Algunos de los trabajadores judíos salvados por Óskar Schindler. / T. C.
Alguien pensó que los presos querrían escribir a sus familiares y amigos y ordenó preparar postales acuñadas en Dachaulager, Mathausenlager y Auschwitzlager
. O acaso pensó que enviar aquellas letras ayudaría a dar la imagen de normalidad que durante un tiempo intentó alimentar el régimen nazi antes de quitarse la máscara por completo.
Algunas se pueden leer en la vieja fábrica de Óskar Schindler, hoy reconvertida en un espacio de memoria donde se puede ver la exposición permanente
Cracovia bajo la ocupación nazi.
Alguien pensó que los presos querrían escribir a sus familiares y amigos y ordenó preparar postales acuñadas en Dachaulager, Mathausenlager y Auschwitzlager
. O acaso pensó que enviar aquellas letras ayudaría a dar la imagen de normalidad que durante un tiempo intentó alimentar el régimen nazi antes de quitarse la máscara por completo.
Algunas se pueden leer en la vieja fábrica de Óskar Schindler, hoy reconvertida en un espacio de memoria donde se puede ver la exposición permanente
Cracovia bajo la ocupación nazi.
No busquen la película en ella.
Schindler y su esposa, Emilie, cómplice en la peligrosa tarea de salvar trabajadores judíos, ocupan un espacio mínimo en la muestra, aunque se conservan el despacho del empresario con el mapa de Europa con los nombres en alemán, alguna maquinaria y la entrada principal.
Bajo el dominio comunista, la fábrica de la calle Lipowa número 4 se dedicó a otros quehaceres productivos
. Su conversión en un espacio histórico donde revivir los hechos -y también la vida cotidiana- bajo la ocupación alemana, entre 1939 y 1945, es relativamente reciente (2010) y deudora del éxito de la película de Steven Spielberg.
Junto a la historia están los aspectos más corrientes del día a día: la vendedora de cerezas de la Plaza Rinek (rebautizada como plaza Adolfo Hitler) que sonríe a sus uniformados clientes germanos, el judío afeitado en la calle por divertidos soldados, la reproducción de una barbería, los carteles con las normas del nuevo estado, las ropas, las fotos, los testimonios y el gueto
. El exterminio acabó con más de 60.000 judíos de Cracovia, que vivían alrededor del barrio Kazimierz, hoy convertido en zona de moda donde abundan los cafés, los restaurantes, las galerías y los lugares de diversión.
Y donde hoy se realza la etiqueta histórica aunque sólo sea ya de cartón-piedra: apenas hay judíos en Cracovia.
La ocupación nazi dio señales de crueldad desde el principio: en 1939 arrestaron a más de un centenar de profesores de la Universidad Jagiellonian por desafiar sus normas, que fueron liberados tras pasar por varios campos
. Lo peor, como sabemos ahora, estaba por venir.
Los judíos vieron poco a poco restringidas sus libertades y sus derechos.
En 1941 fueron confinados en un gueto durante dos años. Roman Polanski, uno de ellos, tenía entonces ocho años.
Recuerda los primeros días de normalidad (la gente seguía casándose y haciendo celebraciones) y el paulatino régimen de terror y carestía impuesto por los alemanes.
De su propia experiencia se sirvió para rodar la adaptación cinematográfica El pianista, localizada en el gueto de Varsovia
. Los alemanes prepararon un campo poco conocido, Plaszów, a pocos kilómetros de la fábrica de Schindler.
Antes del final de la guerra decidieron -y en este caso ejecutaron- un proceso sistemático de barrido de pruebas de sus crímenes.
Los cadáveres enterrados de presos fueron exhumados y quemados.
Se destruyeron todos los barracones.
Hoy queda sólo un edificio donde entonces estaban dependencias administrativas, habilitado como bloque de viviendas.
El área es una zona de esparcimiento de los habitantes de Cracovia.
Los corredores ignoran que pisan un campo de cenizas humanas.
Schindler y su esposa, Emilie, cómplice en la peligrosa tarea de salvar trabajadores judíos, ocupan un espacio mínimo en la muestra, aunque se conservan el despacho del empresario con el mapa de Europa con los nombres en alemán, alguna maquinaria y la entrada principal.
Bajo el dominio comunista, la fábrica de la calle Lipowa número 4 se dedicó a otros quehaceres productivos
. Su conversión en un espacio histórico donde revivir los hechos -y también la vida cotidiana- bajo la ocupación alemana, entre 1939 y 1945, es relativamente reciente (2010) y deudora del éxito de la película de Steven Spielberg.
Junto a la historia están los aspectos más corrientes del día a día: la vendedora de cerezas de la Plaza Rinek (rebautizada como plaza Adolfo Hitler) que sonríe a sus uniformados clientes germanos, el judío afeitado en la calle por divertidos soldados, la reproducción de una barbería, los carteles con las normas del nuevo estado, las ropas, las fotos, los testimonios y el gueto
. El exterminio acabó con más de 60.000 judíos de Cracovia, que vivían alrededor del barrio Kazimierz, hoy convertido en zona de moda donde abundan los cafés, los restaurantes, las galerías y los lugares de diversión.
Y donde hoy se realza la etiqueta histórica aunque sólo sea ya de cartón-piedra: apenas hay judíos en Cracovia.
La ocupación nazi dio señales de crueldad desde el principio: en 1939 arrestaron a más de un centenar de profesores de la Universidad Jagiellonian por desafiar sus normas, que fueron liberados tras pasar por varios campos
. Lo peor, como sabemos ahora, estaba por venir.
Los judíos vieron poco a poco restringidas sus libertades y sus derechos.
En 1941 fueron confinados en un gueto durante dos años. Roman Polanski, uno de ellos, tenía entonces ocho años.
Recuerda los primeros días de normalidad (la gente seguía casándose y haciendo celebraciones) y el paulatino régimen de terror y carestía impuesto por los alemanes.
De su propia experiencia se sirvió para rodar la adaptación cinematográfica El pianista, localizada en el gueto de Varsovia
. Los alemanes prepararon un campo poco conocido, Plaszów, a pocos kilómetros de la fábrica de Schindler.
Antes del final de la guerra decidieron -y en este caso ejecutaron- un proceso sistemático de barrido de pruebas de sus crímenes.
Los cadáveres enterrados de presos fueron exhumados y quemados.
Se destruyeron todos los barracones.
Hoy queda sólo un edificio donde entonces estaban dependencias administrativas, habilitado como bloque de viviendas.
El área es una zona de esparcimiento de los habitantes de Cracovia.
Los corredores ignoran que pisan un campo de cenizas humanas.
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