Un Blues

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Del material conque están hechos los sueños

28 oct 2014

La madurez conquista el mercado de la cosmética............................................................ Leticia García

Intérpretes veteranas que no se resisten al envejecimiento inundan un ámbito que se les resistía.

 

Las actrices Helen Mirren y, a la derecha, Tilda Swinton. / CORDON PRESS

Fue elegida en una encuesta realizada entre más de 9.000 clientes.
 Para ellos, es la mezcla perfecta entre inteligencia, madurez y glamour.
 A los 69 años, Helen Mirren acaba de firmar su primer contrato con una firma cosmética.
 La actriz será el nuevo rostro de L’Oreal, un puesto que han ocupado modelos y actrices de todos los rangos de edad. De Karlie Kloss (22) a Inès de la Fressange (57), de Blake Lively (27) a Jane Fonda (76). Al fin y al cabo, cada producto cosmético va enfocado a una determinada generación.
 Y al mercado no se le escapa que debe representarlos a través de iconos de belleza diversos.
Sin embargo, la tendencia de que celebridades de cierta edad sean imagen de marcas cosméticas es relativamente reciente.
 Hace una década, Isabella Rossellini, imagen de Lancôme durante más de diez años, admitía públicamente que fue despedida por la firma al sobrepasar los cuarenta (la actriz y modelo tenía 41). Otras empresas cosméticas, como Nivea, se enfrentaban el pasado verano a la opinión pública: la modelo Cindy Joseph, de 62 años, fue la elegida para anunciar su crema antiarrugas.
 Hasta ahí bien, si no fuera porque el Photoshop le restó más de veinte años a su rostro.
Jessica Lange, como imagen de línea de maquillaje de Marc Jacobs.
La industria de la moda lleva varias temporadas contratando a modelos de más de sesenta años.
 La enorme popularidad del blog Advanced Style, que retrata a sofisticadas mujeres de la tercera edad, caló en firmas y diseñadores
. En 2012, Jacky O’Shaughnessy (62) anunciaba las sudaderas de American Apparel bajo el lema “Lo sexy no tiene fecha de caducidad” y la bailarina Jacqueline Murdock (82) protagonizaba la campaña de otoño de Lanvin. Aquel año, dos modelos, Carmen dell’Orifice (83) y Daphne Selfe (86) vieron cómo renacía su fama y lucieron canas en campañas, pasarelas y portadas de revistas.
 A la moda le encantan los extremos: o recibe quejas por recurrir a modelos menores de edad o decide centrar su imagen en maniquís que están más cerca de la edad de jubilación.
La propia Mirren aparecía en la publicidad que la cadena Marks and Spencer lanzaba el pasado verano junto a otros rostros femeninos de generaciones y procedencias dispares, como la artista Tracey Emin o la modelo Karen Elson.
 Por su parte, Catherine Deneuve, musa eterna de Yves Saint Laurent, es hoy imagen de Louis Vuitton y la exeditora de Harper's Bazaar, Linda Rodin, es la protagonista del catálogo de otoño de la firma The Row.
Ahora los rostros maduros inundan un ámbito que se les resistía, el de la cosmética
. Justo cuando la nueva imagen de René Zellweger ha logrado que medio mundo esté hablando sobre la presión que sufren las actrices frente al paso del tiempo, las empresas dedicadas a la belleza contratan a intérpretes veteranas, mujeres que no se resisten al envejecimiento ni niegan sus arrugas.

Mientras Helen Mirren acapara la publicidad de L’Oreal, Jessica Lange (65) ejerce como imagen de la flamante línea de maquillaje de Marc Jacobs o los rasgos andróginos de Tilda Swinton (53) protagonizan la nueva campaña de Nars, un rol que la temporada pasaba ocupaba Charlotte Rampling (68).
“No soy perfecta y nunca lo fui, pero siempre he tenido buen aspecto y me enorgullece seguir teniéndolo”, afirma Mirren en el comunicado oficial de su nombramiento
. Quizá la industria cosmética esté empezando a apreciar lo que no valora Hollywood, la madurez. Tal vez este sea el inicio de una era en la que las cremas antiarrugas dejarán de ser anunciadas por jóvenes que no han tenido tiempo de sufrirlas y las mujeres que las llevan con dignidad les tomarán el relevo.
 Solo falta que este mercado comience a llamar a las cosas por su nombre, y deje de asociar a sus productos el calificativo de “anti-edad”.
 Al fin y al cabo, sus nuevas protagonistas no niegan el paso del tiempo, asumen la calidad de lo vivido.

En la fábrica de Óskar Schindler.................................................................................................Tereixa Constenla |


ImageAlgunos de los trabajadores judíos salvados por Óskar Schindler. / T. C.
Alguien pensó que los presos querrían escribir a sus familiares y amigos y ordenó preparar postales acuñadas en Dachaulager, Mathausenlager y Auschwitzlager
. O acaso pensó que enviar aquellas letras ayudaría a dar la imagen de normalidad que durante un tiempo intentó alimentar el régimen nazi antes de quitarse la máscara por completo.
Algunas se pueden leer en la vieja fábrica de Óskar Schindler, hoy reconvertida en un espacio de memoria donde se puede ver la exposición permanente
 Cracovia bajo la ocupación nazi.
No busquen la película en ella.
 Schindler y su esposa, Emilie, cómplice en la peligrosa tarea de salvar trabajadores judíos, ocupan un espacio mínimo en la muestra, aunque se conservan el despacho del empresario con el mapa de Europa con los nombres en alemán, alguna maquinaria y la entrada principal.
 Bajo el dominio comunista, la fábrica de la calle Lipowa número 4 se dedicó a otros quehaceres productivos
. Su conversión en un espacio histórico donde revivir los hechos -y también la vida cotidiana- bajo la ocupación alemana, entre 1939 y 1945, es relativamente reciente (2010) y deudora del éxito de la película de Steven Spielberg.
Junto a la historia están los aspectos más corrientes del día a día: la vendedora de cerezas de la Plaza Rinek (rebautizada como plaza Adolfo Hitler) que sonríe a sus uniformados clientes germanos, el judío afeitado en la calle por divertidos soldados, la reproducción de una barbería, los carteles con las normas del nuevo estado, las ropas, las fotos, los testimonios y el gueto
. El exterminio acabó con más de 60.000 judíos de Cracovia, que vivían alrededor del barrio Kazimierz, hoy convertido en zona de moda donde abundan los cafés, los restaurantes, las galerías y los lugares de diversión.
 Y donde hoy se realza la etiqueta histórica aunque sólo sea ya de cartón-piedra: apenas hay judíos en Cracovia.
La ocupación nazi dio señales de crueldad desde el principio: en 1939 arrestaron a más de un centenar de profesores de la Universidad Jagiellonian por desafiar sus normas, que fueron liberados tras pasar por varios campos
. Lo peor, como sabemos ahora, estaba por venir.
 Los judíos vieron poco a poco restringidas sus libertades y sus derechos.
 En 1941 fueron confinados en un gueto durante dos años. Roman Polanski, uno de ellos, tenía entonces ocho años.
 Recuerda los primeros días de normalidad (la gente seguía casándose y haciendo celebraciones) y el paulatino régimen de terror y carestía impuesto por los alemanes.
 De su propia experiencia se sirvió para rodar la adaptación cinematográfica El pianista, localizada en el gueto de Varsovia
 . Los alemanes prepararon un campo poco conocido, Plaszów, a pocos kilómetros de la fábrica de Schindler.
 Antes del final de la guerra decidieron -y en este caso ejecutaron- un proceso sistemático de barrido de pruebas de sus crímenes.
Los cadáveres enterrados de presos fueron exhumados y quemados.
Se destruyeron todos los barracones.
 Hoy queda sólo un edificio donde entonces estaban dependencias administrativas, habilitado como bloque de viviendas.
 El área es una zona de esparcimiento de los habitantes de Cracovia.
 Los corredores ignoran que pisan un campo de cenizas humanas.

Nueve escritores que supieron vestir...................................................................... Miqui Otero

Hay escritores capaces de apelar a la introspección con sus palabras a la vez que dominan la imagen con sus prendas. Como estos.

William Burroughs en 1968 / cordon press

Los novelistas tienen fama de desastrados, de tener una nula capacidad para lo pragmático que los convierte en seres que pasean con lamparones en la camisa y tejanos roídos, de ser especímenes que parecen haber sido asesorados por un mayordomo daltónico. 
Y, sin embargo, existe una larga lista de autores que cuidan tanto su vestuario como su prosa o que, al menos, pasarán a la historia por una prenda característica.
De hecho, la novelista Donna Tartt, siempre impoluta y con una elegancia glacial, será la encargada de confeccionar la próxima lista de mejor vestidos en la revista Vanity Fair
 . Muchos otros no llegan a tanto, pero al menos son plenamente conscientes de qué ropa llevan.
 Uno de los más refinados, Gay Talese, escribió: “Muchos periodistas y autores visten de forma muy pobre.
 Cuando mueran, alguien les pondrá un bonito traje y los meterá en una caja. Si se visten bien para su muerte, ¿por qué no se visten un poco mejor mientras están vivos?”
. He aquí una lista de autores con vestuarios icónicos.
 Personas que quizás porque pasan muchísimas horas tecleando en pijama, sin salir de casa, se esfuerzan más en endomingarse cuando llega el momento de entrar en contacto con la civilización.

Gay Talese

Gay Talese el pasado año en Nueva York / Cordon Press
Hijo de sastre, segunda generación de una familia que ya se dedicaba a ello en Italia, su progenitor se consideraba un artista con aguja e hilo, y de madre modista, el as del Nuevo Periodismo vistió traje a medida desde que le salieron los dientes de leche.
 De hecho, en su texto Orígenes de un escritor de no ficción, incluido en la edición de Retratos y encuentros editada por Alfaguara, reconoce que aprendió a escribir en la tienda de ropa que regentaba su mamá:
 “Mi tratamiento de la investigación y del relato se había desarrollado a partir de la tienda de la familia: las damas enguatadas de blanco que tomaban asiento en las butacas de cuero rojo, embebidas en paliques de mitad de tarde…”. Interesado en los trapos desde la preadolescencia, inspirado en películas como Casablanca o La Dolce Vita, es un apologeta de los trajes Brioni y también recuerda con cariño aquel Brook Brothers que compró en Nueva York en 1953
. De prosa tan pulcra como su vestimenta, ni un adjetivo de más, ni unos gemelos aparatosos, son recurrentes en su dieta sartorialista los trajes de tres piezas, las camisas de corredores de bolsa de los ochenta o de gángsters durante la Ley Volstead (rayadas pero con el cuello blanco) y sus sombreros Fedora de ala tolerablemente ancha.

Tom Wolfe

Tom Wolfe en los años setenta / Cordon Press
Amigo y versión manierista de Talese, en lo estilístico y tanto en sus libros como en su armario, Tom Wolfe es El Hombre del Traje Blanco, aunque antes lo vistiera Mark Twain. El Bárbaro del Nuevo Periodismo ha ido añadiendo complementos a su apuesta (bombín, bastón, capa, brogues bicolores) hasta abrazar un punto de no retorno que a menudo coquetea con la imagen que uno tendría de un tío abuelo algo lunático.
 En Ponche de ácido lisérgico, entra en contacto con los hippies ultracoloristas seguidores de Ken Kesey y estos le miran con cierta suspicacia, pese a que justo ese día no lleva su uniforme de duque blanco:
 “Te aseguro que allá en Nueva York, Black Maria, me consideran casi un dandy.
 Pero al parecer una chaqueta azul de seda y una gran corbata con dibujo de payasos y un… un… un par de lustrosos mocasines negros no se ajustan demasiado al modelo aceptable para los drogatas de San Francisco”
. Ojo con meterte con el vestuario de Wolfe, así se las gasta con su pluma venenosa.
 Como aquel personaje de Agatha Christie, se solivianta más por una mota de polvo en la gabardina que por un balazo en el pecho.

Oscar Wilde / Saki

Oscar Wilde con abrigo de piel y bastón
La literatura dandi merece un capítulo propio para sus dos mejores profetas de finales del siglo XIX. Wilde, que dijo que es el estilo y no la sinceridad lo que realmente importa, que vestía capas y abrigos forrados con piel de conejo, que dotaba a sus anillos de un significado oculto y que tenía un código cifrado para sus corbatines, era tan dandi que quiso pagar el taxi que lo llevó a la comisaría.
 Y Saki, quizás algo menos conocido pero igualmente talentoso y con un don innato para el aforismo demoledor y las reflexiones sobre corbatas de seda, escribió diálogos como el que sigue: “La moda imperante es creer en el cambio perpetuo, la mutabilidad y todas esas cosas; y decir que sólo somos una forma mejorada del mono primigenio. Imagino, claro está, que suscribe usted esa doctrina. / La considero claramente prematura; en la mayoría de personas que conozco, el proceso dista mucho de haberse completado”. 
Siempre soltaba lindezas como ésa embutido en sus camisas con cuello postizo redondeado con pasador y sus chalecos de formas geométricas en blanco y negro.

William Burroughs

William Burroughs en 1989 / Cordon Press
Versión maligna del look Talese, el escritor beat difícilmente salía de casa sin su traje tres piezas, su Fedora o su abrigo Chesterfield con el cuello vuelto forrado de piel de mamífero, a veces también con un dignísimo Crombie
. Debatiéndose según la época entre las gafas de pasta negra y las de alambre con montura de pera, pasará a la historia por otro accesorio: en muchísimas fotografías posa con un arma de fuego, que refuerza el contraste entre su elegancia y su vocación provocadora.

Hunter S. Thompson

Hunter S. Thompson y el político George McGovern en 1972 / Cordon Press
A medio camino entre el aspecto de un jubilado de paseo por Tampa y el de un adolescente en el Primavera Sound, el look Miedo y asco en Las Vegas del periodista gonzo es uno de los más reconocibles de los novelistas del siglo XX: gafas de pera con lunas tintadas color ámbar, cigarrillo con boquilla prendido de la comisura, camisas hawaianas, cadenas al cuello…
 Aunque también sentía cierto amor por los pantalones comando, los cuellos de camisa con elefantiasis, las pistolas, las gorras y los sombreros de cowboy.

Jonathan Ames

Jonathan Ames en 2009 en Nueva York / Cordon Press
Tanto Jonathan Ames, el novelista, como Jonathan Ames, el personaje de la serie de la HBO Bored To Death, tienen un lugar privilegiado en esta lista.
 Al fin y al cabo, el escritor neoyorquino siempre escribe sobre su vida, hasta tal punto que dijo aquello de: “Debería perseguirme por difamación y plagio”. 
En la novela ¡Despierte, señor!, editada en España por Principal de los libros, incluso elabora una lista con sus ocho americanas favoritas, citando tanto a Gogol como a los Brook Brothers. Su favorita: “Americana de verano a cuadros escoceses verdes y azules, de Harry Ballard de Princeton, adquirida en 1984.
 Necesita frecuentes viajes a la tintorería y parece retener la sudación de forma despiadada, pero puede resultar tremendamente encantadora”.

Juan Marsé

Juan Marsé el día que ganó el Premio Cervantes, en 2008 / Cordon Press
Marsé sería el primer sorprendido, no necesariamente para bien, con su inclusión en esta lista. Y sin embargo, a veces una fotografía basta para que una prenda de ropa sea de lo más elocuente
. En concreto, esa fotografía de Marsé en su taller con una camiseta imperio, de tirantes. En las letras españolas no abundaban escritores de clase trabajadora y por eso es relevante que el creador del pijoparte posara con una prenda como aquella.
 Es más, aunque no sea el gran dandi del Carmelo, sí tenía una mirada especialmente entrenada para clavar las descripciones de la vestimenta, como en la escena del baile de Últimas tardes con Teresa: “El azar quiso este día adornarla con una sencillez casi dominguera (falda blanca y plisada, blusa azul de cello alto y ancho cinturan negro) que habría hecho juego con el ambiente de no ser por su lánguida melena de niña bien y su piel mimada por el sol del ocio”.

Gabriel García Márquez

Gabriel García Márquez recibiendo el Nobel de Literatura en 1982 / Cordon Press
Algo parecido sucede con el colombiano. 
De hecho, explica Xavi Ayén en la biografía coral Aquellos años del boom que Gabo solía vestirse con un mono de trabajo azul para concentrarse en la escritura.
 A veces olvidaba quitárselo y cuando caía la noche iba al cine de esa guisa.
 No le hacía ascos a las americanas ni a los botines pero, si aparece aquí, es por un gesto de lo más icónico: recogió el Premio Nobel vistiendo una guayabera, una prenda caribeña pocas veces lucida con tanto orgullo en un país tan gélido como Suecia. 
 Horas antes de la ceremonia, defendía su elección así: “Espero estar allí en guayabera. El traje obligatorio es el frac, pero aceptan que los hindúes vayan con su traje nacional
. Yo estoy dispuesto a demostrar que la guayabera es el traje nacional del Caribe
. Con tal de no ponerme el frac soy capaz de aguantarme el frío”.

J. P. Donleavy

El escritor neoyorkino J. P. Donleavy
Si existe eso que se conoce como escritor irlandés, el autor de El hombre de mazapán (Edhasa) lo encarnaría a pesar de haber nacido en Nueva York (se nacionalizó irlandés después de la Segunda Guerra Mundial). Bullanguero, siempre listo para la algarada y con una cabeza similar a la de una cerilla, altamente inflamable, destaca por sus trajes de tres piezas de tweed, tan complicados de vestir con éxito, y sus brogues encargados a medida
. Ahora, más tranquilo y retirado en una casa rural, ha relajado su apuesta y se deja ver con zapatos cómodos, chalecos de forro polar y un sombrero panameño que en sus años de juventud no habría tocado ni con un palo.

EXTRA: George Sand

La escritora francesa George Sand / Getty Images
Y, sin embargo, uno de los hombres mejor vestidos de la historia de las letras fue… una mujer.
 Y, sobre todo, fue uno de los seres humanos de una clase social acomodada con más valentía y más capacidad para abrazar cierta emancipación gracias a la ropa.
 George Sand, esa riot girl decimonónica, esa baronesa parisina que después de abandonar a su esposo decidió comenzar a vestirse como un hombre
. Un hombre muy elegante, de hecho. 
Esta prolífica amiga de Balzac y Flaubert perdió parte de sus privilegios, pero gracias a su apuesta frecuentó lugares vetados a las mujeres de la época. 

 

¿Por qué estamos aún en 'verano'?................................................................................... José Miguel Viñas


El pasado 18 de octubre se superaron los 30º en San Sebastián. / Javier Etxezarreta (EFE)

La palabra “veroño” –término que resulta de fusionar verano y otoño, y que escuché por primera vez hace algunos años a mi colega Mario Picazo– comienza a popularizarse, lo mismo que ha ocurrido con las ciclogénesis explosivas, que ya están en boca de todos.
 Las redes sociales, en particular Twitter, han sido las encargadas de propagar viralmente un término que resume el sentir general de los españoles en estos calurosos días de otoño que estamos viviendo.
El tiempo nos tiene acostumbrados a sus locuras.
 Las altas temperaturas en octubre no son cosa de ahora; ya las padecieron nuestros padres, abuelos y las generaciones anteriores.
No faltan en el refranero meteorológico dichos que aluden a los famosos “veranillos” del otoño
El más conocido es el de San Miguel (29 de septiembre), conocido también como el veranillo del membrillo, por ser hacia finales de septiembre cuando madura ese fruto, pero hay otros más que se localizan en fechas más tardías del calendario, como el veranillo de San Martín (11 de noviembre), “que tiene 3 días y fin”, y que supone una breve interrupción del frío que acontece en la época de la matanza.
Por lo anteriormente expuesto, cabría pensar que el calor de la última parte de octubre no es tan raro como pudiera parecer a primera vista y, de hecho, está dejando de serlo, tal y como certifican los registros meteorológicos de los últimos años.
 Los veranillos, entendidos como periodos esporádicos, de corta duración, en los que se alcanzan temperaturas por encima de la media de la época otoñal en que acontecen, están dando paso a otra cosa diferente: al citado veroño.
 El tiempo veraniego está ganándole la partida al otoñal durante la primera mitad del otoño astronómico, aquel que se extiende desde el equinoccio de septiembre hasta el solsticio de invierno o de diciembre
Y que siga que no me gusta nada nada el Frio.
Científicamente, puede afirmarse que tanto el otoño como la primavera se están difuminando, están perdiendo definición, adquiriendo cada vez unos tintes más veraniegos.
 No es algo observado solo en nuestro ámbito geográfico; se trata de un fenómeno a escala global, algo que encaja bien en la fase cálida actual del planeta.
Las altas temperaturas en octubre no son cosa de ahora; ya las padecieron nuestros padres, abuelos y las generaciones anteriores
Para entender porqué empiezan a ser frecuentes en España los días con temperaturas por encima de los 30 ºC en la segunda quincena de octubre, hay que hacer algunas consideraciones acerca de la dinámica atmosférica
. Lo normal en verano es que el aire frío de origen polar se retire hacia latitudes más altas, pasando a dominar sobre nuestro país las masas de aire cálido de origen subtropical, generadas por el gran “horno” sahariano.
 Los picos de calor típicos de la canícula tienen lugar como consecuencia de la invasión, desde el Sáhara hacia el norte, de “lenguas” de aire cálido (conocidas en Meteorología como dorsales), que abrazan en parte o en su totalidad nuestro país
. Cuando la situación es más persistente de lo habitual, tenemos lo que se conoce popularmente como una ola de calor.
Con la llegada del otoño, la reducción progresiva de la insolación en nuestro hemisferio induce cambios importantes en la circulación atmosférica. Lo normal es que el aire frío de origen polar comience a desbordar hacia el sur, limitando las incursiones hacia el norte del aire cálido subtropical. Cuando esto ocurre, empezamos a percibir el final del verano.
 Esta transición del verano al otoño no es suave, sino que viene caracterizada por grandes oscilaciones térmicas.
 Los veranillos a los que antes se hizo referencia son el resultado de las últimas resistencias del aire subtropical al incisivo aire polar, antes de que este gane definitivamente la batalla.

.
Este comportamiento, hasta hace poco anómalo, lo estamos disfrutando/padeciendo con relativa frecuencia en los últimos 10-15 años.

¿A qué es debida, entonces, la prolongación del tiempo veraniego durante la primera mitad del otoño, por todos percibida? Parece evidente que ese comportamiento es consecuencia del calentamiento global. Sus efectos son especialmente acusados en las regiones polares del Hemisferio Norte, donde la pérdida de hielo es una realidad, lo mismo que el ascenso que están experimentando allí las temperaturas.
Con este nuevo escenario, a la masa de aire frío de origen ártico o polar le lleva cada vez más tiempo alcanzar la suficiente entidad para desbordar hacia el sur de forma impetuosa, doblegando al aire cálido subtropical.
 Así las cosas, este último encuentra más facilidades que antaño para prolongar su estancia en nuestro país durante más días del otoño.
José Miguel Viñas (@divulgameteo) es presidente de ACOMET (Asociación de Comunicadores de Meteorología) y consultor de la OMM (Organización Meteorológica Mundial). Responsable de la web www.divulgameteo.es