Un Blues

Un Blues
Del material conque están hechos los sueños

7 nov 2014

Sí se puede', la canción protesta que nunca imaginamos que haría Miguel Bosé................. Mari Luz Peinado

Se acabaron las chaquetas de pana con coderas y las miradas lánguidas: la canción protesta española no es solo de los cantautores que quieren parecerse a Serrat
. El último en quejarse cantando de cómo están las cosas en España ha sido Miguel Bosé.
 En su nuevo disco, que se puso a la venta el martes, ha incluido una canción titulada Sí, se puede donde ha cambiado la guitarra y el intimismo típico de los cantautores por la música electrónica.  
Bosé dice que escribió Sí, se puede hace un año y que por aquel entonces España ya estaba bastante harta de la situación política y económica.
En una entrevista reciente dijo: "Hemos llegado a un punto en España en el que no se puede parafrasear, no se pueden explicar las cosas ni con sinónimos ni con metáforas
. Hay que nombrar las cosas como son, se acabó". 
¿Acabaremos cantando su tema en las manifestaciones? ¿Sonará la canción en los mítines del partido de Pablo Iglesias? Bosé se ha puesto muy político en la promoción del disco y ha hablado de defender la sanidad y la educación pública, de la importancia de votar e incluso de cómo se deberían gestionar los impuestos.
 Y también ha asegurado que está en la misma onda que la formación.
 Y reivindica que su letra llegó antes que el partido:
 "Hice la canción y luego llegó el lema de Podemos… estamos sintonizados en la misma cosa: y sí se puede, claro que se puede".
Que el amante bandido hable de política en sus canciones es un poco raro, y también algunas de las frases de la canción, que están un poco forzadas para que rime.
Te dejamos la transcripción para que puedas comprobarlo:
SÍ SE PUEDE (Miguel Bosé)
Sí se puede, acostarse al despertarse
convencerse que la vida es sueño.
Sí se puede, dar aún menos de lo que es insuficiente
y vender que no habrá patria sin miseria ni hambre.
Sí se puede, claro que se puede
como ya blindado sabe el aforado que aquí nunca pasa nada.
Y apuntan al ciego, al blanco del ojo
y niegan la silla al enfermo y al cojo
Y mienten al diablo en cada promesa
y acusan al pobre de vivir en pobreza.
Sí se puede, ser invertebrado
como aún manda el centro a izquierda o derecha. 
Sí se puede mirar religiosamente al ciudadano
libre por natura y convertirle en un tarado.
Y disparan al ciego, justo al centro del ojo
y le roban la silla al enfermo y al cojo.
Y mienten al diablo dentro de cada promesa
y acusan al pobre de exhibir su pobreza
Y te armas de ira y cuando estalla paciencia
te mamas y mandas el mundo entero a la mierda.
Y al día siguiente
solo en pleno domingo
lees en los titulares
siempre más y de lo mismo.
Y te cagas en todo
te frustras en vano
y te preguntas en qué momento todo esto se te fue de las manos
Y acabas rendido
desilustusiasmado (Juro que usa esta palabra, aquí la prueba)
rodeado de amigos y en familia atrapado.
Pero Miguel Bosé es el último artista del pop español superventas ha dejado el desamor y otros problemas "vitales" para pasarse a la música combativa en estos tiempos inciertos.
 Bosé y otros artistas quieren unirse a la ola de enfado
. Como advirtieron hace muchos años Los Planetas,"si alguien no lo puede remediar, la canción protesta volverá".
Amaral
El grupo que le ha dedicado canciones a sus amigos y a la naturaleza se pasaba a la política con una canción y un vídeo muy cañeros.
 Rajoy maltratado, Merkel inyectándose heroína, Artur Mas durmiendo en la calle, Aznar emigrando...
 El vídeo de la canción Ratonera - ilustrado por Alberto González Vázquez, conocido como Querido Antonio - mostraba a los políticos como víctimas de los problemas más habituales de los ciudadanos. "Precisamente los mismos problemas que ellos deberían ayudar a resolver", dijo el dúo
. La letra era más que una protesta, una denuncia directa:
 "No sé ni cómo duermes por las noches, estúpido farsante, si mientes más que hablas. / Has tenido suerte hasta ahora / Puedes intentar que te perdone dios, no lo haré yo / Ojalá sintieras el miedo que generas.
 El resultado: más de 2,2 millones de reproducciones en Youtube.

Cómo Galileo inventó las 'tablets' (y de dónde vienen otras grandes ideas)..................... Miqui Otero

No existen los logros aislados. Todo invento brillante depende de pequeños avances graduales. Un nuevo libro los recoge.

 

cordon press

Las mejores ideas no llegan con un sonoro “¡eureka!” pronunciado por un genio aislado, ni con una bombilla providencial que se posa encima de la coronilla de un sabio solitario, ni con una manzana que cae en la cabeza de aquel científico iluminado (aunque muchos defiendan esta última escena).
 No tienen que ver con un rapto de ingenio sino con una larguísima cadena de acontecimientos y, en definitiva, con la colaboración entre muchos personajes que ni siquiera se conocen.
Eso defiende Steven Johnson, un científico y divulgador (editado en castellano por el sello Turner) que ha firmado diversos best sellers antes de publicar How we got to now, en formato de libro y en una serie de seis entregas en la cadena PBS y BBC
. Este tipo, fascinado por el caldo de cultivo de la colaboración en centros tecnológicas actuales como Silicon Valley, defiende precisamente que las mejores ideas siempre han surgido de la conversación entre disciplinas remotas.
Tanto la serie como el libro se organizan a través de seis grandes ideas: Higiene, Frío, Sonido, Tiempo, Cristal y Luz. Johnson incluso bautiza su método de conexiones improbables: long-zoom approach to history (enfocar los temas ampliando el zoom histórico) y lo explica con conceptos de la Teoría del Caos como el popularísimo Efecto Mariposa (una mariposa agita sus alas en China y esa acción desencadena una línea de fenómenos que acaban por desatar una tormenta de arena en el Sahara).
El libro afirma que el desarrollo de la higiene personal desde finales del siglo XIX condujo a los campeonatos profesionales de skate
Algunos ejemplos del libro que muestran esta mecánica de la innovación: el desarrollo de la higiene personal desde finales del siglo XIX condujo a los campeonatos profesionales de skate, la invención del neón no sólo influyó en la construcción de ciudades del juego libre como Las Vegas sino también en el arte y en la arquitectura posmoderna, y no existirían las tablets si Galileo no hubiera planteado el reloj de péndulo.
 Es más, tampoco habría sido posible una Revolución industrial si no se pudiera organizar el horario tanto de las fábricas como de las entregas de los pedidos.
La lista de casos que brinda Johnson es más que exuberante, tanto como su habilidad para la conexión.
 La expansión de Hitler, por citar otro, habría sido mucho menos megalómana sin la invención del micrófono ya que no se habría podido dirigir a audiencias de más de mil personas
. Alguno podría objetar aquí la existencia de Carlomagno o Napoleón, a lo que Johnson contesta, quizás sin mucho éxito, que ellos usaban la reverberación de catedrales, cuevas y teatros de ópera.
 Y los escáneres de ultrasonidos desarrollados después del desastre del Titanic conspiraron poco después con la política de un solo bebé de China para decantar la balanza a favor del género masculino.
En definitiva, How We Got to Now es un elogio a la cooperación entre campos de conocimiento y empresariales. Gracias a ese trabajo interdisciplinar, un ingeniero ferroviario como William F. Allen promovió las cuatro zonas horarias estadounidenses en 1880 para que los viajes en tren por todo el país fueran menos caóticos.
 La ausencia de esa colaboración provocó, por ejemplo, el fracaso del parisino Edouard-Leon Scott de Martinville, que inventó el fonoautógrafo, una máquina que grababa sonido dos décadas antes de que Thomas Edison inventara el fonógrafo
. El problema es que grababa el audio pero no lo podía reproducir. Según Johnson, con un equipo de colaboradores o un mayor contacto con otras comunidades científicas su invento habría tenido un gran éxito
. Eso es, en definitiva, lo que defiende el libro: desestimar la idea del científico loco en su habitación y fomentar la colaboración con otras tradiciones del pasado, con otras disciplinas y con otras comunidades científicas. He aquí tres ejemplos más desarrollados.
1. La venta de gafas se revolucionó por la invención de –lógicamente– la imprenta
La revolución Gutenberg abarató los libros y empezó a democratizar el conocimiento, pero además revolucionó la industria de los anteojos
Del desierto libio a las estanterías de libros, la relación entre el descubrimiento del vidrio en aquel territorio y la historia de la literatura están más ligadas de lo que parece. Desde las arenas de Libia, la sustancia se condujo hasta el Imperio Romano. Ya en 1204 un grupo de fabricantes de vidrio turcos se instalaron en Venecia, pero los fuegos que empleaban para crear ornamentos de cristal solían incendiar sus casas de madera, así que fueron destinados a la Isla de Murano (una especie de Silicon Valley del cristal, donde se revolucionaron las técnicas gracias a la cooperación). Los monjes comenzaron a emplear vidrios como lupas para leer los textos que estudiaban.
 En el norte de Italia se crearon las roidi da ogli (discos para los ojos), las primeras gafas tal y como las conocemos. En aquella época la gente tenía los mismos problemas con la vista que ahora (o más), pero las hipermetropías no interferían en su día a día. Hasta que la imprenta de tipos móviles de Gutenberg entró en escena en la década de los cuarenta del siglo XV. Es evidente que la revolución Gutenberg abarató los libros y empezó a democratizar el conocimiento, pero además revolucionó la industria de los anteojos: hasta ese momento eran inaccesibles, un símbolo de estatus, pero se empezaron a buscar vías para abaratarlos. Esas nuevas ideas reorientaron todo el conocimiento: si alguien no hubiera descubierto esos cristales en Libia, el Renacimiento podría haberse demorado muchísimo más.
2. Cómo el aire acondicionado reinventó el partido conservador estadounidense
Los trabajadores de las imprentas de Brooklyn no podían ni respirar en sus largas jornadas veraniegas. Incluso la tinta se corría y arruinaba las páginas.
 Hasta que el dueño de una de esas imprentas llamó a un tal Willis Carrier para que construyera un gran deshumidificador. 
No sólo logró que las páginas salieran intactas, sino que los trabajadores no salían de la planta ni para almorzar. Aquel primer artefacto evolucionó hasta los aires acondicionados de más fácil manejo, que tomaron la forma que ahora conocemos poco después de la Segunda Guerra Mundial.
 El invento provocó una emigración inesperada hacia las ciudades más cálidas del sur del país. Y con esos hombres, en muchos casos jubilados conservadores, se fueron sus votos también. 
Y aquí Johnson elabora la improbable teoría: fueron esos votos los que ayudaron al ascenso de Ronald Reagan en los ochenta.
 Aquel impresor, incluso sin quererlo, contribuyó a la victoria del Partido Republicano y, por extensión, a algunas de las políticas más nefastas de los gobiernos tanto del presidente ex-actor como de la familia Bush.
 En otro orden de cosas, también ayudó a crear lo que se ha convertido casi en un subgénero cinematográfico: el blockbuster estival (hasta que los cines tuvieron aire acondicionado, no demasiada gente ansiaba meterse en una sala para ver una película). Quizás las comedias veraniegas o las películas de acción más taquilleras no gozarían de tanta popularidad.
3.- Cómo los esquimales colaboraron en la invención de las barritas de merluza congelada
El naturalista Clarence Birdseye entendió que los productos congelados al instante guardaban mucho mejor el sabor que los congelados por otros procedimientos
El naturalista Clarence Birdseye observaba con mandíbula castañeante cómo los esquimales Inuit de Labrador (Canadá) pescaban haciendo un boquete en los lagos helados.
 Cuando el pez picaba y el pescador lo atraía hacia el exterior, el aire lo congelaba de forma inmediata, incluso antes de introducirlo en la cesta. Poco después, entendió que los productos congelados al instante guardaban mucho mejor el sabor que los congelados por otros procedimientos. Pero, al margen de saber cómo desarrollar la tecnología que le permitiera esa congelación express, necesitaba también algún modo de volver todo eso rentable.
La solución llegó observando el funcionamiento en serie de las fábricas de automóviles.
Aún ahora las secciones de congelados de los supermercados ofrecen estanterías enteras de productos con su apellido como marca.

Las columnas de don Manuel.......................................................... Víctor Núñez Jaime

Manuel Vicent publica 'Radical libre', una selección de sus columnas dominicales en EL PAÍS.

 

El escritor Manuel Vicent.

Manuel Vicent (Castellón, 1936) afirma que no tiene “capacidad de análisis.”
 Así que por eso —y no por otra cosa— se esfuerza por entregarle todos los domingos a los lectores de EL PAÍS alguna metáfora que sea “una síntesis imaginativa que condense muchas ideas, de la vida o de la actualidad, con la intención de entrar en la inteligencia de la gente por la puerta de atrás.” Quiere, sobre todo, que las 300 palabras de su columna sean, en el lado derecho de la última página, un fogonazo que sorprenda.
 “Para mí una columna perfecta es aquella que es leída completa, que te atrapa desde el inicio y que, al final, da un giro que hace que veas las cosas desde otro punto de vista”, dice. La debutante editorial Círculo de Tiza publica ahora uan selección de esos textos bajo el título Radical Libre, como el testimonio de alguien que, “adonde quiera que vaya, nunca tiene cobertura y por tanto permanece incontaminado, a salvo de cualquier basura mediática.”
El escritor que estudió Derecho y es un asiduo visitante de las galerías de arte, habla una mañana de sol tímido, frente a una taza de café.
 Cada tanto, mientras recuerda o explica, ríe, levanta las cejas y arruga la frente
. Comenzó a leer los periódicos “en serio” a los 17 años, cuando eran un puñado de hojas podadas y maquilladas por la censura franquista.
 Al llegar a Madrid, en 1960, no encontró en la prensa de la capital rasgos claros que la diferenciaran de la de Valencia, pero los artículos literarios atraparon su atención.
 En un Madrid “de bulevares, acacias, tranvías y funcionarios que se levantaban a las 11”, no tardó en insertarse en las tertulias del Café Gijón, lleno de cómicos, periodistas y jueces, hasta que hace 12 años decidió dejar de ir.
“Porque ya no me aportaba nada y un día dejé de pisar el Café como quien deja el tabaco. Simplemente ya no me apeteció envejecer en público frente a un ventanal”, arguye ahora.
“Para mí una columna perfecta es aquella que es leída completa, que te atrapa desde el inicio y que, al final, da un giro que hace que veas las cosas desde otro punto de vista”
Un día de 1966, poco después de haber ganado el Premio Alfaguara por su novela Pascua y naranjas, fue a la redacción del diario Madrid a visitar a un amigo.
 “Mándame algo”, le dijo éste.
Y lo que Vicent mandó fue un artículo sobre el ocaso del dictador portugués Antonio de Oliveira Salazar. “Para entonces Fraga había quitado las alambradas pero había dejado el campo sembrado de minas
. Dentro de todo, había cierta libertad porque ya no teníamos que decir obligatoriamente algo a favor de la dictadura
. Yo escribía en la tercera página, la más crítica del periódico, donde había que decir las cosas con claves, todo de manera indirecta, solicitando la complicidad del lector.
 Eso te permitía depurar el estilo, en el sentido de hacerte elusivo, ser irónico, hacer metáforas.” Con el estilo periodístico pulido, de las páginas internacionales pasó a hacer una columna literaria y luego, hasta el último día de existencia de aquel diario, se encargó de la crítica de arte. Entonces llegó a la revista Hermano Lobo, “donde el humor permitía decir varias cosas.
 Después escribí en Triunfo, había que escribir sobre algo externo pero que tuviera una interpretación interna y el lector leía entre líneas y era así un aliado.”
Para el también novelista, autor Tranvía a la Malvarrosa o La novia de Matisse, el periodismo es el género literario del siglo XX. “Porque casi todos los escritores del siglo XX han pasado por los periódicos. Azorín, que no hizo más que artículos, es un gran literato. Unamuno, Pla, Camba, González Ruano, Cunquiero… todos publicaron primero en los periódicos. Al articulismo se llegaba desde fuera.
 Los escritores bajaban a los periódicos y gracias a eso comían, porque no podían vivir de sus novelas y el periódico se convertía en un escaparate y una correa de transmisión del pensamiento literario.”
Manuel Vicent llegó a EL PAÍS para hacerse cargo de las crónicas parlamentarias. “Juan Luis Cebrián quería darle un énfasis especial a esto porque se trataba de las primeras Cortes democráticas, las que definirían la España actual. La crónica parlamentaria era ya una gran tradición literaria. Azorín lo había hecho, Josep Pla, Julio Camba… todos habían pasado por el congreso como quien pasa por el circo.
 Y luego me tocó a mí.” Fueron esas crónicas las responsables de que los lectores comenzaran a seguir su trabajo.
 Luego haría crónicas, reportajes, entrevistas, perfiles (“mis daguerrotipos”) y una columna dominical.
Las columnas de don Manuel son unas píldoras que dicen mucho en pocas palabras.
 Cuenta el cineasta y novelista Manuel Gutiérrez Aragón en el prólogo de Radical Libre que los domingos empieza a leer EL PAÍS por la última página porque admira “la concisión y la síntesis de esos textos.
 Me viene a la mente la prosa densa y conceptual de Gracián. Una manera de mirar la fábrica del mundo, y de describir sus barrocos trampantojos
. Un mundo de todas maneras gozoso y digno de vivirse, en el caso de Vicent.”
Vicent —los ojos afilados, la barba de chivo bien recortada, las gafas de sol colgadas del cuello— dice que se levanta sobre las nueve de la mañana y va a comprar el periódico que lee mientras desayuna. Después, a eso de las once, se va a su estudio y se sienta frente al ordenador.
“Sólo por estar sentado, aunque no mueva una tecla, estoy trabajando. Bueno, yo como escritor, si es que soy escritor, considero que mientras estoy viviendo estoy trabajando
. Entonces, vuelvo, estoy frente al ordenador y, aunque no se me ocurra nada, que es lo normal, estoy trabajando.
 Me llaman o llamo por teléfono
. Si estoy escribiendo una novela y tengo algo para trabajarlo, lo hago. Si tengo que entregar algo al periódico, lo hago. Si no, pues… estoy mirando la pared de enfrente o leyendo.
 Después como con amigos y luego… a eso de las siete, me voy a tomar una copa.
 Cada mes tengo necesidad de largarme. Tengo siempre al lado de mi mesa una maleta a la que acaricio como a una perra y, de vez en cuando, ella misma me dice “¡larguémonos!”
 Y me largo.
O sea: que llevo una vida muy tranquila.”
Pero escribir para publicar los domingos requiere un esfuerzo.
“Es que, para entonces, los medios ya han machacado todo lo que ha sucedido durante la semana. Ese día, la gente lee el periódico en otra situación. Con tranquilidad, en casa, en una terraza. Sin buscar problemas.
 Cada lunes sale un bombazo, luego se va diluyendo y cuando llega el fin de semana hay que relajarse. Entonces uno tiene que agarrar algo que ha quedado en el aire y tratar de verlo de forma distinta.
 A veces se acierta y a veces no. Normal. Pero eso implica una responsabilidad. Porque, aunque es una columnita, está descaradamente puesta en la última página
. Para leerla no tienes necesidad de abrir el periódico y es casi seguro que la lean.”
 Así que por eso —y no por otra cosa— mientras escribe busca metáforas y buenos remates para sorprender al lector todos los domingos.

Un hogar en otros mundos...................................................... Carlos Boyero

No entiendo la jerga científica, que es abusiva, pero sí capto de qué va la historia.

Pues deberías Carlos deberías entender la jerga científica, que capto yo misma.

Tengo un problema grave con el género de ciencia-ficción
. También con la ciencia, a secas.
 Por estrechez de mente o por desidia siempre me pierdo o no comprendo cosas al parecer tan elementales y al alcance del cerebro de un niño como la física cuántica, los agujeros negros, la teoría del Big Bang, la teoría de la relatividad, e incluso la ley de la gravedad.
Por mucho empeño que pusiera me resultaban tediosos clásicos de la ciencia-ficción como Isaac Asimov y Arthur C. Clarke que aseguran son asequibles y apasionantes hasta para los profanos, mi hijo con 9 años o menos ya adoraba a Isaac Asimov.
. Amo, por supuesto, a Ray Bradbury. y sus Crónicas Marcianas, que maravilla.
 Porque es un poeta y también puede provocarme mucho miedo. Y al gran pionero Julio Verne, porque me cuenta aventuras.
Con el cine de ciencia-ficción me ocurre lo mismo. Dos de mis películas favoritas de la historia del cine son el primer Alien y Blade runner. Que una se desarrolle en una nave espacial y la otra en el mundo futuro no es lo que más me apasiona de ellas. Lo que me fascina es que me encuentro con una obra maestra del cine de terror y suspense y la otra es cine negro con aliento lírico.
INTERSTELLAR
Dirección: Christopher Nolan.
Intérpretes: Matthew McConaughey, Anne Hathaway, Jessica Chastain, Michael Caine, John Lithgow.
Género: ciencia-ficción. EE UU, 2014.
Duración: 169 minutos.
Interstellar, tal vez alentada por el éxito de Gravity, aquella tensa y agridulce aventura de astronautas perdidos y acorralados en el firmamento, supone otra lujosa apuesta de Hollywood para que los espectadores acudamos en masa a su propuesta de lo que puede ocurrir más allá de las estrellas.
 Pero no es ciencia-ficción aparatosa en la que el único protagonismo lo ejercen los efectos especiales
. La firma el prestigioso Christopher Nolan, que también ha escrito el guion junto a su hermano Jonathan. O sea, cine de autor con formato de gran espectáculo, cine que además de intentar deslumbrar con sus imágenes haga pensar y sentir. Nolan, que comenzó haciendo thrillers tan atractivos y perversos como Memento e Insomnio, demostró posteriormente ser un virtuoso rodando cine de gran presupuesto sin renunciar a su personalidad en las poderosas El truco final, Batman begins y El caballero oscuro
. Se me atragantó su tercer Batman y recuerdo la venerada Origen como una de las colitis mentales mas irritantes de los últimos años.
En Interstellar, como siempre, no entiendo la jerga científica, que es abusiva, pero sí capto de qué va la historia.
 En un futuro próximo, la Tierra ha sido devastada por las plagas y solo sobrevive con la agricultura del maíz en medio de continuas tormentas de polvo que amenazan con la agonía del planeta. Solución: encontrar planetas habitables en otras galaxias y trasladar allí al los casi desahuciados terrícolas.
Nolan cuenta la épica odisea de un piloto e ingeniero legendario junto a otros cientificos de la NASA en una misión cuyo éxito parece improbable, en la que se desconoce casi todo de lo que van a encontrar en el arriesgado camino
. La aventura está bien contada, no fatiga a pesar de sus tres horas de metraje.
 No me provoca ni frío ni calor, síntoma alarmante cuando los personajes se juegan la vida para salvar a la humanidad.
 Pero lo que a Nolan más le interesa es hablar con aliento poético de las relaciones paterno filiales (el viudo y desgarrado protagonista ha dejado a sus hijos en la tierra), las alteraciones del espacio y el tiempo, la devastadora separación de lo seres amados, los viejos fantasmas que acaban siendo reales. La temática es apasionante a condición de que el narrador logre tu íntima conexión con ella. No es mi caso.
 Siento respeto por esta película, pero no amor.