No existen los logros aislados. Todo invento brillante depende de pequeños avances graduales. Un nuevo libro los recoge.
Las mejores ideas no llegan con un sonoro “¡eureka!”
pronunciado por un genio aislado, ni con una bombilla providencial que
se posa encima de la coronilla de un sabio solitario, ni con una manzana
que cae en la cabeza de aquel científico iluminado (aunque muchos
defiendan esta última escena).
No tienen que ver con un rapto de ingenio
sino con una larguísima cadena de acontecimientos y, en definitiva, con
la colaboración entre muchos personajes que ni siquiera se conocen.
Eso defiende Steven Johnson, un científico y divulgador (editado en castellano por el sello Turner) que ha firmado diversos best sellers antes de publicar How we got to now,
en formato de libro y en una serie de seis entregas en la cadena PBS y
BBC
. Este tipo, fascinado por el caldo de cultivo de la colaboración en
centros tecnológicas actuales como Silicon Valley, defiende precisamente
que las mejores ideas siempre han surgido de la conversación entre
disciplinas remotas.
Tanto la serie como el libro se organizan a través de
seis grandes ideas: Higiene, Frío, Sonido, Tiempo, Cristal y Luz.
Johnson incluso bautiza su método de conexiones improbables: long-zoom approach to history
(enfocar los temas ampliando el zoom histórico) y lo explica con
conceptos de la Teoría del Caos como el popularísimo Efecto Mariposa
(una mariposa agita sus alas en China y esa acción desencadena una línea
de fenómenos que acaban por desatar una tormenta de arena en el
Sahara).
El libro afirma que el desarrollo de la higiene personal desde finales del siglo XIX condujo a los campeonatos profesionales de skate
Algunos ejemplos del libro que muestran esta mecánica
de la innovación: el desarrollo de la higiene personal desde finales del
siglo XIX condujo a los campeonatos profesionales de skate, la
invención del neón no sólo influyó en la construcción de ciudades del
juego libre como Las Vegas sino también en el arte y en la arquitectura
posmoderna, y no existirían las tablets si Galileo no hubiera planteado
el reloj de péndulo.
Es más, tampoco habría sido posible una Revolución
industrial si no se pudiera organizar el horario tanto de las fábricas
como de las entregas de los pedidos.
La lista de casos que brinda Johnson es más que
exuberante, tanto como su habilidad para la conexión.
La expansión de
Hitler, por citar otro, habría sido mucho menos megalómana sin la
invención del micrófono ya que no se habría podido dirigir a audiencias
de más de mil personas
. Alguno podría objetar aquí la existencia de
Carlomagno o Napoleón, a lo que Johnson contesta, quizás sin mucho
éxito, que ellos usaban la reverberación de catedrales, cuevas y teatros
de ópera.
Y los escáneres de ultrasonidos desarrollados después del
desastre del Titanic conspiraron poco después con la política de un solo
bebé de China para decantar la balanza a favor del género masculino.
En definitiva, How We Got to Now es un elogio
a la cooperación entre campos de conocimiento y empresariales. Gracias a
ese trabajo interdisciplinar, un ingeniero ferroviario como William F.
Allen promovió las cuatro zonas horarias estadounidenses en 1880 para
que los viajes en tren por todo el país fueran menos caóticos.
La
ausencia de esa colaboración provocó, por ejemplo, el fracaso del
parisino Edouard-Leon Scott de Martinville, que inventó el
fonoautógrafo, una máquina que grababa sonido dos décadas antes de que
Thomas Edison inventara el fonógrafo
. El problema es que grababa el
audio pero no lo podía reproducir. Según Johnson, con un equipo de
colaboradores o un mayor contacto con otras comunidades científicas su
invento habría tenido un gran éxito
. Eso es, en definitiva, lo que
defiende el libro: desestimar la idea del científico loco en su
habitación y fomentar la colaboración con otras tradiciones del pasado,
con otras disciplinas y con otras comunidades científicas. He aquí tres
ejemplos más desarrollados.
1. La venta de gafas se revolucionó por la invención de –lógicamente– la imprenta
La revolución Gutenberg abarató los libros y
empezó a democratizar el conocimiento, pero además revolucionó la
industria de los anteojos
Del desierto libio a las estanterías de libros, la
relación entre el descubrimiento del vidrio en aquel territorio y la
historia de la literatura están más ligadas de lo que parece. Desde las
arenas de Libia, la sustancia se condujo hasta el Imperio Romano. Ya en
1204 un grupo de fabricantes de vidrio turcos se instalaron en Venecia,
pero los fuegos que empleaban para crear ornamentos de cristal solían
incendiar sus casas de madera, así que fueron destinados a la Isla de
Murano (una especie de Silicon Valley del cristal, donde se
revolucionaron las técnicas gracias a la cooperación). Los monjes
comenzaron a emplear vidrios como lupas para leer los textos que
estudiaban.
En el norte de Italia se crearon las roidi da ogli
(discos para los ojos), las primeras gafas tal y como las conocemos. En
aquella época la gente tenía los mismos problemas con la vista que ahora
(o más), pero las hipermetropías no interferían en su día a día. Hasta
que la imprenta de tipos móviles de Gutenberg entró en escena en la
década de los cuarenta del siglo XV. Es evidente que la revolución
Gutenberg abarató los libros y empezó a democratizar el conocimiento,
pero además revolucionó la industria de los anteojos: hasta ese momento
eran inaccesibles, un símbolo de estatus, pero se empezaron a buscar
vías para abaratarlos. Esas nuevas ideas reorientaron todo el
conocimiento: si alguien no hubiera descubierto esos cristales en Libia,
el Renacimiento podría haberse demorado muchísimo más.
2. Cómo el aire acondicionado reinventó el partido conservador estadounidense
Los trabajadores de las imprentas de Brooklyn no
podían ni respirar en sus largas jornadas veraniegas. Incluso la tinta
se corría y arruinaba las páginas.
Hasta que el dueño de una de esas
imprentas llamó a un tal Willis Carrier para que construyera un gran
deshumidificador.
No sólo logró que las páginas salieran intactas, sino
que los trabajadores no salían de la planta ni para almorzar. Aquel
primer artefacto evolucionó hasta los aires acondicionados de más fácil
manejo, que tomaron la forma que ahora conocemos poco después de la
Segunda Guerra Mundial.
El invento provocó una emigración inesperada
hacia las ciudades más cálidas del sur del país. Y con esos hombres, en
muchos casos jubilados conservadores, se fueron sus votos también.
Y
aquí Johnson elabora la improbable teoría: fueron esos votos los que
ayudaron al ascenso de Ronald Reagan en los ochenta.
Aquel impresor,
incluso sin quererlo, contribuyó a la victoria del Partido Republicano
y, por extensión, a algunas de las políticas más nefastas de los
gobiernos tanto del presidente ex-actor como de la familia Bush.
En otro
orden de cosas, también ayudó a crear lo que se ha convertido casi en
un subgénero cinematográfico: el blockbuster estival (hasta que
los cines tuvieron aire acondicionado, no demasiada gente ansiaba
meterse en una sala para ver una película). Quizás las comedias
veraniegas o las películas de acción más taquilleras no gozarían de
tanta popularidad.
3.- Cómo los esquimales colaboraron en la invención de las barritas de merluza congelada
El naturalista Clarence Birdseye entendió que
los productos congelados al instante guardaban mucho mejor el sabor que
los congelados por otros procedimientos
Cuando el pez picaba y el pescador lo atraía hacia el exterior, el aire lo congelaba de forma inmediata, incluso antes de introducirlo en la cesta. Poco después, entendió que los productos congelados al instante guardaban mucho mejor el sabor que los congelados por otros procedimientos. Pero, al margen de saber cómo desarrollar la tecnología que le permitiera esa congelación express, necesitaba también algún modo de volver todo eso rentable.
La solución llegó observando el funcionamiento en serie de las fábricas de automóviles.
Aún ahora las secciones de congelados de los supermercados ofrecen estanterías enteras de productos con su apellido como marca.
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