Un Blues

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Del material conque están hechos los sueños

3 jul 2016

Muere Michael Cimino a los 77 años........................................................ Gregorio Belinchón

El cineasta, responsable de 'El cazador', 'Manhattan Sur' o 'La puerta del cielo', solo dirigió siete filmes en su meteórica y truncada carrera.


Michael Cimino, con su Leopardo de Honor, el pasado agosto en Locarno. efe
No ha habido en la historia del cine nadie parecido a Michael Cimino, que ha fallecido a los 77 años. "Sé que piensan que soy un hueso duro de roer y un drogadicto y dicen que soy alcohólico.
 No lo soy. Nada de lo que la gente piensa de mí es verdad.
 Todo nació porque nunca contesté ciertas cosas en la prensa.
Eran ridículas", dijo en Cannes cuando tras años alejado de la vida pública volvió en el 60º aniversario del festival francés, en 2007.
 Allí apareció sin ninguna arruga en su cara, cejas depiladas, nariz reconstruida y no quiso confirmar si se había cambiado de sexo
. La noticia de su muerte la ha dado por Twitter Thierry Frémaux, responsable del certamen, que ha asegurado que murió en paz rodeado "de los suyos y de las dos mujeres que le amaron" sin aclarar nada más.
 Residente entre París y Los Ángeles, The New York Times en cambio asegura, al contrario que Frémaux, que Cimino falleció repentinamente y solo. Según este diario, a quien confirmó su muerte su amigo y exabogado Eric Weissmann, el cuerpo del cineasta fue encontrado en su casa en Los Ángeles por la policía después de que algunos amigos no fueran capaces de localizarlo por teléfono. Aún no están determinadas las causas del deceso.
Cimino, de quien habitualmente se asegura que nació el 3 de febrero de 1939 (dato que tampoco está confirmado), solo dirigió siete filmes en su carrera, y protagonizó el ascenso y la caída más vertiginosos que pudiera imaginarse en Hollywood.
 Nacido en Nueva York. Hijo de un compositor de marchas de desfiles y de melodías para partidos de diversos deportes y de una diseñadora de ropa, cuanto más caros fueron los colegios en los que estudiaba, más salvajemente se comportaba.
 Graduado en Michigan State, entró en Yale donde combinó estudios de Pintura, Arquitectura, Historia del Arte y de vez en cuando se acercaba a la Escuela de Drama.
 Tras pasar voluntariamente por el ejército, comenzó en Nueva York su carrera como publicista, en la que fue ascendiendo hasta empezar a dirigir anuncios con suficiente impacto visual como para que le llamaran grandes compañias.
Durante esa época conoció a quien fue su primera pareja, Joann Carelli, con la que estuvo saliendo de manera intermitente durante 30 años.
En 1971 decidió mudarse a Los Ángeles, donde creció su pasión por las mujeres y los coches, y se convirtió en guionista.
Nunca había escrito, pero descubrió que solo con un libreto propio lograría dirigir un largometraje. Así redactó Naves misteriosas y Harry el fuerte, secuela de Harry el sucio. Eastwood, encantado con su trabajo, le compró otro guion, Un botín de 500.000 dólares (Thunderbolt and Lightfoot), para dirigirlo él.
  Sin embargo Cimino le convenció de que él mismo lo haría mejor y así cumplió su sueño en 1974. la película logró tal éxito -y logró una nominación al Oscar para Jeff Bridges- que rápidamente pudo levantar su segundo filme, El cazador (The Deer Hunter), con Robert De Niro, Christopher Walken, Meryl Streep, John Savage y John Cazale.

En 1978 El cazador reflejó perfectamente el espíritu de la época, lo que significaba la guerra de Vietnam y la vuelta a casa de multitud de estadounidenses destrozados, rotos mental y emocionalmente.
 Obtuvo nueve candidaturas al Oscar -entre ellas la primera de Streep- y ganó cinco: Mejor Película, Dirección, Actor Secundario (para Walken), Mejor Montaje y Mejor Sonido
. En su promoción Cimino empezó a mentir, contando que el guion era autobiográfico -cuando solo había estado seis meses en el servicio militar y en la reserva en Texas, y además era un libreto adaptado del original de Louis Garfinkle y Quinn K. Redeker-. Esa tendencia aumentó con los años, lo que también hizo crecer su leyenda.
 Durante el rodaje, el presupuesto se duplicó, hubo que cambiar el calendario por la enfermedad terminal de Cazale, y logró imponer a las productoras su montaje de tres horas.
Su tercera película, La puerta del cielo (1980), supuso su expulsión de Hollywood.
 Era un western sobre el enfrentamiento entre unos terratenientes y unos inmigrantes europeos en Wyoming en 1890, con Kris Kristofferson, Christopher Walken, Isabelle Huppert, Jeff Bridges, John Hurt y Joseph Cotten. United Artists, el estudio productor, fue vendido a Kirk Kerkorian, el magnate de los casinos que en aquel momento ya poseía MGM
. Con el tiempo quedó claro que su raquítica taquilla, apenas cuatro millones de dólares, no fue la causa principal del desmantelamiento de la major. Un montaje de 219 minutos fue estrenado en Nueva York en noviembre de 1980, y la reacción fue tan adversa que United Artists retiró el drama y volvió a estrenarlo, sin éxito, en abril de 1981 con 149 minutos. De un presupuesto inicial de 7,5 millones de dólares se acabó en un coste superior a los 44 millones de dólares.
Más tarde llegarían Manhattan Sur, El siciliano, 37 horas desesperadas y Sunchaser, todas producidas por pequeñas compañías y no por majors, pero Cimino había perdido su toque. Su nombre ha aparecido relacionado con filmes como Footloose o Nacido el 4 de julio, y él mismo trabajó en biopics de Janis Joplin y del mafioso Frank Costello, y en adaptaciones de Crimen y castigo, El manantial o La condición humana.
Durante años desapareció del panorama público y no volvió a saberse nada de él hasta que en 2001 reapareció transformado en su apariencia física.
 Cimino se había convertido en novelista. Gallimard publicó en 2001 Big Jane y Francia le concedió la medalla Chevallier des Artes et des Lettres.
 La novela, que se abre con una cita de El Quijote, es la historia de una chica que vive tres historias de amor y viaja por América para acabar en Corea. En 2007, para Cannes, dirigió el episodio No translation Needed, del filme colectivo Chacun son cinéma ou Ce petit coup au coeur quand la lumière s'éteint et que le film commence.
  El año pasado recibió el Leopardo de Oro del festival de Locarno (Suiza) y dio allí una delirante clase magistral, a la altura de su leyenda.


 

Al menos 80 muertos en un atentado en una heladería de Bagdad asumido por el ISIS

El grupo terrorista afirma en un comunicado que el ataque iba dirigido contra la población chií.


La zona del atentado, en el distrito de Al Karrada de Bagdad. Ali Abbas (EFE) ATLAS
Al menos 80 personas han muerto y 135 han resultado heridas en un atentado con coche bomba perpetrado durante la madrugada del domingo en una zona comercial del centro de Bagdad
. Según han explicado fuentes policiales, un conductor suicida detonó el vehículo en medio de una multitud congregada cerca de la tienda de helados Yabar Abu al Sharbat, ubicada en el distrito de Karrada.
 El ISIS ha asumido la autoría del ataque.

El atentado se produjo sobre la una de la madrugada hora local y en una zona muy concurrida de la capital.
 Allí se encuentra la heladería más popular y antigua de la ciudad iraquí
. Además, en pleno verano, los vecinos prolongan las noches en la calle.
 Sobre todo, en pleno mes sagrado de ramadán, que se está celebrando actualmente.
La explosión ha destruido e incendiado varias tiendas aledañas en Al Karrada, donde la mayoría de la población es chií.
 El Estado Islámico ha asumido la autoría del atentado a través de un comunicado: "En el marco de las permanentes operaciones de seguridad de los soldados del califato en la ciudad de Bagdad, el hermano muyahidín (guerrero santo) Abu Maha al Iraqui logró hacer estallar su coche bomba en una concentración de renegados (chiíes)".
Hasta Al Karrada se ha desplazado el primer ministro iraquí, Haidar al Abadi, que ha sido increpado por la población del distrito.
También le han lanzado piedras a su convoy.
 Pese a ello, Al Abadi pronunció unas palabras en la zona del ataque: "Los terroristas, después de haber sido aplastados en los campos de batalla, cometen ataques con explosivos en un intento desesperado"
Otro coche bomba estalló también en el mercado popular Shalal, situado en la zona de Al Shaab, en el noreste de Bagdad y de población también mayoritariamente chií.
 Este atentado ha causado la muerte de un civil y ha herido a cinco, además de causar destrozos en varios comercios.
Irak libra una cruenta lucha contra el Estado Islámico desde junio de 2014, cuando el grupo terrorista se hizo con amplias zonas del norte y centro del país y proclamó un califato.

 

Michel Houellebecq

El escritor se reinventa como artista contemporáneo. 
Tras el revuelo que armó con ‘Sumisión’, la novela donde pronosticaba el dominio musulmán de Europa, ahora desembarca en el Palais de Tokyo de París con fotografías que retratan sus obsesiones: desde el vacío existencial hasta el apocalipsis.
TRAS SEMBRAR el pánico en el mundo de la literatura, Michel Houellebecq se dispone a hacerlo en el del arte
. Superado uno de los años más complicados de su vida –el que acompañó la publicación de Sumisión, su sexta novela, en la que profetiza la islamización de Francia y que le ha valido amenazas de muerte–, el escritor se reinventa como fotógrafo
Houellebecq acaba de inaugurar una exposición en el Palais de Tokyo, museo parisiense especializado en el más novedoso arte contemporáneo, que permanecerá abierta hasta el final del verano. Sus imágenes retratan paisajes decadentes y desangelados, repletos de edificios brutalistas en los que un día se practicó el turismo de masas, parecidos a los que uno logra visualizar cuando lee sus novelas.
 Houellebecq también ha protagonizado una performance en la bienal Manifesta, en Zúrich, donde se ha sometido a un estricto control médico del que ahora expone el resultado: análisis de sangre y radiografías, resonancias magnéticas y animaciones del latido de su corazón, reproducciones de su cráneo y de su mano derecha.  “Todo el mundo sabe que no lleva una vida muy sana. Y, sin embargo, tiene buena salud”, explicó Henry Perschak, el médico suizo que condujo los análisis.
 Si el escritor, premio Goncourt, es un icono de nuestro tiempo, es comprensible que el más nimio de sus gestos sea percibido como una auténtica obra de arte, casi como si fuera un Dalí o un Warhol. Envuelto en su sempiterna parka, sin escolta a la vista y con la dentadura postiza bien colocada, Houellebecq se presenta en un restaurante pegado al Sena en una de las tardes que precedieron a su histórica crecida y desbordamiento, tal vez los primeros síntomas de ese apocalipsis que no deja de pronosticar. 
El autor de Las partículas elementales pide al camarero una botella de vino blanco, una tabla de quesos y un cenicero, del que se servirá para encadenar innumerables silk cuts,  que se fumará sujetándolos entre el anular y el corazón.
 A sus 60 años, Houellebecq parece la sombra de sí mismo. “Ya no tengo interior / Ni pasión, ni calor; / Pronto me reduciré / A mi estricto volumen”, jura en uno de los poemas de su última antología, Configuración de la última orilla, que acaba de publicar Anagrama. 
El primer sentimiento que despierta es, inexplicablemente, la compasión.
 Su voz resulta titubeante. Su sonrisa, tímida e infantil. Lo que seguirá será una conversación llena de silencios, cubiertos por el sonido algo angustiante de un ruidoso ventilador. 
En ella desgranará escrupulosamente, sin perseguir la polémica ni el escándalo, cómo piensa y trabaja, cómo percibe el mundo y cómo traduce esa visión en su obra.
 La primera imagen de su exposición contiene esta leyenda: “Hagan sus apuestas”.
 La última de ellas dice: “No tiene usted ninguna posibilidad”.


El apocalipsis aparece en libros suyos como La posibilidad de una isla, en El mapa y el territorio y, en cierta manera, en Sumisión, donde describe la desaparición de la cultura francesa. 

El retrato del organista...........................................................Javier Marías

Hubo un tiempo en el que los ancianos jamás eran peleles infantilizados. Era cuando la sociedad no tenía prisa por jubilarlos con gran soberbia.

SIEMPRE que voy a una exposición del Museo del Prado aprovecho la visita para asomarme a dos o tres de mis cuadros favoritos, entre los que están los imaginables y otros que no lo son tanto. 
Y a menudo me acabo acercando a un retrato de un pintor español cuyo nombre corriente dice poco a la mayoría: Vicente López (1772-1850).
 Su obra más conocida es el que le hizo a Goya en 1826, con pincel y paleta en las manos y bien trajeado por una vez. 
Sin duda es un excelente y algo academicista retrato, pero no es ese el que a mí me gusta contemplar largo rato, incansablemente.
 Éste es Félix Máximo López, de 1820, padre del artista –infiero, pero no me consta– a tenor de la inscripción bien legible sobre el teclado de un clavecín en el que el anciano apoya su brazo izquierdo: “A D. Félix Máximo López, primer Organista de la Real Capilla de Su Majestad Católica y en loor de su elevado mérito y noble profesión, el amor filial”. Me imagino que el cuadro podrá verse en Internet.
Ese viejo organista parece en verdad muy viejo, aunque váyase a saber qué edad tenía cuando fue pintado.
 Y sin embargo su atuendo y su actitud son aún presumido y desafiante, respectivamente.
 Una chaqueta de bonito azul marino con botonadura dorada queda empalidecida al lado de su chaleco rojo vibrante, con su ondulación, y de los puños de la chaqueta a juego con él.
 En la mano derecha sujeta una partitura cuyo título puede leerse del revés: “Obra de los Locos, Primera parte”. Inclinado junto a la manga, un bastoncillo de empuñadura dorada, recta y breve. La mano y el brazo izquierdos, sobre el mencionado clavecín.
 El pelo blanco y escaso lo lleva peinado un poco hacia adelante, a la manera de los romanos pudorosos de su calvicie, y las cejas pobladas también se ven encanecidas. Las orejas son grandes, pero bien pegadas a la cabeza; la nariz ancha pero proporcionada con el resto; el labio superior más bien exiguo, casi retraído, y sobre él se advierte una cicatriz vertical; entre la mejilla y la nariz se adivina una verruga nada aparatosa, como si se le hubiera posado una mosca ahí.
 Todo el retrato rebosa fuerza y a mí me produce, como pocos otros, la sensación de tener enfrente a ese hombre vivo, a él y no su representación; y esa fuerza está sobre todo en la mirada, como suele ocurrir.
 El viejo mira fijamente al espectador como sin duda miró muchas veces a sus discípulos y a sus seres cercanos. 
 Y cada vez que contemplo esos ojos me parece oír voces distintas y acaso contradictorias. 
Un día los imagino encarándose con alguien que le ha pedido ser su aprendiz, o una recomendación: “¿Así que quiere usted ser organista, joven, como yo? 
Pocos están dotados, y si no lo está ya se puede esforzar, que de nada le va a servir”.
 Otro día los oigo murmurar: “Sí, ya soy viejo, hijo, y quieres retratarme antes de que me muera. 
Podía habérsete ocurrido antes, cuando no tenía este aspecto. 
Pero si se me ha de ver así en el futuro, te aseguro que no me mostraré decrépito, sino aún lleno de vigor. Empieza y acaba ya, cuando todavía estamos a tiempo”.
 Un tercer día los oigo asustados, pero disimulando su temor y esa incomprensión de las cosas que muchos ancianos llevan puesta permanentemente en la mirada, como si ya todo les resultara ajeno y baladí: “No sé quiénes sois ni qué buscáis, no entiendo vuestros afanes y empeños, todavía dais importancia a insignificancias, aún lucháis y ambicionáis y envidiáis, todavía sufrís; cuánto os falta para cesar, como ya he cesado yo”. 
Siempre, en todo caso, oigo hablar a esos ojos, en tono brioso, y de escepticismo, y de reto.
 Alguna vez me he figurado que se dirigían al Rey, Fernando VII, y que en ese caso estarían pensando: “¿Qué sabrás tú de música ni de nada, especie de mentecato pomposo y cruel?” 
 No quedan muchos viejos así en la vida real.
 Se los ha domesticado haciéndoles creer que aún son jóvenes, tanto que se los trata como a niños.
 Tiempo atrás escribí de la lástima que me daba un grupo de ellos, completando tablas de gimnasia en pantalones cortos, en una plaza.
 Con esos pantalones los vemos a manadas ahora, en verano. Sus hijas y nueras los han engañado: “¿Por qué no vas a ponértelos, si así vas más cómodo y fresco?”
 Apenas quedan viejos no ya dignos, sino que continúen siendo los hombres que fueron, sólo que con más edad. Hubo un tiempo –largo tiempo– en el que los ancianos no abdicaban de su masculinidad y jamás eran peleles infantilizados.
 En el que seguían siendo fuertes, incluso temibles, en el que se revestían de autoridad.
 Claro que era un tiempo en el que la sociedad no tenía prisa por deshacerse de ellos, por arrumbarlos, por entontecerlos, por desarmarlos y jubilarlos con gran soberbia, como si no tuvieran nada que enseñar.
 Si miran el retrato del primer Organista Félix Máximo López, seguro que reconocerán al instante de qué les hablo.
Es bueno que miren el retrato para ver que bien lo ha descrito Javier Marías y en general de tantos hombres que hasta el final fueron ellos mismos. Como mi padre, por ejemplo. COLUMNISTAREDONDA_JAVIERMARIAS