Un Blues

Un Blues
Del material conque están hechos los sueños

20 nov 2015

¿Dónde estabas cuando murió Franco? .............................................................Juan Cruz

Emilio Lledó

Mezcla de trianero, catalán, canario, berlinés, vallisoletano de Heidelberg. (“Feliz en todas partes, ¿cómo voy a ser nacionalista?”, me dijo hace poco).
 Aquello le dijo un amigo suyo médico a este profesor de Filosofía (él dice que no es un filósofo) que dio clases en un instituto de Alcalá de Henares y en otro de Valladolid, aprendió en Alemania Historia de la Filosofía y ejerce desde hace años de maestro en todas partes, y no sólo en los institutos o universidades en las que se formaron los que ahora lo tienen (lo tenemos) como maestro muy querido.Fue prodesosr mio , D. Emilio Lledó
. Ahora lo conoce mucha gente, porque lo premian en todas partes (la última vez, con el Princesa de Asturias), pero durante mucho tiempo fue un hombre que escribía y a la vez enseñaba, con una paciente humildad que a todos nos encandiló cuando en España pensar era una tarea sospechosa
. Un día él le dijo a Delibes, en Valladolid, que se le hacía cuesta arriba ir más lejos, a La Laguna, donde lo conocimos.
Y Delibes le dijo algo que, en otra ocasión, dijo el italiano Claudio Magris: “¿Lejos? ¿Lejos de dónde?”
 En La Laguna, pues, se hizo para nosotros el milagro de encontrarnos con este hombre que, como Rafael Azcona o como Juan García Hortelano, sería luego referente de nuestras vidas.
 Por decirlo así, el antifranquismo e incluso la democracia fueron más leves gracias a personas con las que aprendimos, y en esas personas están estos tres que cito en la entrada de la LL: Lledó, Azcona, Hortelano
. Menudas letras para un abecedario de la memoria
. Así lo recordé dando clase, cuando lo conocí, en unas palabras que escribí cuando le entregó el Rey Felipe VI el premio que lleva el nombre de su hija:
“El profesor es exacto, casi divino, puesto allá arriba, ante el encerado oscuro.
 Pero el hombre, en cuanto baja, es un joven bondadoso cuyos ojos están llenos de preguntas.
 Él es un hombre joven y de él sólo sabemos que enseñ
a. Pronto sabremos más, pero él en ese instante, y ya para toda la vida, se constituye en un maestro, alguien que nos trata con una bondad inteligente, capaz de entender nuestra ignorancia y de modelarla como si un escultor estuviera dándole forma a una piedra.
Cuando ya no era tan solo el profesor sino el hombre, este hombre genuino y bondadoso que luego fue el profesor Emilio Lledó, supimos de él muchas más cosas, todas ellas relacionadas con el esfuerzo que ha hecho su alma para que él sea un ciudadano justo y un hombre dotado para entender la belleza de la vida y para explicarla.
Para él la belleza de la vida consiste, en gran parte, en la necesidad del conocimiento, y en saciar esa necesidad (y ayudar a que los otros la sacien también) ha ocupado las horas y los días y los años y las décadas que ahora premian jurados en España y en América, y que entre nosotros ha culminado, de momento, en el premio Princesa de Asturias que recibe en Oviedo.
Pero él no está hecho de premios sino de curiosidad y de inteligencia para darle forma a la curiosidad propia, a la curiosidad ajena: sus preguntas son las de un ser inteligente que no se concentra tan solo en lo que sabe, en lo que ya sabe, sino que se aplica en una extraordinaria búsqueda sencilla, como la búsqueda que es propia de los niños.
Esa es la curiosidad bondadosa o noble de Lledó, la que no se detiene en la mezquindad de los concursos de méritos sino en la inteligencia nobilísima del aprendizaje incesante.
 Y, como ha sido un hombre aprendiendo, ha enseñado de manera magistral a generaciones de estudiantes que ahora nos sentimos orgullosos de haber aprendido de él la duda anhelante, la extraordinaria pasión por la belleza de las palabras que adornó, desde aquellos años en que era un muchacho enseñando en La Laguna, la mente preclara de este filósofo que además es poeta y escultor de almas y benefactor de los demás en el divino arte de hacer mejores a los otros.
Emilio Lledó Íñigo: este hombre es una biblioteca y una clase magistral continuada, sus libros son agua clara en la que sobresalen afluentes en los que la memoria de la razón nos lleva al entendimiento de la concordia como consecuencia de la noble sabiduría.
Ha establecido un puente entre las preguntas que tenemos los demás y las respuestas que él encontró estudiando.
 Por eso es un maestro, porque jamás se cansó de enseñarnos. Hasta hoy mismo”.
Mi maestro. Se entiende como exceda en líneas.
Y el mio Juan y de tantos otros que tuvimos el Privilegio de amar la Filosofía gracias a él.

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