace treinta años en los Estados Unidos, como enviada especial de la revista ¡Hola! y que reproducimos en su totalidad, uno se sorprende y hasta se estremece cuando se encuentra con la siguiente pregunta 24 años antes de que se convirtiera en realidad el 7 de octubre de 2010.
-¿Te gustaría que algún día te concedieran el Premio Nobel?
-Un escritor debe trata de evitar pensar en el Premio Nobel, porque es un pensamiento corruptor. 
He conocido a algunos escritores a los que la ambición, la tentación del Nobel, llegó a estropearles la vocación.
No importa si tuvieron contacto durante estos treinta años. 
Lo que vale es el sentimiento que transmiten. 
Hay personas que llevan juntas toda su vida y no son capaces de mirarse como ellos se miran hoy.
 Me gustaría preguntarles qué sintieron cuando se abrazaron después de 30 años. 
Lo importante aquí, en esta historia, que he escrito con mucha honestidad, es que ese reencuentro, después de 30 años, puede generar este tipo de sentimientos.
Obviamente, los cuerpos de ambos no son los mismos que los de aquel día.
 Mario ha cumplido 80 años
 Tiene el cabello blanco aunque conserva un cuerpo medianamente atlético, por lo que se vislumbra. 
Isabel, a pesar de todos los retoques, tampoco es igual que aquella reportera que le entrevistaba en Missouri, aunque siga igual de hermosa pero más madura.
Cuando se reencuentran, ella era viuda o a punto de serlo.
 Él estaba, más o menos, mal casado con una mujer que se había convertido en "madre".
Ella se sentía feliz por el reencuentro y, aunque había perdido al hombre que amaba y él a punto de celebrar sus bodas de oro matrimoniales, había tomado la decisión de dejarlo todo y a todos para recuperar los 30 años perdidos.
 Una hermosa historia de amor. De lo que no hay duda, es que Isabel nunca se convertirá en la madre de Mario sino en la amante de su marido
. Para toda la vida. Una vida un poco desigual.
 Ella tiene todavía muchos para amarle. Él unos pocos menos para ser amado.