Emilio Lledó
Mezcla de trianero, catalán, canario, berlinés, vallisoletano de
Heidelberg. (“Feliz en todas partes, ¿cómo voy a ser nacionalista?”, me
dijo hace poco).
Aquello le dijo un amigo suyo médico a este profesor de
Filosofía (él dice que no es un filósofo) que dio clases en un
instituto de Alcalá de Henares y en otro de Valladolid, aprendió en
Alemania Historia de la Filosofía y ejerce desde hace años de maestro en
todas partes, y no sólo en los institutos o universidades en las que se
formaron los que ahora lo tienen (lo tenemos) como maestro muy querido.Fue prodesosr mio , D. Emilio Lledó
.
Ahora lo conoce mucha gente, porque lo premian en todas partes (la
última vez, con el Princesa de Asturias), pero durante mucho tiempo fue
un hombre que escribía y a la vez enseñaba, con una paciente humildad
que a todos nos encandiló cuando en España pensar era una tarea
sospechosa
. Un día él le dijo a Delibes, en Valladolid, que se le hacía
cuesta arriba ir más lejos, a La Laguna, donde lo conocimos.
Y Delibes
le dijo algo que, en otra ocasión, dijo el italiano Claudio Magris:
“¿Lejos? ¿Lejos de dónde?”
En La Laguna, pues, se hizo para nosotros el
milagro de encontrarnos con este hombre que, como Rafael Azcona o como
Juan García Hortelano, sería luego referente de nuestras vidas.
Por
decirlo así, el antifranquismo e incluso la democracia fueron más leves
gracias a personas con las que aprendimos, y en esas personas están
estos tres que cito en la entrada de la LL: Lledó, Azcona, Hortelano
.
Menudas letras para un abecedario de la memoria
. Así lo recordé dando
clase, cuando lo conocí, en unas palabras que escribí cuando le entregó
el Rey Felipe VI el premio que lleva el nombre de su hija:
“El profesor
es exacto, casi divino, puesto allá arriba, ante el encerado oscuro.
Pero el hombre, en cuanto baja, es un joven bondadoso cuyos ojos están
llenos de preguntas.
Él es un hombre joven y de él sólo sabemos que
enseñ
a. Pronto sabremos más, pero él en ese instante, y ya para toda la
vida, se constituye en un maestro, alguien que nos trata con una bondad
inteligente, capaz de entender nuestra ignorancia y de modelarla como si
un escultor estuviera dándole forma a una piedra.
Cuando ya no era tan solo el profesor sino el hombre, este hombre
genuino y bondadoso que luego fue el profesor Emilio Lledó, supimos de
él muchas más cosas, todas ellas relacionadas con el esfuerzo que ha
hecho su alma para que él sea un ciudadano justo y un hombre dotado para
entender la belleza de la vida y para explicarla.
Para él la belleza de la vida consiste, en gran parte, en la
necesidad del conocimiento, y en saciar esa necesidad (y ayudar a que
los otros la sacien también) ha ocupado las horas y los días y los años y
las décadas que ahora premian jurados en España y en América, y que
entre nosotros ha culminado, de momento, en el premio Princesa de
Asturias que recibe en Oviedo.
Pero él no está hecho de premios sino de curiosidad y de inteligencia
para darle forma a la curiosidad propia, a la curiosidad ajena: sus
preguntas son las de un ser inteligente que no se concentra tan solo en
lo que sabe, en lo que ya sabe, sino que se aplica en una extraordinaria
búsqueda sencilla, como la búsqueda que es propia de los niños.
Esa es la curiosidad bondadosa o noble de Lledó, la que no se detiene
en la mezquindad de los concursos de méritos sino en la inteligencia
nobilísima del aprendizaje incesante.
Y, como ha sido un hombre
aprendiendo, ha enseñado de manera magistral a generaciones de
estudiantes que ahora nos sentimos orgullosos de haber aprendido de él
la duda anhelante, la extraordinaria pasión por la belleza de las
palabras que adornó, desde aquellos años en que era un muchacho
enseñando en La Laguna, la mente preclara de este filósofo que además es
poeta y escultor de almas y benefactor de los demás en el divino arte
de hacer mejores a los otros.
Emilio Lledó Íñigo: este hombre es una biblioteca y una clase
magistral continuada, sus libros son agua clara en la que sobresalen
afluentes en los que la memoria de la razón nos lleva al entendimiento
de la concordia como consecuencia de la noble sabiduría.
Ha establecido
un puente entre las preguntas que tenemos los demás y las respuestas que
él encontró estudiando.
Por eso es un maestro, porque jamás se cansó de
enseñarnos. Hasta hoy mismo”.
Mi maestro. Se entiende como exceda en líneas.
Y el mio Juan y de tantos otros que tuvimos el Privilegio de amar la Filosofía gracias a él.