El escritor y miembro de la Real Academia de la Lengua manifestó su disgusto a través de su cuenta de Twitter con este mensaje cargado de sorna:
4 ago 2015
Mr. Tambourine Man’: La revolución luminosa..............................................................F.ernando Navarro
. Incluso se puede decir que, desde la soleada California, aquel año ellos ya marcaron el paso, aunque mentes creativas torrenciales como las de Bob Dylan, los Beatles o los Rolling Stones gozasen de independencia.
En enero de 1965, esta banda, formada bajo el impulso que la Invasión Británica dejó en Norteamérica con su legión de grupos, entró a grabar a los estudios de Columbia, la discográfica de Dylan.
En las primeras sesiones, conocieron una demo de Mr. Tambourine Man que su autor, el propio Dylan, había grabado para Bringing It All Back Home, el álbum que vería la luz ese marzo.
Y todo cambió.
Aquellos chavales con alma folk, pero que miraban a Reino Unido incluso para llamarse con nombres similares a esos Beatles, Animals, Kinks, Zombies o Rolling Stones, tuvieron el arrojo de ser ellos mismos aún con un tema del mismísimo creador de Blowin’ in the wind.
El experimento sólo podía salir bien cuando la columna vertebral de The Byrds estaba compuesta por Jim McGuinn –más tarde conocido como Roger McGuinn-, Gene Clark, David Crosby y Chris Hillman.
Una reunión de talento que nada tenía que envidiar a la de los Beatles o los Stones, aunque en la grabación original de la canción no estuviesen ni Clark ni Crosby y McGuinn contase con músicos de sesión de Los Angeles, sobresalientes en todo caso al ser la semilla germinal de The Wrecking Crew.
Con esa resonancia tinteante de la Rickenbancker de 12 cuerdas de McGuinn, cantante principal, y esa compleja armonía instrumental y vocal sustentada por Clark y Crosby, The Byrds marcarían un nuevo sonido con Mr. Tambourine Man, el álbum con el que se dieron a conocer al mundo en 1965 y que abría con la canción que le daba título.
Combinaban las líneas melódicas más brillantes de los Beatles con el candor de las composiciones originales de Dylan, del que también versionaron Chimes of Freedom, All I Really Want to Do y Spanish Harlem Incident.
Conscientemente, unían el rock y el folk, como así las orillas del Atlántico, pero su mayor virtud todavía era otra: hacían relucir las canciones, como si fuesen olas marinas bañadas por el sol.
Esa luz inexplicable pero asombrosamente seductora flotaba en todo el disco.
Se apreciaba indistintamente en temas más pop como Don't Doubt Yourself, Babe de Jackie Shannon o más folk como The Bells of Rhymney de Pete Seeger.
La propia cosecha del grupo, que tenía en Gene Clark a un gran compositor al que perdieron pronto, mostraba un poderoso beat, propio de la British Invasion, con ese aire angelical marca Byrds. Here Without You, You Won't Have to Cry y, sobre todo, la mayúscula I'll Feel a Whole Lot Better confirmaban que la banda tenía un fabuloso lenguaje propio.
Mr. Tambourine Man fue uno de los debuts más importantes de toda la historia del pop y el rock
. Su impacto fue instantáneo
. Cuando Dylan escuchó la versión de Mr. Tambourine Man en voz de aquellos chicos californianos, exclamó: “¡Guao, tío, hasta se puede bailar!”. Para cuando el disco salió a la venta en junio, Dylan grababa Like a Rolling Stone y daba forma a Highway 61 Revisited.
Meses después, todavía en 1965
, The Byrds engrandecerían su impacto con la publicación de Turn! Turn! Turn! Los Beatles o los Beach Boys tomarían también nota de aquellos recién llegados. Todo iba muy deprisa en aquella época.
Se llamaban The Byrds, habían comenzado su revolución dentro de la revolución, se terminarían haciendo gigantescos y sonaban radiantes.
Memorias en transición............................................................................ Santos Juliá
Juan Antonio Ortega Díaz-Ambrona reconstruye el camino a la democracia con un híbrido que mezcla en diferentes dosis, según tiempo, lugar y personajes, autobiografía e historia.
Si hacia 1965 se hubiera preguntado a un político procedente del
régimen pero muy activo en la oposición, como Dionisio Ridruejo, o a un
sociólogo que había velado sus primeras armas en el Instituto de
Estudios Políticos para acabar sentando cátedra en la universidad de
Estados Unidos, como Juan Linz, cuál sería el futuro político de España
tras la muerte de Franco, muy probablemente habría respondido: como
ahora es el presente de Italia.
Los españoles votarían más o menos como los italianos, divididos entre una derecha demócrata-cristiana y una izquierda en la que rivalizarían por la hegemonía comunistas y socialistas
. De la capacidad de diálogo y entendimiento entre unos y otros dependería, al modo italiano, el futuro español.
La predicción resultó fallida: el partido que concurrió a las elecciones de 1977 bajo la imposible denominación de Equipo Demócrata Cristiano del Estado Español sufrió una estrepitosa derrota y los comunistas un doloroso revés, de los que ninguno de ellos logró recuperarse.
El lugar que politólogos y sociólogos habían profetizado para la DC y el PCE fue ocupado por dos formaciones políticas emergentes, una recién nacida, la UCD, y otra recién refundada, el PSOE.
De las causas de esta configuración de fuerzas políticas de izquierda disponemos hoy de abundantes memorias y estudios; de los motivos de la atomización en pequeños grupos, primero, y de la desaparición de la faz de la tierra, después, de los demócrata-cristianos, este Memorial de transiciones se ha erigido, por su propio peso, en un referente imprescindible.
Juan Antonio Ortega Díaz-Ambrona ha fabricado, en efecto, con el esmero propio de quien recuerda y la tesonera labor de quien investiga, un híbrido que mezcla en diferentes dosis, según tiempo, lugar y personajes, memoria, autobiografía e historia, tres géneros difíciles de cohonestar cuando se trata de escribir la propia vida, sin que decaiga nunca el ritmo de la narración ni suscite dudas sobre la veracidad de lo narrado: contar el pasado apoyándose en su propia memoria, en las múltiples notas escritas sobre personas, encuentros y sucesos de los que fue protagonista y, cuando se trata de dar cuenta de una determinada situación política, en un trabajo de investigación en fuentes de todo tipo, bibliográficas, hemerográficas y archivísticas.
Afortunadamente, el resultado final queda bien lejos de la literatura autojustificatoria, o —si vale la palabra— autohagiográfica que tanto inunda y malbarata las abundantes memorias de los políticos españoles.
Y así pasan ante nuestra mirada los años del Madrid de la guerra y la posguerra en una España hambrienta y devastada; la entrada en el inevitable colegio del Pilar, curiosa fragua del grupo generacional llamado a desempeñar un destacado papel político en el futuro; la llegada a la Universidad el mismo año de la primera rebelión estudiantil que provocó una crisis de gobierno saludada, sobre todo desde el exilio, como anuncio de la inminente crisis del régimen.
Y a partir de ahí, seminarios, revistas, amistades, salidas a Europa, Ateneo, oposiciones y el casi obligado —por razones de amistad y medio social— desembarco en las filas, las arenas más bien, de la democracia cristiana, donde Joaquín Ruiz Giménez, ministro de Educación cuando la rebelión universitaria, lanzaba desde 1963 los Cuadernos para el diálogo en el que los comunistas serían privilegiados interlocutores.
Nada más aparecer la democracia cristiana, surgen también aquí y allá los grupos, identificados por las numerosas personalidades que van desfilando por estas páginas.
El camino será largo y las divisiones, frecuentes, mientras los grupos proliferan:
Tácito ocupará un lugar especial desde 1973, como lo intentará ocupar el Partido Popular —nada que ver con el PP— en 1976. ¿Por qué no lograron fundirse en un partido de centro bajo la advocación demócrata-cristiana?
Algo tuvo que ver el cardenal Tarancón, claro, con su reiterada negativa a que la Conferencia Episcopal apadrinara ningún partido, aunque parafraseando a don Ramón Carande, quizá se podría responder: demasiadas personalidades.
Ese fue el quid de la cuestión, como esa será también la clave del hundimiento de UCD que en su ascenso fagocitó a buena porción de la democracia cristiana y en su declive fue rematada por una de sus facciones.
Pero esta es ya otra historia que quizá algún día Juan Antonio Ortega se anime a contarnos con tantas elocuentes anécdotas, tantas sabrosas pinceladas de personajes, tantas vueltas y revueltas sin perder nunca el hilo de la trama y tanta veracidad como las que destilan las páginas de este Memorial.
Los españoles votarían más o menos como los italianos, divididos entre una derecha demócrata-cristiana y una izquierda en la que rivalizarían por la hegemonía comunistas y socialistas
. De la capacidad de diálogo y entendimiento entre unos y otros dependería, al modo italiano, el futuro español.
La predicción resultó fallida: el partido que concurrió a las elecciones de 1977 bajo la imposible denominación de Equipo Demócrata Cristiano del Estado Español sufrió una estrepitosa derrota y los comunistas un doloroso revés, de los que ninguno de ellos logró recuperarse.
El lugar que politólogos y sociólogos habían profetizado para la DC y el PCE fue ocupado por dos formaciones políticas emergentes, una recién nacida, la UCD, y otra recién refundada, el PSOE.
De las causas de esta configuración de fuerzas políticas de izquierda disponemos hoy de abundantes memorias y estudios; de los motivos de la atomización en pequeños grupos, primero, y de la desaparición de la faz de la tierra, después, de los demócrata-cristianos, este Memorial de transiciones se ha erigido, por su propio peso, en un referente imprescindible.
Juan Antonio Ortega Díaz-Ambrona ha fabricado, en efecto, con el esmero propio de quien recuerda y la tesonera labor de quien investiga, un híbrido que mezcla en diferentes dosis, según tiempo, lugar y personajes, memoria, autobiografía e historia, tres géneros difíciles de cohonestar cuando se trata de escribir la propia vida, sin que decaiga nunca el ritmo de la narración ni suscite dudas sobre la veracidad de lo narrado: contar el pasado apoyándose en su propia memoria, en las múltiples notas escritas sobre personas, encuentros y sucesos de los que fue protagonista y, cuando se trata de dar cuenta de una determinada situación política, en un trabajo de investigación en fuentes de todo tipo, bibliográficas, hemerográficas y archivísticas.
Afortunadamente, el resultado final queda bien lejos de la literatura autojustificatoria, o —si vale la palabra— autohagiográfica que tanto inunda y malbarata las abundantes memorias de los políticos españoles.
Y así pasan ante nuestra mirada los años del Madrid de la guerra y la posguerra en una España hambrienta y devastada; la entrada en el inevitable colegio del Pilar, curiosa fragua del grupo generacional llamado a desempeñar un destacado papel político en el futuro; la llegada a la Universidad el mismo año de la primera rebelión estudiantil que provocó una crisis de gobierno saludada, sobre todo desde el exilio, como anuncio de la inminente crisis del régimen.
Y a partir de ahí, seminarios, revistas, amistades, salidas a Europa, Ateneo, oposiciones y el casi obligado —por razones de amistad y medio social— desembarco en las filas, las arenas más bien, de la democracia cristiana, donde Joaquín Ruiz Giménez, ministro de Educación cuando la rebelión universitaria, lanzaba desde 1963 los Cuadernos para el diálogo en el que los comunistas serían privilegiados interlocutores.
Nada más aparecer la democracia cristiana, surgen también aquí y allá los grupos, identificados por las numerosas personalidades que van desfilando por estas páginas.
El camino será largo y las divisiones, frecuentes, mientras los grupos proliferan:
Tácito ocupará un lugar especial desde 1973, como lo intentará ocupar el Partido Popular —nada que ver con el PP— en 1976. ¿Por qué no lograron fundirse en un partido de centro bajo la advocación demócrata-cristiana?
Algo tuvo que ver el cardenal Tarancón, claro, con su reiterada negativa a que la Conferencia Episcopal apadrinara ningún partido, aunque parafraseando a don Ramón Carande, quizá se podría responder: demasiadas personalidades.
Ese fue el quid de la cuestión, como esa será también la clave del hundimiento de UCD que en su ascenso fagocitó a buena porción de la democracia cristiana y en su declive fue rematada por una de sus facciones.
Pero esta es ya otra historia que quizá algún día Juan Antonio Ortega se anime a contarnos con tantas elocuentes anécdotas, tantas sabrosas pinceladas de personajes, tantas vueltas y revueltas sin perder nunca el hilo de la trama y tanta veracidad como las que destilan las páginas de este Memorial.
Memorial de transiciones (1939-1978). José Antonio Ortega Díaz-Ambrona. Galaxia Gutenberg. Madrid, 2015. 736 páginas. 35 euros.
3 ago 2015
LINA CODINA Mujeres sin redención
Amor incondicional, Lina Prokófiev (1897-1989)
La historia de Lina Codina fue la historia de un amor incondicional, pero también cruel, que la llevó a un destino trágico.
Enamorada sinceramente del compositor Serguéi Prokofiev, lo siguió allá donde él iba y lo amó sin condiciones.
A pesar de que él se negó a casarse con ella y sólo lo hizo cuando Lina quedó embarazada de su primer hijo; a pesar de que Serguéi se enamoró de una mujer mucho más joven y no dudó en mantener ambas relaciones; a pesar de que la abandonó a su suerte, a ella y a sus dos hijos, en una URSS amenazada por el terror estalinista. Lina sufrió torturas y fue condenada injustamente.
Lina Prokófiev pasó siete años en un gulag y nunca más lo volvió a ver.
A pesar de todo, al final, ella lo amó siempre.
Leer más: http://www.mujeresenlahistoria.com/2015/07/amor-incondicional-lina-prokofiev-1897.html
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