Un Blues

Un Blues
Del material conque están hechos los sueños

8 mar 2015

Violencia de género por Ana Alfageme............................

Tina S. fue apuñalada por su marido a los 74 años.
EL PAÍS revisita con su hijo los objetos y lugares de la memoria de una mujer que, como todas las demás, nunca tuvo que morir.
 También publica por primera vez los datos de los asesinatos machistas que ha recogido durante 14 años, antes de que se recabaran las cifras oficiales. Dos millones de españolas están condenadas a vivir en un infierno evitable, el de las vejaciones de su pareja o expareja
. Pese a todos los obstáculos, la inmensa mayoría de estas mujeres marcadas logra escapar.

Tenía una arritmia en el corazón, tres hijos, y ganas de cerrar la puerta cada mañana y escapar

Una mañana de abril de 2012, Tina S. se convirtió en un número.
 Una línea en el registro de las 51 mujeres muertas por violencia machista en España de ese año. De las 864 (según los datos recogidos por EL PAÍS) que han sido asesinadas desde 2001.
Ese número que dibujó en rojo un cuchillo era una mujer alta, conversadora, que envolvía su coquetería en cabello teñido de castaño claro y maquillaje sobrio.
Había llegado a los 74 años con una arritmia en el corazón, algunos kilos de más, tres hijos, y tantas ganas de aprender como de cerrar detrás de si la puerta de casa cada mañana y escapar.
 Escapar de los insultos y las acusaciones.
Escapar de su marido.
Admiraba la luz que conseguía Joaquín Sorolla en sus pinturas.
 Al jubilarse de la tintorería que el matrimonio tenía en Madrid se compró un atril y una caja de óleos. Estrenó una bata blanca a la que bordó su nombre en un bolsillo para ir a clase de pintura en un centro de mayores del barrio.
 No quería estar en casa.

Sus cuadros abrigaban los espacios que sus hijos dejaron desnudos al marcharse

Fue colgando sus cuadros, en los que se permitía modificar con el pincel los motivos que copiaba, en las paredes de la casa familiar, un segundo piso de una casa de ladrillo cualquiera en un barrio popular.
 Paisajes, bodegones... marinas que la transportaban a Galicia, donde nació y donde creció. Presencias que abrigaban los espacios que sus hijos dejaron desnudos al marcharse.
 Y que la dejaron sola con el hombre que la mató.
SAMUEL SÁNCHEZ





A Tina le quedó por pintar aquel atardecer para el que acumulaba postales y así inspirarse.
 Le faltaron muchos cuadernos por rellenar con esa letra picuda que tanto admiraba su hijo Santiago. Esas libretas que llevaba a sus clases de pintura e historia del arte
. Dejó de llenar la vieja cafetera italiana por las tardes.
 Abandonó antes de tiempo la cocina vestida de verde en la que preparaba las comidas familiares con la cabeza en lo que a cada uno le gustaba: las filloas, las croquetas... La cocina de una gallega en Madrid.
 La colección de cacharritos que trajo en la maleta de todos sus viajes
. No volvió a anotar, rápida en los cálculos como un rayo, los puntos de las partidas de escoba, que jugaba con su asesino. Tú, yo. Tú, yo.
“Se sentaba ahí y se quejaba, de la vida, de las molestias… de su pareja”. 
Santiago mira el sofá beige que parece conservar un hueco en algún punto de los cojines. 
La familia ha tardado más de dos años en desmontar el piso en el que la madre fue hallada en la habitación, degollada, en medio de un charco de sangre. 
La misma mancha oscura que se filtró al techo del piso de abajo.
 Después de una larga noche de gritos y discusiones durante la cual la policía acudió dos veces. 

SAMUEL SÁNCHEZ



Porque al dolor del crimen se suma, para Santiago, el pensamiento de que pudo evitarse.
 La noche anterior al asesinato de Tina, el 091 recibió dos llamadas. En el piso que compartía el matrimonio se oían gritos de auxilio y ruidos de pelea. “Los policías no llegaron a hablar con mi madre. Se fueron antes de comprobar que no había peligro”, se lamenta Santiago, un hombre que se sobrepone al dolor de revisitar el catálogo de ausencias de su madre
. Para contribuir a erradicar una lacra que puso del revés su vida y la de sus hijos.
Las amigas contaban que en los últimos tiempos Tina andaba ojerosa y cabizbaja. No podía dormir, decía.
 No aguantaba más. Aunque no había denunciado, como la inmensa mayoría de las asesinadas ese año, que murieron sin alertar a la sociedad de lo que, tras la puerta, estaban viviendo. Solo una de cada cinco se presentó en comisaría para pedir protección.
SAMUEL SÁNCHEZ




Como pasa en la mayoría de los casos, Tina nunca llegó a denunciar a su maltratador

El marido de Tina, un hombre de 85 años, parcialmente paralizado por un ictus desde hacía más de dos décadas, volvió a acusarla, como hacía años, de que Santiago no era hijo de él.
 La insultaba. Le pedía dinero. Las amigas lamentaban no haberla convencido para que abandonase la casa esa noche
. El día anterior había concertado una cita con un abogado para hablar de una posible separación.



Y cuando denuncias no te hacen caso, te dicen que si el asesino, el maltratador no está en tu casa matándote , ellos no pueden ir, eso si si logras que denunciar te dicen "eso no lo ponga, que es su palabra contra la suya, eso si si llegas a tu casa después de esperar 3 horas a que te atiendan sin prestarte mucha atención, pese a que se está nerviosa y con miedo, te dicen que presentes la denuncia a la policía esa que solo va si esta el maltratador , acosador en la casa, claro que digo y cuando lleguen ya estaré herida o muerta no?.Eso es lo que hay, señora, jovenzuelos policias que todavía no saben que igual un dia su madre puede ser la próxima víctima.





Tina fue la niña aplicada, rápida, que soñó en una aldea gallega con estudiar
. Que no pudo hacerlo porque su padre, un guardia civil, estimó que ya con la escuela sobraba para una mujer.
 Y que se casó con un hombre que, como el padre, acabaría por decidir su destino. El marido decía: “Yo me voy a morir pronto, pero te voy a llevar por delante”. Él no ha muerto. Acaba de salir de la cárcel y está en una residencia.
Cumplió su palabra.

La belleza cumple un siglo................................................... Javier Sampedro

Albert Einstein, cuando ya era un famoso físico en EE UU. / Biblioteca del Congreso de los Estados Unidos

El científico británico Francis Crick decía que el único filósofo de la historia que ha tenido éxito es Albert Einstein.
La boutade pretendía sobre todo irritar a los filósofos, pero también recoge un elemento de asombro –muy común entre los físicos— sobre la forma en que Einstein llegó a formular la relatividad general, su gran teoría sobre la gravedad, el espacio, el tiempo y el cosmos, que cumple ahora cien años.
 Porque Einstein partió menos de los datos que de la intuición, menos del conocimiento que de la imaginación, y pese a todo llegó a una teoría que no solo se ha mostrado en extremo eficaz y fructífera, sino que se reconoce entre sus colegas como la más bella de la historia de la ciencia.
Que la belleza tenga algún papel en la ciencia es algo que deja perplejo a casi todo el mundo.
 La ciencia, según la percepción común, es el terreno del cálculo preciso, la observación rigurosa y el razonamiento implacable, y no se ve muy bien qué pueden pintar en ese marco las consideraciones estéticas.
Y todo esto es cierto, muy probablemente, para la inmensa mayoría de la producción científica
. Pero los grandes saltos conceptuales son obra de gente muy rara, y ahí los prejuicios del rigor y la austeridad patinan de manera estrepitosa.
 Los que se salen del marco son gente muy inteligente, sí, pero también muy imaginativa, muy creativa y muy sobrada.
La materia le dice al espacio cómo curvarse, el espacio le dice a la materia cómo moverse”
Las matemáticas de la relatividad general son de una dificultad disuasoria para el lego, pero el punto de partida de Einstein no puede ser más simple e intuitivo.
“La idea más feliz de mi vida”, según la propia descripción de Einstein, que la contó así: “Estaba sentado en la oficina de patentes de Berna, en 1907, cuando, de repente, me vino una idea: una persona en caída libre no sentirá su propio peso.
 Quedé sorprendido. Esa sencilla idea me causó una profunda impresión y me impulsó hacia una teoría de la gravitación”. Lo que hoy puede experimentar cualquier visitante de un parque de atracciones –la ingravidez en caída libre— fue el disparador de la teoría que fundó la cosmología moderna. Qué cosas.

También por fortuna para el lector, y para este torpe redactor, existe una formulación no matemática de la relatividad general que captura la esencia de esta teoría en una especie de haiku, o poema zen. Se debe al físico John Wheeler y dice así: “La materia le dice al espacio cómo curvarse, el espacio le dice a la materia cómo moverse”.
 El haiku de Wheeler, en efecto, no solo expresa el alma de la relatividad general –una teoría que explica la fuerza gravitatoria en términos puramente geométricos, literalmente como ondulaciones en el tejido del espacio y del tiempo—, sino que también capta buena parte de su calaña: su naturaleza autoconsistente, como el mundo cerrado donde habita una buena novela, sus armonías internas, su brevedad elegante.
Su belleza.
Como no quiero que los físicos rompan hoy los cristales de mi balcón, déjenme aclararles enseguida que la ciencia no es solo poesía oriental. Con toda su hermosura y delicadeza, con toda su intuición y clarividencia, la relatividad general habría acabado en el contenedor del papel reciclado en el mismo instante en que sus predicciones contradijeran el duro y hosco mundo de ahí fuera. Si la teoría ha cumplido cien años es solo porque, hasta el momento, coincide con la realidad con un montón de decimales.
 La ciencia no es discípula del genio, sino esclava del mundo.
Einstein partió menos de los datos que de la intuición, menos del conocimiento que de la imaginación
¿Saben cuál es el gran argumento contra el nihilismo? Que una gran teoría no solo explica todos los datos disponibles de una manera simple, sino que también predice fenómenos desconocidos y hasta non gratos para quien la formuló.
 Las ecuaciones de relatividad general predicen, para la infinita desesperación de su autor, objetos tan extraños como los agujeros negros –que hoy se han vuelto populares hasta en Hollywood— y fenómenos tan lunáticos como la expansión acelerada del cosmos.
 Que intente explicar eso quien crea que el mundo es un engaño: no podrá.
Y ahora vale, que es domingo.
A menos que nos trague un agujero negro, nos volvemos a ver en otros cien años. No se preocupen, el tiempo es relativo.

7 mar 2015

Hasta siempre ......

http://danielmarin.naukas.com/2015/03/01/hasta-siempre-spock/#more-47576

Una Mujer que volaba por los Aires de todo el mundo pero era de Gran Canaria

Me ha soplado Wikipedia :
Cristina María del Pino Segura, conocida artísticamente como Pinito del Oro (Las Palmas de Gran Canaria, 6 de noviembre de 1931) es una trapecista española. En 1990, recibió el Premio Nacional de Circo, en su primera edición.1

Biografía

Cristina María del Pino Segura nació en el circo de su padre José Segura Fenollar, uno de los once hermanos del circo Hermanos Segura, el 6 de noviembre de 1931, en el barrio de Guanarteme (Las Palmas de Gran Canaria).
Fue la menor de los siete hijos que le vivieron, de los 19 hijos que tuvo su madre, artistas todos, así que su madre, a la pequeña la encerró en la burbuja de cariños
: "Ésta que no sea artista. Esta última me la reservas para mí"
. Durante su infancia, una noche en la que viajaba la troupe Segura desde Cádiz a la feria de Sevilla, el camión volcó y murió su hermana Esther.
 Su padre, aunque no creía en el talento de Cristina, se vio en la necesidad de subirla al trapecio para completar la función.
Durante unas Navidades en Valencia, cuando trabajaba en el circo de los hermanos Díaz, la vio el representante para Europa del Ringling Bros. and Barnum & Bailey, y la quiso contratar.
Al ser menor de edad, se casó para viajar a América y enseñó a su marido el oficio de ponerse debajo, o sea, aguantarle la escalera al trapecio.
 Trabajó durante siete años en el circo Ringling, donde consiguió el Premio Internacional en 1960, el Oscar del Trapecio. Sin red.
La intentó contratar Cecil B. DeMille para una película sobre el circo, pero ella lo rechazó ya que DeMille no quisó que figurara su nombre en los crédito
s. Cuando regresó a España, fue recibida como una estrella.
Cuando se retiró en 1970, Mary Santpere le cortó la coleta en el circo Price de Madrid.
Sufrió tres caídas casi mortales en Huelva, en Suecia y en Laredo.
 En la primera se rompió el cráneo y permaneció ocho días en coma con sólo 17 años.
Se rompió otra vez el cráneo, tres veces las manos, y han tenido que operarle los pies para erguirle los dedos, encorvados de tanto puntear en el trapecio, de 12 a 30 metros sobre el suelo.
En numerosas ocasiones se le hace referencia como sinónimo de destreza en las alturas, ("¡Que te vas a caer, a ver si te crees Pinito del Oro!").
Reportaje
Las nuevas generaciones, y las no tanto, poco saben de la gloria que fue Pinito del Oro, esta trapecista mundial. Un fenómeno de mujer que llegó a serlo también de la física porque, dicen, rompía la ley de la gravedad. Estupenda, guapa, tres veces casi muerta por tres caídas, operada de pies y manos, recuerda, a sus 70 años, una vida de fábula y lentejuela. Mientras sueña con el trapecio que duerme bajo su cama, escribe novelas y busca editor para sus memorias.