El músico, cantante de Siniestro Total y Golpes Bajos, fallece a los 52 años en Madrid por una enfermedad hepática
Maltratado por la industria discográfica, desarrolló gran actividad en los margenes de la música y la política
Su trayectoria musical estuvo definida por el cambio, la apuesta por el riesgo y el alejamiento de los grandes circuitos.
Resulta cruel enterarse de la muerte de Germán Coppini en la mañana
de Navidad, cuando el mundo luce particularmente silencioso.
Pero, de alguna manera, también tiene sentido. Germán sirve como paradigma de las peculiaridades del negocio musical español: vivió breves años de vino y rosas antes de invisibilizarse entre el desinterés de una industria y unos medios que no cuidan el talento.
Los datos son escuetos: Germán Coppini López-Tornos (Santander, 1951) murió en Nochebuena en Madrid, derribado fulminantemente por un cáncer de hígado que se le detectó hace unos pocos días.
Su nombre ha quedado unido a dos de los más llamativos grupos surgidos en los años ochenta: la primera versión de Siniestro Total, apoteosis del punk gamberro, y los muy hondos Golpes Bajos.
Sí, estamos hablando de la denostada Movida.
En los últimos años, imperan las visiones críticas de ese movimiento, reducido por rencorosos revisionistas a una aberración madrileña, supuestamente subvencionada por el PSOE en el poder.
Se ha olvidado que la eclosión de los grupos capitalinos provocó inmediatamente la aparición de epígonos en los lugares más insólitos (¡como Vigo!). Un bendito efecto llamada.
Fue un movimiento nacional, no una boutade de Alaska y los Pegamoides o su círculo.
Y pasó dos o tres años a la intemperie, hasta que demostró voluntad de permanencia y poder de convocatoria.
Como miembro fundador del nocturno Diario Pop de Radio 3, conservo el recuerdo de un precavido Jesús Ordovás que iba racionando las primeras barbaridades de Siniestro Total, que le llegaron en estado de maqueta: si emitía Ayatola y no pasaba nada, seguía con el siguiente tema.
Y hacía bien: como demostraría el caso de las Vulpes, el gobierno socialista iba de “tolerante” pero también podía dar zarpazos de castigo.
Ya en disco, Siniestro Total fue un éxito inmediato.
Inevitablemente, se topó con la incultura nacional: algunos punkis les cubrían de escupitajos y una botella certera lanzada en Barcelona contra su pierna dejó a Coppini fuera de combate.
Eso aceleró la marcha del cantante, que tampoco se entendía con el carismático Julián Hernández.
Se quejaba de no poder desarrollarse creativamente en el cuarteto, limitado por su imagen colectiva.
Con Golpes Bajos, Germán reveló su cultura musical y literaria.
Le acompañaban instrumentistas polivalentes, como Teo Cardalda, Luis García y Pablo Novoa, que tejían unos fondos techno-funk entonces inéditos en España.
La riqueza emocional y sonora de Golpes Bajos reveló que la llamada movida había permitido la infiltración de talentos inclasificables; también, que había un público que aceptaba música sobria y madura.
En lo que iba a ser una constante, Golpes Bajos apenas duró tres años (1983-1985) y tres discos.
Cierto que en 1998 hubo un retorno infeliz: Coppini estuvo acompañado por músicos ultraprofesionales pero ya no volvió a surgir la chispa
. Grabado con todos los medios, en audio y vídeo, con realización de Juanma Bajo Ulloa, Vivo estuvo a punto de hundir a su discográfica original, Nuevos Medios.
Todos reconocían en Germán a una de las mejores voces del momento, aparte de un investigador inteligente, que integraba desde la canción melódica italiana a los ritmos caribeños; también exploró el hip-hop y el dancehall.
Pero esa no era una combinación necesariamente vendedora en los años de las vacas gordas. Coppini fue saltando de proyecto en proyecto, con diferentes compañías
. Con Nacho Cano sacó Edición limitada, un EP de tres canciones en Ariola (1986). Ya como solista, editó dos elepés en Hispavox, El ladrón de Bagdad (1987) y Flechas negras (1989). No pasó nada.
Ya en los noventa, volvió al underground de las grabaciones poco promocionadas, a veces hechas con escasez de medios. Aparecieron discos bajo su nombre, un proyecto con veteranos (Anónimos) y, ya en el presente siglo, colaboraciones con músicos jóvenes, que habían crecido con su voz cálida y su universo poético, como Álex Brujas, su cómplice en el dúo Lemuripop, o el grupo sevillano Maga.
Un recopilatorio de rarezas como Las canciones del limbo da una idea de la amplitud de sus intereses y su audacia personal.
Tuvo la suerte de conectar con un fan entusiasta, Pablo Valcárcel, que puso el sello Lemuria Music a su servicio
. Allí salió recientemente un disco del que Coppini se sentía particularmente satisfecho, América herida, con recreaciones del cancionero hispanoamericano, de Victor Jara a Carlos Puebla
. También tenía en marcha un álbum con el grupo malagueño Néctar y ya estaba en fábrica ¿Se enterarán en casa?, con tres docenas de maquetas pertenecientes a sus grupos vigueses: Coco y los del 1.500, Mari Cruz Soriano y los que Afinan su Piano y, naturalmente, Siniestro Total.
Comprometido políticamente, era frecuente encontrarle actuando a favor de causas como los despidos de Telemadrid o las sucesivas mareas en defensa de la educación y la sanidad públicas
. Orgullosamente republicano, celebraba cada 14 de abril e incluso se presentó en una lista al Congreso de una coalición de agrupaciones republicanas en 2011.
No se mostraba particularmente nostálgico respecto a la Movida.
Agradecía, eso sí, que le permitiera terminar con una existencia trashumante, dictada por los traslados profesionales de su padre.
Retrataba el Vigo que conoció como una ciudad desoladora, al menos hasta que sucedió aquella eclosión de grupos provocadores que le catapultó a Madrid. Comentaba, eso sí, las grotescas liquidaciones que le llegaban de Autores, a pesar de firmar piezas tan inoxidables como “Malos tiempos para la lírica”, “No mires a los ojos de la gente”, “Cena recalentada” o “Fiesta de los maniquíes”.
Con todo, nunca se rindió.
Cuando no estaba cuidando de su padre enfermo, dedicaba sus energías a las labores artísticas o políticas. Internado en el hospital Gómez Ulla, donde trabajaba su esposa, Elvira Reig, se preocupaba por una próxima actuación en Málaga o los detalles gráficos de la próxima colección de maquetas.
Puede que no se enterara de que sufría una dolencia mortal. Germán Coppini deja tres hijos y un modelo de compromiso ético y estético.
Pero, de alguna manera, también tiene sentido. Germán sirve como paradigma de las peculiaridades del negocio musical español: vivió breves años de vino y rosas antes de invisibilizarse entre el desinterés de una industria y unos medios que no cuidan el talento.
Los datos son escuetos: Germán Coppini López-Tornos (Santander, 1951) murió en Nochebuena en Madrid, derribado fulminantemente por un cáncer de hígado que se le detectó hace unos pocos días.
Su nombre ha quedado unido a dos de los más llamativos grupos surgidos en los años ochenta: la primera versión de Siniestro Total, apoteosis del punk gamberro, y los muy hondos Golpes Bajos.
Sí, estamos hablando de la denostada Movida.
En los últimos años, imperan las visiones críticas de ese movimiento, reducido por rencorosos revisionistas a una aberración madrileña, supuestamente subvencionada por el PSOE en el poder.
Se ha olvidado que la eclosión de los grupos capitalinos provocó inmediatamente la aparición de epígonos en los lugares más insólitos (¡como Vigo!). Un bendito efecto llamada.
Fue un movimiento nacional, no una boutade de Alaska y los Pegamoides o su círculo.
Y pasó dos o tres años a la intemperie, hasta que demostró voluntad de permanencia y poder de convocatoria.
Como miembro fundador del nocturno Diario Pop de Radio 3, conservo el recuerdo de un precavido Jesús Ordovás que iba racionando las primeras barbaridades de Siniestro Total, que le llegaron en estado de maqueta: si emitía Ayatola y no pasaba nada, seguía con el siguiente tema.
Y hacía bien: como demostraría el caso de las Vulpes, el gobierno socialista iba de “tolerante” pero también podía dar zarpazos de castigo.
Ya en disco, Siniestro Total fue un éxito inmediato.
Inevitablemente, se topó con la incultura nacional: algunos punkis les cubrían de escupitajos y una botella certera lanzada en Barcelona contra su pierna dejó a Coppini fuera de combate.
Eso aceleró la marcha del cantante, que tampoco se entendía con el carismático Julián Hernández.
Se quejaba de no poder desarrollarse creativamente en el cuarteto, limitado por su imagen colectiva.
Con Golpes Bajos, Germán reveló su cultura musical y literaria.
Le acompañaban instrumentistas polivalentes, como Teo Cardalda, Luis García y Pablo Novoa, que tejían unos fondos techno-funk entonces inéditos en España.
La riqueza emocional y sonora de Golpes Bajos reveló que la llamada movida había permitido la infiltración de talentos inclasificables; también, que había un público que aceptaba música sobria y madura.
En lo que iba a ser una constante, Golpes Bajos apenas duró tres años (1983-1985) y tres discos.
Cierto que en 1998 hubo un retorno infeliz: Coppini estuvo acompañado por músicos ultraprofesionales pero ya no volvió a surgir la chispa
. Grabado con todos los medios, en audio y vídeo, con realización de Juanma Bajo Ulloa, Vivo estuvo a punto de hundir a su discográfica original, Nuevos Medios.
Todos reconocían en Germán a una de las mejores voces del momento, aparte de un investigador inteligente, que integraba desde la canción melódica italiana a los ritmos caribeños; también exploró el hip-hop y el dancehall.
Pero esa no era una combinación necesariamente vendedora en los años de las vacas gordas. Coppini fue saltando de proyecto en proyecto, con diferentes compañías
. Con Nacho Cano sacó Edición limitada, un EP de tres canciones en Ariola (1986). Ya como solista, editó dos elepés en Hispavox, El ladrón de Bagdad (1987) y Flechas negras (1989). No pasó nada.
Ya en los noventa, volvió al underground de las grabaciones poco promocionadas, a veces hechas con escasez de medios. Aparecieron discos bajo su nombre, un proyecto con veteranos (Anónimos) y, ya en el presente siglo, colaboraciones con músicos jóvenes, que habían crecido con su voz cálida y su universo poético, como Álex Brujas, su cómplice en el dúo Lemuripop, o el grupo sevillano Maga.
Un recopilatorio de rarezas como Las canciones del limbo da una idea de la amplitud de sus intereses y su audacia personal.
Tuvo la suerte de conectar con un fan entusiasta, Pablo Valcárcel, que puso el sello Lemuria Music a su servicio
. Allí salió recientemente un disco del que Coppini se sentía particularmente satisfecho, América herida, con recreaciones del cancionero hispanoamericano, de Victor Jara a Carlos Puebla
. También tenía en marcha un álbum con el grupo malagueño Néctar y ya estaba en fábrica ¿Se enterarán en casa?, con tres docenas de maquetas pertenecientes a sus grupos vigueses: Coco y los del 1.500, Mari Cruz Soriano y los que Afinan su Piano y, naturalmente, Siniestro Total.
Comprometido políticamente, era frecuente encontrarle actuando a favor de causas como los despidos de Telemadrid o las sucesivas mareas en defensa de la educación y la sanidad públicas
. Orgullosamente republicano, celebraba cada 14 de abril e incluso se presentó en una lista al Congreso de una coalición de agrupaciones republicanas en 2011.
No se mostraba particularmente nostálgico respecto a la Movida.
Agradecía, eso sí, que le permitiera terminar con una existencia trashumante, dictada por los traslados profesionales de su padre.
Retrataba el Vigo que conoció como una ciudad desoladora, al menos hasta que sucedió aquella eclosión de grupos provocadores que le catapultó a Madrid. Comentaba, eso sí, las grotescas liquidaciones que le llegaban de Autores, a pesar de firmar piezas tan inoxidables como “Malos tiempos para la lírica”, “No mires a los ojos de la gente”, “Cena recalentada” o “Fiesta de los maniquíes”.
Con todo, nunca se rindió.
Cuando no estaba cuidando de su padre enfermo, dedicaba sus energías a las labores artísticas o políticas. Internado en el hospital Gómez Ulla, donde trabajaba su esposa, Elvira Reig, se preocupaba por una próxima actuación en Málaga o los detalles gráficos de la próxima colección de maquetas.
Puede que no se enterara de que sufría una dolencia mortal. Germán Coppini deja tres hijos y un modelo de compromiso ético y estético.