Un Blues

Un Blues
Del material conque están hechos los sueños

14 mar 2014

No tengo edad... para hacer publicidad.............................................: Paloma Abad

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La semana pasada estuve cenando con una modelo. En una de estas conversaciones frugales que tienen lugar en la mesa, hablamos de su edad: "Tengo 25 años", me dijo, "Soy como la abuela de las modelos". No dudé en hablarle que gente muchísimo mayor que ella (más del doble de años, sin exagerar) estaba presente en campañas publicitarias esta primavera
. Mencioné a Jessica Lange para Marc Jacobs (arriba, en la imagen) y Charlotte Rampling para Nars (en el sector cosmético) y a Linda Rodin para The row en la moda.
  La rubia modelo se quedó sorprendida, pero no tardó en añadir: "Pero es que todas son famosas, ni las marcas ni las revistas eligen ya a modelos en sus campañas o en sus portadas".
Por el otro lado, el sector 'famosas-de-hollywod' (esas mismas a las que la top model letona con la que cené prácticamente acusa de robarles el trabajo) arremete cada cierto tiempo con que a partir de cierta edad son absolutamente secundarias.
  Los directores simplemente buscan a otras más jóvenes, más tersas y más guapas a las que ofrecerles papeles protagonistas en grandes taquillazos.
Estas frescas y lozanas actrices entran a formar parte del ciclo orgánico de la fama, acaparando no solo carteles de cine, sino también portadas de revistas y (ahí tiene razón la modelo) campañas publicitarias de grandes firmas que les ofrecen un comodísimo colchón económico con el que mantener su tren de vida entre rodaje y rodaje.
Ustedes las conocen bien, ahora mismo son Jennifer Lawrence, Charlize Theron o incluso la nueva it girl, Lupita Nyong'o, recientemente fichada por Miu Miu.
Es en este escenario también compiten (no pueden quejarse, de hecho) las reinas del antiaging (Julia Roberts, Julianne Moore o incluso Diane Keaton...), y la irrupción de gente como Lange o Rampling (de 64 y 68 años respectivamente) no deja de verse como una etapa más del cambio de paradigma.
  Quizá la modelo de 25 que se queja se ve mayor... sea demasiado joven para según qué trabajos.
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Jane Fonda, pionera y modelo a seguir.
Por una parte, supone el regreso icónico de la mujer madura (un sendero inaugurado, probablemente, por la septuagenaria Jane Fonda cuando fichó por L'Oréal Paris) y por el otro deja entrever las nuevas necesidades de una industria cosmética que requiere de beneficios constantes
. No es una locura pensar que las clientas con más poder adquisitivo son también las que más edad tienen y hacia ellas se presentan mujeres con las que puedan tener una cierta empatía generacional
. Por otro lado, también el estilo de vida de las sexuagenarias es diferente al de décadas anteriores: se sale más, se prolonga la vida social y se fomenta el joie de vivre en lugar de reprimirlo. Por supuesto, no se puede pasar por alto lo supuestamente transgresor que es, por parte de una marca de moda o cosmética, elegir una 'modelo' que rompe con los esquemas prefijados por la industria.
Sea como fuere, hasta Carla Bruni se hizo eco (¡mucho antes que nosotros!) de sus infinitas posibilidades laborales pasada la treintena
: "¡Y yo que pensaba que me casaba con un tipo con un buen sueldo! Bah. Antes, tenía contratos espléndidos, y ahora, nada. Oh la la la..
. Menos mal que luego... Después volveré a firmarlos... No voy a esperar mucho...
 Si puedo permitírmelo. Un contratito fácil, así... No van a hacer vender un antiarrugas a una niña de 22 años, ¿no os parece?", decía en los Sarkoleaks publicados la semana pasada.
 Y apostillaba: "Julia Roberts, 44 años; Sharon Stone, 52; Julianne Moore, 53... Todas firman contratos magníficos".

Amor y hecho diferencial.........................crítica | ocho apellidos vascos...................Jordi Costa

Con un arranque enérgico puntuado por réplicas tan eficaces como feroces, la película va viniéndose abajo por diversos motivos.

 

Clara Lago y Karra Elejalde, en 'Ocho apellidos vascos'.

Al Sacha Baron Cohen que, en Borat (2006), demostró que el prejuicio cultural marca, de manera grotesca, la relación con el Otro en la aldea global, le pondría los dientes muy largos un país como el nuestro, donde entre una comunidad autónoma y otra (y entre un barrio y otro) parecen alzarse muros infranqueables
. Uno de los recursos del humor políticamente incorrecto consiste en amplificar prejuicios y lenguajes de la ofensa para cuestionarlos.
 En Ocho apellidos vascos, los guionistas Borja Cobeaga y Diego San José plantean un mecanismo prometedor, que Emilio Martínez-Lázaro no ha recibido con la misma complicidad que, en su día, le generaron las propuestas de David Trueba y Martín Casariego en Amo tu cama rica (1992): una vasca —una imagen de la otredad para el español medio— y un andaluz —metonimia útil para una consensuada, pintoresca y amable idea de España— como polos de una improbable comedia romántica.
OCHO APELLIDOS VASCOS
Dirección: Emilio Martínez-Lázaro.
Intérpretes: Clara Lago, Dani Rovira, Carmen Machi, Karra Elejalde, Alfonso Sánchez, Alberto López.
Género: comedia. España, 2014.
Duración: 90 minutos.
Con un arranque enérgico puntuado por réplicas tan eficaces como feroces, la película va viniéndose abajo por diversos motivos.
 De entrada, una errática dirección de actores que afecta en especial a la verosimilitud de la protagonista: Clara Lago parece estar recibiendo indicaciones contradictorias todo el rato, en aras de dotar de contornos amables a un personaje que hubiese funcionado mejor cuanto más problemático e inasumible como ideal romántico fuera.
 Se suman a ello progresivas inconsistencias de guion —esa boda convocada en dos días— y el escaso afecto entre el cineasta y su material, aspectos ambos que el estado de gracia de Dani Rovira, Karra Elejalde y Carmen Machi logran atenuar hasta que la catástrofe se impone en el tramo final. Ocho apellidos vascos, una excelente ocasión malograda, desemboca en una secuencia que tal cual está —sin subtextos, distancia, ni contrapuntos— podría haber aplaudido el Vizcaíno Casas de Las autonosuyas.

Plurales raros............................................................. Luis Magrinyà



En inglés el sufijo correspondiente a nuestro -ica (bueno, este guión debería llevar una tilde encima, para indicar que es siempre sufijo de palabras esdrújulas, pero no sé hacerlo con mi Word) tiene una curiosa forma plural, -ics.
 Es un sufijo que encontramos en palabras que designan campos de estudio o actividad: así, en inglés “física” se dice physics; “aeronáutica”, aeronautics; “dialéctica”, dialectics; “política”, politics.
 A veces (acrobatics, athletics, dialectics) funcionan como plural (es decir, concuerdan con un verbo en plural: acrobatics are…), tal como uno esperaría; pero muchas veces (geriatrics, aeronautics, macrobiotics) se comportan como un singular (geriatrics is…); y en ocasiones (politics, economics), según la acepción, admiten un doble uso.
Plurales utilizados como singulares también los tenemos en español: “un picardías” o “un botones”, por ejemplo, u obvias abreviaciones como “un mercancías” o “un cercanías”.
Dan sobre todo bastante juego en la lengua coloquial: “bocazas”, “bocas”, “cachas”, “mazas”, “manitas”, “manazas”, “guaperas”, “chapuzas”, “cocinillas”, “notas”… Es significativo que estas formas no tengan un origen culto, que tiendan casi siempre a la sufijación expresiva y que nos recreemos precisamente en ellas en ese nivel en el que somos conscientes de que la gramática no tiene por qué regularlo todo.
Cierto es, por otro lado, que todos los idiomas tienen plurales convencionales que no aluden de hecho a una realidad plural
. En español, podemos tener “dolor de muelas” cuando es una sola muela la que nos duele; los soldados “cumplen órdenes” aunque solo cumplan una; alguien nos “ha dado esperanzas” pero la verdad es que esperanza solo tenemos la –no las– de que nos diga que sí
. Casos como éstos abundan, están anestesiados por la tradición y no nos duelen ni nos llaman la atención.
 Pero hay otros más cantosos, más inflamatorios, más discutibles.
En nuestro idioma todavía no hemos oído hablar, creo, de “dialécticas” o “aeronáuticas”, pero por supuesto sí de “políticas”.
 En español, política es un nombre abstracto e incontable, por lo que su plural realmente es ocioso: política bien puede significar ‘conjunto de medidas políticas’ sin necesidad de pluralizarse.
 Pero el caso es que ese falso plural anglicado no solo traduce (o no es solo influencia de la traducción de) politics, sino también policy, un término que comparte rasgos de significado con politics pero que no siempre se construye en plural (policies)
. En inglés, por ejemplo, “política de (la) empresa” se dice company policy; “política sanitaria”, health policy; “política de empleo”, employment policy.
Supongo que, por analogía con la -s de politics, también se habla en inglés, sin necesidad tal vez, de policies.
Bocazas, guaperas, manazas... se refieren a una sola persona. La gramática no tiene por qué regularlo todo
Pero es evidente que, por una vía u otra, aquí nos han encantado las políticas:
“… arengaba a las muchedumbres en las giras de Trujillo, o exponía las políticas del gobierno ante la Asamblea Nacional” (Mario Vargas Llosa, La fiesta del chivo, Alfaguara, Madrid, 2000, p. 222).
“Complejos papeles sociales y políticas sexuales son las bases de la negociación entre hombres y mujeres a la hora de ponerse de acuerdo sobre el número de hijos que van a tener” (Joni Seager, Atlas del estado de la mujer en el mundo, Akal, Madrid, 2001, trad. de Bart Groossens y Jesús Terán Lavín, p. 32).
“En la gestión de los residuos es tan importante la colaboración ciudadana como las políticas medioambientales y la implicación de los ayuntamientos” (Mariano Bueno, El libro práctico de la casa sana, RBA, Barcelona, 2004, p. 143).
“¿Dónde está la brújula de las políticas de empleo?” (titular, Cinco Días, 9/VIII/13).
Otro plural anglicado es resultados.
  No sé por qué el inglés tiende a decir results, pero lo hace
. Nos sorprende especialmente cuando se habla de una competición deportiva: si un partido de fútbol termina en 2-0, ése es su resultado.
 Pero, como hay dos cifras, se ve que ya nos ponemos nerviosamente aritméticos e interpretamos (?) que el resultado del equipo A ha sido 2, el del equipo B ha sido 0, y que por tanto… tenemos dos resultados:
“Un programa que predice los resultados del partido de fútbol con gran precisión” (sobre Soccer Match Predictor, Softpedia.es).
“… el club Tianjin Teda tendrá que pagar un millón de yuanes […] por haber concertado los resultados de un partido con otro club de Shanghai” (“China suspende de por vida a 33 personas por amaño de partidos”, La Vanguardia, 19/II/13).
El “efecto y consecuencia de un hecho, operación o deliberación”, tal como lo define nuestro querido DRAE, no necesariamente se compone de un solo “efecto” o “consecuencia”.
 El resultado de mi desastrosa entrevista de trabajo de ayer puede ser un estado de completa postración, así, en resumidas cuentas, que seguramente se compone de sentimiento de injusticia, indignación, dudas, reproches, autocompasión, etc.
 Pero ¿realmente nuestra mentalidad es tan literal que tiene que ponerse a numerar? Parece que sí:
Todos los idiomas tienen plurales convencionales que no aluden de hecho a una realidad plural
“.. los artificieros […] han localizado cuatro bombas de gran potencia unidas a tres bombonas de gas, así como metralla para agravar los resultados de la explosión” (“El Ejército israelí intercepta un coche bomba en una carretera cerca de Kalkiliya”, El Mundo, 13/VII/03).
“… y de los resultados del accidente siempre tiene la culpa el conductor” (José Manuel Leiva Caro, Cómo erradicar los accidentes de tráfico, Entrelíneas, Madrid, 2007, p. 157).
“Maduro se atribuye la victoria y Capriles rechaza los resultados [de las elecciones]” (titular, El País, 15/IV/13).
Pasemos a otro caso. Contents, un plural usado en inglés para referirse a todo aquello que está dentro de un recipiente o, figuradamente, al índice o sumario de un libro (creo que aquí aún seguimos llamándolo “índice” o “sumario”, pero todo puede ser), es otro de esos plurales literales que ya en singular suelen aludir a un conjunto, pero que aun así tientan a nuestra neurosis desmenuzadora
. Por supuesto, también ha hecho carrera en español, y ha ido sustituyendo al más clásico “principio” o “elemento” (que sí tienen sentido distintivo en plural):
“… una liberación en el lenguaje que responde parcialmente a los contenidos de la ‘revolución sexual’ en Norteamérica” (Carlos Monsiváis, La ofensiva ideológica de la derecha, Siglo XXI, México D. F., 1979, p. 310).
“… un sueño reparador, de algunas horas, tras el cual el paciente se muestra más tranquilo y sosegado, si bien continuando aún con los contenidos psicóticos” (Carlos Castilla del Pino, Introducción a la Psiquiatría, II (1980), Alianza, Madrid, 1992, p. 162).
“… parece también procedente detenerse en los contenidos materiales del Derecho, relaciones humanas, organización de la vida social humana…” (Gregorio Peces-Barba, Introducción a la filosofía del derecho, Debate, Madrid, 1983, p. 28).
“Los contenidos del programa electoral contemplarán el ideario general del Partido Socialista a nivel federal” (“Cinco notables en la redacción del programa electoral”, El Diario Montañés, 18/II/11).
Pero hoy, sobre todo, contenidos es un plural prestigioso, “tecnológico”, para designar cualquier despliegue de información o propaganda mediática, en cualquier medio o formato. Podcasting. Nuevos modelos de distribución para contenidos sonoros se titula un libro de J. Ignacio Gallego (UOC, Barcelona, 2010).
 “Cómo generar contenidos para redes sociales” se titula una entrada de la web Método Marketing del 29 de mayo de 2013.
Y Marketing de contenidos se titula el libro de Eva Sanagustín publicado por Anaya Multimedia en 2013, ya más papista que el papa, podríamos decir, porque en inglés marketing “de contenidos” se dice content marketing. Más ejemplos:
En español, podemos tener "dolor de muelas" cuando es una única muela la que nos duele
“Cuando [Loquillo] se sentía inseguro frente a una gira promocional, le acompañaba y compartía protagonismo con él. A veces le dictaba los contenidos” (Sabino Méndez, Corre, rocker, Espasa, Madrid, 2000, p. 150).
“El fichaje de Abad, a menudo criticado en redes sociales por su sensacionalismo, contrasta con el modelo televisivo de Antena 3 basado en unos contenidos especialmente familiares” (“Susanna Griso arrebata a Nacho Abad a Ana Rosa Quintana”, El Confidencial, 19/VIII/13).
Para terminar, nos gustaría referirnos a otro tipo de plurales que también tiene el inglés y que, sin duda, en muchas traducciones e imitaciones de traducciones son imputables a él, pero que tienen una larguísima historia en español. Yo los llamo “plurales por atracción”.
 Cuando nos referimos a una realidad plural (persona, animal o cosa) que tiene alguna propiedad o cosa propia, es decir, algo que solemos expresar con un posesivo (“mi”, “tu”, “su”, etc.), parece que podemos elegir entre poner esa propiedad o cosa en singular o en plural, aunque, estrictamente, no sea plural. No sé si me explico.
Observemos estos dos venerables y antiquísimos ejemplos:
“Contrapuntad vuestros corazones al Señor” (Benedicto XIII, papa Luna, Libro de las consolaciones de la vida humana (a1417), Ayuntamiento de Peñíscola, 1988, sin página en el corpus de la RAE).
“… las fiestas de los hombres vanos más son para regozijar sus cuerpos que no para reformar sus espíritus” (Fray Luis de Granada, Reloj de príncipes (1529-1531), Turner, Madrid, 1994, sin página en el corpus de la RAE).
No habría pasado nada si hubiéramos dicho “vuestro corazón”, “su cuerpo” y “su espíritu” en estos casos: de hecho, individualmente y hasta como colectivo, solo tenemos un corazón, un espíritu, un cuerpo… No hay la menor diferencia semántica –como no la había en política/políticas, resultado/resultados, contenido/contenidos– entre lo expresado por el singular y lo expresado por el plural.
 Pero, como estamos hablando de un plural (“vosotros”, “los hombres vanos”), se produce un fenómeno de atracción y pluralizamos también todo lo que está incluido en ese plural.
Recuerdo haber oído, en mi infancia mallorquina, hasta “Cocas-colas”.
 Realmente el plural tiene sus adeptos
Vale.
Pero a veces, francamente, da un poco de risa pensar en las ambigüedades que permiten plurales como los siguientes:
“… los obreros habían obedecido la orden de evacuar la estación, y se dirigían a sus casas en caravanas pacíficas” (Gabriel García Márquez, Cien años de soledad (1967), Mondadori, Barcelona, 1999, p. 365).
Pues… ¿cuántas casas tenía cada obrero?
Y ¿cuántos cuellos, cuántas chaquetas, cuántas mentes, cuántas cabezas, cuántas barbas, cuántas madres tenía toda esta gente?:
“Nos subimos los cuellos de las chaquetas” (Eduardo Mendoza, La verdad sobre el caso Savolta (1975), Seix Barral, Barcelona, 1994, p. 58).
“… les hizo en sus mentes el efecto de un alka-seltzer, se les subió a sus cabezas una especie de efervescencia” (Txema García, El Salvador: de la lucha armada a la negociación, Txalaparta, Tafalla, 1993, p. 182).
“Los discípulos de Freud tuercen sus cuellos y ponen las manos juntas delante de cada reliquia de Freud” (Ignacio Carrión, Cruzar el Danubio, Destino, Barcelona, 1995, p. 263).
“Los Consejeros se rascaban sus cabezas y sus barbas sin saber qué hacer” (Elder Díaz Flores, “La meditación al alcance de todos”, blog, 13/V/03).
“Cartas que los niños habían escrito de su puño y letra al dictado de sus madres” (Takiji Kobayashi, Kanikosen. El pesquero, Ático de los Libros, Barcelona, 2010, trad. de Jordi Juste y Shizuko Ono, p. 83).
A veces la atracción es sumamente poderosa:
“Los espías y los diplomáticos viven dobles vidas” (Arkadi N. Schvechenko, cit. en Manuel A. Martínez Pujalte, Los espías y el factor humano, Huerga y Fierro, Madrid, 2004, p. 204).
“Tampoco se quedó cortó Feijóo al replicar a sus opositores […]:
 ‘“Ustedes no merecen sus actas de diputados’” (“Feijóo siembra nuevas dudas sobre las relaciones de Dorado con la Xunta”, El País Galicia, 10/IV/13).
Si ya es difícil llevar una doble vida, cuánto más no lo será llevar más de una 
. En el segundo ejemplo, el “ustedes” no solo ha atraído a las “actas” sino a los mismos “diputados”. Esto nos recuerda esos famosos plurales de las aposiciones: “coches bombas”, “salones comedores”, “hombres ranas”…
 Recuerdo haber oído, en mi infancia mallorquina, hasta “Cocas-colas”.
Realmente el plural tiene sus adeptos.
PD: Sobre el último L&L, Concha Cardeñoso nos recuerda que el ruidito de los cencerros, según se oiga de cerca o de lejos, es distinto: de lejos, un cencerro puede tintinear.
 Vale. Javier Montes añade que hay cencerros finos para los terneros (diferentes de unos gordos para las vacas) que sí tintinean
. Y también que en una noche campestre en Brasil oyó unas ranitas que emitían “un ruidito/silbido metálico” que bien podría definirse como tintineo.
 Vale. Los “cientos de ranitas” que tintineaban en nuestro ejemplo eran de Costa Rica, así que estaremos atentos a la variedad de especies de la creación.

13 mar 2014

Ana María Moix, desde la otra orilla......................................Marcos Ordóñez

Hoy iba hablar de la temprana muerte de Ana María Moix, del frío que ha vuelto a caernos de golpe, como hará un año, cuando murió su tocaya y amiga Anna Lizarán
. Iba a hablar de algunos recuerdos, de los pocos años que disfruté de sus enseñanzas, su generosidad, su humor y su ética berroqueña, pero lo dejaré para más adelante.
 Hoy quiero utilizar esta ventana para pedirle a Josep Ramoneda, flamante presidente de Grup 62, que rescate el que posiblemente sea el libro más injustamente olvidado de Ana María: De mar a mar, editado por Península en 1998, y donde se advierte con rotunda claridad de qué materia estaba hecha.
Es un libro a dos voces: las cartas (compiladas por otra Ana, la profesora Rodríguez-Fischer) que intercambiaron entre el 65 y el 70 aquella jovencísima escritora, 18 años, y la veterana Rosa Chacel, exilada en Brasil.
 La correspondencia arranca cuando Ana María, Pere Gimferrer y Guillermo Carnero, cachorros “con infantil apetito de lobo”, como diría el Zurdo (o “trébol poético”, en palabras de Chacel) descubren Teresa en un puesto de libros viejos de la calle Consejo de Ciento y, detectives salvajes de este lado del océano, se lanzan a la búsqueda de esta misteriosa escritora republicana de la que nada saben y de quien ansían leer todo, intuyendo que les aguarda un archipiélago de islas resplandecientes.
A las pocas semanas, Ana María ya ha encontrado en Rosa Chacel a una mentora y una amiga, y comienza a hablarle, torrencialmente, de su vida familiar y universitaria, de los libros que lee, las películas que ve (¡tiempos aquellos, en que libros y películas todavía eran “acontecimientos vitales!"), y de sus anhelos, torturas y esperanzas.
 Y, claro está, de los textos que escribe de modo febril y que no llegaría a publicar
. Una producción impresionante, en apenas tres años: novelas y relatos (La Cucafera, El gran King, Monty no ha muerto) y dos poemarios, en catalán (Temps de l’home) y castellano (Una piedra en el camino). Es conmovedora la fuerza, la pureza, la autenticidad de ese albor en que ya era como sería siempre, y conmovedor el maestrazgo humano y literario de Rosa Chacel, que la insta, imperiosamente, sin contemplaciones, a “vivir y hacer vivir”; que recibe en sus cartas “el testimonio de que mi país aún sigue en pie” y, sobre todo, un eco de su propia juventud apasionada.
¿Por qué De mar a mar no tuvo en su momento el eco que merecía?
 Quizás porque Chacel ya había ingresado en el eterno olvido español, y porque los catalogadores de turno pensaron que la correspondencia es un género menor, hecho de fondos de cajón.
Yo pienso, por el contrario, que puede leerse como una novela de iniciación (salió, curiosamente, en la colección Ficciones), como un fresco de época (la Barcelona de los años sesenta), como un retrato de artista adolescente, e incluso como la crónica espiritual de dos generaciones separadas por el mar y el tiempo pero unidas por un amor absoluto por la literatura
. La noche de la muerte de Ana María volví a releer, para tratar de recuperarla un poco, este libro admirable que me ha acompañado tanto y que he regalado a tantos jóvenes escritores, y que ya no puedo obsequiar porque ha desaparecido de las librerías, a las que debe volver.