La actriz, a punto de cumplir
80 años, repasa con nosotros su carrera, sus logros profesionales y la
–según ella– casualidad que la convirtió en quien es.
Cuenta
Teresa Gimpera que la primera vez que se puso
ante una cámara no imaginaba que acabaría siendo “más famosa que
Franco”.
Y es que, si hay una palabra que pueda definir su historia, esa
es “casualidad”.
“Yo era la típica chica de zapato plano, trenza larga, sin
maquillaje...”, nos explica. “Pero, a principios de los años 60, mi
físico era muy diferente al del resto y
casi todas las modelos eran extranjeras porque, en la España de aquella época, era una profesión muy mal vista.
Por casualidad, un día fui a buscar a mi primer marido que trabajaba en
la editorial Seix Barral y alguien del departamento de publicidad me
propuso hacer una foto para un calendario. Hice una prueba, les gustó y
ahí empezó todo.
Yo pensé que sería algo puntual pero, sin proponérmelo,
acabé metida en ese mundo.”
Tuvo tanto éxito que, enseguida, le llovieron más ofertas: “Nunca he
contado cuántos anuncios llegué a hacer pero fueron cientos.
Solo en dos
años tuve tres exclusivas: con una marca de medías, con otra de jerseys
y con Coca-Cola. Pero podía anunciar todo lo demás: lavadoras,
maquillajes, perfumes,... de todo
. Además, los spots se rodaban en una
tarde así que imagina los que pude llegar a grabar.
Acabé siendo la chica de la tele: todos me reconocían por la calle pero nadie sabía cómo me llamaba.”
En aquella España con un único canal de televisión, tal fue su fama que Pertegaz, uno de los grandes modistos de la alta costura española, no tardó en fijarse en ella:
“Me cogió solo para temporadas.
No era maniquí fija porque yo nunca
había tenido el esqueleto de chica delgada de huesos y poca cadera.
Recuerdo que siempre me decía: ‘Señorita Gimpera esconda el sexy, por favor'.
Pese a ello, me apreciaba mucho y a las clientas les gustaba.”
Teresa
aún rememora con humor cómo eran las largas jornadas en el atellier del
maestro: “Las maniquíes fijas estaban allí todo el santo día y cuando al
señor Pertegaz le daba por crear un vestido, había que estar de pie y
él te ponía telas encima según la idea que tenía.
Era algo muy pesado y
cansado.”
Y así fue como se metió en el mundo de la moda: sin pretenderlo y de la
mano de uno de los mejores diseñadores del país. De ahí fue a Nueva
York, a la Feria Internacional.
“Ni tan siquiera me veía guapa y ahora cuando miro fotos antiguas mías reconozco que era guapísima, pero entonces yo era muy insegura
.
En aquel momento aparecí muchísimo en los medios, tengo maletas llenas
de prensa y de recortes que son fantásticos con unas fotos muy cursis.”
Pero es una época que recuerda también “con un agotamiento horroroso
porque desfilar es muy cansado: zapatos que no te quedan bien, caminar
de una forma determinada, de allí ir a rodar un spot, luego una sesión
de fotos...
Pero me resultaba algo muy fácil, por eso trabajé tanto
porque lo hacía tan rápido que les funcionaba bien.”