Un Blues

Un Blues
Del material conque están hechos los sueños

17 abr 2015

“Las asesiné de manera súbita, imprevista e inesperada”............................................. Pedro Gorospe / Juan Mari Gastaca

Aguilar reconoce que mató a dos mujeres en una declaración escrita y leída al inicio del juicio.

 

ATLAS
Sí va a declarar y y además va a declararse culpable. Juan Carlos Aguilar, el falso monje shaolín acaba de despejar las dos incógnitas iniciales en la vista oral más mediática de los últimos tiempos en Bizkaia, con 119 medios acreditados para cubrir el caso de los asesinatos de Maureen Ada Otuya, nigeriana de 29 años y Jenny Sofía Rebollo, colombiana de 40.
  En un escrito de alegaciones leído en la primera jornada del juicio y antes de que preste declaración oral, ha reconocido que asesinó a ambas mujeres "de manera súbita, imprevista e inesperada" después de llevarlas a su gimnasio y de atarlas y maltratarlas.
Aunque su abogada ya presentó un escrito en la Audiencia Provincial de Bizkaia, el procesado acaba de reconocerlo ante la sala, eso sí, en un documento leído por la secretaria judicial. Aguilar lo ha escuchado con los ojos cerrados.

El falso shaolín acepta indemnizar a las familias de las víctimas.
 Acaba de pedir que se liquiden sus cuentas bancarias y se reparta el dinero entre las dos, descontando el equivalente al salario mínimo interprofesional para garantizar su subsistencia.
Al rechazar el ensañamiento, y si las acusaciones no demuestran que lo hubo, podría eludir el cumplimiento de una pena máxima de 30 años de prisión y se quedarían en 25.
Está previsto que después de los escritos de las partes, Aguilar preste declaración oral y responda a las preguntas de las acusaciones, fiscal y defensa.
El juicio puede prolongarse durante tres semanas.
 Las acusaciones piden entre 40 y 45 años de prisión e indemnizaciones que se acercan a los 300.000 euros.

Los antecedentes del caso

Juan Carlos Aguilar fue detenido el 2 de junio de 2013 y encarcelado días después como presunto autor de las torturas y las muertes de las dos mujeres, así como del despedazamiento de la ciudadana colombiana. 
Fue arrestado por la Ertzaintza en el gimnasio que regentaba en el centro de Bilbao, denominado Zen 4, después de que un agente de este cuerpo rescatara de su interior a la joven nigeriana Ada Otuya, a quien hallaron maniatada y amordazada, y en estado de extrema gravedad después de haber sufrido una brutal paliza.
La mujer, de 29 años y que ejercía la prostitución, quedó ingresada en coma en el Hospital de Basurto, donde falleció tres días después.
 Tras su arresto, Aguilar confesó también haber matado a otra mujer, la colombiana de 40 años Jenny Sofía Rebollo.
 Restos de su cadáver descuartizado fueron localizados en el gimnasio.
En el escrito de calificaciones provisionales, la Fiscalía califica estos hechos como dos asesinatos con alevosía, por los que pide 20 años de cárcel por cada uno, además del pago de más de 286.000 euros de indemnización a las familias de las víctimas.
La acusación popular, ejercida por la Asociación Clara Campoamor, y las acusaciones particulares, que representan a los parientes de las dos mujeres, elevan la petición de penas hasta los 45 años, al entender que en el caso de Ada Otuya, el falso monje actuó además con ensañamiento.

Larga vida a Janis Joplin............................................................................. Carmen Ordoñez

La fuerza vital, intensidad, alma y desnudez emocional de la emblemática cantante estadounidense regresan, esta vez al cine.

Un ‘biopic’, que tiene como fecha de presentación 2016, repasa la vida melancólica y transgresora de una mujer clave en la historia del blues.

 

Janis Joplin, una figura clave en la historia de la música estadounidense. / Daniel Kramer (Camera Press)

Janis el icono.
 La niña nacida en la América profunda. La naturaleza desbordante. La feminista. La mujer inteligente, lectora empedernida y cantante de talento indiscutible.
 La persona que, como sucedió a tantas en los años sesenta, cayó en la heroína y el alcohol.
 Una vida intensa zanjada a los 27 años.
 Un enorme pedazo de historia de la cultura estadounidense. Todo eso fue la eterna Janis Joplin, a la que el realizador canadiense Jean-Marc Vallée va a llevar al cine, en un biopic protagonizado por Amy Adams
. ¿El título de la película? Get It While You Can, en referencia al corte final de Pearl, el último disco grabado por Janis, que se publicó a título póstumo.
El proyecto, que se lleva gestando desde 2010 y tiene fecha de presentación en 2016, se perfila como un reto, no solo por la amplia gama de matices que presenta el personaje, sino por la ingente cantidad de material que los guionistas, Ron y Teresa Terry, deberán manejar para llegar a buen puerto
. Y es que hoy se pueden rescatar cerca de 22 biografías escritas en inglés y 16 en otros idiomas
. La abundancia nos da una idea de la cantidad de personas cercanas a la artista –críticos musicales, colegas de banda y de carretera, amantes, amigos, su hermana y hasta un forense– que han seguido exprimiendo el mito para hacer negocio.
 La sensación es la de una violación de la que todos somos cómplices.
En cuanto al material fílmico, solo se ha rodado una película de ficción, La Rosa, donde Bette Midler hizo una interpretación magistral
. Afortunadamente también existen numerosos documentales que nos muestran, a través de entrevistas, grabaciones en estudio y actuaciones en directo, un perfil bastante aproximado de la cantante y del icono que ella misma creó.
 De todos ellos, y aunque la mayoría se sirvan de las mismas escenas, el más completo es Janis, The Way She Were, dirigido por Howard Alk en 1974
. Es remarcable que, de todas las secuencias que hoy podemos disfrutar, no se puede extraer la imagen de una víctima o un alma atormentada.
Al contrario, es difícil encontrar una Janis llorosa o desvaída; lo que predomina es la fuerza vital, la intensidad y, eso sí, una desnudez emocional casi obscena (decía Mick Jagger que “no hay mucha diferencia entre hacer striptease y ser músico de rock and roll”)
. Incluso cuando Janis exhibe su natural temperamento melancólico, lo hace siempre con una sonrisa y a veces con una carcajada más transgresora que sarcástica.

América profunda

Para entender el fenómeno Janis es necesario situarse en los años cincuenta y en la América profunda; en el Estado de Texas, concretamente en Port Arthur –uno de los vértices del triángulo del oro–, en la frontera con Luisiana, donde el petróleo sustentaba el american way of life, el estilo de vida americano, y donde la segregación era incontrovertible.
“En el escenario hago el amor con 25.000 personas, y después me voy a la cama sola”, decía frecuentemente la rockera
Ahí nació y creció Janis, que habría sido una adorable maestra de escuela de no ser porque, al llegar la adolescencia y experimentar los cambios inherentes a ella, empezó a ser víctima de lo que hoy conocemos como acoso escolar: eso que nos cuentan en los telefilmes estadounidenses, donde una chica no es nadie si no forma parte del club de animadoras.
En estos casos, una tiene dos opciones: pasar desapercibida o plantarle cara al asunto.
 El problema es que hay personas, como Janis, que no pueden ocultarse.
Es su naturaleza
. Son esa clase de gente que de manera accidental se encuentran en el ojo del huracán de cualquier incidente sin haberlo provocado, pero que, una vez ahí, son capaces de asumir los riesgos y llegar hasta el límite de sus consecuencias, que ella misma definía como “los límites extremos de la probabilidad”.

Feminismo vital

Así que Janis se acostumbró a circular por su ciudad siendo señalada por todo el mundo, en lo que supuso un entrenamiento para lo que vendría después.
 Su negativa a mostrar la imagen que de ella reclamaba su entorno y su desaliño no exento de cierta elegancia venían refrendados por la convicción de que la vestimenta, al fin y al cabo, solo es útil para cubrirse, y basta.
 Con ello, prefiguraba la demolición de la feminidad asociada a las chicas de peluquería y maquillaje, algo de lo que haría bandera después el movimiento feminista.
Janis, que exhibía un feminismo más vital que ideológico, ya iba sin sujetador antes que otras lo quemaran en público, pero tanto ella y sus cofrades como sus predecesores ideológicos, los beatniks, sentían una profunda aversión por los movimientos
. De hecho, no fueron conscientes de su propia influencia hasta que, en el verano de 1967, las calles de San Francisco se llenaron de jóvenes que querían vivir como ellos.
Y no es que el ambiente de Haight-Ashbury fuera proclive al feminismo; de hecho, era bastante sexista.
Incluso entre los miembros más progresistas de la comunidad, las tareas como coser, fregar o cuidar de la casa y de los niños eran cosa de mujeres.
La propia Janis, que siempre se sintió incapaz de manejar su propia vida doméstica, pedía ayuda a las amigas para ello en los periodos en que vivía sola.
Desde la aparición de la píldora anticonceptiva y hasta el despegue del feminismo, las mujeres estaban sexualmente disponibles, pero aún no habían adquirido peso político como feministas.
Así, en lugar de erradicar la desigualdad sexual, el amor libre sirvió solo para darle una falsa pátina contracultural.

Soledad y adicciones

La actriz Amy Adams interpretará a Janis Joplin en la película 'Get It While You Can', que se estrena en 2016. / Album
Es cierto que algunas mujeres han alimentado con fervor el mito de la fragilidad de Janis; a la mayoría de los hombres, las chicas como ella sencillamente les dan miedo.
 Y una sensación semejante –peligrosa, arriesgada, aterradora– es la que recuerdan de ella otras mujeres del rock cuando la veían actuar.
Y puestos a llegar a lugares comunes, viene siendo ya hora de desmontar la idea de que Janis era lesbiana.
Simplemente disfrutaba de una sexualidad intensa que no necesitaba definir, sino ejercer con unos y otras.
 En cuanto a sus relaciones con los hombres, ella expresaba en público y sin pudor que son “la zanahoria que le ponen al burro para que ande”.
 Su vida sentimental era tan desastrosa como cabía esperar de una mujer de su tiempo y con sus convicciones
. Si las vidas familiar y profesional son difícilmente conciliables para las mujeres aún hoy, la posibilidad de que un hombre compartiera vida y carretera con una estrella del rock era entonces bastante remota
. Por eso probablemente no es de extrañar que Janis se planteara en alguna ocasión volver al redil de Port Arthur y dejar de ser ella misma.
En su ansiedad, Janis estaba tan enganchada al escenario como a cualquier otra de las drogas comunes; necesitaba la conexión con el público constantemente, como si tuviera en su alma un pozo, un enorme agujero, difícil de colmar:
“En el escenario hago el amor con 25.000 personas, y después me voy a la cama sola”, decía.
Parecer ser esta la raíz de muchas adicciones.
 Janis empezó a abusar de la heroína para compensar la bajada después del concierto
. Cuando quiso dejarlo, tuvo que equilibrar esa desintoxicación con la bebida: solo entonces se dio cuenta de que era alcohólica.

La voz y el estilo

Janis era una mujer inteligente, lectora voraz, y con un talento indiscutible.
Tal vez el talento se hace patente cuando el que lo posee se da cuenta de que no sabe o no puede hacer otra cosa; y ella lo supo al instante.
 Si bien en sus inicios se sentía cómoda en el folk, enseguida empezó a imitar la voz de algunas vocalistas de blues, como Odetta, incorporando sus registros vocales.
En cualquier caso, siempre siguió siendo fiel a las raíces de la música popular de su tierra: sus mayores éxitos fueron versiones de clásicos americanos (Summertime, de ­Gershwin; Ball & Chain, de Big Mama Thornton; Piece Of My Heart, de Erma Franklin) cocinados con la misma receta, desmenuzando los temas para recomponerlos haciéndolos propios.
Su voz camaleónica era paradigma de su propia personalidad.
 No solo utilizaba dos registros perfectamente identificables, sino que, en vivo, los acompañaba con la interpretación de la chica buena / chica mala que ambos sugerían.
En los directos puede observarse cómo se sirve a veces de un monólogo que lanza al público para cambiar de uno a otro.
Esto, además de una estrategia muy astuta, era fruto de sus propias contradicciones vitales.
En directo, no se encuentran dos interpretaciones iguales; en el estudio, la más reciente entrega discográfica, del año 2012 y que recoge las sesiones de grabación de Pearl, nos revela en cada toma una versión distinta del mismo tema.
La carrera musical de Janis estuvo sometida a altibajos, siendo su primer periodo, con la Big Brother & The Holding Co., el más auténtico, y el último, con la Full Tilt Boggie, el más comercial.
 En plena cresta de la ola, Janis quiso darse una fiesta privada, pero la heroína que le pasaron era demasiado pura.
 No fue una sobredosis: ese mismo fin de semana hubo al menos seis víctimas del mismo producto que ella se inyectó.
 Y con este accidente, Janis pasó a engrosar la lista de cadáveres exquisitos con solo 27 años.
Janis tendría hoy más de 70.
 En clave de ficción, de haber seguido respirando el aire contaminado de Port Arthur, quizá ya habría muerto de cáncer.
 Pero de seguir viva, quizá la encontraríamos en la lista Falciani. ¡Cosas más raras se han visto!
 Por eso, a pesar de lo que nos hemos perdido de su voz y su talento, me quedo con el cadáver exquisito.
Escucha la playlist de Janis Joplin en Spotify.

El árbol que floreció


Gabriel García Márquez y su esposa Mercedes Barcha al recibir la noticia del premio Nobel, en 1982. Fotografía de su hijo Rodrigo García / Álbum familiar de Mercedes Barcha / Gabo Periodista / FNPI) (EL PAÍS)

Un árbol que floreció..................................................................................J.ORGE F. HERNÁNDEZ

Esta es una crónica del autor del artículo a partir de las palabras de su esposa e hijos.

Dicen que nació en Aracataca en medio de un aguacero de diluvio y consta que el día que murió tembló en la Ciudad de México y empezó a llover en su pueblo natal, luego de siete meses y medio de sequía.
 Dicen que al llegar a la Ciudad de México hace poco más de medio siglo, Mercedes su esposa sintió que podrían hacer vida en un país capaz de volver rojo al arroz para que supiera más sabroso y que ambos visitaron Buenos Aires una sola vez, ya publicada la novela Cien años de soledad,en 1967, al inicio del sueño feliz donde los espectadores de un teatro se ponían de pie para aplaudir a un escritor y consta que al escribir esa novela, el escritor tendió una sábana en medio de la sala de su casa y colocó un letrero que decía que allí, donde se iba apilando en cuartillas blancas el siglo mural de la biografía de toda una estirpe condenada a la soledad, se llamaba “La cueva de la Mafia” y que sus hijos no podían entrar ni interrumpirlo y consta también que al recibir el primer adelanto de regalías de esa misma novela, el autor pidió al gerente del banco que le llevara a casa una maleta retacada con billetes sueltos y que años después, minutos después de que alguien llamara desde Estocolmo, en 1982, para informarle al escritor de que había sido reconocido merecidamente con el Nobel de Literatura, bajó con Mercedes su esposa al jardín, envueltos en batas —y él con zapatos blancos— y consta todo esto, porque el mayor de sus hijos tomó la fotografía en el instante exacto en el que el mundo dejó de ser el mismo de siempre.
Gabriel José de la Concordia García Márquez, hijo del telegrafista de Aracataca, nieto y bisnieto de todas las historias posibles que alimentan todos sus párrafos llega hoy al primer año de los primeros cien años de una eternidad garantizada en millones de lectores que han de recrear como enredadera de selva la vasta literatura que transpiró desde que empezó a hilar palabras en tinta
. Se confirma su irrefrenable capacidad para narrar como nadie todo lo que los demás comensales de una mesa miran sin observar sobre los manteles y se apuntala la verdad de que por encima de todo lo dicho, arriba de dimes y diretes, al margen o en torno a sus fidelidades y anécdotas, andanzas y aventuras, Gabo dejó no un conjunto de libros inmortales o varios volúmenes de artículos, crónicas y cuentos invaluables, sino una literatura completa: una manera de leer el mundo que se vertía sobre las yemas de los dedos al escribir cada letra sin preocupación por los acentos o separaciones de sílabas.
A lo largo de un tiempo largo, jamás me dejó visitar su estudio, esa nueva cueva donde seguía escribiendo como si sólo los nietos pudieran comprobar las ocasiones en que por allí volaba un loro que parecía hablar en canciones o el jarrón con rosas amarillas que servían de amuleto infaltable para el escritor que desde joven era capaz de convertir el género de crónica en “la verdad del cuento”, los cuentos en anécdotas personales de todo aquel que los leyera y sus novelas en la biografía íntima y entrañable de todo un continente
. En la cueva trashumante, como carreta de gitano que hipnotiza con imanes en cualquier selva, Gabo escribió El amor en los tiempos del cólera, luego del Nobel y como quien se deja anunciar en la Maestranza de Sevilla luego de haber cortado un rabo.
Dicen que escribió una carta al padre de Mercedes desde París y quien fuera su suegro ni la abrió y la guardó entre libros de un estante quizá porque ya sabía que el remitente llegaría para casarse con quien ya era la mujer de su vida, la madre de sus hijos y la abuela de sus nietos, echando raíces de un árbol que floreció en el momento en que la pareja de recién casados abordaba el día de su boda un avión para Caracas, para un nuevo empleo de periodista y asegurándole al Sr. Barcha que algún día el mundo entero reconocería que su hija se acababa de casar con el mejor escritor del mundo y consta que años después en México, a las afueras de una agencia de publicidad, el ya publicado autor de tres libros afirmaría que en realidad escribía para que sus amigos lo quisieran cada día más y más, tanto como se confirmó durante la noche en que se fue de este mundo, por todo el mundo en las filas de personas que lo lloraban leyéndolo en sus ejemplares y la lluvia de miles de pétalos amarillos como mariposas que parecían llovizna de uno de sus propios párrafos.
Dicen los que lo leen ahora por primera vez en sus vidas que en una página exacta Úrsula Iguarán muere en Jueves Santo y que en ese párrafo consta que fue un día de tan intensos calores que “los pájaros se estrellaban como perdigones y rompían las mallas metálicas de las ventanas para morirse en los dormitorios” y consta que el día que murió Gabo, un pájaro confundido se metió quién sabe cómo a su casa y terminó estrellándose en la ventana de la habitación donde empezaba su eternidad. También sucedió en Jueves Santo.
Nada más. Nada menos: la vida y literatura de Gabriel García Márquez está impresa como un tatuaje inexplicable de azar y magias.
 Debo a la generosa amistad de Mercedes Barcha, La Gaba, y a la fraternidad incondicional de Rodrigo y Gonzalo García Barcha lo que narro en estas líneas y lo que vivimos o leemos en la vida y obra de Gabo: todo ello es ya memoria palpable e imaginación desatada por encima y allende de toda consideración ajena a su Literatura con mayúsculas y quizá por ello, el día que dicen que se fue, sin permiso y en silencio conocí por primera vez la cueva donde escribía.
 Horas antes, minutos después de su último suspiro, su hijo captó también en fotografía el arco iris que pasó por encima del sillón donde le gustaba leer; de noche, al filo de la madrugada del primer día que hoy apenas cumple un año, yo mismo vi en penumbra lo que parecía la tipografía del silencio. Efectivamente, son mariposas amarillas.
Jorge F. Hernández es autor de La Emperatriz de Lavapiés y colaborador de elpais.com, con la columna Cartas de Cuévano.