Siempre entre las nubes hay esos huequitos de Sol que te dan valor.
Un Blues
Del material conque están hechos los sueños
3 mar 2016
Cómo vivir con la culpa de haber criado a un hijo asesino de masas....................... Miguel Ángel Bargueño
Susan
Klebold, madre del autor de la matanza de Columbine, cuenta en un
desgarrador libro cómo se vive con la pena, la culpa y el odio.
Susan Klebold, madre del asesino Dylan Klebold, posando el 23 de febrero de 2016. Getty
Lo más terrible que puede ocurrirle a un padre o una madre es perder a
un hijo
. A Susan Klebold le sucedió: su benjamín, Dylan, murió con 18
años recién cumplidos.
Con una particularidad: él mismo se quitó la
vida, minutos después de habérsela robado a otras 13 personas.
El 20 de
abril de 1999, Dylan Klebold y su amigo Eric Harris abrieron fuego contra sus compañeros del instituto Columbine,
en Colorado (EE. UU.), matando a 12 estudiantes y un profesor.
Otras
muchas personas resultaron heridas. Las imágenes de la matanza —la más
terrible cometida hasta entonces en un centro escolar en Estados Unidos—
dieron la vuelta al mundo; el hijo pequeño de Susan Klebold fue uno de
los asesinos de la tristemente famosa “masacre de Columbine”.
Ahora, 17 años después, Susan Klebold ha publicado un libro titulado A mother’s reckoning: Living in the aftermath of tragedy (Balance de una madre: viviendo las secuelas de una tragedia),
en el que da respuesta a las preguntas que a todo padre y madre que
conozca los hechos se le han pasado alguna vez por la cabeza:
¿Cómo se
vive con ese suceso clavado en la memoria; con la culpa por un crimen
que uno no ha cometido; con el rechazo de otros por su parentesco con un
criminal?
Y, quizá aún más terrible: ¿cómo es que no se dio cuenta
antes de lo que su hijo era capaz de hacer, del odio que se cocía en su
interior?
¿Hasta qué punto se siente responsable, al vivir 18 años con
un potencial asesino de masas?
¿Le carcome el pensamiento de que, de
algún modo, ella, como madre, pudo haberlo evitado?
Éramos padres cariñosos, atentos y comprometidos, y Dylan era un niño
entusiasta y afectivo.
Lo corriente de nuestras vidas antes de Columbine
quizá será lo más difícil de entender de mi historia.
Para mí, es
también lo más importante", escribe Susan Klebold
Madres (corrientes) de hijos asesinos
La idea que subyace en la historia de la señora Klebold es que su
drama le podía haber acaecido a cualquiera
. Era una madre normal: no uno
de esos padres o madres conflictivos que viven en una maltrecha
caravana en un barrio marginal.
Educados y de clase media, ella y su
marido, Tom Klebold, eran pacifistas; estaban en contra del uso de armas
por particulares.
Tenían convicciones religiosas —luteranos
practicantes— y el trabajo de Susan consistía en conceder becas de
informática a discapacitados (su marido, del que se divorció en 2014, es
geofísico).
Habían puesto a su hijo menor el nombre de Dylan por el
poeta británico Dylan Thomas.
El mayor se llama Byron.
Susan Klebold, madre del asesino Dylan Klebold, posando el 23 de febrero de 2016. Getty
Lo más terrible que puede ocurrirle a un padre o una madre es perder a
un hijo. A Susan Klebold le sucedió: su benjamín, Dylan, murió con 18
años recién cumplidos. Con una particularidad: él mismo se quitó la
vida, minutos después de habérsela robado a otras 13 personas. El 20 de
abril de 1999, Dylan Klebold y su amigo Eric Harris abrieron fuego contra sus compañeros del instituto Columbine,
en Colorado (EE. UU.), matando a 12 estudiantes y un profesor. Otras
muchas personas resultaron heridas. Las imágenes de la matanza —la más
terrible cometida hasta entonces en un centro escolar en Estados Unidos—
dieron la vuelta al mundo; el hijo pequeño de Susan Klebold fue uno de
los asesinos de la tristemente famosa “masacre de Columbine”.
Éramos padres cariñosos, atentos y
comprometidos, y Dylan era un niño entusiasta y afectivo. Lo corriente
de nuestras vidas antes de Columbine quizá será lo más difícil de
entender de mi historia. Para mí, es también lo más importante",
escribe Susan Klebold
Ahora, 17 años después, Susan Klebold ha publicado un libro titulado A mother’s reckoning: Living in the aftermath of tragedy (Balance de una madre: viviendo las secuelas de una tragedia),
en el que da respuesta a las preguntas que a todo padre y madre que
conozca los hechos se le han pasado alguna vez por la cabeza: ¿Cómo se
vive con ese suceso clavado en la memoria; con la culpa por un crimen
que uno no ha cometido; con el rechazo de otros por su parentesco con un
criminal? Y, quizá aún más terrible: ¿cómo es que no se dio cuenta
antes de lo que su hijo era capaz de hacer, del odio que se cocía en su
interior? ¿Hasta qué punto se siente responsable, al vivir 18 años con
un potencial asesino de masas? ¿Le carcome el pensamiento de que, de
algún modo, ella, como madre, pudo haberlo evitado?
Madres (corrientes) de hijos asesinos
La idea que subyace en la historia de la señora Klebold es que su
drama le podía haber acaecido a cualquiera. Era una madre normal: no uno
de esos padres o madres conflictivos que viven en una maltrecha
caravana en un barrio marginal. Educados y de clase media, ella y su
marido, Tom Klebold, eran pacifistas; estaban en contra del uso de armas
por particulares. Tenían convicciones religiosas —luteranos
practicantes— y el trabajo de Susan consistía en conceder becas de
informática a discapacitados (su marido, del que se divorció en 2014, es
geofísico). Habían puesto a su hijo menor el nombre de Dylan por el
poeta británico Dylan Thomas. El mayor se llama Byron.
Gente visitando la zona
donde se levantó un homenaje a las víctimas de la masacre de Columbine,
en Littleton, Colorado. En la imagen, una cruz con la foto y el nombre
de Dylan Klebold y una pancarta donde se lee: "Señor, perdónalos porque
no saben lo que hacen" (Jesus). Getty
En su libro, cuyos derechos de autor serán donados íntegramente a
organizaciones dedicadas a enfermedades mentales, Susan empieza
mostrando su dolor:
“Daría mi vida para reparar lo que pasó ese día. De
hecho, la daría con gusto a cambio de cualquiera de las vidas que se
perdieron”, escribe.
Y enseguida procede a describir su familia. “Tom y
yo éramos padres cariñosos, atentos y comprometidos, y Dylan era un niño
entusiasta y afectivo”. Y añade: “Lo corriente de nuestras vidas antes
de Columbine quizá será lo más difícil de entender de mi historia.
Para
mí, es también lo más importante”.
La noción de que un criminal adolescente puede surgir hasta en las
mejores familias la ha recalcado poco después en las pocas entrevistas
que ha concedido.
“Una de las cosas aterradoras sobre esta realidad es
que la gente que tiene familiares que hacen cosas como esa son como el
resto de nosotros”, declaró la señora Klebold a The Guardian.
“He conocido a varias madres de asesinos de masas, y ellas son tan
dulces y agradables como cualquiera
. Uno sería incapaz de saber, si nos
viera juntas en una habitación, qué es lo que tenemos en común”.
Susan Klebold, madre del asesino Dylan Klebold, posando el 23 de febrero de 2016. Getty
Lo más terrible que puede ocurrirle a un padre o una madre es perder a
un hijo. A Susan Klebold le sucedió: su benjamín, Dylan, murió con 18
años recién cumplidos. Con una particularidad: él mismo se quitó la
vida, minutos después de habérsela robado a otras 13 personas. El 20 de
abril de 1999, Dylan Klebold y su amigo Eric Harris abrieron fuego contra sus compañeros del instituto Columbine,
en Colorado (EE. UU.), matando a 12 estudiantes y un profesor. Otras
muchas personas resultaron heridas. Las imágenes de la matanza —la más
terrible cometida hasta entonces en un centro escolar en Estados Unidos—
dieron la vuelta al mundo; el hijo pequeño de Susan Klebold fue uno de
los asesinos de la tristemente famosa “masacre de Columbine”.
Éramos padres cariñosos, atentos y
comprometidos, y Dylan era un niño entusiasta y afectivo. Lo corriente
de nuestras vidas antes de Columbine quizá será lo más difícil de
entender de mi historia. Para mí, es también lo más importante",
escribe Susan Klebold
Ahora, 17 años después, Susan Klebold ha publicado un libro titulado A mother’s reckoning: Living in the aftermath of tragedy (Balance de una madre: viviendo las secuelas de una tragedia),
en el que da respuesta a las preguntas que a todo padre y madre que
conozca los hechos se le han pasado alguna vez por la cabeza: ¿Cómo se
vive con ese suceso clavado en la memoria; con la culpa por un crimen
que uno no ha cometido; con el rechazo de otros por su parentesco con un
criminal? Y, quizá aún más terrible: ¿cómo es que no se dio cuenta
antes de lo que su hijo era capaz de hacer, del odio que se cocía en su
interior? ¿Hasta qué punto se siente responsable, al vivir 18 años con
un potencial asesino de masas? ¿Le carcome el pensamiento de que, de
algún modo, ella, como madre, pudo haberlo evitado?
Madres (corrientes) de hijos asesinos
La idea que subyace en la historia de la señora Klebold es que su
drama le podía haber acaecido a cualquiera. Era una madre normal: no uno
de esos padres o madres conflictivos que viven en una maltrecha
caravana en un barrio marginal. Educados y de clase media, ella y su
marido, Tom Klebold, eran pacifistas; estaban en contra del uso de armas
por particulares. Tenían convicciones religiosas —luteranos
practicantes— y el trabajo de Susan consistía en conceder becas de
informática a discapacitados (su marido, del que se divorció en 2014, es
geofísico). Habían puesto a su hijo menor el nombre de Dylan por el
poeta británico Dylan Thomas. El mayor se llama Byron.
Gente visitando la zona
donde se levantó un homenaje a las víctimas de la masacre de Columbine,
en Littleton, Colorado. En la imagen, una cruz con la foto y el nombre
de Dylan Klebold y una pancarta donde se lee: "Señor, perdónalos porque
no saben lo que hacen" (Jesus). Getty
En su libro, cuyos derechos de autor serán donados íntegramente a
organizaciones dedicadas a enfermedades mentales, Susan empieza
mostrando su dolor: “Daría mi vida para reparar lo que pasó ese día. De
hecho, la daría con gusto a cambio de cualquiera de las vidas que se
perdieron”, escribe. Y enseguida procede a describir su familia. “Tom y
yo éramos padres cariñosos, atentos y comprometidos, y Dylan era un niño
entusiasta y afectivo”. Y añade: “Lo corriente de nuestras vidas antes
de Columbine quizá será lo más difícil de entender de mi historia. Para
mí, es también lo más importante”.
La noción de que un criminal adolescente puede surgir hasta en las
mejores familias la ha recalcado poco después en las pocas entrevistas
que ha concedido. “Una de las cosas aterradoras sobre esta realidad es
que la gente que tiene familiares que hacen cosas como esa son como el
resto de nosotros”, declaró la señora Klebold a The Guardian.
“He conocido a varias madres de asesinos de masas, y ellas son tan
dulces y agradables como cualquiera. Uno sería incapaz de saber, si nos
viera juntas en una habitación, qué es lo que tenemos en común”.
¿Conocemos (de verdad) a nuestros hijos?
Madres amorosas que, sin embargo, pasaron por alto que tenían un
monstruo en casa
. Y eso que Dylan daba pistas. De niño tranquilo y
feliz, el chico se convirtió en un problemático adolescente.
En su
tercer año de instituto, él y su amigo Eric fueron detenidos por robar
en una furgoneta materiales electrónicos.
Poco después, Dylan fue
multado y expulsado temporalmente por rayar la puerta de una taquilla de
vestuario.
Ni siquiera cuando pidió a sus padres como regalo de Navidad
una escopeta —un año antes del crimen— ella ató cabos. “Sorprendida, le
pregunté para qué la quería, y me dijo que creía que ir de vez en
cuando a un campo de tiro podría ser divertido”, evoca en el libro.
“Dylan sabía que soy enemiga acérrima de las armas, así que la propuesta
me dejó de piedra (…) Y como nunca habría permitido un arma bajo
nuestro techo, su petición no despertó en mí ninguna alarma”.
Como su
madre se negó a comprarle la escopeta, él por su cuenta y a escondidas
se hizo, junto con su amigo, con un arsenal.
Tras la matanza salieron a la luz unos vídeos en los que Dylan y
Eric, en vísperas de su mortífero ataque, exhibían su arsenal y
fanfarroneaban de ello.
Algunos fueron rodados en el sótano de la casa
de Dylan, lo que hizo que los medios los titularan The basement tapes (“las cintas del sótano”), igual que unas grabaciones de otro Dylan, el músico Bob. “
“No teníamos ni idea de que esos vídeos existieran”, escribe Susan.
“
Mi corazón casi se rompe cuando vi a Dylan y escuché su voz: aparecía y
sonaba justo como lo recordaba, el chico al que tanto echaba de menos
(…) [Sin embargo] nunca había visto esa expresión de burlona
superioridad en su cara
. Me dejó boquiabierta el lenguaje que usaban:
abominable, lleno de odio, racista, con palabras despectivas que nunca
había escuchado en mi casa”.
Las cintas del sótano impactaron aún más en esta madre que el atentado perpetrado por su hijo. Lo explicaba en estos términos para The Guardian:
“Pienso que Dylan fue víctima de alguna clase de disfunción de su
cerebro. El Dylan que conocí y crié era una persona amable, considerada,
por eso me resulta tan difícil de entender
Pido disculpas a quien le
ofenda, pero no odio a mi hijo, ni le juzgo, porque es mi hijo y,
además, sea lo que fuese que mató a los otros, también lo mató a él”.
Esa
ignorancia en la que vivía es lo que ha convertido a Susan Klebold en
diana del odio de víctimas supervivientes, familiares y cierta parte de
la opinión pública.
Para muchos es culpable por omisión. Reacción que
ella entiende.
“Nunca he dejado de pensar en cómo me sentiría yo si
estuviera en el otro lado y uno de sus hijos hubiera disparado al mío”,
admitió a ABC News.
“Estoy completamente segura de que sentiría exactamente lo mismo que ellos”.
Vida después de la muerte
Su vida, como es natural, cambió por completo.
Destrozada, Susan
pensó en marcharse a vivir a otra ciudad, cambiar su apellido
(recuperando el de soltera) y empezar de cero.
“Muchas veces”, admitió
en una entrevista para la edición estadounidense de Marie Claire.
“Todavía podría hacerlo, pero debería tener una buena razón.
Me doy
cuenta de que realmente no puedo escapar de esto. Puedo cambiar mi
nombre, mudarme, pero aún tendría que vivir con el hecho de que mi hijo
mató a otras personas”.
Como suele ocurrir con los golpes más duros, hacen más fuertes a las
parejas o las destruyen
. “La única persona en el mundo que podría haber
comprendido por lo que estaba pasando era Tom, mi marido, pero la brecha
que se había abierto entre nosotros en los primeros días tras la
tragedia se fue ensanchando”, expone en el libro.
Después de 43 años
juntos, los Klebold se divorciaron en 2014
. Los abultados gastos en
abogados tampoco ayudaron. “La primera factura que recibimos fue una
conmoción
. No teníamos idea de cómo la pagaríamos (…) Mi madre había
estado pagando un seguro de vida para sus nietos, mis hijos, desde
niños, y toda esa cantidad sirvió para pagar la primera factura
. Pero
fue una sola gota en el cubo, porque nos esperaban años de facturas por
delante”, relata. El seguro se hizo cargo de las indemnizaciones a las
víctimas, por valor de 1,3 millones de euros.
También ha cambiado su forma de pensar.
Ahora se pone en la piel de
las madres de los criminales (“Cuando oigo sobre terroristas en las
noticias pienso: ‘Es el hijo de alguien”, asegura) y ha convertido su
vida en una cruzada no contra las armas, sino contra el suicidio:
“Creo
que un asesinato-suicidio es una manifestación de suicidio y, si nos
centramos en este, pienso que podemos prevenir sucesos como el de
Columbine”, declaró.
Frente al eco mediático
Portada del libro 'A
mother’s reckoning: Living in the aftermath of tragedy', en español,
'Balance de una madre: viviendo las secuelas de una tragedia', de Susan
Klebold.
El atentado de Dylan y Eric tuvo un enorme eco social y cultural. Michael Moore dedicó un documental a los hechos (Bowling for Columbine, 2002) y Gus Van Sant rodó una película (Elephant, 2004). En 2000, Marilyn Manson publicó el álbum Holy wood (in the shadow of the valley of death)
como reflexión tras aquella tragedia (en su día se dijo que las
canciones de este músico de rock habían podido instigar a los dos
muchachos a llevar a cabo su plan, y Manson llegó a escribir un artículo
defendiéndose en Rolling Stone).
Una repercusión que Susan ha llevado mal. “Para mí, Dylan me
pertenecía. Y cuando veo películas, obras de teatro o escucho canciones
dedicadas a aquello tengo la sensación de que alguien me lo está
arrebatando, que está reclamando la propiedad de algo de lo que no saben
nada en absoluto”, dijo a The Guardian.
Lo que no ha mutado en estos 17 años ha sido su alergia a usar el
verbo “matar” en relación a lo que hizo su hijo. “No pasa un día sin que
piense en la gente a la que Dylan hizo daño. Para mí es más fácil decir
‘hacer daño’ que ‘matar’, incluso después de tanto tiempo”, dijo a ABC News. “Es muy duro vivir con el hecho de que alguien a quien amaste y criaste mató brutalmente a gente de ese modo horrible”.
Su libro, que aparece salpicado con desgarradores comentarios de su
diario personal, concluye con una descripción de su agonía
: “Desearía
haber sabido lo que tramaba Dylan”, asegura. “Desearía haberlo detenido.
Desearía haber tenido la oportunidad de intercambiarme por aquellos que
perdieron su vida.
Pero al margen de un millón de deseos apasionados,
sé que no puedo volver atrás”.
Y extrae una moraleja: “Debemos centrar
nuestra atención en investigar y concienciar acerca de esas enfermedades
[mentales], no solo para el beneficio de quienes las padecen sino
también para los inocentes que seguirán siendo sus víctimas si no lo
hacemos”.
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