En 'grand' taxi a Tetuán
Desde principios del siglo XX hasta la independencia de Marruecos, en 1956, decenas de miles de españoles se instalaron en Tetuán, la capital del protectorado: familias de funcionarios, militares, empresarios y maestros, camareros, profesionales de distintos ramos y algún que otro buscavidas. Adosándose a la antigua medina, trazaron calles, levantaron edificios y negocios, establecieron colegios, mercados y hospitales, y vivieron un tiempo cuya memoria entrañable mantuvieron intacta a lo largo de los años.Llegar a Tetuán desde Tánger es tan sencillo como coger un grand taxi y regatear con el conductor hasta acordar el precio en unos 30 euros.
El trayecto se cubre en una hora por autovía; una vez allí, el mejor sitio para comenzar el recorrido es la plaza de Muley el Mehdi, a la que muchos tetuaníes aún llaman plaza Primo.
La fisonomía permanece intacta desde principios del siglo pasado: la rotonda central, la iglesia, las antiguas sedes de telégrafos y del Banco de España, hoy ocupada por el consulado español.
Desde aquí se percibe el entramado geométrico del ensanche con manzanas regulares, alturas uniformes y una mezcla de estilos arquitectónicos en los que —siempre combinando blanco y verde— se mezclan con curiosa armonía los estilos neoherreriano, neoandalusí y art nouveau.
Accedemos desde la plaza a la arteria principal de la ciudad, que ha ido cambiando de nombre al compás de los momentos históricos: Alfonso XIII, República y Generalísimo en el pasado; Mohamed V en la actualidad.
Al recorrerla, además de viviendas y negocios, nos saldrán al paso el viejo Casino Español —donde mi abuelo Manolo Vinuesa jugaba sus partidas a diario con jugosos provechos— y algunos establecimientos de aromas pretéritos, como Cafés Carrión o las pastelerías El Buen Gusto y La Campana.
Al final de la calle encontramos una gran superficie diáfana que ocupa lo que originalmente fue el Feddán —el gran zoco— y después la plaza de España, recordada con nostalgia por todos los antiguos residentes.
Destinada hoy a dar acceso al Palacio Real —situado en lo que anteriormente fue la Alta Comisaría—, esta explanada funciona como bisagra entre el ensanche español y la medina musulmana.
La antigua ciudad islámica, patrimonio mundial, apenas ha sido alterada a lo largo de los siglos: permanecen sus siete puertas, los artesanos agrupados por oficios, las callejuelas bulliciosas de trazo enloquecido, el encalado de las paredes y las puertas de madera claveteada.
Su magia quedó plasmada en decenas de obras de Mariano Bertuchi, el gran pintor e impulsor de los oficios artesanales marroquíes, y a cuya escuela aconsejo ir.
Para conocer el interior de las casas tradicionales de la vieja morería, invito a visitar Blanco Riad y El Reducto, dos riads del XVIII abiertos hoy como pequeños hoteles al mando de sendas emprendedoras españolas.
El fin del protectorado empujó a los españoles a una marcha sin retorno.
Hoy apenas quedan residentes a excepción del cuerpo consular, las plantillas de profesores de los tres centros educativos españoles y del Instituto Cervantes, y un puñado de religiosas tenaces y admirables.
Permanece la memoria, sin embargo
. Quizá el Tetuán español nunca fue tan cosmopolita, hedonista y avanzado como Tánger, pero hoy, decadente y lleno de nostálgicos fantasmas, es una ciudad que vale la pena conocer. / María Dueñas