La fuerza vital, intensidad, alma y desnudez emocional de la emblemática cantante estadounidense regresan, esta vez al cine.
Un ‘biopic’, que tiene como fecha de presentación 2016, repasa la vida melancólica y transgresora de una mujer clave en la historia del blues.
Janis el icono.
La niña nacida en la América profunda. La naturaleza desbordante. La feminista. La mujer inteligente, lectora empedernida y cantante de talento indiscutible.
La persona que, como sucedió a tantas en los años sesenta, cayó en la heroína y el alcohol.
Una vida intensa zanjada a los 27 años.
Un enorme pedazo de historia de la cultura estadounidense. Todo eso fue la eterna Janis Joplin, a la que el realizador canadiense Jean-Marc Vallée va a llevar al cine, en un biopic protagonizado por Amy Adams
. ¿El título de la película? Get It While You Can, en referencia al corte final de Pearl, el último disco grabado por Janis, que se publicó a título póstumo.
El proyecto, que se lleva gestando desde 2010 y tiene fecha de presentación en 2016, se perfila como un reto, no solo por la amplia gama de matices que presenta el personaje, sino por la ingente cantidad de material que los guionistas, Ron y Teresa Terry, deberán manejar para llegar a buen puerto
. Y es que hoy se pueden rescatar cerca de 22 biografías escritas en inglés y 16 en otros idiomas
. La abundancia nos da una idea de la cantidad de personas cercanas a la artista –críticos musicales, colegas de banda y de carretera, amantes, amigos, su hermana y hasta un forense– que han seguido exprimiendo el mito para hacer negocio.
La sensación es la de una violación de la que todos somos cómplices.
En cuanto al material fílmico, solo se ha rodado una película de ficción, La Rosa, donde Bette Midler hizo una interpretación magistral
. Afortunadamente también existen numerosos documentales que nos muestran, a través de entrevistas, grabaciones en estudio y actuaciones en directo, un perfil bastante aproximado de la cantante y del icono que ella misma creó.
De todos ellos, y aunque la mayoría se sirvan de las mismas escenas, el más completo es Janis, The Way She Were, dirigido por Howard Alk en 1974
. Es remarcable que, de todas las secuencias que hoy podemos disfrutar, no se puede extraer la imagen de una víctima o un alma atormentada.
Al contrario, es difícil encontrar una Janis llorosa o desvaída; lo que predomina es la fuerza vital, la intensidad y, eso sí, una desnudez emocional casi obscena (decía Mick Jagger que “no hay mucha diferencia entre hacer striptease y ser músico de rock and roll”)
. Incluso cuando Janis exhibe su natural temperamento melancólico, lo hace siempre con una sonrisa y a veces con una carcajada más transgresora que sarcástica.
Ahí nació y creció Janis, que habría sido una adorable maestra de
escuela de no ser porque, al llegar la adolescencia y experimentar los
cambios inherentes a ella, empezó a ser víctima de lo que hoy conocemos
como acoso escolar: eso que nos cuentan en los telefilmes
estadounidenses, donde una chica no es nadie si no forma parte del club
de animadoras.
En estos casos, una tiene dos opciones: pasar desapercibida o plantarle cara al asunto.
El problema es que hay personas, como Janis, que no pueden ocultarse.
Es su naturaleza
. Son esa clase de gente que de manera accidental se encuentran en el ojo del huracán de cualquier incidente sin haberlo provocado, pero que, una vez ahí, son capaces de asumir los riesgos y llegar hasta el límite de sus consecuencias, que ella misma definía como “los límites extremos de la probabilidad”.
Su negativa a mostrar la imagen que de ella reclamaba su entorno y su desaliño no exento de cierta elegancia venían refrendados por la convicción de que la vestimenta, al fin y al cabo, solo es útil para cubrirse, y basta.
Con ello, prefiguraba la demolición de la feminidad asociada a las chicas de peluquería y maquillaje, algo de lo que haría bandera después el movimiento feminista.
Janis, que exhibía un feminismo más vital que ideológico, ya iba sin sujetador antes que otras lo quemaran en público, pero tanto ella y sus cofrades como sus predecesores ideológicos, los beatniks, sentían una profunda aversión por los movimientos
. De hecho, no fueron conscientes de su propia influencia hasta que, en el verano de 1967, las calles de San Francisco se llenaron de jóvenes que querían vivir como ellos.
Y no es que el ambiente de Haight-Ashbury fuera proclive al feminismo; de hecho, era bastante sexista.
Incluso entre los miembros más progresistas de la comunidad, las tareas como coser, fregar o cuidar de la casa y de los niños eran cosa de mujeres.
La propia Janis, que siempre se sintió incapaz de manejar su propia vida doméstica, pedía ayuda a las amigas para ello en los periodos en que vivía sola.
Desde la aparición de la píldora anticonceptiva y hasta el despegue del feminismo, las mujeres estaban sexualmente disponibles, pero aún no habían adquirido peso político como feministas.
Así, en lugar de erradicar la desigualdad sexual, el amor libre sirvió solo para darle una falsa pátina contracultural.
Y una sensación semejante –peligrosa, arriesgada, aterradora– es la que recuerdan de ella otras mujeres del rock cuando la veían actuar.
Y puestos a llegar a lugares comunes, viene siendo ya hora de desmontar la idea de que Janis era lesbiana.
Simplemente disfrutaba de una sexualidad intensa que no necesitaba definir, sino ejercer con unos y otras.
En cuanto a sus relaciones con los hombres, ella expresaba en público y sin pudor que son “la zanahoria que le ponen al burro para que ande”.
Su vida sentimental era tan desastrosa como cabía esperar de una mujer de su tiempo y con sus convicciones
. Si las vidas familiar y profesional son difícilmente conciliables para las mujeres aún hoy, la posibilidad de que un hombre compartiera vida y carretera con una estrella del rock era entonces bastante remota
. Por eso probablemente no es de extrañar que Janis se planteara en alguna ocasión volver al redil de Port Arthur y dejar de ser ella misma.
En su ansiedad, Janis estaba tan enganchada al escenario como a cualquier otra de las drogas comunes; necesitaba la conexión con el público constantemente, como si tuviera en su alma un pozo, un enorme agujero, difícil de colmar:
“En el escenario hago el amor con 25.000 personas, y después me voy a la cama sola”, decía.
Parecer ser esta la raíz de muchas adicciones.
Janis empezó a abusar de la heroína para compensar la bajada después del concierto
. Cuando quiso dejarlo, tuvo que equilibrar esa desintoxicación con la bebida: solo entonces se dio cuenta de que era alcohólica.
Tal vez el talento se hace patente cuando el que lo posee se da cuenta de que no sabe o no puede hacer otra cosa; y ella lo supo al instante.
Si bien en sus inicios se sentía cómoda en el folk, enseguida empezó a imitar la voz de algunas vocalistas de blues, como Odetta, incorporando sus registros vocales.
En cualquier caso, siempre siguió siendo fiel a las raíces de la música popular de su tierra: sus mayores éxitos fueron versiones de clásicos americanos (Summertime, de Gershwin; Ball & Chain, de Big Mama Thornton; Piece Of My Heart, de Erma Franklin) cocinados con la misma receta, desmenuzando los temas para recomponerlos haciéndolos propios.
Su voz camaleónica era paradigma de su propia personalidad.
No solo utilizaba dos registros perfectamente identificables, sino que, en vivo, los acompañaba con la interpretación de la chica buena / chica mala que ambos sugerían.
En los directos puede observarse cómo se sirve a veces de un monólogo que lanza al público para cambiar de uno a otro.
Esto, además de una estrategia muy astuta, era fruto de sus propias contradicciones vitales.
En directo, no se encuentran dos interpretaciones iguales; en el estudio, la más reciente entrega discográfica, del año 2012 y que recoge las sesiones de grabación de Pearl, nos revela en cada toma una versión distinta del mismo tema.
La carrera musical de Janis estuvo sometida a altibajos, siendo su primer periodo, con la Big Brother & The Holding Co., el más auténtico, y el último, con la Full Tilt Boggie, el más comercial.
En plena cresta de la ola, Janis quiso darse una fiesta privada, pero la heroína que le pasaron era demasiado pura.
No fue una sobredosis: ese mismo fin de semana hubo al menos seis víctimas del mismo producto que ella se inyectó.
Y con este accidente, Janis pasó a engrosar la lista de cadáveres exquisitos con solo 27 años.
Janis tendría hoy más de 70.
En clave de ficción, de haber seguido respirando el aire contaminado de Port Arthur, quizá ya habría muerto de cáncer.
Pero de seguir viva, quizá la encontraríamos en la lista Falciani. ¡Cosas más raras se han visto!
Por eso, a pesar de lo que nos hemos perdido de su voz y su talento, me quedo con el cadáver exquisito.
Escucha la playlist de Janis Joplin en Spotify.
La niña nacida en la América profunda. La naturaleza desbordante. La feminista. La mujer inteligente, lectora empedernida y cantante de talento indiscutible.
La persona que, como sucedió a tantas en los años sesenta, cayó en la heroína y el alcohol.
Una vida intensa zanjada a los 27 años.
Un enorme pedazo de historia de la cultura estadounidense. Todo eso fue la eterna Janis Joplin, a la que el realizador canadiense Jean-Marc Vallée va a llevar al cine, en un biopic protagonizado por Amy Adams
. ¿El título de la película? Get It While You Can, en referencia al corte final de Pearl, el último disco grabado por Janis, que se publicó a título póstumo.
El proyecto, que se lleva gestando desde 2010 y tiene fecha de presentación en 2016, se perfila como un reto, no solo por la amplia gama de matices que presenta el personaje, sino por la ingente cantidad de material que los guionistas, Ron y Teresa Terry, deberán manejar para llegar a buen puerto
. Y es que hoy se pueden rescatar cerca de 22 biografías escritas en inglés y 16 en otros idiomas
. La abundancia nos da una idea de la cantidad de personas cercanas a la artista –críticos musicales, colegas de banda y de carretera, amantes, amigos, su hermana y hasta un forense– que han seguido exprimiendo el mito para hacer negocio.
La sensación es la de una violación de la que todos somos cómplices.
En cuanto al material fílmico, solo se ha rodado una película de ficción, La Rosa, donde Bette Midler hizo una interpretación magistral
. Afortunadamente también existen numerosos documentales que nos muestran, a través de entrevistas, grabaciones en estudio y actuaciones en directo, un perfil bastante aproximado de la cantante y del icono que ella misma creó.
De todos ellos, y aunque la mayoría se sirvan de las mismas escenas, el más completo es Janis, The Way She Were, dirigido por Howard Alk en 1974
. Es remarcable que, de todas las secuencias que hoy podemos disfrutar, no se puede extraer la imagen de una víctima o un alma atormentada.
Al contrario, es difícil encontrar una Janis llorosa o desvaída; lo que predomina es la fuerza vital, la intensidad y, eso sí, una desnudez emocional casi obscena (decía Mick Jagger que “no hay mucha diferencia entre hacer striptease y ser músico de rock and roll”)
. Incluso cuando Janis exhibe su natural temperamento melancólico, lo hace siempre con una sonrisa y a veces con una carcajada más transgresora que sarcástica.
América profunda
Para entender el fenómeno Janis es necesario situarse en los años cincuenta y en la América profunda; en el Estado de Texas, concretamente en Port Arthur –uno de los vértices del triángulo del oro–, en la frontera con Luisiana, donde el petróleo sustentaba el american way of life, el estilo de vida americano, y donde la segregación era incontrovertible.
“En el escenario hago el amor con 25.000 personas, y después me voy a la cama sola”, decía frecuentemente la rockera
En estos casos, una tiene dos opciones: pasar desapercibida o plantarle cara al asunto.
El problema es que hay personas, como Janis, que no pueden ocultarse.
Es su naturaleza
. Son esa clase de gente que de manera accidental se encuentran en el ojo del huracán de cualquier incidente sin haberlo provocado, pero que, una vez ahí, son capaces de asumir los riesgos y llegar hasta el límite de sus consecuencias, que ella misma definía como “los límites extremos de la probabilidad”.
Feminismo vital
Así que Janis se acostumbró a circular por su ciudad siendo señalada por todo el mundo, en lo que supuso un entrenamiento para lo que vendría después.Su negativa a mostrar la imagen que de ella reclamaba su entorno y su desaliño no exento de cierta elegancia venían refrendados por la convicción de que la vestimenta, al fin y al cabo, solo es útil para cubrirse, y basta.
Con ello, prefiguraba la demolición de la feminidad asociada a las chicas de peluquería y maquillaje, algo de lo que haría bandera después el movimiento feminista.
Janis, que exhibía un feminismo más vital que ideológico, ya iba sin sujetador antes que otras lo quemaran en público, pero tanto ella y sus cofrades como sus predecesores ideológicos, los beatniks, sentían una profunda aversión por los movimientos
. De hecho, no fueron conscientes de su propia influencia hasta que, en el verano de 1967, las calles de San Francisco se llenaron de jóvenes que querían vivir como ellos.
Y no es que el ambiente de Haight-Ashbury fuera proclive al feminismo; de hecho, era bastante sexista.
Incluso entre los miembros más progresistas de la comunidad, las tareas como coser, fregar o cuidar de la casa y de los niños eran cosa de mujeres.
La propia Janis, que siempre se sintió incapaz de manejar su propia vida doméstica, pedía ayuda a las amigas para ello en los periodos en que vivía sola.
Desde la aparición de la píldora anticonceptiva y hasta el despegue del feminismo, las mujeres estaban sexualmente disponibles, pero aún no habían adquirido peso político como feministas.
Así, en lugar de erradicar la desigualdad sexual, el amor libre sirvió solo para darle una falsa pátina contracultural.
Soledad y adicciones
Es cierto que algunas mujeres han alimentado con fervor el mito de la fragilidad de Janis; a la mayoría de los hombres, las chicas como ella sencillamente les dan miedo.Y una sensación semejante –peligrosa, arriesgada, aterradora– es la que recuerdan de ella otras mujeres del rock cuando la veían actuar.
Y puestos a llegar a lugares comunes, viene siendo ya hora de desmontar la idea de que Janis era lesbiana.
Simplemente disfrutaba de una sexualidad intensa que no necesitaba definir, sino ejercer con unos y otras.
En cuanto a sus relaciones con los hombres, ella expresaba en público y sin pudor que son “la zanahoria que le ponen al burro para que ande”.
Su vida sentimental era tan desastrosa como cabía esperar de una mujer de su tiempo y con sus convicciones
. Si las vidas familiar y profesional son difícilmente conciliables para las mujeres aún hoy, la posibilidad de que un hombre compartiera vida y carretera con una estrella del rock era entonces bastante remota
. Por eso probablemente no es de extrañar que Janis se planteara en alguna ocasión volver al redil de Port Arthur y dejar de ser ella misma.
En su ansiedad, Janis estaba tan enganchada al escenario como a cualquier otra de las drogas comunes; necesitaba la conexión con el público constantemente, como si tuviera en su alma un pozo, un enorme agujero, difícil de colmar:
“En el escenario hago el amor con 25.000 personas, y después me voy a la cama sola”, decía.
Parecer ser esta la raíz de muchas adicciones.
Janis empezó a abusar de la heroína para compensar la bajada después del concierto
. Cuando quiso dejarlo, tuvo que equilibrar esa desintoxicación con la bebida: solo entonces se dio cuenta de que era alcohólica.
La voz y el estilo
Janis era una mujer inteligente, lectora voraz, y con un talento indiscutible.Tal vez el talento se hace patente cuando el que lo posee se da cuenta de que no sabe o no puede hacer otra cosa; y ella lo supo al instante.
Si bien en sus inicios se sentía cómoda en el folk, enseguida empezó a imitar la voz de algunas vocalistas de blues, como Odetta, incorporando sus registros vocales.
En cualquier caso, siempre siguió siendo fiel a las raíces de la música popular de su tierra: sus mayores éxitos fueron versiones de clásicos americanos (Summertime, de Gershwin; Ball & Chain, de Big Mama Thornton; Piece Of My Heart, de Erma Franklin) cocinados con la misma receta, desmenuzando los temas para recomponerlos haciéndolos propios.
Su voz camaleónica era paradigma de su propia personalidad.
No solo utilizaba dos registros perfectamente identificables, sino que, en vivo, los acompañaba con la interpretación de la chica buena / chica mala que ambos sugerían.
En los directos puede observarse cómo se sirve a veces de un monólogo que lanza al público para cambiar de uno a otro.
Esto, además de una estrategia muy astuta, era fruto de sus propias contradicciones vitales.
En directo, no se encuentran dos interpretaciones iguales; en el estudio, la más reciente entrega discográfica, del año 2012 y que recoge las sesiones de grabación de Pearl, nos revela en cada toma una versión distinta del mismo tema.
La carrera musical de Janis estuvo sometida a altibajos, siendo su primer periodo, con la Big Brother & The Holding Co., el más auténtico, y el último, con la Full Tilt Boggie, el más comercial.
En plena cresta de la ola, Janis quiso darse una fiesta privada, pero la heroína que le pasaron era demasiado pura.
No fue una sobredosis: ese mismo fin de semana hubo al menos seis víctimas del mismo producto que ella se inyectó.
Y con este accidente, Janis pasó a engrosar la lista de cadáveres exquisitos con solo 27 años.
Janis tendría hoy más de 70.
En clave de ficción, de haber seguido respirando el aire contaminado de Port Arthur, quizá ya habría muerto de cáncer.
Pero de seguir viva, quizá la encontraríamos en la lista Falciani. ¡Cosas más raras se han visto!
Por eso, a pesar de lo que nos hemos perdido de su voz y su talento, me quedo con el cadáver exquisito.
Escucha la playlist de Janis Joplin en Spotify.
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