Este verano ha encerrado un giro narrativo en la exuberante vida de
Alec Steinberg, adolescente estadounidense y fervoroso practicante de la
muy exclusiva moda de presumir de sus gastos en las redes sociales: su
padre le puso un límite de gastos en la tarjeta de crédito
. De poder fundirse la fortuna familiar, el joven —de ocupación desconocida— tenía que pasar a conformarse con 500.000 dólares (unos 380.000 euros), y con las vacaciones de por medio. “A lo mejor esto funciona”, sopesó el afectado en su cuenta de Instagram, donde incluso publicó un pantallazo del correo electrónico en el que se le notificaba el varapalo para hacer partícipes a sus seguidores de su desgracia.
Pero esas repercusiones siguen sin notarse: esa cuenta sigue poblada por fotos de la muñeca de Alec con relojes de marcas de lujo y precios estratosféricos, todos personalizados con alguna joya o algún detalle
. Y cada uno de ellos, claro, con un pie de foto igualmente campanudo.
“El nombre lo cambio según mi humor”, escribió bajo la imagen de un Rolex con su nombre incrustado en la pulsera.
Sin embargo, el detalle del límite en su tarjeta de crédito convierte a Alec Steinberg en el más humano de los suyos
. Esto es, de esa hipnótica tribu digital a la que se ha bautizado como Los niños ricos de Instagram: adolescentes de familias extraordinariamente adineradas que documentan en la red social el día a día de sus opulentas vidas, y sobre todo de sus descansos estivales por todo lo alto —aunque repasando sus imágenes, parece que están todo el año de vacaciones—. Unos presumen de fiestas en el yate de la familia, como hace Harry Brant, hijo de la supermodelo Stephanie Seymour y el empresario y coleccionista de arte Peter Brant.
Otros, de armas AK-47 bañadas en oro: es el caso de Tom Ierna, autoproclamado empresario nocturno de unos 20 años con raíces, obviamente, en una familia bien.
Mientras, Tiffany Trump, la hija del magnate neoyorquino, presume de sus viajes en avión en los más exclusivos asientos de primera clase o publica una imagen despidiéndose de las islas griegas desde su embarcación.
Y la lista continúa. A otros les gusta mostrar que sus cuentas en los restaurantes suman un valor de más de cien mil euros. Ezra William, estudiante de la Universidad de Nueva York, se ha despedido del verano —que ha pasado profesándole su amor a la marca de lujo Hermès— dándose un homenaje en forma de sesión de peluquería en Bali.
Y así, este siempre cambiante grupo de chavales con más ceros en la cuenta corriente que discreción llena Internet de viñetas de una vida que muchos creerían o esperarían que fuese ficción.
Y a ver quién tiene el mejor verano.
No son un grupo formado por ellos mismos gracias su evidente afinidad.
Los niños ricos de Instagram fueron el hallazgo de un grupo, que pide mantenerse anónimo, que bebió un par de copas de vino de más la noche del 13 de julio de 2012
. Con el espirituoso en sangre, empezaron a buscar en la red social fotografías que estuvieran etiquetadas bajo palabras como #yate o #mansión.
Lo que vieron, pura pornografía del derroche, les pareció tan gráfico que en el acto crearon un blog que reuniera todas las imágenes.
El nombre de ese bitácora bautizó a esos chicos ricos y con poco pudor, los que había entonces y los que vendrían después, que responden a este perfil.
Y su descomunal éxito demostraría hasta qué punto este tipo de vidas de indolente despilfarro atraen —y sacan del tedio cotidiano— al común de los mortales. Los usuarios les profesan odio y fascinación a partes iguales. Repulsa y anhelo. Una combinación de sentimientos encontrados tan extrema que lo difícil al final es apartar la mirada.
Al poco, ya no hacía falta ni buscar las fotos.
Los propios aspirantes, al ser percibidos como niños ricos de Instagram, etiquetan sus imágenes —en verano las playas, los yates y los jets privados son recurrentes— con el término #rkoi (iniciales de su nombre en inglés).
Y luego ya ni fue necesario buscarlos a través de sus distintos perfiles en las redes sociales.
Este año se han estrenado en Estados Unidos dos programas de telerrealidad: Rich kids of Beverly Hills, en el que cinco chavales exhiben sus vidas de descastado dispendio (de cenas de 300.000 dólares y bolsos de 15.000), y Rich kids of New York, en el que la misma fórmula se respeta religiosamente.
Su hueco, sin embargo, sigue siendo Internet, donde los protagonistas no son los humanos sino sus abultados gastos, sus lujosos caprichos y sus vacaciones de ensueño.
De esta forma, da igual saber que David Walcher es un adolescente que algún día heredará la marca de joyería que lleva su apellido.
Lo que importa es que este verano se ha comprado 600 quilates en diamantes y, sí, los has subido a Instagram.
Tampoco hace falta conocer a Joseph Adolph, un neoyorquino de 17 años.
Basta con saber que este verano, cuando no estaba paseando su BMW X3 por los exclusivos Hamptoms, estaba ganándose una American Express negra, una modalidad que indica que su dueño tiene 16 millones de dólares (algo más de 12 millones de euros) en bienes y que gana más de 1,3 al año.
Da igual quién sea o a qué se dedique Cole Schneider, solo importa que en su muñeca luce tres Rolex. Y así.
Es quizá representativo de la naturaleza del ser humano que a estos chavales les hayan salido imitadores. Jóvenes, sí, y ricos, y también presumen en Instagram, aunque con una diferencia: son gente que se ha ganado su fortuna. Alex Pod es quizá el más famoso de todos ellos: no llega a los 30 años pero ya tiene millones ganados con apuestas deportivas que exhibe en la red social de forma aún más ostentosa que los niños ricos originales.
“Hay que asegurarse de que se soborna a los pilotos de tu jet privado con un mínimo de 10.000 dólares”, anuncia en una foto cualquiera.
Pero hasta Pod parece uno de los niños ricos de Instagram comparado con Dan Bilzerian, otro millonario del juego (el póker, en este caso) al que le gusta fotografiarse con armas, mujeres en lencería y gatos.
En el delirio decadente que es su cuenta puede uno encontrar a las cabras que tiene por mascotas, por ejemplo, metidas en su Lamborghini con pañales para que no manchen.
Solo en ese mundo, el chico amante de los Rolex que se queda intrigado por tener un límite de 500.000 dólares en su tarjeta de crédito casi parece normal.
. De poder fundirse la fortuna familiar, el joven —de ocupación desconocida— tenía que pasar a conformarse con 500.000 dólares (unos 380.000 euros), y con las vacaciones de por medio. “A lo mejor esto funciona”, sopesó el afectado en su cuenta de Instagram, donde incluso publicó un pantallazo del correo electrónico en el que se le notificaba el varapalo para hacer partícipes a sus seguidores de su desgracia.
Pero esas repercusiones siguen sin notarse: esa cuenta sigue poblada por fotos de la muñeca de Alec con relojes de marcas de lujo y precios estratosféricos, todos personalizados con alguna joya o algún detalle
. Y cada uno de ellos, claro, con un pie de foto igualmente campanudo.
“El nombre lo cambio según mi humor”, escribió bajo la imagen de un Rolex con su nombre incrustado en la pulsera.
Sin embargo, el detalle del límite en su tarjeta de crédito convierte a Alec Steinberg en el más humano de los suyos
. Esto es, de esa hipnótica tribu digital a la que se ha bautizado como Los niños ricos de Instagram: adolescentes de familias extraordinariamente adineradas que documentan en la red social el día a día de sus opulentas vidas, y sobre todo de sus descansos estivales por todo lo alto —aunque repasando sus imágenes, parece que están todo el año de vacaciones—. Unos presumen de fiestas en el yate de la familia, como hace Harry Brant, hijo de la supermodelo Stephanie Seymour y el empresario y coleccionista de arte Peter Brant.
Otros, de armas AK-47 bañadas en oro: es el caso de Tom Ierna, autoproclamado empresario nocturno de unos 20 años con raíces, obviamente, en una familia bien.
Mientras, Tiffany Trump, la hija del magnate neoyorquino, presume de sus viajes en avión en los más exclusivos asientos de primera clase o publica una imagen despidiéndose de las islas griegas desde su embarcación.
Y la lista continúa. A otros les gusta mostrar que sus cuentas en los restaurantes suman un valor de más de cien mil euros. Ezra William, estudiante de la Universidad de Nueva York, se ha despedido del verano —que ha pasado profesándole su amor a la marca de lujo Hermès— dándose un homenaje en forma de sesión de peluquería en Bali.
Y así, este siempre cambiante grupo de chavales con más ceros en la cuenta corriente que discreción llena Internet de viñetas de una vida que muchos creerían o esperarían que fuese ficción.
Y a ver quién tiene el mejor verano.
No son un grupo formado por ellos mismos gracias su evidente afinidad.
Los niños ricos de Instagram fueron el hallazgo de un grupo, que pide mantenerse anónimo, que bebió un par de copas de vino de más la noche del 13 de julio de 2012
. Con el espirituoso en sangre, empezaron a buscar en la red social fotografías que estuvieran etiquetadas bajo palabras como #yate o #mansión.
Lo que vieron, pura pornografía del derroche, les pareció tan gráfico que en el acto crearon un blog que reuniera todas las imágenes.
El nombre de ese bitácora bautizó a esos chicos ricos y con poco pudor, los que había entonces y los que vendrían después, que responden a este perfil.
Y su descomunal éxito demostraría hasta qué punto este tipo de vidas de indolente despilfarro atraen —y sacan del tedio cotidiano— al común de los mortales. Los usuarios les profesan odio y fascinación a partes iguales. Repulsa y anhelo. Una combinación de sentimientos encontrados tan extrema que lo difícil al final es apartar la mirada.
Al poco, ya no hacía falta ni buscar las fotos.
Los propios aspirantes, al ser percibidos como niños ricos de Instagram, etiquetan sus imágenes —en verano las playas, los yates y los jets privados son recurrentes— con el término #rkoi (iniciales de su nombre en inglés).
Y luego ya ni fue necesario buscarlos a través de sus distintos perfiles en las redes sociales.
Este año se han estrenado en Estados Unidos dos programas de telerrealidad: Rich kids of Beverly Hills, en el que cinco chavales exhiben sus vidas de descastado dispendio (de cenas de 300.000 dólares y bolsos de 15.000), y Rich kids of New York, en el que la misma fórmula se respeta religiosamente.
Su hueco, sin embargo, sigue siendo Internet, donde los protagonistas no son los humanos sino sus abultados gastos, sus lujosos caprichos y sus vacaciones de ensueño.
De esta forma, da igual saber que David Walcher es un adolescente que algún día heredará la marca de joyería que lleva su apellido.
Lo que importa es que este verano se ha comprado 600 quilates en diamantes y, sí, los has subido a Instagram.
Tampoco hace falta conocer a Joseph Adolph, un neoyorquino de 17 años.
Basta con saber que este verano, cuando no estaba paseando su BMW X3 por los exclusivos Hamptoms, estaba ganándose una American Express negra, una modalidad que indica que su dueño tiene 16 millones de dólares (algo más de 12 millones de euros) en bienes y que gana más de 1,3 al año.
Da igual quién sea o a qué se dedique Cole Schneider, solo importa que en su muñeca luce tres Rolex. Y así.
Es quizá representativo de la naturaleza del ser humano que a estos chavales les hayan salido imitadores. Jóvenes, sí, y ricos, y también presumen en Instagram, aunque con una diferencia: son gente que se ha ganado su fortuna. Alex Pod es quizá el más famoso de todos ellos: no llega a los 30 años pero ya tiene millones ganados con apuestas deportivas que exhibe en la red social de forma aún más ostentosa que los niños ricos originales.
“Hay que asegurarse de que se soborna a los pilotos de tu jet privado con un mínimo de 10.000 dólares”, anuncia en una foto cualquiera.
Pero hasta Pod parece uno de los niños ricos de Instagram comparado con Dan Bilzerian, otro millonario del juego (el póker, en este caso) al que le gusta fotografiarse con armas, mujeres en lencería y gatos.
En el delirio decadente que es su cuenta puede uno encontrar a las cabras que tiene por mascotas, por ejemplo, metidas en su Lamborghini con pañales para que no manchen.
Solo en ese mundo, el chico amante de los Rolex que se queda intrigado por tener un límite de 500.000 dólares en su tarjeta de crédito casi parece normal.