Un Blues

Un Blues
Del material conque están hechos los sueños

20 ene 2014

“Con la soledad nos vamos; hay que cuidarla, aceptarla y no temerla”.....................................Juan Cruz

La actriz Ángela Molina, que comenzó con Buñuel, ha repetido con Almodóvar y más recientemente ha sorprendido con Pablo Berger, lleva cuatro décadas actuando

Considerada un rostro clave en el cine español, es heredera de una familia de artistas y no olvida el origen de su inspiración: la voz de su padre.

Ángela Molina (Madrid, 1955) debutó a los 17 años en el cine. / SOFÍA MORO

Esta mujer dice que viene de una raíz florida. Su cara, angulosa y bella, evoca en seguida intensidad, hondura, como si fuera a cantar jondo; pero ríe, todo el tiempo ríe.
 Parecería que esa cara que el cine ha convertido en un icono español de este tiempo esconde otra y otra y otra más.
 Porque es una actriz.
 Pero cuando ríe así, hablando de su vida y no de lo que interpreta, es Ángela Molina, la hija de Antonio y Angelita, una de las cinco consecuencias de una larga historia de amor.
Enmarcada en el pelo largo, en el que ella ha dejado que crezca libre el tiempo, pues ahí están, cubriendo sus orejas, las canas que peina cada día en esta casa en la que su padre, el cantante Antonio Molina, es una figura que se ve, se oye y se toca. Ángela Molina
. Ella es, en efecto, hija de una raíz florida.
 Ella cuenta la historia de amor de la que viene como si hubiera pasado hace un rato.
Su padre, aquella impresionante voz, era “un niño como El Buscón de Quevedo”; a los cinco años se escondía de las bombas en las cuevas de Málaga, “se agarraba al pecho de su madre, huía del pánico cantando para no oír el estruendo”
. Ahí descubrió él mismo la potencia de su voz.
 Y ahí mismo empezó a cantar para vender leche:
 “Lo metían en un lado del burrillo y ponían el cántaro en el otro costado.
 Él cantaba lo que vendía”. “Gente del barrio nos ha contado”, cuenta Ángela, “que abrían los balcones y gritaban: ‘¡Ya viene el niño de la leche!”.
La voz lo llevó fuera de casa, “se fugaba y lo devolvía la Guardia Civil. 
Se iba a cantar por los caminos y por los bares”.
 Hasta que le dijo al padre que se iba a Madrid, a cantar. Y se fue caminando
. Seis meses tardó en llegar Antonio Molina de Málaga a la ciudad en la que ya viviría luego, primero en la miseria, siempre de la voz. “Cantaba en las puertas de los bares, y le daban una albóndiga o lo que fuera…”.
Fue en un autobús de Fuencarral donde se produjo el flechazo que es la raíz florida de la que habla la hija. Iba en busca de un amigo y desde la ventanilla vio a una mujer que en seguida se dibujó “como la mujer de su vida”.
 Pero el autobús siguió y él la perdió.
 En casa de su amigo comió sin ganas hasta que sonó la puerta y ahí estaba la mujer del cuento; era panadera, llevaba pan para vender.
 El azar y la raíz. A él lo llamaban El Niño (“que venga a cantar El Niño”, decía Manolete), tenía 17 años; ella, 14.
 Jamás se separarían luego. “El flechazo siguió hasta que murió él… Una pasada de amor. Al final aún le decía:
 ‘Ay, ponte la bata de ayer, que estabas muy guapa con ella’
. Él era un mito, pero las aguas siempre estaban claras entre ellos; mi madre daba sentido a todo lo que pasaba”.
Molina cuenta con cinco nominaciones a los Goya como mejor actriz. / SOFÍA MORO
La madre es el equilibrio, “la inteligencia, el sentido común”.
 Y el padre, “el purasangre del arte”
. Cuando ella echó a volar tenía 17 años, 
“había estudiado toda mi vida danza y arte dramático y ya podía dejar la casa, que era como un nido de pueblo”. 
“Fíjate”, dice, “el tema de la primera película, que hice entonces con César Fernández Ardavín, No matarás: una muchachita de pueblo, que era yo, viene a la ciudad, se queda embarazada y por no tener cómo abortar como Dios manda, se moría en el intento. 
La viví desde la inocencia. Jamás la vi de nuevo, me gustaría hacerlo”.
La casa de los padres era tan grande que la chica que servía, Angustias, “se iba con el patinete de mis hermanos a abrir la puerta…
 Era un personaje lorquiano. Había varios salones, el de la chimenea, el cuarto donde estaba el piano… Cuando volvía del colegio, oía el piano y me iba a verlo, a tirarme en el sillón a escucharle y me quedaba a su lado hasta que me llamaban a comer”
. Él le decía todo cantando: “Se afeitaba y si quería un beso, me lo pedía cantando, me ponía el morro para dármelo, pero se giraba sutilmente y me manchaba toda la cara de espuma”.
“Un hombre muy feliz y muy sufrido
. Sin pudor. Si tenía que llorar, lo hacía, se desahogaba”. Ella nació en la época dorada, cuando aquella voz dominaba escenarios, más potente aún que la vida. “Luego vino una especie de valle, donde la canción española fue relegada. Y aunque el pueblo siempre lo mantuvo en su sitio, el espectáculo ya iba por otro lado
. Por ejemplo, se implantó el play back, y él no soportaba el play back, cantaba siempre distinto”.
En la casa de Ángela Molina en Madrid. / SOFÍA MORO
A Ángela, aquel declive le produjo “una ternura infinita, porque él sabía que ya no podía expresar los mismos sentimientos de siempre; él no era Frank Sinatra, capaz de cantar siempre de la misma manera; su naturaleza duró lo que duró, y eso afectó a su voz”.
 La voz, en cierto modo, fueron en seguida los hijos.
 “Yo empecé a actuar, y ante él era una colega rendida. Su orgullo éramos nosotros, era feliz a través de lo que nos sucedía… Uno no se recupera de esa energía: la revives, la rememoras; yo hablo con mi padre cada día en mi pensamiento y me emociono muchísimo pensando en el tiempo. Qué es, qué es el tiempo. Han pasado 20 años desde que murió, pero el tiempo no ha pasado.
 El amor detiene el tiempo”.
A veces Ángela gira su cabeza, como si quisiera poner su largo pelo, blanco, negro y tostado, en orden; sus ojos (esos “pozos de agua clara” de los que escribió aquí Vicente Molina-Foix) son como flores salvajes que va moviendo como si, al rememorar, viera también los largos pasillos, el patinete, como si estuviese viendo el piano o a Antonio Molina cantando para pedirle un beso mientras se afeita. 
Mirar así, parece, le alivia de la soledad.
 “Cuando ocurre la oscuridad, cuando se produce el silencio de una voz así, que llevas dentro, descubres la soledad… 
Y la soledad es cada vez más grande; pero con ella nos vamos, así que hay que cuidarla, aceptarla y no temerla, sino adorarla de alguna manera. Es así y es así para todos”.
Hablo con mi padre cada día en mi pensamiento
Ángela Molina
En ese transcurso vino Luis Buñuel, la vio en Camada negra, de Manuel Gutiérrez Aragón (“divino, qué hombre más divino”), pidió material, la recibió (“llovía, llegué chorreando, él me quitó la capucha con mucho amor, me acarició la carita: ‘Cómo te has puesto de agua, niña”) y se convirtió en una de sus actrices
. “Nos sentamos, empezamos a hablar de pájaros, de jamón pata negra, de mis hermanos, de mi padre, de todo. Fue muy ilusionante, muy dulce… Salí de allí como una niña con zapatos nuevos.
 Él era generoso hasta decir basta
. Te cogía bajo el ala y no te dejaba hasta que tenía la certeza de que tú habías entendido lo que tenías que hacer. 
Y luego ante él sentías la libertad pura, porque era el mejor espectador; era más espectador que director una vez que llegabas a la acción. Era un niño”.
Una retrato del cantante Antonio Molina con Ángela en brazos, en su casa. / SOFÍA MORO
Ahora ella es la más grande de la casa, y la casa se ha desparramado… 
Todos los hermanos (Mónica, Miguel, Antonio, Paula… “¿Te acuerdas de Ópera prima?, pues ella era aquella chica, qué voz, como una campana, pero lo dejó, qué pena, era una actriz que me encantaba”) andan por ahí, haciendo arte o sus cosas, pero ella no asume ningún liderazgo, “ni con los nietos…
 Soy Ángela, llamo y les digo soy Ángela, soy la que soy, pa qué más”. 
Nunca tuvo la tentación de dejarlo, detrás de los hijos, de los nietos. “Si lo dejara es como si dejara mi piel. Lo dejaré en el cementerio, supongo”.
Hace de todo, “de tó”. El padre le decía: “Tu harás de , de , de todo tipo de perzona, de todo tipo de muheres, de puta, de monha, de tó”. 
 Así, en andaluz, que es también el acento que a ella se le pone dos minutos después de llegar al Sur, de donde vino El Niño a cantar… “Su vida era caminar, pero su acento lo mantuvo impecable. 
‘¡Harás de monha, de puta!’. ¡Tenías que haberlo oído!”.
Creo que el ser humano se está haciendo muy grande; es más solidario
Á. M. 
Ángela Molina habla como si estuviera escuchando, mira así, cubriéndote con esos ojos
. A veces me fijo en su pelo, en la nobleza blanca de esas guedejas, en el tiempo que ha pasado por ellos. ¿Y cómo ve el mundo? ¿Estos alrededores tan difíciles?
 “Muy interesante, muy necesitado de lo humano en todos los aspectos y más que nunca, pero muy vivo. Creo que el ser humano, que crece con los errores, se está haciendo muy grande, no nos queda otra; y es mucho más solidario, más veraz, estando acongojado como está.
 Hay que tener cuidado, creo que lo sabemos y que estamos en eso. 
 Cuidado en todos los sentidos. En el humano y en el profesional, en el práctico, en el de comer cada día.
 Es lo que hay”.
–Dice usted que viene “de una raíz florida”.
–¿¡He dicho eso yo!? ¡Lo he dicho y ya no sé qué decir! Sí, será porque esa raíz ha dado sus flores y sus frutos…
Tiene cinco hijos y tres varones (“de todas las sangres, ¡fíjate si me gusta lo extranjero, ja ja ja!”), “y esa es la postal más feliz de mi vida…
 He trabajado ya con mi hija Olivia, actriz como yo. La respeto, la adoro, y aunque no debiera decirlo, creo que en el teatro es la única persona que me ha hecho llorar.
 Es que tiene un alma y un cuerpo escénico que es una pasada”.
Con sus hijos es producto también de esa “raíz florida”, “con ellos soy muy de hacer lo que quieran, pero no sin antes decirles lo que yo pienso, es una semilla”.
 Alrededor de la cocina, varios cuadros de Schnabel reproducen “el mundo, la voz, de Antonio Molina”.
 En esta voz de Ángela hay un eco que se escucha en la casa hasta cuando no se oye nada, y es que cuando mira, cuando mueve su pelo, cuando se acaricia el tiempo que se ha detenido en el cabello que lleva suelto, parece que esta mujer es la niña que corre a mediodía a besar al que toca el piano.
 Ahí está la raíz.

 

 

Inmortal Abbado...................................................Juan Ángel Vela del Campo

El maestro italiano nos ha ayudado a amar la música y a vivir la vida con otra intensidad.

El director italiano Claudio Abbado en una imagen de 2011.

Se veía venir, pero no por ello el impacto emocional es menor
. El diálogo entre la vida y la muerte del gran director italiano Claudio Abbado había comenzado hace más de una década.
 En su etapa final al frente de la Filarmónica de Berlín dirigió en 2001 un Réquiem de Verdi, en el centenario de la muerte del compositor italiano, cuyas imágenes televisivas hablan por sí solas de las dificultades físicas que atravesaba entonces el director milanés.
Un famoso crítico francés titulaba la reseña de esta interpretación con la frase -cito de memoria-: “Abbado interpreta su propio Réquiem”. Fuerte.
Pero Abbado se recuperó e inició una nueva aventura artística en Lucerna, gracias a una iniciativa del visionario Michael Haefliger, una década que no es exagerado calificar como “prodigiosa”.
 De entrada destacados músicos de todo el mundo se agruparon a su lado para formar una orquesta solidaria, sustentada por el mítico festival del corazón de Suiza.
 Se dejaban la piel los instrumentistas a su lado.
 Desde Sabine Meyer a un buen puñado de solistas españoles encabezados por el onubense Lucas Macías Navarro, concertino de la Concertgebouw de Ámsterdam. Comenzaron con la Segunda sinfonía Resurrección, de Mahler, como tentando a la suerte, y año a año levantaron el ciclo completo de las sinfonías del compositor de La canción de la tierra a excepción de la Octava.
Abbado sintió en un determinado momento una atracción irresistible por Bruckner, y cambió de tercio
. Su último concierto este verano en Lucerna fue con la Incompleta, de Schubert, y la Novena, de Bruckner.
Se le veía algo tambaleante, más frágil que en anteriores comparecencias, pero sus interpretaciones seguían transmitiendo una carga interior, una espiritualidad reconfortante.
Estaba muy ilusionado en inaugurar el auditorio modular de Anish Kapoor y Arata Isozaki en Matsushima, Japón, en la zona afectada por el tsunami.
 El programa anunciado era el mismo que ofreció en Lucerna, con las mismas sinfonías de Schubert y Bruckner. No fue posible, aunque, como consuelo, Gustavo Dudamel preparó para los conciertos de inauguración del auditorio portátil una orquesta con jóvenes de la región.
 El napolitano Giorgio, jefe del restaurante El Padrino, de Lucerna, lo manifestaba con cara de preocupación este verano: “No ha venido Claudio ni un solo día a comer o cenar: mala señal”.
Se ha ido Claudio y no se ha ido. El recuerdo permanece.
 Nunca olvidaremos su sencillez, su sabiduría y su concepto solidario de la existencia a través de la música. Cuando se le concedió la medalla de oro del Círculo de Bellas Artes de Madrid, la quiso recibir a las cinco de la tarde, alejado de actos protocolarios, en compañía de media docena de músicos jóvenes españoles que trabajaban habitualmente con él.
 Todo un gesto.
 De sus actuaciones en directo nunca olvidaremos su Boris Godunov, de Mussorgski, en Salzburgo, o su Khovantchina, del mismo autor, en Viena.
 Tampoco sus aproximaciones a Verdi –Macbeth, Simon Boccanegra, en el teatro alla Scala de Milán-, o su Rossini – El viaje a Reims, en Pesaro-. Mozart, Schubert, Beethoven, Mahler o Bruckner, figuraban entre sus autores sinfónicos favoritos, pero también Gesualdo o Luigi Nono. En las grabaciones discográficas permanece viva su memoria.
No es cuestión de dejarse embargar por la tristeza
. Abbado nos ha ayudado a amar la música y a vivir la vida con otra intensidad.
¿Se acuerdan de su milagrosa versión de Rosamunda que regaló como propina en su último concierto en los ciclos de Ibermúsica en Madrid? Las últimas semanas la Orquesta Mozart, con la que vino, estaba encerrada en peligro de disolución inmediata por eliminación de ayudas económicas
. No está Abbado, no interesa a los que detentan el poder sin escrúpulos de ningún tipo.
 En España también pertenecía al comité de honor del proyecto Tutto Verdi de Bilbao desde su comienzo. Una y otra vez su conversación se deslizaba hacia la primera versión de Simon Boccanegra. ¿No les decía que sigue vivo?
 Le escucho sobre su visión del arte y la cultura, pero también cuando me recomendaba con pasión en Potenza, en plena Basilicata italiana, donde impulsó el festival Gesualdo, las virtudes de los vinos Agliánico del Vulture. Desde entonces los bebo allá donde los encuentro.
Son excelentes. Como era él.
 Allá donde estés, gracias por todo, amigo.

 

La curva del Gran Gatsby

El economista y ex director de ‘El País’ analiza por qué la desigualdad, ya desaparecida de los análisis de los científicos sociales, ha vuelto por la puerta grande

'Miseria' / Sonia Mackay

La desigualdad salió por la ventana de los análisis de los científicos sociales y ha vuelto por la puerta grande. Si se repasan bastantes de los manuales de Economía de las últimas tres décadas, en ellos las cuestiones relacionadas con la extrema riqueza y la extrema pobreza o no están, o figuran tan sólo en las páginas colaterales, aquellas que se saltan los estudiantes cuando han de examinarse porque saben que no se las van a preguntar.
Esto ha cambiado
. Según Oxfam, la mayoría de las poblaciones creen que las leyes y las normativas están concebidas para beneficiar a otros (a los ricos) y, por lo tanto, generan desigualdad.
 Una encuesta realizada en seis países (entre ellos, el nuestro) pone de manifiesto que la mayor parte de la gente considera que las leyes y las instituciones están diseñadas para favorecer a los ricos
. Mal augurio para la democracia.
 En España, ocho de cada 10 personas están de acuerdo con esta afirmación.
 La desigualdad importa cada vez más a los ciudadanos, en contra de lo que hace unos años declaraba la subdirectora gerente del Fondo Monetario Internacional, Anne Kruger:
 “Las personas pobres están desesperadas por mejorar sus condiciones materiales en términos absolutos, en lugar de avanzar en el ámbito de la distribución de los ingresos.
 Por lo tanto, parece mucho mejor centrarse en el empobrecimiento, que en la desigualdad”.
Durante las cuatro últimas décadas, las de hegemonía intelectual de la revolución conservadora, se han incrementado exponencialmente las desigualdades en el seno de los países.
 Hasta tal punto ha sido así que ha cambiado el concepto de invisibilidad social. Antes, los invisibles eran los extremadamente pobres, y los ricos hacían alegre ostentación de sus posesiones y su estatus; ahora aquellos se tienen que tragar su dignidad y aparecen en la oscuridad atracando los cubos de basura, mientras que los poderosos se ocultan para no ser el objeto de la indignación general.
Y sin embargo, el debate macroeconómico ha estado dominado por otras cuestiones instrumentales tales como la inflación, la primera de riesgo, el déficit o la deuda pública.
 Por lo tanto, primera propuesta, complementaria de las de Oxfam a las élites que se reúnen en el Foro de Davos: que el índice de Gini o cualquier otro instrumento que mida la desigualdad en los países se eleve al cuadro macroeconómico de los Gobiernos, junto a las demás macromagnitudes, de modo que se pueda hacer un seguimiento continuo de lo que las políticas económicas obtienen, o deterioran, en las relaciones entre ciudadanos.
En el análisis contemporáneo sobre la desigualdad económica ha habido tres etapas.
 En la primera se la vinculaba con la ética y lo social (una sociedad no puede ser justa y cohesionada con tales grados de desigualdad).
 En la segunda, con la economía (una política económica no puede ser eficaz con una alta desigualdad; mucha desigualdad desestimula el crecimiento).
 Y ahora se la relaciona con la política: el que la riqueza mundial se divida en dos porciones, la mitad de ella en manos del 1% más rico de la población y la otra mitad, entre el 99% restante, conlleva democracias de muy baja calidad, tal vez no sostenibles, y a que los ciudadanos dispongan de cada vez menos poder sobre sus vidas y no puedan ejercer sus derechos.
 Por lo tanto, una alta desigualdad como la existente conduce a ciudadanos y sociedades vulnerables.
 El informe de Oxfam reproduce dos opiniones norteamericanas muy oportunas; la primera, de quien fue juez del Tribunal Supremo de EEUU, Louis Brandeis, que dice que “podemos tener democracia o podemos tener la riqueza concentrada en pocas manos, pero no podemos tener ambas cosas”.
 La otra, del presidente Franklin Delano Roosevelt, cuyas políticas condujeron a la etapa de la creación de las clases medias en Norteamérica y domeñaron la extrema desigualdad de los “felices veinte”:
“El Gobierno más libre del mundo, si existiese, dejaría de ser aceptable si sus leyes tendiesen a generar una rápida acumulación de la propiedad en pocas manos, haciendo que la inmensa mayoría de la población fuese dependiente y sin recursos”.
La segunda proposición, tras la de elevar el índice de Gini al cuadro macroeconómico, consiste en no volver a denominar “neoliberalismo” a lo que ahora está ocurriendo.
 Un sistema que dedica, como lo está haciendo desde 2008, una buena parte de sus recursos públicos, al salvamento de sus bancos no es un sistema neoliberal sino que se ha pasado a otra etapa de excepcionalidad caracterizada por el capitalismo de Estado.
 Lo demuestra el informe en cuestión: las denominadas “élites extractivas” (aquellas que han dejado de luchar por el interés general y sólo trabajan por el propio) utilizan las normas, las leyes, el arbitrismo, para su beneficio, haciendo aun más lacerantes los extremos de la escala social.
 Cooptan la política.
 La desigualdad y la cooptación política son interdependientes.
La influencia de esas élites da lugar a desequilibrios en los derechos y en la representación política y, como resultado, esos grupos poderosos cooptan la toma de decisiones de las funciones legislativa, ejecutiva y regulatoria.
Se manipula la política a favor de los intereses de las élites, que han coincidido con la explosión de la riqueza en manos del 1% más rico de la población.
 Así, por ejemplo, logran mantener a la baja la presión sobre las plusvalías y los tipos impositivos que gravan las rentas altas subiendo los impuestos de la mayoría, pues con tantas cosas que hay que financiar si a unos se les bajan los impuestos hay que incrementárselos a los otros; crean lagunas fiscales a favor de las grandes empresas fomentando la elusión y el concepto de “termita fiscal” (personas físicas o jurídicas que aprovechan los intersticios del sistema fiscal para no pagar impuestos o pagar menos de lo que deberían); desploman el poder de negociación de los sindicatos a través de reformas laborales, y con ello el valor real del salario mínimo, de las rentas disponibles y de otras medidas de protección; o tergiversan la agenda pública para favorecer unas medidas y dejar otras para un más adelante que nunca llega.
Debemos volver a aquellas hipótesis de trabajo desarrolladas por Foucoult y Deleuze, que exponían los motivos que proporcionaban al capitalismo “apariencia e ilusión de liberalismo” (1: se gobierna demasiado; 2: lo irracional caracteriza el exceso de gobierno; 3: se debe gobernar, por tanto, lo menos posible), cuando el capitalismo de hoy es capitalismo de Estado, con una alianza entre el Estado y las “élites extractivas” para obtener una redistribución de la renta y las riqueza cada vez para regresivas.
 Esta interpretación es decisiva para entender la crisis actual en la que se han multiplicado las tendencias desigualitarias de los últimos 40 años.
La pregunta es cómo los neoliberales han pasado de gobernar lo menos posible a querer gobernarlo todo. La extrema desigualdad es una gran amenaza para los sistemas político y económico inclusivos.
 El poder económico y el poder político, en comandita, separan cada vez más a los ciudadanos en lugar de que avancen juntos, de modo que es inevitable que se intensifiquen las tensiones sociales y aumente el riesgo de ruptura social. En su último estudio sobre la desigualdad, el Nobel de Economía Joseph Stiglitz comprime lo que acontece en tres puntos: primero, se multiplican los fallos del mercado, de los cuales el más significativo es el del mercado de trabajo, con incrementos exponenciales de desempleo en algunos países; segundo, el sistema político, que logra su legitimidad en la corrección de esos fallos del mercado, no lo hace; y tercero, como consecuencia de ello aumenta la desafección ciudadana sobre el sistema económico (la economía de mercado) y sobre el sistema político (la democracia).
Esto es lo que manifiestan todos los sondeos.