El filósofo riojano Gustavo Bueno Martínez ha fallecido este domingo a
los 91 años en la localidad asturiana de Niembro, donde tenía una
residencia, según ha informado la fundación que lleva su nombre
. Bueno ha fallecido sólo dos días después que su esposa, Carmen Sánchez Revilla, de 95 años.
Catedrático de Filosofía de la Universidad de Oviedo durante casi 30
años y uno de los jefes de fila del pensamiento marxista español, fue autor de numerosos libros
y artículos sobre ontologia, filosofía de la ciencia, ateísmo o
televisión, entre otros temas.
Se definía como un "escolástico puro".
Recibió el título de hijo adoptivo de Oviedo en 1996 y se hizo muy
conocido en España por un participación en debates y programas de
televisión.
El concurso Operación Triunfo es "basura fabricada deliberadamente para obtener mayores audiencias" frente a la "basura desvelada" -el caso de Gran Hermano-, "que no se hace deliberadamente", dijo durante la presentación de su libro Telebasura y democracia
en febrero de 2002
. "Ser de izquierdas no significa nada o demasiadas
cosas", dijo un año después, también en la presentación de otra de sus
obras El mito de la izquierda. Las izquierdas y la derecha.
En Asturias desarrolló el grueso de su pensamiento y de su extensa y
profunda producción intelectual, aglutinando en torno a su figura y su
obra a un escogido grupo de profesores y de discípulos que conforman la
escuela filosófica denominado grupo de Oviedo.
La capilla ardiente familiar estará abierta desde las 18.00 en su
casa de Niembro y el lunes se abrirá al público otra en el Salón de
Plenos del Ayuntamiento de Santo Domingo de la Calzada, del que era
natural el filósofo fallecido.
La ceremonia de despedida será a las
17.00. Será enterrado en el cementerio de Santo Domingo de la Calzada.
Representación teatral de 'Una fiesta para Boris', una de las obras de Thomas Bernhard, en Salzburgo.
Le importaba un rábano, o un pepino, el mundo entero, empezando por
Salzburgo. Nada es cierto de su gris armonía, decía. Es legendaria la
declaración del cómico norteamericano W. C. Fields, de Filadelfia, que
puso en su epitafio (inscrito en su tumba en un cementerio de Nueva
York): “Mejor aquí que en Filadelfia”. Bernhard odiaba Austria, Salzburgo,
pero sobre todo odiaba el mundo, poblado de idiotas. Los editores eran
idiotas, los actores eran idiotas, los periodistas eran idiotas, los que
lo invitaban a dar conferencias (en España, sobre todo) eran también
idiotas. Los traductores eran idiotas, los impresores eran idiotas. Y Salzburgo, claro. Salzburgo era una ciudad de idiotas. Pero “la
gente que viene aquí en verano por solo dos o tres semanas, se aloja y
es atendida en un buen hotel y va luego a alguna ópera estúpida, se
siente arrullada”. Están engañados. “La verdad es que en Salzburgo solo
se ven por ahí rostros malhumorados, difícilmente se puede encontrar a
gentes de rostro abierto . Son como el tiempo, como las casas, húmedos y
estúpidos y en el fondo brutales. No son más que víctimas y chantajistas
eternos”.
Son tan estúpidos, continúa el autor de Helada, que rara vez se considera a sí mismo idiota,
que [los habitantes de Salzburgo] “quieren exterminarlo y destrozarlo
todo y fusilar y matar y limpiar”. Los que van caen en la trampa de la
ciudad, y ellos se aprovechan, porque los tenderos de Salzburgo “venden
unas medias y unos sostenes más en verano a esa gente que se siente bien
y, si no fuera por eso, tampoco organizarían nada. Porque no les
importa nada”. El naufragio de Salzburgo, a los ojos de su ilustre habitante
esquivo, es también el de Austria, su país. “Se ahogará a sí mismo en la
cuna, este pequeño país. Aquí no se puede hacer nada, mire a la gente,
póngalos uno al lado del otro, son algo imposible”. Los denuestos no dejan, como diría Richard Ford, ni flores en las
grietas. Al contrario. Esas son solo algunas flores oscurecidas por el
ánimo de Bernhard mientras charlaba con el radiofonista Kurt Hoffman.
Esas Conversaciones con Thomas Bernhard (Anagrama 1991) son un
escalofrío de disgusto del autor con su país, con su gente, con su
tiempo y con los que están alrededor de su oficio. Su traductor es
Miguel Sáenz, que ayer nos remitía al principio de El origen,
de los textos autobiográficos publicados también por Anagrama:
“Salzburgo es una fachada pérfida, en la que el mundo pinta
ininterrumpidamente su falsedad, y de la cual lo [o el] creador tiene
que atrofiarse y pervertirse y morirse lentamente. Mi ciudad de origen
es en realidad una enfermedad mortal”. Dice Sáenz sobre el absoluto
disgusto de Bernhard por Salzburgo: “Su infancia allí fue atroz, su
madre veía en él al marido que la abandonó, estudió en un colegio nazi
en la que había una imagen de Hitler; el colegio luego fue católico, y
la imagen fue de un santo, pero siguió siendo nazi .Los bombardeos norteamericanos sobre la ciudad lo traumatizaron; una vez
halló en el suelo, entre los restos de la matanza, el brazo de un niño. Un tiempo penoso que lo persiguió toda la vida. Fueron, además, muy duros con él en Austria. Ahora lo glorifican. ¡Un día veremos bombones de chocolate con su cara!” Quizá ya hay.
Rue de Paris, temps de pluie, de Gustave Caillebotte, 1877. Imagen: (DP).
Toda
ciudad es una novela (lo contrario no es cierto) siempre que el
novelista tenga talento espacial y sepa distribuir cada volumen
edificado y sus habitantes particulares como un bloque verosímil. Luego
están las Ciudades invisibles, título de un famoso libro de Calvino en el que aparecen posibles ciudades según la catalogación que Borges
atribuyó a un entomólogo chino: insectos que molestan al emperador,
insectos que suenan como el cristal, etcétera.
De la misma manera:
ciudades que destruyen la memoria del viajero, ciudades que por la noche
se pueblan con difuntos antiguos, etcétera.
Pero si olvidamos las
ciudades invisibles y en cambio nos interesamos por las ciudades
imaginadas, no cabe duda de que el gran inventor de las mismas fue Charles Dickens.
Cuando
imaginamos Londres, incluso si hemos vivido allí o somos turistas
habituados a sus calles y monumentos, lo hacemos con los materiales de
Dickens aunque no lo hayamos leído, porque la pintura, la fotografía y
el cine han copiado minuciosamente la técnica narrativa de Dickens para
distribuir espacios urbanos y distinguir a sus distintos ciudadanos.
Dicho de un modo algo violento: Londres será eternamente victoriano
mientras no aparezca otro escritor capaz de construir una nueva imagen.
Por
supuesto todo lector de Dickens sabe que en el joven escritor solo
había dos Londres, el bueno y el malo, el de los ricos y el de los
pobres, el de los barrios aristocráticos y el de los barrios
proletarios.
Los protagonistas solían sufrir un avatar prodigioso que
les llevaba de un Londres al otro, sea para caer en la abyección de los
mugrientos laberintos próximos al Támesis, sea para salvarse en una
reluciente mansión próxima a Regent’s Park.
Si usted es un lector de
Dickens un poco más experimentado o pasional, sabe también que en el
último Dickens, en cambio, hay tres Londres diferenciados porque aparece
un tercer espacio entre la ciudad del bien y la ciudad del mal.
Ese
tercer espacio es el de la clase media que va a tomar posesión de los
barrios funcionariales y de negocios a lo largo de la vida de Dickens.
La
tercera fuerza evitará el maniqueísmo de la etapa juvenil, dará mayor
riqueza a la aventura narrativa y permitirá a Dickens alguna de las más
portentosas descripciones del hogar burgués, tan distinto del palacio y
de la miserable vivienda de los Jerry Buildings.
De hecho, la tercera zona urbana será el refugio privilegiado de
quienes ya comienzan a mirar con sospecha a la aristocracia y no dejan
de tener un principio de conmiseración por los miserables, sentimiento
entonces poco frecuente.
El tercer espacio es el de la conciencia y el
de la inteligencia.
Si
comparamos concienzudamente la construcción literaria del Londres
victoriano de Dickens, en su perfección artística, con el París de Proust,
la sorpresa es considerable.
Ambos escritores se llevan unos sesenta
años, de manera que Proust puede muy bien ser el nieto de Dickens.
Sin
embargo, el proceso es prácticamente el mismo. También en Proust hay dos
ciudades al principio que finalmente serán tres, aunque las tres estén
en el mismo libro.
Recordará el lector que en las seis mil páginas de La Recherche
se analiza minuciosamente la vida parisina a lo largo de cuarenta años
con frecuentes saltos a la etapa anterior, la de la guerra
franco-prusiana.
Curiosamente
el tercer espacio «ciudadano» de Proust no está en la ciudad sino en el
campo colindante con la gran capital, en los pueblecitos de veraneo de
la burguesía, los cuales constituían una prolongación natural de la vida
social capitalina, algo que en Inglaterra no sucedió jamás.
Y también
será en los pueblecitos de los alrededores de París en donde el
protagonista, Marcel, descubrirá todo lo que determina su vida artística
y sentimental, como la princesa de Guermantes, el gran Swann o la
ambigua Gilberte.
El tercer espacio era, de nuevo, el lugar del
espíritu.
Ciudad
dickensiana para la eternidad es el Londres victoriano. Ciudad
proustiana para la eternidad es el París de la gran burguesía. Sin
embargo, seguramente la mayoría de nosotros vivimos en la ciudad
kafkiana, el laberinto impenetrable de nuestra interioridad.
En
la extensísima narración de la vida de Marcel y de sus padres, Proust
anota con sagacidad que su primera vivienda, en el centro noble de la
ciudad, está sin embargo habitada por numerosos proletarios y artesanos.
Las clases sociales ocupaban los mismos edificios en jerarquía
vertical. En el principal, los más ricos, en las últimas alturas (las chambres de bonne)
los más pobres, en la entrada talleres artesanos. Pero cuando llegamos
al final de la novela las clases se han separado y los proletarios han
sido expulsados a los bulevares exteriores.
En realidad esta separación se produjo con la reforma del barón Haussmann que comenzó con Napoleón III, pero se prolongó hasta la terminación del bulevar Raspail ya en pleno Art Nouveau.
Haussmann abrió en canal la ciudad, reventó el suelo, derribó miles de
casas, abrió enormes avenidas, todo con el fin de levantar la ciudad más
moderna de Europa y (de paso) arrasar los núcleos obreros que habían
resultado peligrosísimos en las dos revoluciones comuneras. De un París
interclasista se pasó a dos ciudades separadas, como el primer Londres
de Dickens.
Un año después del doble crimen de Cuenca se conocen los detalles de lo que les ocurrió a Marina y Laura.
La debilidad de un asesino puede ser difícil de encontrar pero, si se
da con ella, es bastante probable que se dé también con el asesino.
El
punto débil de Sergio Morate era su madre. No pudo evitar llamarla varias veces para decirle que estaba bien y tranquilizarla
. De un día para otro se había convertido en el hombre más buscado de España
.
Llevaba varios días huyendo de la policía.
Había conducido sin apenas
descanso su Seat Ibiza verde desde Cuenca hasta el paso fronterizo de
Portbou (Girona).
Había cruzado a Francia, y seguía su espantada
monitorizado por agentes de la Unidad de Delincuencia Especializad y
Violenta (UDEV), que esperaban a que llegase a casa de un amigo suyo en
Rumanía.
Allí le darían caza con mayor facilidad. Así ocurrió.
La tarde del 14 de agosto, con los cadáveres de Marina Okarynska —26 años y exnovia de Morate— y su amiga Laura del Hoyo —24 años—
aún pendientes de los resultados de la autopsia en la morgue de Cuenca,
llegaba la noticia
: Sergio Morate había sido detenido en la localidad
rumana de Lugoj (provincia de Timisoara) en casa de Istvan Horvath.
Se trataba de un tipo que había conocido en prisión, como al amigo
colombiano con quien supuestamente se había montado la coartada de su
crimen.
Todo se torció, “se me fue de las manos”, le diría después a uno de
los agentes que lo custodió en su regreso desde Rumanía.
Pero Morate
había planeado fríamente el asesinato de su exnovia Marina, de origen
ucraniano.
Ella le había dejado.
Se había vuelto a Rumanía y se había casado con
otro ocho meses después.
Ella le había ignorado y despreciado cuando
fue a recibirla al aeropuerto, tras enterarse de que regresaba por unos
días a España.
En realidad, ella solo le llamó por teléfono para decirle
que quería recoger las cuatro cosas que aún le quedaban en su
apartamento.
Bueno, le llamó una vez más, minutos antes de morir.
Aquella calurosa tarde del 6 de agosto pasado, de la que hoy se
cumple exactamente un año, las dos amigas llegaron en el coche de Laura
hasta las inmediaciones de la urbanización Ars Natura, donde vivía
Morate, a escaso kilómetro y medio de sus casas.
Marina le telefoneó por
el camino para advertirle de que estaban llegando y de que subiría con
su amiga a coger sus bártulos.
Él, nervioso, trató de disuadirla y le
pidió que lo dejara mejor para otro día. Ella insistió y subieron.
Una botellita de agua de la Virgen de Fátima delató al presunto asesino
Les abrió la puerta y cerró la cerradura por dentro inmediatamente
después
. Entró con Marina en la habitación, dejando a Laura esperando
fuera.
Y, en cuanto pudo, le ajustó una brida de plástico al cuello.
Solo quedaba esperar. Se desplomó en el suelo.
De ahí el golpe en la
cabeza que señalaría la autopsia días más tarde, tras constatar que
había muerto estrangulada.
Al oír el estruendo, Laura se alarmó y abrió la puerta del cuarto.
Asustada, intentó huir, pero la puerta de la calle estaba cerrada con
llave. Fue entonces, supuestamente, cuando Morate la golpeó en la
cabeza, la tiró al suelo y la estranguló allí mismo, con sus propias manos.
El primer asesinato era el planeado
. El segundo, no. “Yo no quería
matar a Laura”, le confesaría después al agente. “Pero no me quedó más
remedio”.
Todo se complicó. Solo había comprado cal para enterrar un cuerpo.
Y, ahora, en ese recodo del río Huécar, a escasos tres kilómetros de Palomera, el pueblo de su madre, tendría que meter dos cadáveres en lugar de uno. “Acabé destrozado de tanto cavar, tuve hasta agujetas”, le diría después a ese “tipo grandullón y amable”, con pinta de poli
bueno, que se había ganado la confianza de su madre semanas antes.
Así
le describió ella por teléfono al investigador "bueno", que después él
elegiría de confidente, mientras estaba detenido y muerto de miedo por la posibilidad de ser juzgado en Rumanía. Un concierto, la coartada perfecta
Metió los dos cuerpos en sendas bolsas de basura grandes que había
comprado para la ocasión
. Y esperó a que llegase su amigo el colombiano,
recién salido de la cárcel y con quien esa misma tarde tenía previsto
irse a un concierto a Valencia, su coartada perfecta.
Morate no pensaba contárselo, quería tenerlo todo resuelto para
cuando llegase, pero se vio desbordado por la situación y le pidió
ayuda.
Al colombiano le faltó tiempo para irse al concierto solo
. Se
quitó de en medio y así lo comprobaron después los agentes: “Estaba en
Alicante”.
Tuvo que bajar el solo los dos cuerpos al garaje aquella misma tarde,
meterlos en el coche, llevarlos hasta Palomera, cavar una fosa y
enterrar a las dos chicas.
Lo hizo en tiempo récord. “Se asustó cuando
vio pasar a un coche de policía, pensó que ya le estaban buscando y
comenzó su precipitada huida hacia Rumanía”, aseguran fuentes de la
investigación.
No le fue fácil a la policía hallar pruebas que pudiesen demostrar
los hechos.
Más allá de estas confesiones a “su agente de confianza”, no
había restos de sangre en el apartamento, registrado al menos en tres
ocasiones.
Y tampoco el coche fue concluyente
. Sin embargo, al presunto
asesino, —que se negó a declarar ante el juez y que aún sigue en prisión pendiente de que se celebre el juicio con juzgado popular—
se le olvidó algo en una de las escenas del crimen.
Algo que delató,
una vez más, su mayor debilidad.
Junto al hoyo donde se encontraron los
cadáveres de Marina y Laura, los agentes recogieron una botellita de
agua de la Virgen de Fátima, una de las muchas que guardaba la madre de
Morate en su casa de Palomera.
Sin fecha para el juicio
De nuevo carteles y fotos
. Las calles de Cuenca vuelven a inundarse
de carteles, fotos y pancartas que claman “justicia” un año después de
la desaparición de las dos amigas Marina Okarynska y Laura del Hoyo.
Pena Máxima. Piden “la pena máxima para el asesino”, como ha reclamado sin descanso María, la madre de Laura, en las últimas semanas.
Pasos previos al juicio.
Una vez que las diligencias previas se
transformaron en procedimiento del Tribunal del Jurado el pasado mes de
junio, se están terminando de presentar los escritos provisionales, que
es el paso previo a la apertura de juicio oral.
Sin fecha.
Todavía no hay fecha para la celebración de ese juicio con
jurado popular, en el que se sentará en el banquillo el presunto autor
de ambos asesinatos, el conquense, de 31 años y exnovio de Marina,
Sergio Morate.