En un momento de Carol, un chico está viendo El crepúsculo de los dioses por
enésima vez. Comenta a sus amigos que, con ese visionado, está
intentando diferenciar lo que los personajes dicen de lo que los
personajes sienten. Esta frase podría aplicarse a Carol, una
película tan llena de discursos explícitos como de silencios. Basada en
la novela de culto de Patricia Highsmith, la adaptación cinematográfica
de Todd Haynes cambia algunos detalles respecto al libro. Si en la
versión en papel el punto de vista principal es el de Therese, una joven
dependienta de unos grandes almacenes, en la película el relato pende
sobre todo de Carol, la mujer en trámites de divorcio de la que Therese
se enamora. Carol es una presencia fuerte, con el rostro y el
aplomo de una Cate Blanchett que imprime carácter al personaje. Therese,
en cambio, es una figura grácil, callada, es el ángel caído del cielo
al que se refiere Carol insistentemente. Therese tiene el rostro y el
cuerpo fino y sutil de Rooney Mara. A partir del silencio y la calma de
Therese y de la entereza y el aplomo de Carol se construye una película
perfecta, que bascula entre lo explícito y lo sugerente.
En Carol, las dos protagonistas aparecen a menudo esquinadas
en el plano, como si participaran de un secreto
. O como si el director
pretendiera revelar así la sociedad opresora en la que viven los
personajes, la Nueva York de los años cincuenta.
Amante del melodrama,
Haynes ha hecho una película de tonos apagados, que evoca a Douglas Sirk
–director al que Haynes ya había parafraseado– mediante los reencuadres
de los personajes en marcos y espejos, y no a través de una exuberante
paleta de colores.
De hecho, Haynes ha tomado una decisión subversiva:
en pleno apogeo de la imagen digital, ha rodado en 16mm, dejando que la
película, el soporte físico del celuloide, otorgue una textura grumosa e
íntima al relato.
El gesto pensativo de Therese en el interior de un coche se ve
acentuado por las luces de la ciudad y por el cristal empañado de la
ventanilla, también, por la exquisita imperfección del celuloide.
Así se
desprenden el desgarro, la melancolía y el amor en una película que se
gesta a partir de los detalles.
De la mano de Carol sobre Therese en la
escena que abre la película.
De los guantes de Carol sobre el mostrador
en el primer encuentro entre ambas. Del rostro de Carol cuando Therese,
que aspira a ser fotógrafa, la captura con su cámara por primera vez
. Haynes
ha hecho una película que sublima los gestos y las miradas, los
detalles y las emociones; y que esconde, bajo el hermoso pretexto del
amor, un discurso nítido sobre la libertad.Y te quedas con ganas que se acabe porque todo es igual y alargan alargan los momentos.
Nueva York, principios de los años cincuenta.
Es Navidad y
Therese Belivet (Rooney Mara) es una joven sin muchos recursos que
trabaja temporalmente en una juguetería de Manhattan.
Tiene un novio,
Richard (Jake Lacy), un joven apuesto al que realmente no quiere y que
la pasea en bicicleta.
Su verdadero sueño es ser fotógrafa, y su talento
fotográfico tiene un futuro prometedor. Pero Therese todavía no se ha
encontrado a sí misma.
Todo cambiará cuando, en un largo y
monótono día de trabajo, aparezca en su vida Carol Aird (Cate
Blanchett), una distinguida mujer de clase alta y envuelta en visones,
con fuerte temperamento aunque siempre permanezca a la sombra de su
marido Harge Aird (Kyle Chandler), con el que tiene una hija y cuyo
matrimonio aborrece.
Carol le dará su dirección a la joven para
que le sean entregadas sus compras en casa.
Guiada por un impulso
repentino, Therese le envía una postal navideña. Carol, que pasa por un
difícil momento matrimonial y se siente muy sola, responde a la
felicitación invitando a Therese a citarse juntas un día.
Surgirán
entonces la atracción y el cariño entre ambas mujeres, una perturbación a
la que Therese no sabe cómo reaccionar, aunque íntimamente sabe que se
trata de algo más: está enamorada de Carol.
Una historia de dos mujeres
que se arriesgan a abandonar sus infelices vidas y encontrar su lugar en
el mundo, aventurándose en una nueva y prohibida relación amorosa.
Basada en una novela de Patricia Highsmith, Carol es un trabajo del cineasta Todd Haynes (Mildred Pierce, I'm Not There, Lejos del cielo). Sus protagonistas son las actrices Cate Blanchett (La verdad, Monuments men, Blue Jasmine) y Rooney Mara (Pan (Viaje a Nunca Jamás), Millennium: Los hombres que no amaban a las mujeres, La red social). Completan el reparto Kyle Chandler (Aquí y ahora, El lobo de Wall Street), Sarah Paulson (12 años de esclavitud, Mud) y Jake Lacy (Navidades, ¿bien o en familia?, Girls).
Son tantos
y tan graves los problemas públicos que nos acucian, que prestar
atención a un fenómeno lingüístico caracterizado por alargamiento
innecesario de las palabras suena a frivolidad impropia del buen
ciudadano.
Ya lo advirtió Horacio.
Fue al elogiar en su Arte poética a quienes evitaban las “palabras ampulosas y rimbombantes”, y a las que llamó sesquipedalia verba por medir “un pie y medio” de largo.
Como quizá algunos lectores recuerden, aquí las he bautizado como archisílabos
y aventuré que ese gusto por el alargamiento innecesario —aunque no
siempre incorrecto— responde al probable afán de sobresalir de los
demás.
Un gusto contagioso, sin duda.
No vayan a pensar entonces que, el silenciarlos desde hace un par de
años, denote un decaimiento en el uso y abuso de estos vocablos que
coleccionamos.
Lo que pasa es que son tantos y tan graves los problemas
públicos que nos acucian, que prestar atención a este fenómeno
lingüístico suena a frivolidad impropia del buen ciudadano.
Craso error.
El ciudadano es antes que nada un hablante y, por alejados que
parezcan, la calidad del uno dice
Ya lo advirtió Horacio. Fue al elogiar en su Arte poética a quienes evitaban las “palabras ampulosas y rimbombantes”, y a las que llamó sesquipedalia verba por medir “un pie y medio” de largo. Como quizá algunos lectores recuerden, aquí las he bautizado como archisílabos
y aventuré que ese gusto por el alargamiento innecesario —aunque no
siempre incorrecto— responde al probable afán de sobresalir de los
demás. Un gusto contagioso, sin duda.
No vayan a pensar entonces que, el silenciarlos desde hace un par de
años, denote un decaimiento en el uso y abuso de estos vocablos que
coleccionamos.
Lo que pasa es que son tantos y tan graves los problemas
públicos que nos acucian, que prestar atención a este fenómeno
lingüístico suena a frivolidad impropia del buen ciudadano. Craso error.
El ciudadano es antes que nada un hablante y, por alejados que
parezcan, la calidad del uno dice mucho también de la calidad del otro.
A
la postre, ambas figuras pueden incurrir en parecido empobrecimiento o
indiferencia ante el deterioro de lo común.
Al hilo de ciertos prefijos y sufijos, y ahorrándonos los centenares
de torpes polisílabos recogidos en ocasiones pasadas, entremos de nuevo
en materia.
Por ejemplo, en aquellos que pretenden subrayar la
diferencia entre un acto y su proceso de llevarlo a cabo. ¿Quién no ha
oído hablar de esa desvalorización que equivale a una “devaluación”?
¿Acaso no es cierto que la autoridad se ejerce mediante actuaciones en vez de por “acciones”?
Una contratación
administrativa goza de mayor empaque que un mero “contrato”, dónde va a
parar, y los fabricantes de automóviles se enorgullecen de exhibir sus
variadas motorizaciones (o sea, sus “motores”).
Si va usted para locutor, elija siempre incrementación o incremento,
sea de los accidentes de tráfico o de los precios, y nunca su
“aumento”.
Causa perplejidad conocer que una banda musical está en ascensión, y no en “ascenso”, pero las cosas se complican cuando la “compartimentación” desemboca en el trabalenguas de la compartimentalización o el “clientelismo” engendra la clientelización.
Habrán observado asimismo que la notable afición a destacar la
cualidad abstracta de las cosas lleva a menudo a sustituir la cosa misma
por ese rasgo abstracto que encarna.
De modo que la “equidad” de un
acto equitativo acdad abstracta de las cosas lleva a menudo a sustituir la cosa misma
por ese rasgo abstracto que encarna.
De modo que la “equidad” de un acto
equitativo acaba trocándose en equitatividad, y la “variación” deja paso a la variabilidad.
Por esa misma ley no escrita, la unitariedad se impone sobre la “unidad”, lo mismo que preferimos la confortabilidad del sillón a su “confort” o el precario estado de marginalidad al de “marginación”. Una “excepción” a la regla se cita como excepcionalidad . En cuanto algún aparato cumple una “función”, el experto sentencia que posee funcionalidad. Un ilustre abogado sugiere someterse no tanto a la “letra”, sino más bien a la literalidad de la ley. Y ciertos políticos proponen ahora una ley de transitoriedad jurídica, es de suponer que para perfeccionar la mera “transición”.
El “vértigo” es ocupado por la vertiginosidad, igual que la dimensionalidad arrincona a la más simple “dimensión”.
Eso sí, no me pregunten por el significado de la intermodalidad, que hasta ahí no llego.
Causa perplejidad conocer que una banda musical está en ‘ascensión’ y no en “ascenso”
En el vergonzante empeño por que nuestro lenguaje cotidiano se transforme en spanglish, procuremos que lo “diferente” alcance siempre el grado de diferencial y no hagamos ascos al comunicacional ni al conversacional.
Las ondas “vibratorias” de toda la vida deben bautizarse como vibracionales, en una operación parecida a la de denominar componente nutricional a lo que calificábamos de “nutritivo”.
Clásicos, clásicos renovados, modas y los favoritos por regiones.
El nombre de tu bebé es una decisión importante, claro.
Lo va a
llevar toda su vida o, al menos, hasta que a los 18 años pueda cambiarlo
legalmente.
Aún no sabemos si Goku, nacido el año pasado,
estará contento con la decisión de sus padres, sobre todo teniendo en
cuenta que lo tiene difícil incluso en caso de que quiera usar su
segundo nombre, Ceferino.
Aunque la mayoría nos acostumbramos
. Incluso Giovanni Hitler Cando,
que en una pieza de Verne dejó bien claro que no tiene nada que ver con
el dictador y que el nombre tampoco le ha supuesto un problema grave.
Tampoco lo es para su hermano Lenin.
Optar por un nombre extravagante (algunos quizás prefieran el
adjetivo "original") no es la solución más común.
A veces se siguen
tradiciones familiares y en ocasiones se siguen modas.
Hay padres que no
se aclaran y otros que lo tienen claro desde el primer día.
No solo hay
libros y webs dedicados a este asunto, sino que todos los amigos y
familiares quieren dar (y dan) su opinión casi desde el primer día de
embarazo.
Visto el panorama, es incluso comprensible que una empresa se ofrezca
a escoger el nombre por la familia y lo presente como un trabajo a
externalizar: ya lo hicieron a petición de los padres de Eire, una niña asturiana que fue la primera en disfrutar de sus servicios.
Vamos a repasar algunos de los pasos que se siguen a la hora de
escoger y, sobre todo, descartar nombres, y a comentar la popularidad de
las diferentes opciones con ayuda de los datos del Instituto Nacional
de Estadística, que proporciona información de frecuencia por décadas
hasta los años 2010 y por año entre 2002 y 2014.
1. Los clásicos sí pasan de moda
Los cinco nombres más populares entre los hombres son Antonio (el 3%
de varones comparte este nombre), José, Manuel, Francisco y Juan
. El 12%
de toda la población tiene alguno de estos cinco nombres, según publicaba El País, recogiendo datos del padrón de 2014.
Pero Antonio (el nombre) está cayendo en picado: hasta los años 60,
había más de 100.000 Antonios nuevos cada año, pero actualmente no
llegan a los 2.000 cada 12 meses.
Su media de edad es de 54 años.
Algo
parecido ocurre con José, cayendo desde los años 60 y con una media de
edad de 59,6 años; con Manuel (media de 53,6 años); con Francisco (55,5
años) y con Juan (54,6 años).
El descenso es aún más dramático si
recordamos que desde 1960 y 2010, la población pasó de 30,5 a 47 millones de personas, lo que supone un crecimiento del 54%.
Para
las mujeres, los nombres más habituales son María Carmen (2,8% de la
población femenina), María, Carmen (por separado), Josefa e Isabel.
La situación es parecida. Las Carmen tienen una media de edad de 60
años; las Josefa, de 65, con solo 121 recién nacidas con ese nombre
desde 2010; las Isabel, de 55,7.
Suerte parecida corren otros clásicos
como Pilar, con una media de edad de 61,5 años y prácticamente
desaparecidas entre las recién nacidas.
La excepción: María. La media de edad está en los 40 años y en 2014
fue el segundo nombre más popular para las niñas, después de Lucía.
2. Clásicos sobrios
Otra opción que se tiene en cuenta es la de los nombres que, siendo
clásicos, nunca han estado de moda, sin tampoco haber llegado a
desaparecer.
Tienen la ventaja de que la niña o niño no se va a
encontrar con otros cuatro o cinco compañeros de clase con el mismo
nombre, pero lo cierto es que no son divertidos ni memorables
. En esta
línea, encontramos nombres como Ana, Elena, Miguel, Andrés y Jaime.
Jaime está bien. Yo lo recomiendo.
En esta categoría se pueden añadir nombres que tuvieron su momento de
esplendor, pero que en lugar de haberse olvidado siguen siendo
moderadamente frecuentes, ya sea porque son nombres clásicos, como
Alberto (especialmente popular para niños nacidos en los 70 y 80) o
porque su momento de gloria no venía de la nada y tenían ya cierta
presencia en el padrón, como Óscar, Silvia y Eva (populares en los 70).
3. Clásicos remozados
Dolores está cada vez más en desuso: desde los años 60 se usa cada
vez menos para las niñas.
Pero está volviendo como Lola: el diminutivo
se usa como nombre en el registro y en el DNI, en una práctica que hasta
la década de los 2000 era inexistente (se llamaban Dolores, aunque las
llamaran Lola). Las mujeres (o niñas, más bien) con el nombre de Lola
tienen una media de edad de 7,9 años.
No es el único diminutivo que se usa de este modo
. Pasa con Nora (de
Honora y Eleonora) y Teo (en lugar de Teodoro o Teófilo).
Y en Cataluña
son frecuentes Biel (por Gabriel) y Quim (por Joaquim).
Y ocurre algo
parecido con las Candelas, que tienen 8,4 años de media.
Este nombre es
más popular ahora de lo que jamás fue Candelaria.
4. Los nombres de moda
En cuanto a los nombres para recién nacidas, la estrella es Lucía.
Su
media de edad es de 22,5 años y la década en la que más Lucías nuevas
llegaron fue en la de los 2000.
Pero sigue siendo popular: lleva 12 años
seguidos como el favorito entre los padres españoles.
Como está de moda, es probable que muchas familias comiencen a optar
por otros nombres, ya que no suelen gustar los que son excesivamente
comunes.
Pero aunque pueda pasar de moda en unos años, tiene la ventaja
de que no viene de la nada: se trata de un nombre tradicional, igual que
Paula, Sara y Sofía, que también están entre los diez más populares de
2014.
Pueden correr una suerte similar a Silvia o a Ana y mantenerse
durante décadas sin caer en el olvido.
No pasa lo mismo con las Danielas (media de 13,7 años), Carlas
(10,7), Valerias (9,1) y Albas (14,2). Estos nombres se han puesto de
moda en los últimos años pero que es posible que reduzcan su frecuencia
en el futuro sin quedarse como clásicos, al carecer de tradición en
España.
Un caso particular es Martina, que casi desapareció en los 80, pero
merece la pena mencionar que antes de los años 70 era algo más
frecuente.
En el caso de los nombres de niño, destaca Hugo, que es el único de
entre los diez más populares en 2014 que no podemos considerar (más o
menos) clásico.
En el gráfico se ve que hasta los años 2000 no se usaba
apenas y antes de los años 70 era prácticamente inexistente.
Eso sí,
sigue creciendo: entre 2010 y 2014 se ha escogido más de 20.000 veces,
frente a las 30.000 de toda la década anterior.
Lleva dos años como el
nombre más escogido y en 2012 ya fue el segundo favorito.
La media de
edad de los Hugo es de 8,8 años.
Podemos comparar el gráfico con los datos de Daniel, Pablo y
Alejandro, los siguientes nombres más populares en 2014. A pesar de que
han registrado incrementos en los últimos años, este crecimiento lleva
sosteniéndose desde los años 60
. Daniel lleva en aumento desde los años
70 y estable desde los 80 (con unos 60.000 Danieles nuevos cada año).
Pablo casi ha duplicado su número en la década de los 2000
. Alejandro
llegó a su pico la década pasada y está cayendo, pero en los años 70 y
80 también era de los favoritos.
5. ¿Alguien se acuerda de Vanessa y de Jonathan?
El peligro de seguir las modas en los nombres se ve muy claro en los
gráficos de Jéssica, Vanessa, Jonathan y Kevin.
Un pico de popularidad
para luego caer en el olvido, aunque Jonathan y Kevin están aguantando
mejor.
De hecho y si no hay recuperación en los próximos años, la media
de edad, que está en los veintitantos, se irá desplazando hasta que
estos nombres, que ahora nos suenan juveniles, pasen a ser típicos de
personas mayores.
En unos años, Vanessa podría sonarnos como Josefa.
Por ejemplo, solo hubo siete Jéssicas en toda la década de los 50 y 20 Vanessas en los años 40 y 50 juntos. Antes, nada.
Es decir, vienen casi de la nada y crecen muy deprisa, para luego
caer.
Además de los ejemplos que ya hemos mencionado, vemos una
tendencia parecida en nombres como Jimena, Noa, Enzo, Leo y Gael, que
están en esa primera fase de la curva
. El hecho de que no tengan casi
antecedentes (a pesar de que Jimena es un nombre ya usado en la Edad
Media) hace pensar que pueden correr destinos similares.
Sobre todo si
tenemos en cuenta que Leo se está popularizando por Leo Messi y en el
caso de Gael influye la popularidad del Gael García Bernal (más sobre la
influencia de los famosos en unos cuantos párrafos).
(Los datos de la década de 2010 son hasta 2014).
Algunos de estos nombres se importan: por ejemplo, Jennifer estuvo de moda en Estados Unidos entre 1965 y 1985, justo antes de que comenzara su temporada de éxito en España.
No solo pasa con nombres anglosajones. Lorena viene del
francés, como sabrán muchas Lorenas nacidas en la década de los 80
.
Entre 2010 y 2014 apenas nacieron unas 1.200 nuevas Lorenas.
. Al parecer, no tendría relación ni con Izani, nombre vasco medieval, ni con el verbo izan,
que en euskera significa 'ser'. Lleva dos años entre los 20 nombres más
populares para recién nacidos. Los Izanes tienen una media de 5,3 años.
Hubo menos de 500 en los años 90 y ninguno antes.
En los 2000, más de
10.000. Y entre 2010 y 2014, casi 7.500.
6. La influencia de los famosos
En Freakonomics ponen en duda que escojamos nombres de
famosos para nuestros hijos. Según los autores del libro, Steven D.
Levitt y Stephen J. Dubner, muchos padres optan por el nombre de sus
hijos siguiendo un componente aspiracional, pero tomando sobre todo
ejemplo de otras familias acomodadas que escogen los mismos nombres para
sus hijos
. Cuando este nombre llega a su pico, se empieza a abandonar
paulatinamente.
En opinión de los autores, esto ocurrió, por ejemplo, con Britney
Spears: ella era otra Britney que seguía esta moda y no la que marcó
esta tendencia.
De haber nacido antes, quizás se habría llamado
Jennifer.
Como contraejemplo, los autores recuerdan las pocas niñas
bautizadas como Madonna en los años 80 o 90.
En España podríamos citar un ejemplo similar: Marc Márquez,
nacido en 1993, es consecuencia de la moda de los Marc en Catalunya y
no al revés.
Que Chenoa pase de 0 a
265 en unos años (solo en la década pasada) es significativo, sin duda,
pero hay mil veces más Lauras, que es el nombre real de Chenoa. Lo
mismo se puede decir de las casi 500 Shakiras también de los años 2000.
De todas formas, hay casos en los que se deja notar la
influencia de las celebridades: Ana Belén no fue una de las 151 niñas
con este mismo nombre nacidas en la década de los 50: su nombre es María del Pilar
. Lo cambió en 1965 para la película Zampo y yo.
En esta década ya hubo 2.492 niñas con este nombre, aunque el boom
llegaría en los años 70, que suma más de 32.000 Ana Belén nuevas. Por
cierto, con Victor Manuel pasa algo parecido, pero a menor escala.
Otro ejemplo: la canción Noelia, que es de 1972.
Esa década
justo llega el boom de las Noelias y de forma exagerada: en toda la
década de los años 60 solo hubo 57 recién nacidas con este nombre.
Y no,
Nino Bravo no le cantaba a ningún bebé, sino a Miss Europa 1970.
Por supuesto, una canción de éxito no basta: Penélope,
de Serrat, también fue un exitazo, pero llegó unos años más tarde del
ligerísimo boom del nombre, que nunca dejó de ser minoritario ni con
ayuda de la canción.
Aunque hay casos que dan muestra de su influencia,
como ocurrió con los padres de Penélope Cruz: esta era una de sus canciones favoritas.
En el caso de los niños, manda más el fútbol que la lírica.
Ya hemos mencionado a Leo, nombre que crece en popularidad con la
llegada de Messi al Barcelona. Eso sí, hay pocos Lionel, que es el
nombre completo del jugador.
También asoman unos cuantos Thiagos (casi
un millar desde 2010, incluido el hijo mayor de Messi, nacido en 2012).
Pero quizás el caso más claro sea el de Iker, sobre todo si tenemos en
cuenta que es un nombre vasco que se ha extendido por toda España.
(Los datos de la década de 2010 son hasta 2014).
Aunque no es el único nombre vasco popular fuera de Euskadi y Navarra. Por ejemplo, Unai (que por cierto significa vaquero)
está bastante extendido.
De hecho, en Barcelona y Madrid nacieron en
2014 más Unai que en Euskadi y Navarra. Se puso de moda ya en los 2000 y
su media de edad es de unos 15 años.
7. Los nombres de la tierra
También hay nombres que son más populares en algunas comunidades
autónomas que en otras. No solo por las traducciones, como ocurre con Pau y Pablo, o Marc y Marcos en Cataluña y en España. También influyen, por ejemplo, los patrones:
Santiago: muy popular en Galicia y también en León.
Almudena: Madrid, aunque también Castilla-La Mancha y Extremadura.
Pilar: Aragón, pero también Cuenca y Albacete.
Jorge: Aragón (y Jordi en Cataluña, claro).
Además de eso, podemos detectar ciertas tendencias territoriales. Para ellos:
Joel: es popular en Cataluña, Valencia y Galicia.
Alonso: Castilla la Mancha y Extremadura.
Iker: además del País Vasco, es frecuente en Guadalajara, Tarragona y Castellón.
Álvaro: es un nombre habitual en la meseta, pero también en Sevilla.
Antonio: Andalucía.
Daniel: se lleva sobre todo en Madrid, además de La Mancha, Teruel y Zaragoza.
Martín: en Galicia.
Eric: en Cataluña y Valencia, en claro ascenso, por cierto.
Y para ellas:
Marta: muy popular en Cataluña. Igual que Martina (aunque tienen orígenes diferentes).
Abril: también en Cataluña.
Lucía:
aunque está muy repartido, al ser muy popular, tiene éxito
especialmente en el norte, mientras que en Cataluña y Valencia no se
estila nada. Igual que otros nombres de moda, Hugo y Adrián. ¿Asturias
sucumbe a las modas o las marca? De ser la segunda opción, no perdamos
de vista Eire. De momento solo hay 359, la mayoría nacidas en los
últimos 15 años, pero nunca se sabe.
Carmen: Andalucía, pero también Pontevedra.
Carla: Cataluña y Valencia.
Noa: Cataluña y Galicia.
8. ¿Hasta qué punto es importante el nombre?
¿Influye el nombre en nuestras vidas? ¿Es tan importante? Es probable
que esta misma pregunta se la hiciera Robert Lane, quien llamó Winner
(ganador) a su hijo nacido en 1958 y Loser (perdedor), al nacido en
1961.
A eso hay que añadir que su apellido, Lane, significa carril o
camino.
Tal y como explican Levitt y Dubner en Freakonomics, uno de
los hermanos acabó siendo detective de la policía de Nueva York,
mientras que el otro acabó en la cárcel por robo.
El policía es Loser.
El delincuente es Winner. Aunque alguno no estará de acuerdo, parece que
el nombre no fue muy acertado.
Obviamente, resulta difícil creer que ese experimento podía tener un
resultado fiable.
Nadie piensa que el ya mencionado Giovanni Hitler
simpatice con dictadores, por poner otro ejemplo, ni que su hermano
Lenin vaya a iniciar una revolución bolchevique, por mucho que hiciera
campaña por Podemos.
Aun así, las asociaciones que evocan ciertos nombres hacen que se les
solamos atribuir ciertas características a las personas que los llevan,
lo que puede influir en cómo les tratamos.
Según recoge Richard Wiseman en 59 seconds, el efecto es
escaso, pero sí hay datos que apuntan a que los nombres y apellidos que
van antes en el alfabeto suelen tener comparativamente mejores notas
(solo un poco).
El efecto psicológico de estar los primeros en la lista
parece que tiene cierta influencia.
En el caso de Inglaterra y también según los estudios citados por
Wiseman, nombres como Lucy y Sophie se consideran propios de mujeres más
atractivas por el “sonido suave y el final con la i larga", mientras
que los nombres de chicos a los que se considera más guapos suelen ser
cortos y contundentes, como Jack y Ryan. Quienes llevan nombres
asociados a la realeza (en Inglaterra) como James y Elizabeth, “se
suelen ver como exitosos e inteligentes”
. Aunque esto último igual ha
ido cambiando con el tiempo.
Es injusto, pero todos caemos en esos estereotipos.
Si alguien se
llama Borja, acostumbramos a sospechar que es un pijo, y si se llama
Eustaquio, asumimos que se trata de un señor mayor que vive en un
pueblo.
Además de eso, por mucho que nos guste un nombre jamás lo
escogeremos para nuestro hijo si conocemos a alguien que se llama del
mismo modo y nos cae fatal.
9. Vale, ¿y ahora qué?
Eso ya lo tienes que decidir tú. Puedes ponerle José o Dolores, como
los abuelos. O romper la tradición y optar por Hugo o Valeria
. Aunque a
lo mejor prefieres que no pasen de moda y optas por algo seguro, como
Daniel o Lucía. Pero puede que estos nombres te aburran y a lo mejor
prefieres un punto medio, como Teo o Lola, que son clásicos, pero no lo
parecen (o no tanto). O llámale Goku Ceferino. Si no le gusta, que se lo cambie cuando cumpla 18.
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Vaya con los nombrecitos...si llegan a ser niñas les llamarían Letizia y Carolina o de ser niñas con antecedentes ideólogicos serian ¿Kruskaya y Rosa Luxemburgo?