Puede
que quienes no hayan cumplido los 50 años apenas hayan oído hablar de
Marisol a sus hermanos mayores o a sus padres
. Pero Pepa Flores, madre
de María Esteve, fue en la España de los 60 y 70 un fenómeno de masas. Fue Marisol, la niña prodigio de Un rayo de luz o Tómbola,
el ángel rubio, juguete del franquismo y de los Goyanes, la mujer que
se enamoró apasionadamente del comunismo y el baile sagrado de Antonio
Gades, la actriz que encarnó a la Mariana Pineda que vimos en TVE.
Apareció desnuda en la portada de Interviú como una libertad guiando al pueblo
español en la revolución social que este país empezaba cuando Franco
fue enterrado.
Pepa Flores, a sus 68 espléndidos años recién cumplidos,
abre cada día sus ojos azules y hasta canta con su gracia imborrable de
barriada malagueña.
Nos lo cuenta su hija María Esteve. Marisol, Pepa
Flores, "se encuentra estupendamente de salud" y a pesar de su empeño en
mantenerse al margen de la fama y vivir por y para su familia, hoy
sabemos que volverá.
"Estoy segura", dice su hija. "Muchas veces coge la guitarra y se pone a cantar ¡Y cómo canta todavía!"
Hacía tiempo que a la hija mayor de Marisol y Antonio Gades no se la
veía por Madrid. María, actriz de 40 años, casada desde hace cinco con
un chico dedicado a la moda, en una ceremonia discreta, vive entre la
capital y Málaga, cerca de su madre, Pepa Flores, y de sus hermanas
mayores: Celia, cantante, y Tamara, psicóloga.
María fue una de las invitadas a la fiesta de Yves Saint Laurent, que celebró por todo lo alto los diez años de L' Homme, uno de sus perfumes masculinos más icónicos, con el top model Vinnie Woolston como reclamo.
María declaró a Informalia
que vive en Málaga, en el campo, a 20 minutos de la casa de su madre.
"La veo todo el tiempo, y a mis hermanas", dijo. "Mi marido viaja mucho y
me da igual estar en un sitio que en otro, así que me quedo en Málaga
muchas veces".
María es la presidenta de la Fundación Antonio Gades, dedicada a
honrar la memoria del gran bailarín con actuaciones de la compañía que
su padre creó en su momento y que actúa en todo el mundo. Próximamente
lo hará en Barcelona.
Además de bailar, dedican sus beneficios a ayudar a distintas
iniciativas solidarias, entre otras, a jóvenes que quieren bailar.
"Nuestra sede está en Getafe (Madrid) y los ensayos, en el teatro de la
localidad. Ha sido Japón, donde tanto admiraban mi padre, quien nos
ayudó económicamente a levantar la Fundación. Es increíble que no
tuviéramos la mínima ayuda de España", reprocha María.
Hace unos días, en la entrega de los premios del Círculo de Escritores Cinematográficos, en los que Pepa Flores recibía uno de los trofeos, se criticó la ausencia de Marisol o
de alguna de sus hijas, que no acudieron a recogerlo. "
Es injusto
porque habíamos avisado que no podíamos ir", explica. "Y mi madre no lo
hace jamás. Ella está estupendamente de salud y de todo, pero está
tranquila y no quiere decir una vez que sí, porque ya no pararían de
llamarla para todo", justifica María. "Cada pocos años hay una película
que se vuelve a poner, un homenaje, que le pintan un cuadro. Y no va
casi nunca, o nunca, aunque nosotros se lo pedimos", insiste la actriz.
"Pero yo estoy segura que volverá y a lo mejor para echar una mano a mi
hermana Celia, que sigue con su carrera de cantante", vaticina. "De
hecho, hace poco, mi madre apareció de forma muy sutil como por detrás
del escenario.
Volverá. Estoy segura. En casa sigue cantando, muchas
veces coge la guitarra y se pone a cantar ¡Y cómo canta todavía!".
Susan
Klebold, madre del autor de la matanza de Columbine, cuenta en un
desgarrador libro cómo se vive con la pena, la culpa y el odio.
Lo más terrible que puede ocurrirle a un padre o una madre es perder a
un hijo
. A Susan Klebold le sucedió: su benjamín, Dylan, murió con 18
años recién cumplidos.
Con una particularidad: él mismo se quitó la
vida, minutos después de habérsela robado a otras 13 personas.
El 20 de
abril de 1999, Dylan Klebold y su amigo Eric Harris abrieron fuego contra sus compañeros del instituto Columbine,
en Colorado (EE. UU.), matando a 12 estudiantes y un profesor.
Otras
muchas personas resultaron heridas. Las imágenes de la matanza —la más
terrible cometida hasta entonces en un centro escolar en Estados Unidos—
dieron la vuelta al mundo; el hijo pequeño de Susan Klebold fue uno de
los asesinos de la tristemente famosa “masacre de Columbine”.
Ahora, 17 años después, Susan Klebold ha publicado un libro titulado A mother’s reckoning: Living in the aftermath of tragedy (Balance de una madre: viviendo las secuelas de una tragedia),
en el que da respuesta a las preguntas que a todo padre y madre que
conozca los hechos se le han pasado alguna vez por la cabeza:
¿Cómo se
vive con ese suceso clavado en la memoria; con la culpa por un crimen
que uno no ha cometido; con el rechazo de otros por su parentesco con un
criminal?
Y, quizá aún más terrible: ¿cómo es que no se dio cuenta
antes de lo que su hijo era capaz de hacer, del odio que se cocía en su
interior?
¿Hasta qué punto se siente responsable, al vivir 18 años con
un potencial asesino de masas?
¿Le carcome el pensamiento de que, de
algún modo, ella, como madre, pudo haberlo evitado?
Éramos padres cariñosos, atentos y comprometidos, y Dylan era un niño
entusiasta y afectivo.
Lo corriente de nuestras vidas antes de Columbine
quizá será lo más difícil de entender de mi historia.
Para mí, es
también lo más importante", escribe Susan Klebold
Madres (corrientes) de hijos asesinos
La idea que subyace en la historia de la señora Klebold es que su
drama le podía haber acaecido a cualquiera
. Era una madre normal: no uno
de esos padres o madres conflictivos que viven en una maltrecha
caravana en un barrio marginal.
Educados y de clase media, ella y su
marido, Tom Klebold, eran pacifistas; estaban en contra del uso de armas
por particulares.
Tenían convicciones religiosas —luteranos
practicantes— y el trabajo de Susan consistía en conceder becas de
informática a discapacitados (su marido, del que se divorció en 2014, es
geofísico).
Habían puesto a su hijo menor el nombre de Dylan por el
poeta británico Dylan Thomas.
El mayor se llama Byron.
Lo más terrible que puede ocurrirle a un padre o una madre es perder a
un hijo. A Susan Klebold le sucedió: su benjamín, Dylan, murió con 18
años recién cumplidos. Con una particularidad: él mismo se quitó la
vida, minutos después de habérsela robado a otras 13 personas. El 20 de
abril de 1999, Dylan Klebold y su amigo Eric Harris abrieron fuego contra sus compañeros del instituto Columbine,
en Colorado (EE. UU.), matando a 12 estudiantes y un profesor. Otras
muchas personas resultaron heridas. Las imágenes de la matanza —la más
terrible cometida hasta entonces en un centro escolar en Estados Unidos—
dieron la vuelta al mundo; el hijo pequeño de Susan Klebold fue uno de
los asesinos de la tristemente famosa “masacre de Columbine”.
Éramos padres cariñosos, atentos y
comprometidos, y Dylan era un niño entusiasta y afectivo. Lo corriente
de nuestras vidas antes de Columbine quizá será lo más difícil de
entender de mi historia. Para mí, es también lo más importante",
escribe Susan Klebold
Ahora, 17 años después, Susan Klebold ha publicado un libro titulado A mother’s reckoning: Living in the aftermath of tragedy (Balance de una madre: viviendo las secuelas de una tragedia),
en el que da respuesta a las preguntas que a todo padre y madre que
conozca los hechos se le han pasado alguna vez por la cabeza: ¿Cómo se
vive con ese suceso clavado en la memoria; con la culpa por un crimen
que uno no ha cometido; con el rechazo de otros por su parentesco con un
criminal? Y, quizá aún más terrible: ¿cómo es que no se dio cuenta
antes de lo que su hijo era capaz de hacer, del odio que se cocía en su
interior? ¿Hasta qué punto se siente responsable, al vivir 18 años con
un potencial asesino de masas? ¿Le carcome el pensamiento de que, de
algún modo, ella, como madre, pudo haberlo evitado?
Madres (corrientes) de hijos asesinos
La idea que subyace en la historia de la señora Klebold es que su
drama le podía haber acaecido a cualquiera. Era una madre normal: no uno
de esos padres o madres conflictivos que viven en una maltrecha
caravana en un barrio marginal. Educados y de clase media, ella y su
marido, Tom Klebold, eran pacifistas; estaban en contra del uso de armas
por particulares. Tenían convicciones religiosas —luteranos
practicantes— y el trabajo de Susan consistía en conceder becas de
informática a discapacitados (su marido, del que se divorció en 2014, es
geofísico). Habían puesto a su hijo menor el nombre de Dylan por el
poeta británico Dylan Thomas. El mayor se llama Byron.
En su libro, cuyos derechos de autor serán donados íntegramente a
organizaciones dedicadas a enfermedades mentales, Susan empieza
mostrando su dolor:
“Daría mi vida para reparar lo que pasó ese día. De
hecho, la daría con gusto a cambio de cualquiera de las vidas que se
perdieron”, escribe.
Y enseguida procede a describir su familia. “Tom y
yo éramos padres cariñosos, atentos y comprometidos, y Dylan era un niño
entusiasta y afectivo”. Y añade: “Lo corriente de nuestras vidas antes
de Columbine quizá será lo más difícil de entender de mi historia.
Para
mí, es también lo más importante”.
La noción de que un criminal adolescente puede surgir hasta en las
mejores familias la ha recalcado poco después en las pocas entrevistas
que ha concedido.
“Una de las cosas aterradoras sobre esta realidad es
que la gente que tiene familiares que hacen cosas como esa son como el
resto de nosotros”, declaró la señora Klebold a The Guardian.
“He conocido a varias madres de asesinos de masas, y ellas son tan
dulces y agradables como cualquiera
. Uno sería incapaz de saber, si nos
viera juntas en una habitación, qué es lo que tenemos en común”.
Lo más terrible que puede ocurrirle a un padre o una madre es perder a
un hijo. A Susan Klebold le sucedió: su benjamín, Dylan, murió con 18
años recién cumplidos. Con una particularidad: él mismo se quitó la
vida, minutos después de habérsela robado a otras 13 personas. El 20 de
abril de 1999, Dylan Klebold y su amigo Eric Harris abrieron fuego contra sus compañeros del instituto Columbine,
en Colorado (EE. UU.), matando a 12 estudiantes y un profesor. Otras
muchas personas resultaron heridas. Las imágenes de la matanza —la más
terrible cometida hasta entonces en un centro escolar en Estados Unidos—
dieron la vuelta al mundo; el hijo pequeño de Susan Klebold fue uno de
los asesinos de la tristemente famosa “masacre de Columbine”.
Éramos padres cariñosos, atentos y
comprometidos, y Dylan era un niño entusiasta y afectivo. Lo corriente
de nuestras vidas antes de Columbine quizá será lo más difícil de
entender de mi historia. Para mí, es también lo más importante",
escribe Susan Klebold
Ahora, 17 años después, Susan Klebold ha publicado un libro titulado A mother’s reckoning: Living in the aftermath of tragedy (Balance de una madre: viviendo las secuelas de una tragedia),
en el que da respuesta a las preguntas que a todo padre y madre que
conozca los hechos se le han pasado alguna vez por la cabeza: ¿Cómo se
vive con ese suceso clavado en la memoria; con la culpa por un crimen
que uno no ha cometido; con el rechazo de otros por su parentesco con un
criminal? Y, quizá aún más terrible: ¿cómo es que no se dio cuenta
antes de lo que su hijo era capaz de hacer, del odio que se cocía en su
interior? ¿Hasta qué punto se siente responsable, al vivir 18 años con
un potencial asesino de masas? ¿Le carcome el pensamiento de que, de
algún modo, ella, como madre, pudo haberlo evitado?
Madres (corrientes) de hijos asesinos
La idea que subyace en la historia de la señora Klebold es que su
drama le podía haber acaecido a cualquiera. Era una madre normal: no uno
de esos padres o madres conflictivos que viven en una maltrecha
caravana en un barrio marginal. Educados y de clase media, ella y su
marido, Tom Klebold, eran pacifistas; estaban en contra del uso de armas
por particulares. Tenían convicciones religiosas —luteranos
practicantes— y el trabajo de Susan consistía en conceder becas de
informática a discapacitados (su marido, del que se divorció en 2014, es
geofísico). Habían puesto a su hijo menor el nombre de Dylan por el
poeta británico Dylan Thomas. El mayor se llama Byron.
En su libro, cuyos derechos de autor serán donados íntegramente a
organizaciones dedicadas a enfermedades mentales, Susan empieza
mostrando su dolor: “Daría mi vida para reparar lo que pasó ese día. De
hecho, la daría con gusto a cambio de cualquiera de las vidas que se
perdieron”, escribe. Y enseguida procede a describir su familia. “Tom y
yo éramos padres cariñosos, atentos y comprometidos, y Dylan era un niño
entusiasta y afectivo”. Y añade: “Lo corriente de nuestras vidas antes
de Columbine quizá será lo más difícil de entender de mi historia. Para
mí, es también lo más importante”.
La noción de que un criminal adolescente puede surgir hasta en las
mejores familias la ha recalcado poco después en las pocas entrevistas
que ha concedido. “Una de las cosas aterradoras sobre esta realidad es
que la gente que tiene familiares que hacen cosas como esa son como el
resto de nosotros”, declaró la señora Klebold a The Guardian.
“He conocido a varias madres de asesinos de masas, y ellas son tan
dulces y agradables como cualquiera. Uno sería incapaz de saber, si nos
viera juntas en una habitación, qué es lo que tenemos en común”.
¿Conocemos (de verdad) a nuestros hijos?
Madres amorosas que, sin embargo, pasaron por alto que tenían un
monstruo en casa
. Y eso que Dylan daba pistas. De niño tranquilo y
feliz, el chico se convirtió en un problemático adolescente.
En su
tercer año de instituto, él y su amigo Eric fueron detenidos por robar
en una furgoneta materiales electrónicos.
Poco después, Dylan fue
multado y expulsado temporalmente por rayar la puerta de una taquilla de
vestuario.
Ni siquiera cuando pidió a sus padres como regalo de Navidad
una escopeta —un año antes del crimen— ella ató cabos. “Sorprendida, le
pregunté para qué la quería, y me dijo que creía que ir de vez en
cuando a un campo de tiro podría ser divertido”, evoca en el libro.
“Dylan sabía que soy enemiga acérrima de las armas, así que la propuesta
me dejó de piedra (…) Y como nunca habría permitido un arma bajo
nuestro techo, su petición no despertó en mí ninguna alarma”.
Como su
madre se negó a comprarle la escopeta, él por su cuenta y a escondidas
se hizo, junto con su amigo, con un arsenal.
Tras la matanza salieron a la luz unos vídeos en los que Dylan y
Eric, en vísperas de su mortífero ataque, exhibían su arsenal y
fanfarroneaban de ello.
Algunos fueron rodados en el sótano de la casa
de Dylan, lo que hizo que los medios los titularan The basement tapes (“las cintas del sótano”), igual que unas grabaciones de otro Dylan, el músico Bob. “
“No teníamos ni idea de que esos vídeos existieran”, escribe Susan.
“
Mi corazón casi se rompe cuando vi a Dylan y escuché su voz: aparecía y
sonaba justo como lo recordaba, el chico al que tanto echaba de menos
(…) [Sin embargo] nunca había visto esa expresión de burlona
superioridad en su cara
. Me dejó boquiabierta el lenguaje que usaban:
abominable, lleno de odio, racista, con palabras despectivas que nunca
había escuchado en mi casa”.
Las cintas del sótano impactaron aún más en esta madre que el atentado perpetrado por su hijo. Lo explicaba en estos términos para The Guardian:
“Pienso que Dylan fue víctima de alguna clase de disfunción de su
cerebro. El Dylan que conocí y crié era una persona amable, considerada,
por eso me resulta tan difícil de entender
Pido disculpas a quien le
ofenda, pero no odio a mi hijo, ni le juzgo, porque es mi hijo y,
además, sea lo que fuese que mató a los otros, también lo mató a él”.
Esa
ignorancia en la que vivía es lo que ha convertido a Susan Klebold en
diana del odio de víctimas supervivientes, familiares y cierta parte de
la opinión pública.
Para muchos es culpable por omisión. Reacción que
ella entiende.
“Nunca he dejado de pensar en cómo me sentiría yo si
estuviera en el otro lado y uno de sus hijos hubiera disparado al mío”,
admitió a ABC News.
“Estoy completamente segura de que sentiría exactamente lo mismo que ellos”.
Vida después de la muerte
Su vida, como es natural, cambió por completo.
Destrozada, Susan
pensó en marcharse a vivir a otra ciudad, cambiar su apellido
(recuperando el de soltera) y empezar de cero.
“Muchas veces”, admitió
en una entrevista para la edición estadounidense de Marie Claire.
“Todavía podría hacerlo, pero debería tener una buena razón.
Me doy
cuenta de que realmente no puedo escapar de esto. Puedo cambiar mi
nombre, mudarme, pero aún tendría que vivir con el hecho de que mi hijo
mató a otras personas”.
Como suele ocurrir con los golpes más duros, hacen más fuertes a las
parejas o las destruyen
. “La única persona en el mundo que podría haber
comprendido por lo que estaba pasando era Tom, mi marido, pero la brecha
que se había abierto entre nosotros en los primeros días tras la
tragedia se fue ensanchando”, expone en el libro.
Después de 43 años
juntos, los Klebold se divorciaron en 2014
. Los abultados gastos en
abogados tampoco ayudaron. “La primera factura que recibimos fue una
conmoción
. No teníamos idea de cómo la pagaríamos (…) Mi madre había
estado pagando un seguro de vida para sus nietos, mis hijos, desde
niños, y toda esa cantidad sirvió para pagar la primera factura
. Pero
fue una sola gota en el cubo, porque nos esperaban años de facturas por
delante”, relata. El seguro se hizo cargo de las indemnizaciones a las
víctimas, por valor de 1,3 millones de euros.
También ha cambiado su forma de pensar.
Ahora se pone en la piel de
las madres de los criminales (“Cuando oigo sobre terroristas en las
noticias pienso: ‘Es el hijo de alguien”, asegura) y ha convertido su
vida en una cruzada no contra las armas, sino contra el suicidio:
“Creo
que un asesinato-suicidio es una manifestación de suicidio y, si nos
centramos en este, pienso que podemos prevenir sucesos como el de
Columbine”, declaró.
Frente al eco mediático
El atentado de Dylan y Eric tuvo un enorme eco social y cultural. Michael Moore dedicó un documental a los hechos (Bowling for Columbine, 2002) y Gus Van Sant rodó una película (Elephant, 2004). En 2000, Marilyn Manson publicó el álbum Holy wood (in the shadow of the valley of death)
como reflexión tras aquella tragedia (en su día se dijo que las
canciones de este músico de rock habían podido instigar a los dos
muchachos a llevar a cabo su plan, y Manson llegó a escribir un artículo
defendiéndose en Rolling Stone).
Una repercusión que Susan ha llevado mal. “Para mí, Dylan me
pertenecía. Y cuando veo películas, obras de teatro o escucho canciones
dedicadas a aquello tengo la sensación de que alguien me lo está
arrebatando, que está reclamando la propiedad de algo de lo que no saben
nada en absoluto”, dijo a The Guardian.
Lo que no ha mutado en estos 17 años ha sido su alergia a usar el
verbo “matar” en relación a lo que hizo su hijo. “No pasa un día sin que
piense en la gente a la que Dylan hizo daño. Para mí es más fácil decir
‘hacer daño’ que ‘matar’, incluso después de tanto tiempo”, dijo a ABC News. “Es muy duro vivir con el hecho de que alguien a quien amaste y criaste mató brutalmente a gente de ese modo horrible”.
Su libro, que aparece salpicado con desgarradores comentarios de su
diario personal, concluye con una descripción de su agonía
: “Desearía
haber sabido lo que tramaba Dylan”, asegura. “Desearía haberlo detenido.
Desearía haber tenido la oportunidad de intercambiarme por aquellos que
perdieron su vida.
Pero al margen de un millón de deseos apasionados,
sé que no puedo volver atrás”.
Y extrae una moraleja: “Debemos centrar
nuestra atención en investigar y concienciar acerca de esas enfermedades
[mentales], no solo para el beneficio de quienes las padecen sino
también para los inocentes que seguirán siendo sus víctimas si no lo
hacemos”.
El texto de Facebook anima a levantar la voz contra la violencia a las mujeres.
"Ayer me mataron", la carta viral en memoria de las dos viajeras argentinas asesinadas en Ecuador
El texto de Facebook anima a levantar la voz contra la violencia a las mujeres
Está escrito en primera persona, aunque no habla por ella. Ayer me mataron es una carta que ha viralizado en Facebook, escrita en memoria de las turistas argentinas Marina Menegazzo y María José Coni,
asesinadas en Montañita (Ecuador) a finales de febrero.
La estudiante
de Ciencias de la Comunicación Guadalupe Acosta, de Paraguay, invita con
esta carta abierta, compartida más de medio millón de veces en menos
desde el martes, a colocarse en el lugar de las viajeras y a levantar la
voz contra el machismo y la violencia a las mujeres.
Ayer me mataron.
Me negué a que me tocaran y con un palo me reventaron el cráneo. Me metieron una cuchillada y dejaron que muera desangrada.
Cual desperdicio me metieron a una bolsa de polietileno negro,
enrollada con cinta de embalar y fui arrojada a una playa, donde horas
más tarde me encontraron.
Ayer me mataron, se titula el texto de esta estudiante de
Ciencias de la Comunicación de Asunción. "Peor que la muerte, fue la
humillación que vino después
. Desde el momento que tuvieron mi cuerpo
inerte nadie se preguntó donde estaba el hijo de puta que acabó con mis
sueños, mis esperanzas, mi vida. No, más bien empezaron a hacerme
preguntas inútiles.
A mí, ¿se imaginan? Una muerta, que no puede hablar,
que no puede defenderse.
¿Qué ropa tenías? ¿Por qué andabas sola? ¿Cómo
una mujer va a viajar sin compañía?
Te metiste en un barrio peligroso,
¿qué esperabas?", escribe Acosta, que adjunta una imagen de las dos
jóvenes argentinas asesinadas en Ecuador.
También esta otra publicación, de la página de Facebook Mujer al
Volante, hace hincapié en el tratamiento mediático a la noticia sobre
que las dos mochileras viajaban "solas".
Ha sido compartido más de
42.000 veces:
La indignación por lo ocurrido se está expandiendo a varios países de
Latinoamérica, mientras los familiares de las víctimas ponen en duda la
versión oficial de las autoridades ecuatorianas, según la cual los dos
detenidos por el crimen las conocieron y las llevaron a una casa donde
supuestamente cometieron los crímenes.
"Estamos prácticamente seguros
que es algo de trata", ha afirmado Leticia Menegazzo, hermana de una de
las víctimas.
Y el presidente de Ecuador, Rafael Correa, ha afirmado
que, si la ley lo permite y es el deseo de las familias, el país
aceptará la posibilidad de que forenses de Argentina investiguen el
asesinato de dos turistas de ese país.
'Ayer me mataron denuncia la culpabilización de la mujer por
ser víctima de violencia de género: "Cuestionaron a mis padres, por
darme alas, por dejar que sea independiente, como cualquier ser humano.
Al ser mujer, (el crimen) se minimiza.
Se vuelve menos grave, porque
claro, yo me lo busqué. Haciendo lo que yo quería encontré mi merecido
por no ser sumisa, por no querer quedarme en mi casa, por invertir mi
propio dinero en mis sueños", denuncia.
Desde su perfil en esta red social, Guadalupe Acosta también promociona un evento de Facebook
que convoca a la gente a manifestarse en el centro de Asunción
(Paraguay) pidiendo "verdad y justicia" para las turistas argentinas y
denunciar la violencia contra las mujeres:
Ayer me mataron.
Me negué a que me tocaran y con un palo me reventaron el cráneo. Me metieron una cuchillada y dejaron que muera desangrada.
Cual desperdicio me metieron a una bolsa de polietileno negro,
enrollada con cinta de embalar y fui arrojada a una playa, donde horas
más tarde me encontraron.
Pero peor que la muerte, fue la humillación que vino después.
Desde el momento que tuvieron mi cuerpo inerte nadie se preguntó
donde estaba el hijo de puta que acabo con mis sueños, mis esperanzas,
mi vida.
No, más bien empezaron a hacerme preguntas inútiles. A mi, ¿Se
imaginan? una muerta, que no puede hablar, que no puede defenderse.
¿Qué ropa tenías?
¿Por qué andabas sola?
¿Cómo una mujer va a viajar sin compañía?
Te metiste en un barrio peligroso, ¿Qué esperabas?
Cuestionaron a mis padres, por darme alas, por dejar que sea
independiente, como cualquier ser humano.
Les dijeron que seguro
andabamos drogadas y lo buscamos, que algo hicimos, que ellos deberían
habernos tenido vigiladas.
Y solo muerta entendí que no, que para el mundo yo no soy igual a un
hombre. Que morir fue mi culpa, que siempre va a ser.
Mientras que si el
titular rezaba fueron muertos dos jóvenes viajeros la gente estaría
comentando sus condolencias y con su falso e hipócrita discurso de doble
moral pedirían pena mayor para los asesinos.
Pero al ser mujer, se minimiza. Se vuelve menos grave, porque claro,
yo me lo busqué. Haciendo lo que yo quería encontré mi merecido por no
ser sumisa, por no querer quedarme en mi casa, por invertir mi propio
dinero en mis sueños. Por eso y mucho más, me condenaron.
Y me apené, porque yo ya no estoy acá. Pero vos si estas. Y sos
mujer. Y tenes que bancarte que te sigan restregando el mismo discurso
de "hacerte respetar", de que es tu culpa que te griten que te quieran
tocar/lamer/ chupar alguno de tus genitales en la calle por llevar un
short con 40 grados de calor, de que vos si viajas sola sos una "loca" y
muy seguramente si te paso algo, si pisotearon tus derechos, vos te lo
buscaste.
Te pido que por mí y por todas las mujeres a quienes nos callaron,
nos silenciaron, nos cagaron la vida y los sueños, levantes la voz.
Vamos a pelear, yo a tu lado, en espíritu, y te prometo que un día vamos
a ser tantas, que no existirán la cantidad de bolsas suficientes para
callarnos a todas.
El cantautor ha vendido en dos meses más de 12.000 ejemplares de 'Ahora que la vida', su primer poemario
Los acordes de Ismael Serrano
(Madrid, 1974) siempre estuvieron impregnados de poesía.
Con una voz
particular, Serrano insufló vida a la canción de autor a finales de los
noventa. Era el siglo pasado, ahora ha superado los 40 años y toca hacer
“balance”.
Ha publicado 11 discos y en noviembre sacó a la luz su
primer poemario.
A pesar de la edad y de los éxitos, Serrano sigue
siendo aquel imberbe pasional que corría por las calles de Vallecas,
“lo que siempre crea una cierta conciencia de clase”, o el adolescente
que llegó a la universidad para estudiar Física
. En ella, cuenta, “hay
una parte que escapa a la lógica convencional, que tiene que ver casi
con la magia”.
El nuevo registro de Serrano ha conquistado al público.
Son ya más de 12.000 los ejemplares vendidos de Ahora que la vida (Frida Ediciones),
un número considerable para un género minoritario, a pesar del auge que
ha conocido la poesía en los últimos años. “El poeta es un niño
asustado que a través de la poesía trata de generar un espacio de
encuentro para sentirse acompañado”. Lo cuenta Serrano, que está en su kilómetro cero
particular de los versos. Con una canción del mismo título hizo una
incursión en el cine en el 2000. El siguiente reto es realizar un
musical para niños porque, lo que hay en el mercado, “les trata como
idiotas”. Mucha culpa en ese nuevo proyecto lo tendrá su hija, de dos
años, de cuya existencia está minado su poemario.
Publicar me parecía una osadía: el cantautor
es un tipo que no es bien recibido en casi ningún colectivo. Para los
músicos, somos músicos menores, para los poetas, gente que necesita
parapetarse con una guitarra". A Serrano
le convencieron para publicar poesía, aunque la idea le rondaba la
cabeza desde hacía tiempo. Escribía poemas de forma regular. "Quizás
fueron las circunstancias, hasta políticas, que se viven". Los versos
que forman su libro se escribieron desde 2011 en adelante y están
impregnados “de esa efervescencia, de esa ilusión, aunque también hay un
punto de indignación”.
“Hoy he sido estudiante gritando en la calle /
señalando al rey desnudo…”, comienza uno de los poemas de su libro
titulado A los estudiantes en lucha.
Como toda la poesía, la suya también trata temas recurrentes, como el
paso del tiempo o el amor. “Toda felicidad tiene damnificados / como
emprender el camino una renuncia”, comienza A lo lejos, tormenta, otro de sus textos. A Serrano
sus admiradores le recuerdan a menudo que este o aquel es su mejor
disco.
El artista, sin embargo, cree que su mejor trabajo siempre es el
último porque “te libera de corsés, de arrogancia y de la soberbia
propia de cuando eres joven”
. Son varias las generaciones que han
escuchado su música.
Se inició con la canción protesta, aunque él sostiene que en la Se inició con la canción protesta, aunque él sostiene que en la
música, también la de protesta, o la poesía, “el 80% de los temas son de
amor porque es el motor, lo más conmovedor, lo que más te ilusiona y lo
que, incluso, lleva a comprometerte políticamente”.
Su militancia en ideas de izquierdas le costó, por ejemplo, enemistades y algún rifirrafe, como el que protagonizó este verano con el vicesecretario de Comunicación del PP, Pablo Casado.
Pero Serrano asegura que el no canta al pasado, sino a una generación
de personas que desaparece y ha sido desatendida “sin la posibilidad de
enterrar a sus muertos con dignidad, que no pasa siquiera por una
cuestión política, sino sentimental”.
El estilo poético
El uruguayo Mario Benedetti
utilizaba muchos de sus versos como consignas políticas. Suyo fue el
primer festival de poesía al que asistió Serrano, organizado a mediados
de los noventa por el colegio universitario San Juan Evangelista.
“Estaba el teatro a reventar porque era una inquietud compartida”. Pero
Serrano ya había recibido formación en casa (su padre, el periodista Rodolfo Serrano ya ha sacado cinco libros de poesía con bastante éxito). “Los primeros versos que conozco son los de Mario Benedetti, Pablo Neruda, César Vallejo o Jaime Sabines, autores latinoamericanos”. En España le gusta lo que escribe Luis García Montero, Felipe Benítez Reyes o Joan Magarit, con los que tiene bastantes semejanzas su poesía.
Serrano dice desconocer su estilo, aunque lo aproxima al de la poesía
de la experiencia. Escribe "sobre la épica que encierran las batallas
domésticas", una épica de la que asegura que no siempre se es
consciente. “Entiendo la poesía como un diálogo conmigo mismo”. Sin
embargo, le resulta mucho más difícil hacer música: “El poema tiene un
ritmo interno, pero en la música ese ritmo es mucho más férreo”.