Un Blues

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Del material conque están hechos los sueños

6 feb 2016

Roberto Verino: “Adquirir ropa ‘low cost’ es un gasto continuo”............................... Víctor Núñez Jaime

El diseñador y empresario, que ha anunciado esta semana que no desfilará en la próxima Madrid Fashion Week, ha logrado reflotar su empresa y apuesta ahora por una nueva relación con sus clientes.

Roberto Verino en su 'stand' en la feria de moda de Ifema en Madrid.
Roberto Verino (Ourense, 1945) se puso ese apellido en honor a su pueblo (Verín).
 Es un diseñador y empresario, con más de tres décadas de experiencia, que hace ropa, bolsos, perfumes y vinos.
Antes de irse a París para seleccionar las telas de su próxima colección estuvo en el stand de su empresa en Momad, el Salón Internacional de la Moda de Madrid, que concluye mañana domingo en Ifema.
 Se sentó en torno a una mesa blanca y se dispuso a responder las preguntas con seriedad empresarial. Hace unos días anunció que no presentará sus nuevos diseños en la próxima edición de la Mercedes Fashion Week Madrid.
Pregunta. Menudo disgusto se habrá llevado Cuca Solana, directora de la pasarela, ¿no?
Respuesta. Me dijo que lo sentía mucho. Pero hay muchísimo afecto y simpatía entre nosotros y entendió mis razones.
P. ¿Cuáles son sus razones?
R. Pues que estamos viviendo un cambio en el acercamiento con nuestros consumidores.
 Hacer presentaciones seis meses antes está bien para la prensa y los distribuidores, pero eso no nos permite crecer tanto como quisiéramos.
 No estaremos en la pasarela pero sí en esta feria, donde vienen nuestros clientes potenciales extranjeros, que no suelen ir a los desfiles.
P. ¿Es más empresario que diseñador?
R. Soy empresario a la fuerza, porque esa no es mi vocación.
 Pero ahora creo que he logrado un buen equilibrio entre ambas cosas. Porque hemos superado con éxito lo que nos afectó en los últimos años.
P. Tuvo que refinanciar su deuda e incluso le pidió a la Xunta de Galicia que lo avalara.
R. Sí, la Xunta fue nuestro aval en su momento para que pudiéramos obtener los préstamos que necesitábamos.
 Porque avanzábamos a toda velocidad y, de repente, hubo un parón y las entidades financieras nos exigieron de golpe y porrazo devolver las cuentas crediticias.
 Cumplimos y hoy estamos muy tranquilos.
P. ¿Amancio Ortega, o alguien del grupo Inditex, le ha hecho alguna oferta para le ha hecho alguna oferta para quedarse con su empresa?
R. No. Hace unos años decían que Inditex nos había comprado, pero no.
 Fue un bulo. No ha habido jamás una oferta por su parte y mucho menos, una compra. P. ¿Se lleva bien con sus paisanos textileros?
R. En Ourense, en un radio de acción de dos kilómetros, está Adolfo Domínguez, Sociedad Textil Lonia y Roberto Verino.
 Y entre todos tenemos una relación de profesionales, nos admiramos y nos respetamos.
P. Teniendo varias empresas de ropa, ¿los gallegos siempre están a la moda?
R. Bueno, hay un consumo de moda alto, algo que me ha hecho profeta en mi tierra.
Mis paisanos usan nuestra ropa y siempre me dan muchos ánimos para seguir adelante.
P. Hace ropa, bolsos, perfumes y hasta vinos. ¿Es un creativo hiperactivo o un empresario voraz?
R. Trato de repartir provechosamente mi energía.
Lo del vino es un proyecto que nació como un hobby y va bien. Con el perfume quisimos llegar al consumidor a través de un aroma.
 Con una inversión pequeña, la gente nos puede llevar todos los días sin importar su talla.
P. Hablando de tallas, hay quien se queja de que no hace prendas de tallas grandes.
R. Bueno, lamentablemente no podemos cubrir todas las necesidades.
R. Bueno, lamentablemente no podemos cubrir todas las necesidades. Pero hacemos cinco o seis tallas y con ellas cubrimos un alto grupo de población.
P. ¿Qué le parece la proliferación de cadenas de moda low cost?
R. Es una constante que responde a una demanda del mercado pero, a diferencia de ellas, nosotros proponemos soluciones estéticas para una inmensa minoría con una personalidad propia. Comprar Roberto Verino es hacer una inversión y adquirir low cost es un gasto continuo.
P. ¿Cuáles son las prendas básicas que tiene en su armario?
R. Suelo vestir de manera bastante parecida, de colores oscuros, me gusta llevar camisas, habitualmente sin corbata, pero buscando ese puntito de rigor y de sencillez, de elegancia sencilla.
P. ¿Qué es ser elegante?
R. Ser uno mismo y no disfrazarse. La gente que quiere ser lo que no es queda en evidencia.
P. ¿Con las nuevas generaciones de diseñadores, tiene garantizado el relevo?
R. Seguro. Hemos sido capaces de convertir un país que no tenía conocimiento de moda en una referencia internacional y hoy tenemos una generación de diseñadores más capaz que demostrará que el esfuerzo de mi generación ha valido la pena.

 

En 'grand' taxi a Tetuán Un zumo de naranja recién exprimido en Marruecos. / Getty Images Desde principios del siglo XX hasta la independencia de Marruecos, en 1956, decenas de miles de españoles se instalaron en Tetuán, la capital del protectorado: familias de funcionarios, militares, empresarios y maestros, camareros, profesionales de distintos ramos y algún que otro buscavidas. Adosándose a la antigua medina, trazaron calles, levantaron edificios y negocios, establecieron colegios, mercados y hospitales, y vivieron un tiempo cuya memoria entrañable mantuvieron intacta a lo largo de los años. Llegar a Tetuán desde Tánger es tan sencillo como coger un grand taxi y regatear con el conductor hasta acordar el precio en unos 30 euros. El trayecto se cubre en una hora por autovía; una vez allí, el mejor sitio para comenzar el recorrido es la plaza de Muley el Mehdi, a la que muchos tetuaníes aún llaman plaza Primo. La fisonomía permanece intacta desde principios del siglo pasado: la rotonda central, la iglesia, las antiguas sedes de telégrafos y del Banco de España, hoy ocupada por el consulado español. Desde aquí se percibe el entramado geométrico del ensanche con manzanas regulares, alturas uniformes y una mezcla de estilos arquitectónicos en los que —siempre combinando blanco y verde— se mezclan con curiosa armonía los estilos neoherreriano, neoandalusí y art nouveau. Accedemos desde la plaza a la arteria principal de la ciudad, que ha ido cambiando de nombre al compás de los momentos históricos: Alfonso XIII, República y Generalísimo en el pasado; Mohamed V en la actualidad. Al recorrerla, además de viviendas y negocios, nos saldrán al paso el viejo Casino Español —donde mi abuelo Manolo Vinuesa jugaba sus partidas a diario con jugosos provechos— y algunos establecimientos de aromas pretéritos, como Cafés Carrión o las pastelerías El Buen Gusto y La Campana. Al final de la calle encontramos una gran superficie diáfana que ocupa lo que originalmente fue el Feddán —el gran zoco— y después la plaza de España, recordada con nostalgia por todos los antiguos residentes. Destinada hoy a dar acceso al Palacio Real —situado en lo que anteriormente fue la Alta Comisaría—, esta explanada funciona como bisagra entre el ensanche español y la medina musulmana. La antigua ciudad islámica, patrimonio mundial, apenas ha sido alterada a lo largo de los siglos: permanecen sus siete puertas, los artesanos agrupados por oficios, las callejuelas bulliciosas de trazo enloquecido, el encalado de las paredes y las puertas de madera claveteada. Su magia quedó plasmada en decenas de obras de Mariano Bertuchi, el gran pintor e impulsor de los oficios artesanales marroquíes, y a cuya escuela aconsejo ir. Para conocer el interior de las casas tradicionales de la vieja morería, invito a visitar Blanco Riad y El Reducto, dos riads del XVIII abiertos hoy como pequeños hoteles al mando de sendas emprendedoras españolas. El fin del protectorado empujó a los españoles a una marcha sin retorno. Hoy apenas quedan residentes a excepción del cuerpo consular, las plantillas de profesores de los tres centros educativos españoles y del Instituto Cervantes, y un puñado de religiosas tenaces y admirables. Permanece la memoria, sin embargo. Quizá el Tetuán español nunca fue tan cosmopolita, hedonista y avanzado como Tánger, pero hoy, decadente y lleno de nostálgicos fantasmas, es una ciudad que vale la pena conocer. / María Dueñas María Dueñas es autora de El tiempo entre costuras (Temas de Hoy, 2009), novela ambientada en Tánger y Tetuán.

En 'grand' taxi a Tetuán

Un zumo de naranja recién exprimido en Marruecos. / Getty Images
Desde principios del siglo XX hasta la independencia de Marruecos, en 1956, decenas de miles de españoles se instalaron en Tetuán, la capital del protectorado: familias de funcionarios, militares, empresarios y maestros, camareros, profesionales de distintos ramos y algún que otro buscavidas. Adosándose a la antigua medina, trazaron calles, levantaron edificios y negocios, establecieron colegios, mercados y hospitales, y vivieron un tiempo cuya memoria entrañable mantuvieron intacta a lo largo de los años.
Llegar a Tetuán desde Tánger es tan sencillo como coger un grand taxi y regatear con el conductor hasta acordar el precio en unos 30 euros.
 El trayecto se cubre en una hora por autovía; una vez allí, el mejor sitio para comenzar el recorrido es la plaza de Muley el Mehdi, a la que muchos tetuaníes aún llaman plaza Primo.
 La fisonomía permanece intacta desde principios del siglo pasado: la rotonda central, la iglesia, las antiguas sedes de telégrafos y del Banco de España, hoy ocupada por el consulado español.
 Desde aquí se percibe el entramado geométrico del ensanche con manzanas regulares, alturas uniformes y una mezcla de estilos arquitectónicos en los que —siempre combinando blanco y verde— se mezclan con curiosa armonía los estilos neoherreriano, neoandalusí y art nouveau.
Accedemos desde la plaza a la arteria principal de la ciudad, que ha ido cambiando de nombre al compás de los momentos históricos: Alfonso XIII, República y Generalísimo en el pasado; Mohamed V en la actualidad.
 Al recorrerla, además de viviendas y negocios, nos saldrán al paso el viejo Casino Español —donde mi abuelo Manolo Vinuesa jugaba sus partidas a diario con jugosos provechos— y algunos establecimientos de aromas pretéritos, como Cafés Carrión o las pastelerías El Buen Gusto y La Campana.
Al final de la calle encontramos una gran superficie diáfana que ocupa lo que originalmente fue el Feddán —el gran zoco— y después la plaza de España, recordada con nostalgia por todos los antiguos residentes.
 Destinada hoy a dar acceso al Palacio Real —situado en lo que anteriormente fue la Alta Comisaría—, esta explanada funciona como bisagra entre el ensanche español y la medina musulmana.
La antigua ciudad islámica, patrimonio mundial, apenas ha sido alterada a lo largo de los siglos: permanecen sus siete puertas, los artesanos agrupados por oficios, las callejuelas bulliciosas de trazo enloquecido, el encalado de las paredes y las puertas de madera claveteada.
Su magia quedó plasmada en decenas de obras de Mariano Bertuchi, el gran pintor e impulsor de los oficios artesanales marroquíes, y a cuya escuela aconsejo ir.
Para conocer el interior de las casas tradicionales de la vieja morería, invito a visitar Blanco Riad y El Reducto, dos riads del XVIII abiertos hoy como pequeños hoteles al mando de sendas emprendedoras españolas.
El fin del protectorado empujó a los españoles a una marcha sin retorno.
Hoy apenas quedan residentes a excepción del cuerpo consular, las plantillas de profesores de los tres centros educativos españoles y del Instituto Cervantes, y un puñado de religiosas tenaces y admirables.
 Permanece la memoria, sin embargo
. Quizá el Tetuán español nunca fue tan cosmopolita, hedonista y avanzado como Tánger, pero hoy, decadente y lleno de nostálgicos fantasmas, es una ciudad que vale la pena conocer. / María Dueñas
María Dueñas es autora de El tiempo entre costuras (Temas de Hoy, 2009), novela ambientada en Tánger y Tetuán.

María Dueñas vuelve a Tánger


La escritora María Dueñas, en Tánger.
La escritora María Dueñas, en Tánger.
En casa de mi madre, los Reyes Magos venían de Tánger.
 O, al menos, desde allí llegaban los regalos que cada año encontraba a los pies de la cama en el Tetuán de su infancia
. Juguetes de cuerda, una lata de galletas inglesas de los Almacenes Kent, un par de zapatos de las Galerías Lafayette…
Aunque su proyección internacional arrancara siglos antes, fue en la primera mitad del siglo XX cuando Tánger se convirtió en un próspero enclave de alma cosmopolita e irrepetible, con un estatuto propio bajo el auspicio de ocho naciones extranjeras.
Así se forjó la leyenda de la ciudad más intrigante del norte de África, la más tolerante y apasionada: en ella y no en Casablanca se inspiró Michael Curtiz para rodar su película antes de que las coyunturas políticas le obligaran a tunear la realidad.
Tánger con el sol de la mañana. / Gonzalo Azumendi
Los cambistas hebreos trajinaban en sus tenderetes con francos franceses y libras esterlinas, con dólares americanos, duros hassani y pesetas.
 La prensa diaria se publicaba en cinco lenguas distintas, las salas de fiesta convivían con bares golfos como el Parade, La Mar Chica o el Dean’s Bar. En el Gran Teatro Cervantes —hoy ruinoso pero heroicamente en pie— Enrico Caruso y Antonio Machín alternaron sus voces con espectáculos de flamenco, estrenos de Hollywood, mítines anticolonialistas y representaciones de la Comédie Française en su camino hacia el sur.
El Cinema Rif, en la ciudad marroquí. / Neil Farrin
Había distinguidos salones de té como el de Madame Porte, playas con terrazas y balnearios, colegios para niños de todas las procedencias.
 Había un contrabando descarado y bullente, cuatro religiones repartidas entre iglesias, mezquitas y sinagogas, y un country club
. A sus calles asomaban más de 70 bancos, negocios turbios, espionaje de todos los colores y cafés repletos de humo y ardor político, abiertos de sol a sol.
 En su puerto recalaban buques de mil banderas, y en algunas villas suntuosas del Monte Viejo, o en ciertos palacetes en la kasbah, las juergas duraban hasta el amanecer.
La nutrida colonia española se entremezclaba con amplias comunidades de franceses y británicos, más de 15.000 judíos sefardíes, numerosos italianos y hasta escritores atormentados, chicos malos de la beat generation, y bohemios chic de la jet set internacional. El laissez faire, laissez vivre —cuentan los que allí estuvieron— era la patria común.


Llegada a Tánger desde Tarifa en ferri. / Gonzalo Azumendi
Hoy apenas queda rastro de aquella época gloriosa más allá de los testimonios de los ancianos, las fotografías en blanco y negro que venden en algunos bazares, el elegante trazado del Bulevar Pasteur y unos cuantos edificios decrépitos como las escuelas de Casa Riera, el cine Alcázar o las fachadas de la avenida de España y la calle de Italia junto a los jardines de Mendoubia.
 Pero a mí me sigue cautivando hasta los tuétanos esta ciudad; me sigue apasionando su legado, su soberbia decadencia, su luz.
 Cada vez que la piso —tan a menudo como puedo— descubro en una esquina insospechada algún pequeño tributo a lo que fue.
 Y me honra haber contagiado a numerosos lectores a través de mi novela El tiempo entre costuras, incitándolos a que la conozcan y se dejen seducir.
Lanzo por eso mis propuestas para perseguir los fantasmas de aquel Tánger internacional:
Un jardín privado. / Guy Bouchet
Un paseo por el cementerio anglicano de Saint Andrews (Rue d’Angleterre), alma del Tánger británico.
Bajo lápidas de piedra gris reposan los huesos de personajes singulares como el Caid McLean, el corresponsal de The Times Walter Harris o el legendario barman Dean
. Con ellos comparten el subsuelo un buen puñado de aristócratas, otros tantos hijos comunes de su graciosa majestad y un grupo de pilotos de la Royal Air Force caídos en acto de servicio durante la Segunda Guerra Mundial. Para atender a los visitantes está el amable Yassine, dispuesto a narrar en español un montón de historias y a desgranar el who’s who de la actual colonia inglesa.

Era tan guapa!!!!!

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