Un Blues

Un Blues
Del material conque están hechos los sueños

8 ago 2015

CHICAS MUERTAS.......................................Selva Almada

La filosofía del tenedor

"El mismo título es ya una rotunda declaración de intenciones narrativas: seco, espartano, antipoético, casi voluntariamente feísta. Descripción notarial y directa: Chicas muertas. En su novela anterior, Ladrilleros (2013), Selva Almada ya mostraba esa propensión a la mirada de cirujano desapegado, de observador que procura apartar las emociones porque sabe que lo que está contando no necesita de ac

La filosofía del tenedor

"El mismo título es ya una rotunda declaración de intenciones narrativas: seco, espartano, antipoético, casi voluntariamente feísta. Descripción notarial y directa: Chicas muertas
. En su novela anterior, Ladrilleros (2013), Selva Almada ya mostraba esa propensión a la mirada de cirujano desapegado, de observador que procura apartar las emociones porque sabe que lo que está contando no necesita de acicalamientos ni de subjetividades". Por CARLOS PARDO



EL REINO........................................... Emmanuel carrère


Investigaciones del incrédulo Emmanuel Carrère

"Entre las muchas virtudes de un libro por varias razones excelente, destaca la manera en la que el autor lidia con su complejidad sustancial.
 Ya en otros de sus libros, como El adversario o Limónov, había demostrado Carrère su maestría para acercarse a una historia real y un personaje existente sin colar en ningún momento sus hipótesis por hechos probados; dando al lector lo que es posible dar a partir de una documentación que siempre es incompleta y cuestionable, habituándole a convivir con la incertidumbre y en cierto modo invitándole a salir de su zona de comodidad para arriesgar sus propias suposiciones
. Este ejercicio lo lleva ahora al extremo por la entidad de las figuras que comparecen en su relato, pero también porque se trata de seres marcados por la impronta de la fe, y cuya historia versa, justamente, sobre la capacidad de suscitar la fe en otros". Por LORENZO SILVA


Los 20 minutos que cambiaron la historia del rock................................................ Miguel Ángel Bargueño

Hace 30 años se celebró Live Aid. Para muchos, el incendiario concierto de Queen es la mejor actuación de todos los tiempos.

 

Freddie Mercury, con su camiseta ceñida de tirantes, y Brian May con su melena leonina. 13 de julio de 1985. Estadio Wembley. Londres. El rock nunca lo olvidaría. / Getty

Todavía no había caído la noche en Londres
. Emergieron desde un lado del escenario, con urgencia, conscientes de que tenían poco más de 15 minutos
. Brian May y Freddie Mercury, los jefes, al frente, los dos con sus Adidas blancas con las tres rayas negras.
 Freddie con unos tejanos decolorados Wrangler subidos casi hasta el ombligo y su estrechísima camiseta de tirantes blanca, lo que estilizaba su todavía fibrosa figura, esa que el sida consumiría años después.
Tenía 38 años aquella tarde-noche de hace tres décadas.
Cuando alcanza el borde del escenario, mueve el brazo para agitar a los 74.000 espectadores que abarrotan Wembley.
 Se sienta al piano, toca unas notas breves de calentamiento y ataca la melodía de Bohemian rhapsody.
 El público estalla
. Cuando comienza a cantar y se hincha su vena del cuello parece que lleva una hora en el escenario y está interpretando los bises.
 Pero no, el concierto acaba de comenzar.
Se empezaban a cimentar unos de los minutos más decisivos de la historia de rock sobre un escenario.
Posiblemente ningún otro concierto, ni disco, película o serie de televisión resumió mejor lo que fueron los ochenta que Live Aid, el evento musical que se celebró el 13 de julio de 1985, hace ahora 30 años, para combatir el hambre en Etiopía.
 En la década del glamour de las estrellas del pop, allí estaban todas.
 En los años del culto a lo excesivo, nada hubo más grande: dos macroconciertos simultáneos en Londres y Filadelfia, en enormes recintos deportivos, transmitido en 72 países y con una audiencia de 1.500 millones de espectadores (según The New York Times; 1.900 millones según la CNN) en directo por televisión.
 De aquel derroche de medios no es extraño que saliera la que muchos consideran la mejor actuación de la historia; y la protagonizó Queen.
Unas 74.000 personas llenaron el estadio Wembley de Londres. Cuando salieron Queen todavía no era de noche. Cuando acabaron, los espectadores creían que les había pasado por encima una apisonadora. / Getty Images
Veteranos de los setenta
A mediados de los ochenta, Queen eran unos supervivientes de la década anterior.
Estaban en forma: en 1984 habían publicado The works, un disco que contenía dos temas que se han convertido en clásicos ochenteros, Radio ga ga y I want to break free, cuyo hilarante vídeo hizo estragos en MTV, y el bombazo rockero Hammer to fall
. Aun así, la imagen de grupo teatral con elementos operísticos que les había hecho famosos en los setenta estaba un tanto desdibujada (su primer disco es de 1973). Lo último que podían esperar los 74.000 espectadores que acudieron al estadio londinense de Wembley (entre los que estaban Lady Di y el Príncipe Carlos), ansiosos ante la anunciada reunión de los Who o la aparición de Paul McCartney, era que la actuación más destacada corriese a cargo de Freddie Mercury y los suyos.
La noche de Freddie
Freddie Mercury se lució
. Lejos de comparecer con aires de divo, Mercury (Zanzíbar, 1946) adopta un aire relajado y simpático, dando afectadas zancadas por el escenario, interactuando con las ubicuas cámaras (llega a abrazar a un ayudante) sin por ello dejar de transmitir una actitud potente, rockera, armado con su característico micrófono-bastón. Parece que está por todas partes: sentado al piano, adoptando poses aquí y allá, cogiendo una guitarra o bajando un peldaño para alentar al público.
 Y todo con pasmosa naturalidad, como si lo de cantar delante de esa multimillonaria audiencia televisiva fuera algo que hiciese todos los días.
Cuando comienza a cantar y se hincha su vena del cuello parece que lleva una hora en el escenario y está interpretando los bises.
 Pero no, el concierto acaba de comenzar. 
Se empezaban a cimentar los 20 minutos más decisivos de la historia de rock
Mercury se ganó al público sin necesidad de soltar speech alguno (el tiempo estaba medido); todo lo más, entabla con los espectadores un juego de cánticos a capella (con giros un tanto surrealistas) y les ofrece uno de los temas:
“Esta canción está solo dedicada a la gente maravillosa que está aquí esta noche. O sea, a todos vosotros. Gracias por venir y darnos esta gran ocasión“, dice a modo de introducción de Crazy little thing called love.
Hasta su indumentaria ha quedado como icono de la moda rock star.
“Lo que más me gustó fue ver al público sintiéndose parte del show.
 Cuando cantaba, era increíble”, dijo Freddie Mercury en un documental poco después.
“Era el escenario perfecto para Freddie: el mundo entero”, declaró el impulsor del concierto, Bob Geldof, en el libro Freddie Mercury: the definitive biography.
Veinte minutos de delirio
Pero no solo fue la avasalladora presencia de Mercury lo que hizo que su actuación pasara a la posteridad.
 Los 20 minutos que Queen tomaron el escenario (estaba estipulado un máximo de 18 por banda) fueron la sinopsis perfecta de un concierto de rock: baladas, ráfagas cañeras, cánticos para corear.
 En ese espacio de tiempo Queen interpretaron seis temas: comenzaron con un fragmento de Bohemian rhapsody que enlazaron con sus dos éxitos más recientes, Radio ga ga y Hammer to fall. Entonces Mercury se colgó una guitarra y recuperó ese tema que suena a viejo rock and roll, Crazy little thing called love.
  Como remate, sus dos himnos: We will rock you y We are the champions
. Efectivamente, habían sido los campeones.
 Mientras algunas viejas glorias se habían juntado sin ensayar, Queen dedicaron una semana entera a preparar la actuación en el teatro Shaw, de Londres, según cuenta el asistente personal de Mercury, Peter Phoebe Freestone, en la biografía del cantante.
 “Nadie se lo había preparado, excepto Queen”, comenta Pete Smith, coordinador del concierto, en el mismo libro.
Cónclave de estrellas
Evidentemente nada de esto habría trascendido si no se hubiera tratado de un concierto de ese calibre. Festivales benéficos se habían organizado en el pasado (la referencia a Woodstock fue constante en aquellos días), pero ninguno parecido a este. Live Aid era una enciclopedia viviente del rock, desde las leyendas que habían empezado en los sesenta (Paul McCartney, Mick Jagger, Led Zeppetin, Bob Dylan, Joan Baez, los Beach Boys, los Who, Neil Young) a las rutilantes figuras de los ochenta, de Madonna a U2
. Y como es natural, con semejante cantidad de ídolos por metro cuadrado, Live Aid deparó anécdotas impagables.
Se dice que el propio Mercury, que había acudido con su novio, el peluquero Jim Hutton, acorraló a Bono en un pasillo del backstage y le tiró los tejos preguntándole picarón: “¿Se dice Bóno o Bonó?”. Algunos músicos accedieron a Wembley en helicóptero, que aterrizaba en un campo de críquet aledaño donde dio la casualidad de que se estaba celebrando una boda.
 El cabreo del padre de la novia solo pudo aplacarlo un diplomático David Bowie, accediendo a fotografiarse con la comitiva nupcial.
 A un lado del escenario, visible solo para los músicos, había un semáforo de tráfico que controlaba la duración de su performance.
 Cuando pasaban de los 18 minutos acordados se ponía en ámbar.
El legado
Live Aid,que según la BBC recaudó 30 millones de libras (42 millones de euros), cambió la cara del rock. Los conciertos solidarios se sucedieron desde entonces, entre ellos el que celebró la caída del muro de Berlín en 1990, o el homenaje a Freddie Mercury en 1992, con un notable elenco de artistas que recaudaron fondos contra el sida.
 De los creadores de Live Aid, llegó en 2005 Live 8, con el objetivo de llamar la atención a los líderes del G8 sobre el hambre en los países en vías de desarrollo. Queen, de nuevo en la cima, grabaron otros tres grandes discos (A kind of magic, de 1986, The miracle, de 1989, e Innuendo, de 1991), a pesar de que en 1987 a Freddie Mercury le fue diagnosticado sida. Aunque lo negaba, poco a poco se fue apartando del ojo público.
 El 22 de noviembre de 1991 lanzó un comunicado admitiendo que padecía la enfermedad.
Dos días después falleció.

‘Otis Blue’: La pasión desbordada..................................................... Fernando Navarro


Otis Redding en una imagen de 1965.

El segundo título del álbum es tan obvio como definitivo: Otis Redding sings soul (Otis Redding canta soul).
 Era como decir Picasso pinta cuadros de cubismo.
 John Ford filma westerns. Pablo Neruda escribe poemas. El orgasmo es maravilloso. En mitad de una revolución cultural sin precedentes en el mundo anglosajón, con la vibrante comunión sonora del rock y el pop entre Estados Unidos y Reino Unido, Otis Redding cantaba soul en 1965.
 Pero el mensaje era otro: aquel negro de un pueblo de Georgia contratacaba.
Estados Unidos era un país que aceptaba la segregación racial.
Más allá de la lucha por los derechos civiles liderada por Martin Luther King y los disturbios que acontecieron en aquel año, como el Domingo Sangriento en Selma, el racismo también se imponía en la música con la existencia de listas de éxitos que distinguían entre la creada por blancos y la creada por negros.
 Los conocidos como Race Records charts (las listas de ventas de discos de raza –negra-) transmutaron en Rhythm & Blues Records Charts, pero no dejaba de ser un eufemismo para aplicar la distinción racial.
Otis Redding cantaba para dar identidad al soul, a la población negra.
También, y sobre todo, porque cantar era lo que mejor sabía hacer.
 En marzo de 1965 había publicado el magnífico The Great Otis Redding Sings Soul Ballads, pero en aquel septiembre sacó Otis Blue / Otis Redding sings soul. Con su confluencia de vitalidad, garra y ternura, Otis Blue era la piedra filosofal del soul, un disco que, por sus huellas sonoras y su pasión desbordada, definía un género que ya era una realidad en Norteamérica.
Si bien es cierto que el soul contó con obras pioneras y trascendentales de Ray Charles o Solomon Burke previas a este trabajo, Redding, máximo exponente de Stax Records, el sello del blanco Jim Stewart, llevó al género un paso más allá, al límite, a un estado tan primario y carnal que parecía naturaleza virgen, recién descubierta.
 Buena parte de culpa residía en los músicos de los que se hacía acompañar, gracias al laboratorio del profundo Memphis que era Stax. Bajo la batuta del cantante, estaba la plana mayor de Stax: todo un Isaac Hayes al piano antes de lanzarse en solitario, Booker T Jones a los teclados, Steve Cropper a la guitarra, Donald Duck Dunn al bajo, Al Jackson Jr. a la batería y la sección de viento de The Memphis Horns. Casi se pueden oír los vientos pronunciando cada palabra del álbum
. Se usan como instrumentación rítmica, refuerzo emocional de los lamentos o alaridos viscerales de Redding, pero también como punto y seguido, salto de registro en mitad del éxtasis.


Esa sección rítmica de Redding rasgaba las vestiduras 
. Agarraba al oyente, lo subía y lo bajaba, lo arrastraba o lo impulsaba, con una fuerza inaudita, pero nada comparado como la voz de Otis, un vocalista con escasa técnica pero un auténtico portento emocional, puro nervio, fuego en las entrañas.
 Su carácter sísmico e incontrolable al micrófono atravesaba en cada verso.
 Parecía jugarse la vida en cada palabra. Mientras grandes voces del género como Sam Cooke o Solomon Burke, ambos versionados en Otis Blue, modulaban, desplegaban recursos de altura y elegancia, Redding, admirador devoto de Little Richard, era otra cosa
. Era un cantante arrasador, cuando entraba en la canción lo hacía como una manada de caballos salvajes en estampida. Shake, de Sam Cooke, es el mejor ejemplo.
 Pero también podrían serlo, a su modo, A Change gonna come o Wonderful World, que también aparecen versionadas en el disco.
Lo que hacía Redding era coger la maravillosa galantería de Cooke y desnudarla sin contemplaciones en pleno revolcón emocional.
 Era todo sudor y arrebato, incluso cuando se trataba de las baladas.
Otis Blue se grabó en 24 horas. Además de Sam Cooke y Solomon Burke (Down in the valley), Redding versionó a B. B. King (Rock me Baby), Smokey Robinson (My Girl) y William Bell (You Don't Miss Your Water).
Cogió las tradiciones del blues y el góspel y el incipiente soul y las insufló una nueva energía, pasadas por el filtro de su garganta las llevó a otro estado sentimental.
 Las canciones sonaban como sonarían en un club nocturno, con esa intensidad íntima en el canturreo ardiente de Otis.
 El dolor y la euforia alcanzaban un punto de entrega absoluto, tan honesto y humano, que marcaba un hito para el soul.
 A partir de este disco, Aretha Franklin seguiría sus pasos y se empezó a hablar del soul de Memphis, caracterizado por sus arreglos con vientos y su fuerte beat, ilustrado por cantantes poderosos.
Con Otis Blue, Redding contratacaba.
 En el álbum se incluía Satisfaction, la canción de los Rolling Stones que en 1965 era todo un acontecimiento. El músico la escuchó por primera vez durante un descanso de las sesiones de grabación después de que Steve Crooper comprase el disco en una tienda cercana a Stax. En el receso, el guitarrista aprovechó a tocarla y escribir su letra en un papel. Redding, que aspiraba a ser una estrella de pop como aquellos Dylan, Lennon o Jagger, era la primera vez que la oía. Decidió grabarla.
 A su estilo, en sus términos, en clave soul, con su acento sureño diciendo “Satisfashion”.
 Su canto daba personalidad a un estilo musical hoy universal.
Era la voz orgullosa y reivindicativa de los afroamericanos en la Norteamérica de 1965. Otis Redding cantaba soul. Era obvio, pero también definitivo. Si el mundo estaba cambiando, allí estaba Otis Redding, y lo que representaba, destripándose con su soul.
 Eran parte del cambio como los que más .