Un Blues

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Del material conque están hechos los sueños

13 nov 2015

Hallados los cadáveres de siete bebés en una vivienda de Alemania

La casa es de una mujer a la que busca la policía como posible madre de los niños.

Exterior de la vivienda en Wallenfels. / Nicolas Armer (AFP) (Reuters - Live / (EFE))

La policía alemana ha encontrado los cadáveres de varios bebés en un edificio de la localidad de Wallenfels (2.800 habitantes, norte de Baviera), según han informado fuentes policiales
. El hallazgo se produjo el jueves por la tarde, tras acudir un equipo médico de emergencia a una vivienda del pueblo, pero hasta ahora no se había especificado el número de cadáveres.
La investigación del caso está en manos de la fiscalía y de la policía de Coburg, que señaló que los cuerpos se encuentran "en mal estado" y pidió esperar a que concluya el trabajo de los forenses para determinar si puede haber más cadáveres.
 Los investigadores ofrecerán una rueda de prensa para informar sobre el suceso este viernes.
Según los primeros datos facilitados por la policía, el equipo médico acudió a la vivienda tras recibir una llamada que alertaba de la existencia de los cadáveres.
 Se trata de la casa de una mujer de 45 años, a la que se busca para ser interrogada como posible madre de los bebés.
Está previsto que este mismo viernes comiencen las autopsias a los cuerpos, aunque los investigadores creen que hasta principios de la próxima semana no será posible determinar la causa de las muertes, cuándo ocurrieron o incluso el sexo de los bebés.
El caso de Wallenfels sigue a otros crímenes similares ocurrido en Alemania, como el hallazgo de los cuerpos de cinco niños, en 2013, en una vivienda de Schleswig-Holstein (norte).
El más grave fue el caso de los nueve bebés que se encontraron enterrados en distintas macetas de una casa en el estado de Brandeburgo (este), en 2005.
 El crimen múltiple lo cometió una misma mujer, que fue condenada a 15 años de cárcel por el asesinato de nueve de sus trece hijos entre 1992 y 1998.
 La mujer había ocultado sucesivos embarazos y luego había matado a las criaturas tras su alumbramiento.

 

12 nov 2015

El fotógrafo Jean-Marie Périer revive en escena la generación ‘yé-yé’...................................... Carles Gámez

El fotógrafo sube a la escena con un espectáculo protagonizado entre otros por los Beatles, Los Rolling Stones, Françoise Hardy y Johnny Hallyday.

La modelo y actriz francesa Françoise Hardy. / Jean-Marie Perier

A los 16 años y con una cámara Leica prestada Jean-Marie Périer (Neuilly, 1940) realizó su primer trabajo fotográfico con la pareja Ella Fitzegarald y Dille Gillespie como protagonistas.
 “Trabajaba como asistente de Daniel Filipacchi, un fotógrafo que dirigía con Frank Ténot la revista Jazz Magazine, una de las publicaciones dedicadas a este género musical en Francia”
. Después de cumplir con sus deberes militares en Argelia, a su regreso a París, Périer recibió una propuesta que le cambió su vida.
“Filipacchi me propuso trabajar en la nueva revista que preparaba Salut les Copains, el primer número apareció en 1962 con una tirada de 100.000 ejemplares y seis meses después, se pasó al millón de ejemplares”.
 Salut les Copains se convirtió en el órgano oficial de la generación juvenil que el sociólogo Edgar Morin bautizó con el onomatopéyico nombre de yé-yé.
“Gracias a Salut les Copains he podido conocer y hacer amistad con muchos de los músicos, cantantes y grupos que en ese momento comenzaban su carrera musical”, comenta Périer.
 Entre esas voces debutantes se encontraba una joven, admiradora de los Everly Brothers y Jacques Brel que sedujo a medio mundo con su balada juvenil, Tous les garçons et les filles.
 “Françoise Hardy para mí era la más bella, precisamente porque ella no era consciente. Tuve la suerte de vivir mi primera historia de amor con ella.
 Se le identifica con una imagen de melancolía, de tristeza, recuerdo que en aquellos años sus presentaciones en Londres, era la imagen de la moda y el estilo francés”
. Y apunta. “Cincuenta años después sigue siendo mi mejor amiga”.
Alain Delon. / Jean-Marie Perier
Françoise Hardy y un impresionante listado de personajes
. De Bob Dylan a The Beatles, de los Rolling Stones a Miles Davis, entre otros protagonistas musicales, están presentes en el espectáculo Jean Marie Périer sur Scène/ Flashback , una perfomance bastante inusual con un fotógrafo como estrella escénica que se ha presentado en el Théâtre de la Michodière de Paris.
 “Es verdad que experiencias de este tipo no se han hecho, por eso me divierte, a mi edad resulta muy estimulante asumir riesgos
. ¡Lo hago para no tener que quedarme en casa viendo la tele por tarde!”
. Un espectáculo con la forma de un One man show donde el fotógrafo remplaza la figura del artista. “A lo largo de una hora y media voy hablando de todo lo que viví en aquellos años.
 Detrás de mí hay una gran pantalla donde ven más de 350 fotos mientras un técnico en sonido ilustra musicalmente mis historias”.
“La generación de los sesenta fue la primera generación que no había vivido la guerra”, señala Périer sobre esa clase juvenil y sus ídolos que más tarde su cámara transformó en la nueva aristocracia del pop.
 “Deseábamos vivir nuestra propia vida, no la que nos habían organizado nuestros padres.
 Había también la fascinación por América, el sueño de vivir la vida en cinemascope.
 A lo largo de la década de los sesenta se produjo una revolución en todas las artes y la música pop fue sin duda su manifestación más internacional”.
The Rolling Stones. / Jean Marie Perier,
Si hay una fecha para la memoria en la vida de Jean-Marie Périer esta es el 12 de abril de 1966. Después de dos meses de intensas negociaciones consiguió reunir a la plana mayor de los intérpretes de la música pop francesa para la revista Salut les Copains.
Una fotografía histórica, 47 cantantes, entre otros, Serge Gainsbourg, Sylvie Vartan, Françoise Hardy, Adamo, Claude François, el grupo Les Surfs, Eddy Mitchell, etc.
En la parte superior, destacaba la figura de Johnny Hallyday.
 “Los años 60 en Francia han comenzado gracias a Johnny Hallyday.
 La figura de James Dean nos había conmovido en A este al edén marcando nuestras primeras fotografías
. Johnny tenía y sigue teniendo una energía increíble, un gran talento para soñar su vida y todos los jóvenes querían parecerse a él.
Siempre ha sido el número uno en Francia”.
Después de haberlos dejados fotografiados sobre las páginas satinadas y por escrito en sus memorias Jean-Marie Périer realizó en directo ese flash-back como reza el título de su espectáculo
 "Fueron los años más bellos de mi vida, no había límites ni a la hora de crear, de imaginar, ni tampoco había limites por razones económicas, me dejaron realizar todas las fotografías que yo quise”.
Y Périer haciendo hablar a su memoria recuerda la primera vez que vio a Alain Delon paseando por Saint-Germain-des-Prés.
 "Era a finales de los años cincuenta, había vuelto de la guerra de Indochina, las terrazas de los cafés estaban llenas de gente, él todavía no era famoso y cuando pasó por delante todo el mundo se quedó en silencio.
 Además de la belleza, tenía algo animal que fascinaba a todo el mundo”.
Françoise Hardy, Johnny Hallyday y Sylvie Vartan. / Jean-Marie Perier
Tampoco falta la evocación para su viejo copain, Jacques Dutronc
."Me fascinaba esa forma de ser, capaz de generar vientos de locura al instante".
 O Sylvie Vartan, la princesa yé-yé "Sylvie es la figura que más he fotografiado, ella y su familia habían emigrado a Francia desde Bulgaria, sin dinero, sin conocer la lengua y acabó representando a todas las chicas francesas”
. Y concluye. “Créame, me divertía mucho más a los 25 que a los 75 años”.

 https://youtu.be/0aLoezucIzk


https://youtu.be/PtbW7zYmYfM

https://youtu.be/_dgh4rOmtMk

https://youtu.be/1aLsklj5hLM


Las 10 cosas que deberías saber sobre Leonardo DiCaprio.......................................

El protagonista de 'Titanic' cumple 41 años este miércoles. Estos son los datos imprescindibles sobre la vida del actor.

 

Leonardo DiCaprio
Leonardo Dicaprio en la gala de la Fundación del Sindicato de Actores de la Pantalla. / AFP

Leonardo DiCaprio, que celebra su cumpleaños este miércoles, nació hace 41 años en Los Ángeles. Aunque es conocido por su actuación en Titanic, el actor comenzó su carrera algunos años antes.
 En diciembre volverá a la gran pantalla con la película El renacido, en la que interpreta al personaje de Hugh Glass.
 DiCaprio se ha convertido en los últimos años en un importante mecenas del arte y protector del medio ambiente y organiza cenas y asiste a eventos benéficos en los que invierte grandes cantidades de dinero.
Aquí las 10 cosas imprescindibles que deberías conocer sobre el actor:
1. Sus primeros papeles
Su debut en televisión llegó en 1990 con la serie Parenthood y después obtuvo pequeños papeles en otras como The New Lassie o Roseanne.
 En la gran pantalla, DiCaprio se estrenó con la película de terror Critters 3, pero el gran éxito del actor llegó con This Boy's Life, cuando Robert De Niro lo seleccionó entre 400 jóvenes para protagonizar el papel principal del film.
 Además, de pequeño ganó un concurso de breakdance en Alemania.

  2. Premio Oscar
Leonardo DiCaprio ha estado cinco veces nominado al premio Oscar, pero nunca lo ha conseguido. Mejor Actor de Reparto por ¿A quién ama Gilbert Grape?, Mejor Actor por El aviador, Diamante de sangre y El lobo de Wall Street (cinta que también optó al premio a Mejor Película, de la que Dicaprio fue productor). En Hollywood muchos bromean con el tema y hablan de "la maldición" del actor.
 Tal vez a la sexta vaya la vencida. 

3. Sus novias modelos
El protagonista de El lobo de Wall Street ha salido, al menos, con 12 modelos: Gisele Bündchen, Naomi Campbell, Helena Christensen, Bijou Phillips, Amber Valletta, Eva Herzigova, Bar Rafaeli, Anne Vyalitsyna, Madalina Ghenea, Erin Heatherton, Toni Garrn y Miranda Kerr. La mayoría rubias, altas y con cuerpos escultóricos. 
4. Leonardo Da Vinci
Sus padres decidieron llamarlo como el pintor renacentista porque su madre estaba contemplando un cuadro de este cuando sintió por primera vez una patada del pequeño DiCaprio
. Su madre es alemana y su padre italiano. 
6. Activismo ambiental
El actor es un ecologista comprometido que lucha contra el calentamiento global desde la fundación que lleva su mismo nombre.
 Produce documentales para la cadena Netflix centrados en la conservación de la naturaleza —como Virunga, que versa sobre los gorilas—, ha proyectado un complejo turístico eco-sostenible en Belice e incluso ha adquirido los derechos de un libro sobre el escándalo de Volkswagen para llevarlo a la gran pantalla.
 El intérprete ha donado cuatro millones de euros para ayudar a proteger al tigre siberiano y otro millón para los elefantes y hasta ha vendido su reloj y una casa en su gala benéfica de este verano en Saint Tropez.
7. Coleccionista de arte
Leonardo DiCaprio es también un ávido coleccionista de arte que guarda entre sus paredes obras de Picasso, Salvador Dalí, Takashi Murakami, Sarah Lucas, Ed Ruscha o Elisabeth Payton
. Es habitual en la feria de arte más famosa del mundo: Art Basel y ha copresidido, incluso, la Art + Film Gala del Museo de Arte de Los Ángeles.

8. Los papeles que no interpretó
Fue considerado para el papel de Michael Pitt en The Dreamers y también para el de Tobey Maguire en Spiderman. Y Dicaprio rechazó interpretar al personaje de Hans Landa en Malditos bastardos, de Quentin Tarantino.
9. Sus favoritos
Su bebida preferida es la limonada, su libro de cabecera es El viejo y el mar, de Hemingway, admira a Robert de Niro, Jack Nicolson, Al Pacino y Marlon Brando y su mejores amigos son P. Diddy, Mark Wahleberg y Tobey Maguire.
10. Al borde de la muerte
A lo largo de sus 41 años, ha sobrevivido a dos incidentes que podrían haberle costado la vida; en 2004 sufrió un accidente de paracaidismo y en 2007 le atacó un tiburón blanco mientras acompañaba a unos activistas que alimentaban a unos escualos.

El milagro del Priorat.........................................................J.esús Rodríguez

Hace 25 años, un grupo de ‘hippies’ llegó a este rincón de Cataluña para resucitarlo y hacer grandes vinos

. Esta es la historia de un éxito irrepetible que hoy continúan sus hijos.

Están sentados en dos viejos sillones de enea en el salón de la familia Barbier a las afueras de Gratallops mientras desayunan pa amb tomàquet, jamón y un poderoso tinto Mogador cosecha de la casa.
La primera luz de un día otoñal atraviesa los ventanales de la masía, abierta a unas hectáreas de garnachas (algunas con un siglo de existencia) listas para la vendimia; el sol del vecino Mediterráneo va invadiendo la estancia y les alumbra tenuemente: son René Barbier y Álvaro Palacios.
 Los profetas del Priorat.
 Los dos hombres que transformaron un territorio pobre y recóndito en un paraíso del vino que hoy rivaliza con los más legendarios del planeta.
 Ellos abrieron el camino; detrás fueron otros locos.
Tienen 65 y 53 años.
 El primero luce su inmutable barba, desaliño y rebeldía de hijo del 68.
Y una pasión inagotable por la naturaleza y el oficio de la vid que continúa su prole (más hipsters que hippies) con grandes vinos de tirada limitadísima y la ecología llevada al extremo.
 En torno a esta casa crecen almendros, olivos e higueras; pace la mula con la que cultiva sus viñas perdidas y corretean perros y gallinas.
“Cuando vi esto pensé que era mi Katmandú, el soñado paraíso de los hippies: viñas, un huerto, agua…, el lugar donde quería echar raíces”.
Su interlocutor, Álvaro Palacios, es el referente del Priorat, esta isla de viña plantada en una tierra extrema (que produce menos de 2.000 kilos de uva por hectárea frente a los 10.000 de las zonas vitícolas más industrializadas) bajo un sol de justicia, sobre un suelo de pizarras (las licorellas) surgidas hace millones de años que aportan frescura al vino; en el corazón de la provincia de Tarragona, rodeada de un circo de montañas, y ventilada por la brisa del mar, camino del Ebro.
 No hay un lugar igual.
 De una belleza tan salvaje
. Palacios es el portavoz del milagro; el artífice de L’Ermita, uno de los más caros y míticos vinos españoles, resultado de una hectárea y media de viña vieja colgada de una ladera; nunca más de 2.000 botellas cultivadas, criadas y elaboradas con mimo y precisión uva a uva; nunca menos de 500 euros. Genio del marketing, atractivo como un galán de teleserie, repite las palabras magia, espiritualidad, misterio y pasión para definir el Priorat
. Su hija Lola pronto empezará también a bregarse en las lides del oficio en territorio bordelés, la academia del gran vino; la misma que pisaron estos dos aventureros de la viña cuando eran unos veinteañeros ávidos de crear grandes tintos frente a la penuria vinícola de España, protagonizada por mostos sin nombre con los que dar color, grado y espesura a insulsos caldos centro­europeos.
 El auténtico posgrado de Álvaro y René transcurrió laborando en Francia las cepas del icónico Petrus, las 12 hectáreas más caras del universo vitícola y, desde 1991, el vino más caro de Burdeos (y, con permiso del borgoña Romanée-Conti, del mundo).
El País
Un catalán de origen francés y un riojano de Alfaro. Un hippy y un señorito.
 Amantes de las motos, los caballos y el rock.
Con ganas de fiesta.
 Cada uno con cuatro generaciones en el negocio del vino en su adn.
 René se crio entre viñas; Álvaro, entre toneles
. Cuando les tocó demostrar de lo que eran capaces no tenían ni un céntimo.
 La familia de Barbier había perdido su imperio vinícola franco-español; su château provenzal, miles de viñas e incluso su nombre (René Barbier), entre los obuses de la II Guerra Mundial y las garras de José María Ruiz-Mateos (que se hizo con esa marca en 1978 gracias a la letra pequeña de un contrato con Rumasa)
. “Estábamos arruinados”. René tenía 27 años.
 Comenzó a vender ropa, llevaba a grupos de excursionistas a pescar en Tarragona y su mujer, Isabelle Meyer, daba clases de danza para redondear el presupuesto.
 “A finales de los setenta comencé a trabajar para la familia de Álvaro, la bodega riojana Palacios Remondo, para fortalecer su expansión por Europa.
 Les ofrecí moverme en autocaravana: ellos me la financiaban y, a cambio, se ahorraban los hoteles. Y a mí me daba libertad.
 Viajaba tres semanas y pasaba otras tres con mi familia en Cataluña. Trabajé para los Palacios 11 años, hasta que cuajó el Priorato”.
Álvaro, “mi hermanito”, como le define René, era un rebelde de otro jaez: cantaor, taurino, motero y seductor, a la vuelta de su formación enológica entre Burdeos y California, a mediados de los ochenta, se topó en La Rioja paterna con un negocio vinícola industrial y sin alma.
 Que había perdido sus raíces.
Donde al agricultor que apostaba por la excelencia se le pagaba la uva igual que al que buscaba producir miles de kilos mediocres.
“Donde el que no hacía dos millones de botellas no era nadie”.
Álvaro dio un portazo a ese modelo.
 Rompió con su destino manifiesto, con el negocio familiar, y embarcó en la furgoneta de René con los bolsillos vacíos.
 No volvería a la bodega riojana de la familia hasta 2000, tras la muerte de su padre.
La familia de René Barbier perdió su marca entre las garras de Rumasa en 1978
Tras un carraspeo inicial de timidez entre dos amigos que dan varios giros al planeta cada temporada con una botella de vino bajo el brazo como hombres anuncio y pasan meses sin verse, empieza una conversación sin freno
. Reconocen que cuando llegaron a esta tierra les tomaron por locos, intrusos, charlatanes.
 Los 2.400 habitantes de la Denominación de Origen Priorat (que reúne a nueve pueblos y la mitad de otros dos, y tiene 17 kilómetros cuadrados de extensión) desconfiaban. Pocos creían que en esta comarca se podía ganar dinero con el vino.
Y menos aún conseguir fama y prestigio. “Se nos abría un dilema”, explica Salustiano Álvarez, viticultor y presidente del Consejo Regulador, “teníamos dos caminos: aglutinar toda la uva que producíamos en una sola cooperativa para ahorrar costes y sobrevivir, mezclando lo bueno y lo malo, o, por el contrario, optar por el modelo que nos proponía ese grupo que venía de fuera y estaba dispuesto a elaborar pequeñas tiradas de vinos muy caros
. La idea de los viticultores de aquí era vender volumen, y René y Álvaro nos hablaban de pulir el diamante
. Durante cinco años hubo muchas dudas
. ¿Había que hacer una gran cooperativa o apostar por esos locos?
 Tuve que convencer a mucha gente a favor de la segunda opción, que además suponía evitar la industrialización salvaje de nuestro campo.
 Todo encajó cuando mucho viticultor de aquí, al que antes los mayoristas le pagaban la uva a 20 céntimos el kilo, comenzó a cobrarla a cuatro euros si la cultivaba de forma ecológica.
 Era una apuesta por una agricultura de precisión frente a una agricultura de volumen.
Una visión distinta del futuro.
 Era la última bala que le quedaba al Priorat.
 Y salió bien. Después ha venido gente de fuera a hacer vino, como el can­tautor Lluís Llach, el arquitecto Alfredo Arribas o la familia Ferrer-Salat, y se han resucitado bodegas como Scala Dei, con Ricard Rofes.
 En 1989 había cuatro bodegas en el Priorat; hoy, más de cien.
 Cada año se lanzan al mercado tres millones de botellas que tienen un enorme reconocimiento internacional. Priorat es hoy una denominación de prestigio”.
Según describe Augusto Vicent, de 69 años, un bodeguero de Gratallops (200 habitantes, 20 bodegas) que fue de los primeros en envasar los vinos que producía en vez de condenarlos al granel y que hoy vende 45.000 botellas básicamente en Estados Unidos,
“René fue el que trajo la bomba, pero el que puso el detonador fue Álvaro. René era el filósofo y Álvaro sabía hacer ruido.
Nosotros teníamos la viña, la materia prima y la tradición.
Y ellos nos dieron la energía y la autoestima necesaria para creer en lo que hacíamos.
Venderlo caro. Y vivir de ello.
Y que los jóvenes no se marcharan. Álvaro fue muy pesado para que me decidiera. ‘Tú puedes’, insistía
. Y lo consiguió. Y otros se decidieron después de mí”.
Álvaro y René apostaron por una comarca perdida de Cataluña; cerca y lejos del mar; donde se tardaba tres horas en recorrer en coche los 50 kilómetros hasta la capital por caminos inaccesibles; donde en los ochenta las viñas se arrancaban, las casonas estaban en ruinas y las escuelas cerraban. En esos años, el censo de habitantes era un tercio del que se contabilizaba a comienzos de siglo; la superficie de viñedo había pasado de 17.000 hectáreas a finales del XIX a poco más de 600 en 1989; los antiguos costers, las vertiginosas viñas que trepaban por la infinita sucesión de colinas y barrancos de la comarca, se iban abandonando.
Apenas cuatro empresas embotellaban.
El priorato era sinónimo de vino rudo, negro e imbebible, condenado a ser adulterado o convertido en aguardiente.
De la mano de José Luis Pérez, Clos Martinet fue uno de los primeros vinos de la revolución de 1989. En la imagen, un detalle de su bodega. / Alfredo Cáliz
En los ochenta era evidente que cuando la última generación de viticultores locales desapareciera, el vino pasaría a la historia.
 Se rompería una cadena que se había iniciado con la llegada de un grupo de monjes desde Francia en el siglo XII, a los que el rey otorgó tierras a través de su prior (que constituyó su priorato) para repoblar la región
. Ellos construirían el monasterio de Santa María de Scala Dei, al que daba nombre una vieja leyenda en la que una escalera conectaba el cielo con esta comarca.
 El monasterio se convertiría en el reactor nuclear de este territorio. Laboral, agrícola y culturalmente.
 A partir de ese epicentro, los cartujos iban a proyectar durante seis siglos al priorato toda la sabiduría y magia vitícola y vinícola desarrollada por las órdenes cistercienses en Europa.
A cambio de detentar un poder absoluto en la comarca y de la imposición de fuertes impuestos a los agricultores.
 La toma de la Bastilla del Priorat se materializó con la expulsión de los monjes y el asalto y destrucción de la cartuja en 1835 por los vecinos de la comarca, hartos de los excesos de la Iglesia. Hoy apenas se conservan sus muros encajados al final de un barranco inquietante.
“Lo primero que me llamó la atención del Priorat fueron sus raíces históricas”, explica Palacios
. “Las zonas con un sedimento monástico tienen el estatus más alto en la cultura vitivinícola
. El Camino de Santiago, Cluny, Borgoña, La Rioja…, en todos los rincones donde hubo monjes se hizo buen vino
. Incluso el más erótico francés, el champán, lo inventó un monje: Dom Pérignon.
 Y, por si fuera poco, aquí se conservaban viñas viejas, en el caso de L’Ermita, de entre 70 y 100 años; no tenías que esperar décadas para hacer un gran vino.
 Era un territorio especial, con 4.000 horas de luz al año (La Rioja tiene 3.000, y el Bierzo, 2.000) e inviernos duros y húmedos.
 Días calurosos y noches frías.
 Y la brisa del mar, que está a 20 kilómetros y es gloria bendita.
 Todo se concentraba en una uva, la garnacha, presumida y difícil de cultivar.
 Era un reto apasionante”.
Un Priorat agonizante.
 Fue el escenario que se encontró René cuando compró en 1979 la finca L’Hort Piqué con la ayuda de su suegro.
 Este salón en el que se celebra el reencuentro entre Álvaro y René era una ruina
. El matrimonio Barbier reconstruyó la casa y comenzó a trabajar y replantar las viñas
. Al mismo tiempo, él continuaba sus viajes por Europa para la bodega Palacios Redondo con que financiar sus sueños (y comer).
Lo primero que me llamó la atención del Priorat fueron sus raíces monásticas
Álvaro y René se quitan 30 años y vuelven a sentirse circulando por Europa a bordo de aquella caravana
. El hombre de la cachimba, el chico de la guitarra.
 “Durante muchas horas de carretera comenzamos a perfilar la idea de hacer vinos únicos en algún lugar único del mundo.
 Vinos de fincas concretas, que reflejaran una tierra, una historia y una forma de hacer las cosas. Como en Borgoña.
 Ansiábamos hacer un vino grande en un sitio con personalidad.
Y cobrarlo en consecuencia”, explica Álvaro Palacios.
“Un día, René me dijo que me fuera con él al Priorat, comprara unas viñitas y empezáramos juntos. Él había conocido esto cuando era un niño.
 Y había estudiado sus posibilidades
. Me decidí. Mi padre se cogió un cabreo tremendo: me había preparado durante toda mi vida entre Europa y EE UU para terminar en un pueblo perdido de Tarragona.
Vendí mi moto y me metí en la pensión de la Elvira, en Gratallops. Todo estaba por hacer”.
La idea de Barbier tenía mucho de comuna: un grupo de amigos comprando pequeñas propiedades casi abandonadas en un lugar cargado de tradición que había perdido el tren de la historia; cultivando la tierra de forma artesanal; recuperando y reviviendo el territorio; trabajando como a finales del XIX con mulas y sin química, y después embotellando el vino de todos en una sola bodega con el propósito de venderlo caro fuera de España.
 Cada botella valdría 1.500 pesetas, 10 veces lo que un rioja medio.
En torno a esa filosofía, Barbier iba a reclutar a finales de los ochenta a un grupo de personajes variopintos para acometer el proyecto.
 Cuando este se materializó en 1989, el núcleo duro de la comuna estaba formado, además de por René y Álvaro (que crearían los tintos Clos Mogador y Clos Dofí), por el agricultor Carles Pastrana (Clos de l’Obac), el biólogo y pedagogo José Luis Pérez (Clos Martinet) y la marchante Daphne Glorian (Clos Erasmus).
Ese año de 1989 realizaron un vino irrepetible
. El más hippy de todos. En 1990, cada uno produjo, vinificó y embotelló por separado
. Era el fin de la comuna y el comienzo de la leyenda.
Al año siguiente, Robert Parker, el gurú del vino, posó su vista en ellos.
 La añada de 1994 de Daphne Glorian conseguiría una clasificación de 99 puntos por parte de Parker. Lo nunca visto por un vino español.
Y en 1999 Álvaro ponía a la venta algunas de las mejores jóvenes añadas de L’Ermita en la sala de subastas Christie’s de Nueva York. Estaban tocando el cielo.
“Pasamos de Woodstock a La Scala de Milán”, explica Daphne Glorian, de 55 años, una de las personas más misteriosas del negocio del vino.
 “Yo no quiero fama. Hay mucha pretensión en este mundo.
El vino es vino.
 Se bebe y desaparece.
 No es un cuadro que cuelgues
. Lo importante de esto es que somos parte de una historia bonita, que es cómo se resucitó un lugar perdido. René ejerció de flautista de Hamelín.
 Y salió perfecto”.
Parisiense de nacimiento y suiza de pasaporte, casada con uno de los grandes marchantes del vino (Eric Solomon), abogada y “todavía hippy”, Glorian conoció a René y a Álvaro en Estados Unidos en mayo de 1988.
 Se ganaba la vida comerciando con grandes marcas vinícolas mientras ahorraba para instalarse en las cumbres de Perú.
 La animaron para que les acompañara en la aventura del Priorat.
Aceptó. “Lo que me movía era pasármelo bien, y aquello era un planazo. Sin embargo, cuando llegué allí, en noviembre de 1988, lloviendo, con un frío horrible, los caminos embarrados…, pensé: ‘¿Dónde me he metido?’.
 Para comprar mi parcelita tuve que vender el coche. Y para ir a esa viña, Álvaro y yo cogimos una mula
. Era una locura”.
Daphne Glorian, en su bodega de Gratallops. 
Su vino Clos Erasmus consiguió 100 puntos en 2004 y 2005. / Alfredo Cáliz
–¿Por qué la captaron para su proyecto?
–Como dicen los americanos, “misery loves company” [a la miseria le gusta la compañía]. Éramos contestatarios, nos divertíamos juntos, y ellos, que estaban sin un duro, querían a su lado gente pobre y loca.
Glorian, que vive entre Carolina del Norte y Gratallops, tiene su bodega en Carrer de la Font, en un humilde edificio donde nadie situaría al Clos Erasmus, el primer vino español que consiguió 100 puntos de Parker con su añada de 2004; una calificación que repetiría con la de 2005.
 Hoy, una de esas botellas se puede cotizar en torno a los 1.500 euros.
Lo complicado es en
contrarlo, no se producen más de 3.000 al año.
“Y nunca haré más. No quiero que se convierta en un producto industrial.
Es, como escribió Erasmo, un simple Elogio de la locura”.
¿Por qué triunfó el vino del Priorat? Una de las explicaciones se puede encontrar en París en mayo de 1976, cuando una cata a ciegas enfrentó a los más soberbios vinos franceses (hasta el momento sin competencia) y los emergentes californianos. Ganaron los segundos. Ante el desconcierto de los enólogos.
 La derrota venía a demostrar que un nuevo público (estadounidense, suizo y asiático) estaba dispuesto a descubrir y aficionarse a nuevos vinos procedentes de zonas menos conocidas; a productos originales; más poderosos y aromáticos; más intensos y concentrados; con mayores graduaciones.
 Era un cambio de ciclo.
 En consecuencia, en la década de los ochenta saldrían a la luz y coparían las listas de éxitos (y de precios) vinos californianos de Napa; supertoscanos; de garaje bordeleses, rústicos de Nápoles y Sicilia, y caldos americanos de gran octanaje a base de uvas zinfandel.
 En esa lista también se situaba el Priorat, que llegó a vender entre EE UU y Suiza el 80% de su producción.
En dos décadas y media, el Priorat ha alcanzado la gloria y también sufrido los últimos años de crisis económica
. Ha experimentado además su burbuja, la del éxito rápido, el aparentismo, las plantaciones rápidas, los vinos jóvenes y caros que envejecían mal y las variedades de uva foráneas para satisfacer a todo el mundo.
Sobre todo, a los americanos
. La burbuja reventó y hoy la pureza, la autenticidad y la defensa de lo autóctono, del paisaje y la historia, son la clave para ganar el futuro.
 Las familias pioneras ya han visto a sus hijos e hijas ponerse al frente del negocio con nombres como René Barbier y Sara Pérez; a través de ellos ha llegado hasta aquí una nueva remesa de locos como Esther Nin, Carles Ortiz y, sobre todo, Dominik Huber, con sus vinos de Terroir al Límit, con humildad, pureza y ecología, que se concretan en una generación de vinos más finos, sinceros y naturales.
 Entre todos, los veteranos y los hipsters, entre las 103 bodegas que dan vida a este microcosmos de 17 kilómetros cuadrados, han logrado que un territorio aislado se haya convertido en un referente mundial del vino
. Y que no pierda su alma. René Barbier, el primer profeta, define el objetivo que les mueve: “Se trata de que el que pruebe uno de nuestros vinos vea el Priorat, aunque no lo haya visto nunca”.
elpaissemanal@elpais.es