En España los índices de publicación de novedades crecen más rápido que los de lectura.
Datos globales de edición en España.
89.130
0
20.000
40.000
60.000
80.000
100.000
120.000
2008
’09
’10
’11
’12
’13
2014
Soporte papel
Soporte digital
Total
Radiografía de España. ELPAÍS
La industria editorial española tiene una noticia buena y una mala. La
buena es que se publican muchos libros.
La mala, que se leen pocos. O
mejor dicho, unos pocos. Según la Agencia del ISBN
(International Standard Book Number), en 2014 -último año con datos
oficiales- se publicaron en España 90.000 títulos entre editores
públicos, privados y autores que se editan a sí mismos.
La cifra supone
un 1,9% más que el año anterior, que supuso el frenazo en una tendencia
escaladora que había tocado techo en 2010 con 114.000 títulos. Luego se
fue ralentizando.
Por un tiempo pareció que la galopante crisis económica desatada en 2008
no iba a alcanzar nunca al sector editorial. Apelando al libro como
refugio de ocio barato
se trató de explicar que mientras el ladrillo se derrumbaba, el consumo
frenaba en seco y algunos bancos pedían auxilio, los editores enviaran
cada vez más libros a los puntos de venta (ya fueran papelerías de
barrio o grandes superficies).
Tres años después, lo peor de la borrasca
ha pasado y, aunque nadie confía en que las ventas vuelvan a ser lo que
fueron, la fiesta continúa.
De hecho, la proliferación de sellos independientes es, junto a la concentración en grandes grupos (como Planeta o Penguin Random House),
la gran tendencia de la última década.
Y lo es con unas cuentas
sostenidas todavía por los libros de papel, los mismos que al doblar el
milenio parecían tener los días contados ante el empuje de una revolución digital que por ahora no supone más que el 3,7% del negocio.
Cuando todos se las prometían felices, se
impuso la cruda realidad.
Las librerías se vaciaron de lectores (que no de libros), muchas se plantearon el cierre y algunas cerraron.
La pregunta del millón es quién lee tanta novedad si el 40% de los españoles reconoce no leer nunca
o casi nunca y del 60% restante -10 puntos por debajo de la media
europea- solo un tercio lee a diario y el 42% lee menos de cuatro libros
al año (uno cada tres meses; como se ve, figurar como lector en un
tabla cuesta poco).
La respuesta es un clásico: si tú te comes un pollo
entero, la estadística dirá que nos hemos comido la mitad cada uno. Es
decir, en España no solo se leen pocos libros, sino que se leen, sobre
todo, unos pocos.
El informe Nielsen
de 2012 registró una venta de 20 millones de ejemplares de obras de
ficción (lo que no está mal en un país de 46 millones de habitantes),
pero también registró que dos de esos millones correspondían a la novela
50 sombras de Grey.
Que para vender 100 libros se impriman 160 explica, de paso, el afán de
los editores por jugar a muchos números con la esperanza de que les
toque la lotería del best seller. Lo hicieron antes, durante y
después de la crisis.
Mientras, casi un tercio de los que reconocen no
leer jamás declara no hacerlo sencillamente porque no le gusta.
Así las
cosas, tal vez el problema esté en las escuelas y no en las librerías.
El futuro Gobierno, si cuenta entre sus miembros con algún lector,
tendrá que tomar nota.
La modelo, presentadora e hija del cantante Bob Geldof tenía 25 años
cuando cayó desplomada en una cama de la habitación de invitados de la
casa en la que residía junto a su marido, Tom Cohen y sus dos hijos, en
Wrotham, en el Condado de Kent. Llevaba dos años luchando con ahínco por desintoxicarse y
salir adelante y aunque seguía un tratamiento y casi estaba curada, en
el último mes, Peaches tuvo una fuerte recaída que finalmente la
llevaría a escribir su trágico final.
Consciente de que estaba haciéndolo muy mal, la ‘it-girl’ mantuvo en secreto su recaída a
todos aquellos que la rodeaban y también a su marido, quien a pesar de
sospechar algo, no creyó que su mujer se encontrara a borde del abismo,
pues delante de él intentaba disimular que todo iba bien. El fin
de semana anterior a su muerte, Tom se encontraba ensayando en Londres
acompañado de su hijo mayor, Astala, de 2 años, mientras que Phaedra, de
uno se encontraba con su madre. La última vez que hablo con
ella fue la tarde del domingo 6 de abril en torno a las 17: 40 horas y
la notó tan coherente y tan bien que no se imaginó el fatal desenlace.
Las causas de la muerte de Peaches Geldof: un trágico, premonitorio y triste final
Lo intentó, se lo propuso una y mil
veces y aunque estuvo a punto de conseguirlo, desgraciadamente no lo
logró. Tres meses después de la triste e inesperada desaparición de Peaches Geldofse
han dado a conocer los análisis oficiales sobre las causas de su
muerte, los que han desvelado que la ‘it-girl’ falleció, aquel fatídico 7
de abril, por una sobredosis de heroína, repitiéndose así la
trágica muerte de su madre, Paula Yates, quien desaparecía en el año
2000 a los 41 años de edad, cuando ella era tan solo la niña, por las
mismas causas que Peaches.
La modelo, presentadora e hija del
cantante Bob Geldof tenía 25 años cuando cayó desplomada en una cama de
la habitación de invitados de la casa en la que residía junto a su
marido, Tom Cohen y sus dos hijos, en Wrotham, en el Condado de Kent. Llevaba dos años luchando con ahínco por desintoxicarse y
salir adelante y aunque seguía un tratamiento y casi estaba curada, en
el último mes, Peaches tuvo una fuerte recaída que finalmente la
llevaría a escribir su trágico final.
Consciente de que estaba haciéndolo muy mal, la ‘it-girl’ mantuvo en secreto su recaída a
todos aquellos que la rodeaban y también a su marido, quien a pesar de
sospechar algo, no creyó que su mujer se encontrara a borde del abismo,
pues delante de él intentaba disimular que todo iba bien. El fin
de semana anterior a su muerte, Tom se encontraba ensayando en Londres
acompañado de su hijo mayor, Astala, de 2 años, mientras que Phaedra, de
uno se encontraba con su madre
. La última vez que hablo con
ella fue la tarde del domingo 6 de abril en torno a las 17: 40 horas y
la notó tan coherente y tan bien que no se imaginó el fatal desenlace.
Sin embargo, horas antes de su muerte y como si fuera una
premonición, Peaches publicó en las redes sociales una foto de ella, de
pequeñita, con su madre y junto a la imagen este mensaje: "Me and my
mum". (Yo y mi mamá). Y es que la modelo nunca superó la muerte de su madre, la que llevó clavada en el corazón hasta el día de su fallecimiento.
Encontrada sin vida por su marido, los
primeros informes tras su muerte decretaron que las drogas habían
intervenido en su fallecimiento, pero no ha sido has ahora cuando se ha
conocido el veredicto final, en donde se señala a la heroína como la
única culpable
. Peaches, quien confesaba que la maternidad le
había hecho madurar y cambiar radicalmente su vida, estaba siendo
tratada con metadona y aunque hizo todo por salir adelante, su marido, sus hijos y sus familiares y amigos lloran hoy su muerte.
Acudieron a cenar a un restaurante de moda cercano a su domicilio.
En ocasiones aprovechan un hueco en su agenda oficial de actos para
disfrutar de su tiempo libre el uno con el otro. Precisamente estos
días, se ha podido ver a los reyes Felipe y Letizia
cenando en Madrid, vestidos con ropa informal y cómoda y como una
pareja más, disfrutaron de una cena privada en un restaurante de la
capital, unas imágenes exclusivas que se pueden ver en las páginas de la revista ¡HOLA! de esta semana, que está ya a la venta en su quiosco habitual.
Los Reyes
acudieron al restaurante KaButoKaji, ubicado muy cerca de su residencia.
Este es un establecimiento vanguardista que se ha convertido en
referencia de la cocina nipona con toques mediterráneos, donde, como
reza en su web, todo es posible: "Diversión, alta gastronomía y una
carta de vinos inmejorables". Doña Letizia volvió a mostrarse como abanderada de tendencias con jersey marinero, pantalones pesqueros y las bailarinas "lace up" de la temporada.
Una buena película, un concierto o
descubrir algún restaurante de los muchos que hay en la capital son
buenos planes en pareja que disfrutan siempre que pueden.
Apasionados de la cultura y también la gastronomía, los Reyes
aprovechan así su tiempo libre para, de vez en cuando, hacer una
“escapada en pareja”, dejando a sus niñas en casa y lejos del protocolo
de los actos oficiales.
Se puede ver entonces la cara más natural de los
Monarcas, cercanos y atentos con la gente que les reconoce en estas
ocasiones.
Entrevista
con Virgilio Peña, superviviente de la guerra civil que coincidió en el
mismo barracón del campo de concentración de Buchenwald con Jorge
Semprún.
Virgilio Peña (Espejo, Córdoba, 1914) lleva grabados en su cuerpo y
su alma los más negros capítulos de la historia de Europa del siglo XX.
Agricultor, militante de las Juventudes Socialistas Unificadas (JSU),
combatió con el Ejército republicano los tres años de la guerra civil .
Pasó como refugiado a Francia en 1939. Se incorporó a la Resistencia en
1942. Cuenta en esta entrevista, hecha en su casa de Pau el pasado
invierno, que lo delató un compatriota. “Creo que era de Jaén”.
Virgilio Peña (Espejo, Córdoba, 1914) lleva grabados en su cuerpo y
su alma los más negros capítulos de la historia de Europa del siglo XX.
Agricultor, militante de las Juventudes Socialistas Unificadas (JSU),
combatió con el Ejército republicano los tres años de la guerra civil. Pasó como refugiado a Francia en 1939. Se incorporó a la Resistencia en
1942. Cuenta en esta entrevista, hecha en su casa de Pau el pasado
invierno, que lo delató un compatriota. “Creo que era de Jaén”.
Jorge Semprún, Virgilio Peña y Vicente García. ULY MARTÍNQuality Producciones
Detenido por la policía francesa en Burdeos, enseguida fue entregado a
las SS alemanas y enviado al campo de concentración de Buchenwald,
clasificado como terrorista con el número 40.843. Dormía en el mismo
barracón que Jorge Semprún, el intelectual y político español fallecido
hace cinco años. Los dos fueron testigos de la muerte de decenas de
miles de personas en el campo. “He estado tantas veces a punto de
morir…y, mira, aquí sigo”. Pregunta. ¿Cómo fue el traslado a Buchenwald? Respuesta. Creo que es lo peor que he pasado en mi
vida. Nos metieron en un vagón marcado con las cifras 8/40, que quería
decir que era para ocho caballos o para 40 personas. Eran de transporte
de la primera guerra mundial. Fue criminal. Nos metieron a 80 o 90
personas. P. ¿De dónde a dónde? R. De Compiègne (al norte de París) a Buchenwald.
Tres días y dos noches sin parar. Los pasé siempre agarrado con estos
dos dedos –muestra el índice y el corazón de su mano derecha-,
enganchado a una manilla, siempre de pie.
“Nos cortaron el pelo por todos los sitos, salvo las cejas y las pestañas”
R. No, al revés. En el vagón nos asfixiábamos de
calor por la gente. Y no había agua. Los tornillos del vagón sudaban por
la humedad. Yo pasaba la lengua por esos tornillos y me bebía aquello,
que debía ser veneno. P. ¿Cómo fue la llegada a Buchenwald? R. Intenté bajar el primero. Ayudé a bajar a un
francés de Angulema. Había sido comandante de aviación en la guerra del
14. Resultó herido gravemente y no tenía fuerza en los brazos. Lo cogí
en el aire y, de pronto, un SS me dio tal culatazo en la espalda que aún
me duele. ¡Vaya culatazo me dio el tío! P. ¿Qué ocurrió en las primeras horas? R. Nos desnudaron a todos. Nos cortaron el pelo por
todos los sitos, salvo las cejas y las pestañas. Nos obligaron a
meternos en una piscina de 1,60 por 0,90 metros con líquido
desinfectante. ¡Cómo picaba todo el cuerpo! ¡Terrible! Saltábamos como
monos. Nos dieron pantalón, chaqueta y gorro de rayas blancas y azules. Y
unos zapatos con suela de madera. P. Y un número.
R. Me dieron el 40.843. Nos inyectaban líquidos cada
semana. Cada semana, un pinchazo. Y luego analizaban las reacciones.
(Así murieron miles de prisioneros del campo). Luego me llevaron a un
bloque. P. ¿Cómo era? R. Tenía el número 40. Para entonces, ya me habían
dado para coserme a la ropa mis símbolos de identificación: un triángulo
rojo, con la letra S (Spanien) y el número 40.843. P. Rojo por terrorista. R. Sí, claro. P. ¿Qué trabajos hacía en el campo? R. Estaba en una fábrica de muebles. Había otras dos
de armas. En agosto de 1944, la aviación americana destruyó las
fábricas. De la mía, el trozo más grande que quedó era como un palillo
de dientes. Varios compañeros aprovecharon los bombardeos para robar
armas. Se llevaron pistolas, metralleta… Un amigo mío que luego murió en
Tarbes robó dos metralletas y me dio una. Las escondimos. Fueron las
armas con las que liberamos el campo. P. Y allí conoció a Semprún. R. En el bloque en el que yo estaba había dos
niveles distintos, como si fueran dos pisos conectados por dos
escaleras. Yo estaba en la zona alta y Semprún, en la de abajo. Un día
bajaba yo por la escalera y me dice: Tú eres español. Y tú también, le
contesté. Hicimos buena amistad. En la zona alta del bloque coincidimos
al final seis españoles. Charlábamos todos por las noches. Nuestro
responsable era el famoso Celada, un camarada del comité central del
Partido Comunista. P. Celada era más o menos su jefe. R. Bueno, nuestro responsable. Nos preguntaba qué
habíamos hecho cada cual, a qué nos habíamos dedicado… Yo era el único
campesino, así que todos me llamaban El Campesino. Estábamos con un tal
Martínez, de Zaragoza, responsable de las Juventudes Libertarias, que le
habían detenido cerca de Perpiñán…; con otro de Madrid. Éramos todos
buena gente. P. Clasificados como terroristas. R. Para nosotros, no éramos terroristas. Pero he tenido mala suerte en la vida. Siempre me han puesto lo más malo.
P. ¿Siguieron viéndose después de dejar el campo? R. No. Semprún, por ejemplo, con quien tuve muy buena relación en el
campo, salió de los primeros, con los franceses tras la liberación, que
fue el 11 de abril de 1945. Y eso que Buchenwald fue un campo muy
especial. P. ¿Por qué? R. Porque fue el único gestionado por los propios
alemanes presos. El campo se creó en 1937. Allí encerraron primero a los
presos comunes. Luego entraron los antifascistas: comunistas,
socialistas, masones… A diario mataban a cuatro o cinco. Todas las
mañanas aparecían colgados cinco o seis hombres de una encina, la famosa
encima de Goethe.
“Semprún y otros alemanes evitaron muertes falsificando documentos”
P. Allí murieron decenas de miles. R. Sí, claro. Luego leí que 51.000 o 53.000. Había
cuatro hornos crematorios. Los veía a diario. La zona en la que yo
trabajaba con mi komando lindaba con uno de los hornos. Y veía cómo
llegaban los camiones cargados de muertos. Eran camiones-volquete. Los
tiraban, los dejaban a amontonados. Un equipo de polacos se ocupaba de
apilarlos cuando ya no había ni sitio en los crematorios. Cuando
llegaron los americanos, había una pila, como la mitad de esta
habitación, con cadáveres apilados hasta una altura de más de dos metros
y medio. P. ¿Muchos judíos? R. No. La mayoría no éramos judíos. Solo había 30 o 40. Los habían llevado a otros campos. P. Semprún cuenta que él, destinado en la oficina, falsificaba datos para evitar muertes. R. Sí, sí. Imagina que a mí me tenían que matar. Y
que tú ya estabas muerto. Semprún y otros alemanes cambiaban los
documentos y a mí me ponían tu número. Por la mañana, el komando que iba
a buscar a los que iban a matar se encontraba a veces con que ya estaba
muerto alguno a los que debían localizar. P. ¿Usted supo entonces que Semprún hacía eso? R. No. Lo supe luego.