Un Blues

Un Blues
Del material conque están hechos los sueños

1 dic 2013

Hasta cuando estaba en horas bajas, Warren Beatty era todo estilo en 'DIck Tracy' gracias a 'madame' Canonero Recomendar en Facebook 239 Twittear 101 Enviar a LinkedIn 0 Enviar a Tuenti Enviar a Menéame Enviar a Eskup Enviar Imprimir Guardar Hubo un tiempo en que lo que ocurría en las pasarelas importaba bastante poco a la mayoría. No se analizaban exhaustivamente los trajes que llevaban los famosos y los futbolistas no eran modelos en sus ratos libres. El cine, junto con la música, era el principal vehículo de transmisión de modas y estilos. Más si se trataba del vestuario masculino, que hasta hace muy poco apenas dejaba sitio a la innovación y pasaba ampliamente de las novedades. Dicen que hay dos tipos de vestuario cinematográfico: el que está al servicio de la trama y el que se expresa como un fin en sí mismo al margen de ella. Existe, sin embargo, una tercera vía, que no busca el rigor o el realismo, pero tampoco se entrega a ejercicios de estilo gratuitos. Es ahí donde surgen las imágenes que acaban convirtiéndose en estereotipos y en modas con calado real. No debe ser una tarea fácil, y si hablamos de un ámbito tan reacio al cambio como el de la ropa de hombre, el reto parece casi imposible. Por eso resulta increíble saber que buena parte de las tendencias que más han influido en la moda masculina de los últimos cincuenta años proceden de la mente de una sola persona. Y no es diseñadora. Ni modelo. Ni siquiera es deportista. Se llama Milena Canonero y es directora de vestuario. Saltó a la fama gracias a ese experimento posmoderno que fue la Maria Antonieta de Sofía Coppola –ejemplo del traje cinematográfico como fin en sí mismo, por cierto– pero, para entonces, ya tenía dos Oscar por Barry Lyndon y Carros de fuego y una trayectoria ligada a Stanley Kubrick, Wes Anderson, Coppola padre y la siempre infravalorada Corrupción en Miami. A pocos se le hubiera ocurrido vestir de blanco para pegar palizas como en 'La naranja mecánica', pero ahí está medio mundo, imitando su estilismo. Quizá uno de los mayores orgullos de un figurinista sea que sus creaciones acaben convertidas en sempiterno disfraz de Halloween. Ahí es donde se percibe hasta qué punto un director de vestuario ha sabido crear códigos completamente novedosos y, sobre todo, entender si el espectador está preparado para aceptarlos. El primer trabajo en el cine de Canonero fue La naranja mecánica, así que probablemente sobren las explicaciones: por muy surrealista que nos pueda parecer la estética de la cinta, lo cierto es que su fuente de inspiración no fue el arte, ni siquiera se mantuvo fiel al libro de Burgess, sino la propia calle, un Londres obsesionado con el futurismo, la indumentaria militar y la androginia. Canonero redujo dichas influencias a un uniforme mínimo; un bombín, un mono blanco, unas botas y unos tirantes, y logró que su influencia posterior fuera rastreable en las subculturas británicas de los 70, en las nuevas estrellas del rock y en cientos de editoriales de moda, videoclips y colecciones. Algo similar ocurrió con los jerseys estampados de El resplandor y, por cuestiones de funcionalidad y anacronismo, no pudo repetir la experiencia con Barry Lyndon, pero sí con esa exhibición de sastrería británica que fue Carros de fuego. Junto a Retorno a Brideshead, fue el responsable de que las ventas de tweed se duplicaran a principios de los ochenta. 'Carros de fuego': nunca en la historia se sudó ropa tan cara Pero tal vez su mayor contribución a la moda masculina (aunque no su trabajo más reconocido) haya sido su trabajo dentro del equipo de vestuario de Corrupción en Miami y, en concreto, su idea de mezclar camisetas con chaquetas color pastel, remangadas y a juego con los zapatos (sin calcetines). Algo parecido a lo que hizo Armani con Richard Gere en American Gigolo, pero con una vocación mucho más masiva. Las pintas de Sonny Crocket acapararon buena parte de los ideales masculinos de los 80. Lujo, deporte, sastrería y cromatismo se combinaron para dar lugar a un estilo que aún hoy muchos siguen luciendo. Milena Canonero fue, una vez más, la responsable. Que levante la mano el que nunca le haya dicho a nadie que "Ese traje es muy 'Corrupción en Miami". “Necesito que los trajes ayuden al actor a meterse en el personaje. Por eso utilizo uniformes siempre que puedo”, declaraba en una ocasión Wes Anderson al diario Los Angeles Times. A golpe de uniformes el director ha hecho que su estética sea hoy una de las más celebradas. Hace unos años parecía improbable que esa ropa corta y apretada, esas prendas naif y esos estampados imposibles acabaran convirtiéndose en referentes actuales –y Bill Murray en una especie de icono de estilo– pero ahí están diseñadores como Thom Brwone, Band of Outsiders o la mísmisima Miuccia Prada demostrando que ese híbrido entre el pijo aniñado y el moderno anclado en los ochenta tiene cada día más adeptos. Nadie quiere ser Steve Zissou, el personaje de Bill Murray en 'Life aquatic', pero mucha gente quiere vestir como él. A Milena Canonero también le encantan los uniformes. La soltura con la que salta de periodos históricos y contextos sociales se debe, en parte, a que sus personajes llevan casi siempre las mismas prendas o las combinan de la misma forma, de los drugos a Dick Tracy, de Michael Corleone a Sonny Crocket. Por eso fue la encargada de vestir a la tripulación de Life aquatic con trajes azules de poliéster, chaquetas de chándal de hace veinte años, gorros rojos y unas Adidas modelo Zisou especialmente creadas para la ocasión – y que, pese a haber recibido miles de peticiones, la marca nunca llegó a confeccionar en la realidad. Por eso, también, Owen Wilson, Adrien Brody y Jason Schwartzman llevaron el mismo traje de Marc Jacobs durante casi todo el metraje de Viaje a Darjeeling. Waris Ahluwalia, que participó en ambas películas y ahora acapara páginas en las revistas masculinas, contaba hace un año a la revista GQ que empezó a interesarse por la moda gracias a Milena. “Ella me presentó al sastre que le hacía los trajes para Kubrick y me sorprendí de lo divertida que podía llegar a ser la ropa”. Acaba de terminar su trabajo con los personajes de Grand Budapest Hotel, la nueva cinta de Anderson, y todo apunta a que las prendas de sus protagonistas recibirán el mismo impacto mediático al que Milena Canonero nos tiene acostumbrados. Porque a veces no hace falta ser un diseñador de renombre o un personaje de moda para que tus ideas influyan en millones de armarios. En ocasiones, son figuras en la sombra, aljadas de la pasarela y los focos, las que marcan los hitos indumentarios.


Hasta cuando estaba en horas bajas, Warren Beatty era todo estilo en 'DIck Tracy' gracias a 'madame' Canonero
Hubo un tiempo en que lo que ocurría en las pasarelas importaba bastante poco a la mayoría. No se analizaban exhaustivamente los trajes que llevaban los famosos y los futbolistas no eran modelos en sus ratos libres. El cine, junto con la música, era el principal vehículo de transmisión de modas y estilos. Más si se trataba del vestuario masculino, que hasta hace muy poco apenas dejaba sitio a la innovación y pasaba ampliamente de las novedades.
Dicen que hay dos tipos de vestuario cinematográfico: el que está al servicio de la trama y el que se expresa como un fin en sí mismo al margen de ella. Existe, sin embargo, una tercera vía, que no busca el rigor o el realismo, pero tampoco se entrega a ejercicios de estilo gratuitos. Es ahí donde surgen las imágenes que acaban convirtiéndose en estereotipos y en modas con calado real. No debe ser una tarea fácil, y si hablamos de un ámbito tan reacio al cambio como el de la ropa de hombre, el reto parece casi imposible. Por eso resulta increíble saber que buena parte de las tendencias que más han influido en la moda masculina de los últimos cincuenta años proceden de la mente de una sola persona. Y no es diseñadora. Ni modelo. Ni siquiera es deportista.
Se llama Milena Canonero y es directora de vestuario. Saltó a la fama gracias a ese experimento posmoderno que fue la Maria Antonieta de Sofía Coppola –ejemplo del traje cinematográfico como fin en sí mismo, por cierto– pero, para entonces, ya tenía dos Oscar por Barry Lyndon y Carros de fuego y una trayectoria ligada a Stanley Kubrick, Wes Anderson, Coppola padre y la siempre infravalorada Corrupción en Miami.
A pocos se le hubiera ocurrido vestir de blanco para pegar palizas como en 'La naranja mecánica', pero ahí está medio mundo, imitando su estilismo.
Quizá uno de los mayores orgullos de un figurinista sea que sus creaciones acaben convertidas en sempiterno disfraz de Halloween. Ahí es donde se percibe hasta qué punto un director de vestuario ha sabido crear códigos completamente novedosos y, sobre todo, entender si el espectador está preparado para aceptarlos. El primer trabajo en el cine de Canonero fue La naranja mecánica, así que probablemente sobren las explicaciones: por muy surrealista que nos pueda parecer la estética de la cinta, lo cierto es que su fuente de inspiración no fue el arte, ni siquiera se mantuvo fiel al libro de Burgess, sino la propia calle, un Londres obsesionado con el futurismo, la indumentaria militar y la androginia. Canonero redujo dichas influencias a un uniforme mínimo; un bombín, un mono blanco, unas botas y unos tirantes, y logró que su influencia posterior fuera rastreable en las subculturas británicas de los 70, en las nuevas estrellas del rock y en cientos de editoriales de moda, videoclips y colecciones.
Algo similar ocurrió con los jerseys estampados de El resplandor y, por cuestiones de funcionalidad y anacronismo, no pudo repetir la experiencia con Barry Lyndon, pero sí con esa exhibición de sastrería británica que fue Carros de fuego. Junto a Retorno a Brideshead, fue el responsable de que las ventas de tweed se duplicaran a principios de los ochenta.
'Carros de fuego': nunca en la historia se sudó ropa tan cara
Pero tal vez su mayor contribución a la moda masculina (aunque no su trabajo más reconocido) haya sido su trabajo dentro del equipo de vestuario de Corrupción en Miami y, en concreto, su idea de mezclar camisetas con chaquetas color pastel, remangadas y a juego con los zapatos (sin calcetines). Algo parecido a lo que hizo Armani con Richard Gere en American Gigolo, pero con una vocación mucho más masiva. Las pintas de Sonny Crocket acapararon buena parte de los ideales masculinos de los 80. Lujo, deporte, sastrería y cromatismo se combinaron para dar lugar a un estilo que aún hoy muchos siguen luciendo. Milena Canonero fue, una vez más, la responsable.
Que levante la mano el que nunca le haya dicho a nadie que "Ese traje es muy 'Corrupción en Miami".
“Necesito que los trajes ayuden al actor a meterse en el personaje. Por eso utilizo uniformes siempre que puedo”, declaraba en una ocasión Wes Anderson al diario Los Angeles Times. A golpe de uniformes el director ha hecho que su estética sea hoy una de las más celebradas. Hace unos años parecía improbable que esa ropa corta y apretada, esas prendas naif y esos estampados imposibles acabaran convirtiéndose en referentes actuales –y Bill Murray en una especie de icono de estilo– pero ahí están diseñadores como Thom Brwone, Band of Outsiders o la mísmisima Miuccia Prada demostrando que ese híbrido entre el pijo aniñado y el moderno anclado en los ochenta tiene cada día más adeptos.
Nadie quiere ser Steve Zissou, el personaje de Bill Murray en 'Life aquatic', pero mucha gente quiere vestir como él.
A Milena Canonero también le encantan los uniformes. La soltura con la que salta de periodos históricos y contextos sociales se debe, en parte, a que sus personajes llevan casi siempre las mismas prendas o las combinan de la misma forma, de los drugos a Dick Tracy, de Michael Corleone a Sonny Crocket. Por eso fue la encargada de vestir a la tripulación de Life aquatic con trajes azules de poliéster, chaquetas de chándal de hace veinte años, gorros rojos y unas Adidas modelo Zisou especialmente creadas para la ocasión – y que, pese a haber recibido miles de peticiones, la marca nunca llegó a confeccionar en la realidad. Por eso, también, Owen Wilson, Adrien Brody y Jason Schwartzman llevaron el mismo traje de Marc Jacobs durante casi todo el metraje de Viaje a Darjeeling. Waris Ahluwalia, que participó en ambas películas y ahora acapara páginas en las revistas masculinas, contaba hace un año a la revista GQ que empezó a interesarse por la moda gracias a Milena. “Ella me presentó al sastre que le hacía los trajes para Kubrick y me sorprendí de lo divertida que podía llegar a ser la ropa”.
Acaba de terminar su trabajo con los personajes de Grand Budapest Hotel, la nueva cinta de Anderson, y todo apunta a que las prendas de sus protagonistas recibirán el mismo impacto mediático al que Milena Canonero nos tiene acostumbrados. Porque a veces no hace falta ser un diseñador de renombre o un personaje de moda para que tus ideas influyan en millones de armarios. En ocasiones, son figuras en la sombra, aljadas de la pasarela y los focos, las que marcan los hitos indumentarios.

La virgen del Pilar, el frío y las setas


Cobertura en TVE de la ofrenda floral a la virgen del Pilar en Zaragoza, el pasado octubre.

Los periodistas de Televisión Española han elaborado un informe sobre los contenidos de los principales informativos desde el comienzo de la temporada, el pasado septiembre, en el que critican la trivialización y banalización de los espacios de noticias
. Una tendencia que han percibido, especialmente, en los telediarios del fin de semana
. Afirman que con este tipo de prácticas la oferta de la televisión pública corre el riesgo de dejar de ser “la mejor opción” para seguir la actualidad.
Como ejemplo de esta tendencia citan el TD2 del 13 de octubre.
En esa edición se daba cuenta de la asamblea de 2.000 alcaldes en Madrid contra la reforma de la ley de Administración Local sin explicar “el contenido de la polémica reforma”, según expone el Consejo de Informativos de TVE (CdI), órgano de representación de los profesionales. Ese mismo día se incluían temas de “indudable menor trascendencia” como el cambio de armario o el estrés de los bebés. Noticias que “aunque pueden tener cabida, nunca deben ser excusa para dejar de ofrecer el tiempo y el tratamiento adecuado a los problemas y cuestiones que afectan y preocupan a la sociedad española”.
Un día antes, el 12 de octubre, el TD1 ofreció más de cinco minutos seguidos a la ofrenda floral a la virgen del Pilar en Zaragoza, el frío y las setas.
 Los periodistas sostienen que el servicio público obliga a ofrecer telediarios con una información que sea interesante, amena, completa y atractiva para un público generalista.
 Pero reclaman a la dirección de Informativos y a los editores de los noticieros que “extremen el cuidado en la selección de temas y eviten que los contenidos triviales resten espacio a los asuntos de relevancia”.
El informe repasa algunas informaciones que, según el CdI, se han emitido fragmentadas o sin contexto. Reprocha también que en determinados casos no hay una pluralidad de voces, no se hace un seguimiento de los conflictos sociales de calado o se tiende a minimizar las noticias polémicas para el Gobierno.
 Entre las coberturas más cuestionadas citan las declaraciones del ministro de Hacienda, Cristóbal Montoro, sobre el cine o los salarios, la manifestación de las víctimas del terrorismo, la huelga de basuras de Madrid, la supresión de las becas Erasmus o la huelga de docentes en Baleares.
No siempre los responsables de los informativos exponen su opinión sobre el tratamiento de noticias como estas.
En el caso de la polémica sobre los salarios (“no están bajando en España, los salarios están subiendo moderadamente en nuestro país”, dijo Montoro en la sesión de control al Gobierno del pasado 9 de octubre), los editores aseguran que las declaraciones del ministro y la reacción de los grupos de oposición fueron “muy destacadas” en los titulares y ocuparon “un lugar relevante en el minutado”.
 Precisan también que durante el viaje de Rajoy a Japón no se dio cuenta sobre la fuga de agua radiactiva en la central nuclear de Fukushima porque este tipo de averías son innumerables y que no parecía que la de aquel 3 de octubre fuera de las más relevantes
. El editor del telediario afirmó, según el informe, que “nunca se decidió no incluir u ocultar esa información” y admitió un posible error de coordinación.

La vida lisboeta.................por la Señora de Antonio Muñoz Molina, a la sombra de sus Premios

A cuenta de la crisis, la mundial, la española, la del papel, la del sector editorial; en fin, de todas las crisis superpuestas, me he visto esta semana defendiendo el libro de papel y les confieso que me he sentido un poco estúpida ante las preguntas de algunos periodistas. Estúpida porque en vez de la enojosa defensa tenía que haber optado por responder: “mejor nos vemos aquí dentro de cincuenta años”.
 Pero dentro de cincuenta años yo ya no estaré (en principio), y los jóvenes periodistas de hoy llevarán tiempo retirados
. El libro de papel nos sobrevivirá, y no habla mi corazón, sino mi entendimiento: es un buen artilugio, sencillo, un prodigio del diseño, se puede llevar a cualquier parte y no requiere batería o conexión. No nos deja tirados, como a menudo deja un ordenador.
 El mío, por ejemplo, hace unos días, fuera de Madrid
. Como resultado de estos inesperados sobresaltos, pasas de cantar un día las bondades del pequeño aparato a maldecirlo al día siguiente, cuando al derramarse un té sobre el teclado la portátil monería muere llevándose consigo casi todo lo que tú eres. Alzas los ojos a los dioses de ese Olimpo presidido por Steve Jobs, y con las manos alzadas preguntas: ¿y de qué coño sirve ahora un aparato cuyos poderes son para mí algo más parecido a la magia que a la tecnología?
De cualquier manera, algo unía a Jobs con la idea tradicional del diseño: lo útil puede ser bello.
 Ese viejo mandamiento ha vuelto a ponerse en órbita y atrás quedan esos diseñadores ochenteros que despreciaban la confortabilidad del objeto.
Por tanto, cuando defiendo el libro de papel, no me dejo llevar por una pasión romántica, aunque también las tenga, es que creo firmemente en su manejabilidad
. Por otra parte, mi memoria funciona mejor cuando asocio una lectura a su particular diseño: una elegante tipografía, una buena portada, un papel agradable o las simples huellas que vas dejando como lector, hojas dobladas, subrayados, y no diré una flor seca para que no me llamen cursi.
 Llámenme cursi.
Mi memoria funciona mejor cuando asocio una lectura a una elegante tipografía, una buena portada...
En este mes pasado me volví loca paseando por las calles de Lisboa, que son una viva muestra de lo que quiero decir. Lisboa ha experimentado un proceso que deberíamos estudiar: más conservadores que nosotros en cuanto al respeto a su pequeño comercio, lo que hace una década podía catalogarse como rancio o fuera de época, hoy desprende un aliento cálido que atrae al visitante y sirve de referencia emocional al lisboeta.
He vivido durante un mes en esas calles de La Baixa que en su mayoría tienen nombres de oficios y aún siguen haciendo honor a la razón de su bautismo. La calle Conceição es el edén de las mercerías, las tiendas de lanas, de tejidos, de manualidades, que han visto rejuvenecida su clientela una vez que la crisis ha empujado a la gente a volver a valorar lo que unas manos expertas producen y restauran.
Miro los escaparates y me entran ganas de saber tejer, bordar, cortar o hacer ganchillo. Y veo que en el interior no solo hay abuelas, también ronda algún joven de barba alternativa que está aprendiendo a hacer punto. Los oficios en Lisboa han perdurado.
 Y el comercio es sagrado y define la ciudad a cada paso
. Cada dependiente sabe lo que vende; cada camarero, lo que sirve.
 Y todos ellos lo hacen con una especie de solemnidad que hacen visible en el envoltorio de un producto o en la preparación de un café de Balão. ¿Es sentimentaloide lo que describo? En absoluto, es práctico, peculiar, atractivo, y esa mezcla está haciendo revivir a esta ciudad de incontables secretos muy castigada por la crisis.
Los oficios en Lisboa han perdurado.
 Y el comercio es sagrado y define la ciudad a cada paso
Movida por esa intención de autenticidad, una mujer, Catarina Portas, decidió reunir hace unos diez años todos aquellos productos artesanales que habían definido la vida cotidiana del país: jabones, estuches de pinturas, cerámica popular, ropa de casa, juguetes rudimentarios, cremas de manos, estropajos, galletas, conservas… No solo se trataba de volver a poner en circulación el contenido, sino el tradicional continente: los envoltorios originales, a menudo primorosos, que convertían un jabón en un objeto de regalo.
 Recorrió el país de punta a punta buscando esos productos que estaban conectados con la memoria sentimental de tantos pasados y dio nueva vida a objetos de pequeñas fábricas que a punto estaban de extinguirse. El resultado es una tienda, A Vida Portuguesa, que se ha convertido con todo mérito en una especie de museo vivo del comercio popular portugués. Las golondrinas de cerámica, las célebres andorinhas, que antaño adornaron las terrazas, ahora han anidado en la intimidad de los dormitorios, y las jarras extravagantes con boca de pez o de rana, diseñadas por ese genio del dibujo que fue Bordalo Pinheiro, vuelven a vestir las mesas.
 El resultado es que cuando una se encuentra en el interior de la tienda quisiera quedarse a dormir allí, para disfrutar el sueño de los niños, rodeada por esas maravillas que además de ser un regalo para la vista, el tacto y el olfato fueron fabricadas para su uso diario.
 No me mueve el sentimentalismo, sino el convencimiento de que tan solo la vieja alquimia de practicidad y belleza puede salvar el espíritu de las ciudades, para que no nos veamos convertidos en replicantes que habitamos un universo de franquicias.
Por favor, no sean pesados, a su marido le han dado el Premio Príncipe de Asturias, que el recoge y da las Gracias, eso le agobia muchisimo tanto que usted y él se van a Lisboa a descansar un mesecito. Son ustedes unos adosados Premio que recibe su marido descanso que se dan los dos.
Luego se van a Instituto Cervantes no sé que hace usted pero AMMM va rio Hudson arriba Rio Hudson abajo que stres dar dos clases a la semana vuelven a Madrid por navidad y claro, tanto arroz caldoso termina por agobiar y se pasan unos dias en bicicleta, escuchando Jazz  viendo Museos oyendo charlas que agobio más grande.
No escriben sobre parados ni desahucios, para qué verdad? Son unos repugnantes privilegiados que el Estado paga para que se den la buena vida!!! y eso ya es otro cantar.

30 nov 2013

El Consejero......Ridlley Scot es una Garantia

La verdad no tiene temperatura

'El consejero', o cómo un director se deja arrastrar por un escritor


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La verdad no tiene temperatura
Autor: Pedro Marín
Ridley Scott, a pesar de que lo mejor de producción ya pasó (al fin y al cabo, 'Prometheus' no hubiera existido sin esa obra maestra que es 'Alien'), sigue generando expectación cada vez que estrena.
 Si a eso añadimos que el guión viene firmado por Cormac McCarthy (premio Pulitzer del cual se han realizado dos películas basadas en novelas suyas como son 'La carretera' y 'No es país para viejos') en su primera incursión directa en el mundo del cine, la cosa empieza a crecer
. Y si a esos dos ingredientes no fueran bastante, pues venga, añadamos un cartel de lujo por el que muchos directores venderían su alma y la de su señora abuela: Michael Fassbender, Brad Pitt, Cameron Diaz, Javier Bardem y Pé, con secundarios como Rosie Perez y Rubén Blades.
 La cosa está clara: esto debe ser un bombazo.
¿Y? ¿Lo es? ¿Eh? Veamos.
"La verdad no tiene temperatura", dice Cameron Diaz en boca su personaje en un momento del film.
 Algo así se podría decir de 'El consejero', porque la frialdad es la tónica general de una película áspera, desesperanzada, dura hasta la acritud.
 Se nota el guión de Cormac McCarthy, quien no da concesiones al espectador, no hay personajes a los que aferrarse, no hay "buenos" que sirvan de ejemplo o de refugio, no hay "malos" que enamoren. 
Todo esto no tendría por qué ser un problema, al contrario, podría servir de aliciente.
 Los problemas -que los hay- son otros.
Y es que la falta de empatía surge también por otro lado. 
Surge de haber dejado el guión en manos de un escritor sin que un guionista profesional le haya metido mano (al guión).
 En consecuencia los personajes son capaces de establecer diálogos -a veces casi monólogos- impropios, con frases preñadas de literatura que, sí, claro, suenan redondas, compactas, pero falsas, alejándote de los personajes y, por tanto de la historia que nos pretende contar.
Todo un lastre para una película que, como trama argumental, no presenta novedad alguna en la temática de "tráfico de drogas (con mexicanos por en medio)" porque, en realidad, sirve de excusa al escritor para explicarnos una historia fatalista sobre la maldad y el ser humano, algo muy propio de mentalidades conservadoras y cristianas: el mal es un ente en sí, sin mediar más explicación, que así somos los humanos. No busquemos razones sociales, políticas o culturales, ¿para qué?
 Es mucho mejor crear un ente abstracto cual brochazo de Tàpies y ya tenemos el comodín: el Mal, señores. O como dijo aquel gordo glorioso secándose el sudor de la calva: ¡el Horror, el Horror!
Y ya metidos en estas tesituras, qué mejor que añadir alguna escena efectista que nos complete el cuadro. Primero, una escena sexual muy bizarra, una especie de chiste triste y morboso que sirve para dibujar a uno de los personajes como amante de lo material de una forma provocadora y chusca; y segundo, un crimen frío y distante, justo como la sociedad que describe la película, donde los pocos resquicios en los que aparecen gestos amables o de amor son rellenados inmediatamente por la crueldad, esa crueldad que sólo es capaz de provocar la avaricia más inhumana.
Fassbender y Diaz, geniales
Eso sí, Fassbender está genial, y Cameron Diaz le sigue los pasos (o por encima de él).
 El resto cumple, aunque Bardem debería vigilar un poco esa afición suya a realizar papeles de tipos con pinta mamarrachiles, no se nos vaya a encasillar
. correcta, muy mona ella, pero nada más, porque el papel daba para poco. Y Ridley correcto, eficaz, quizá demasiado fascinado por el texto del guión.
La cosa prometía, cierto, pero finalmente no cumplió, no a la altura de las expectativas, que quizá eran demasiadas. Y eso a pesar de que la película tiene trazas, tiene momentos, hay algo ahí que atrae, algo insano que se podría haber corregido aligerando el guión.
 O no, dejémosla como está, con esa pinta de cruce entre película de frases a lo Bergman, thriller de sobremesa de los domingos y trama de Haneke con dolor de muelas.
No deja tener cierto encanto bizarro, como la escena sexual de la que hablaba antes, o esa aparición estelar de Rubén Blades hablando de Antonio Machado y recitando "Caminante no hay camino".
 Y como uno es amante de los planes fallidos, del humor involuntario y de las pretensiones no resueltas, le daremos un 6.
 Eso sí, que alguien le dé un cursillo urgente de guión de cine al viejo Cormac.
 O mejor, que siga escribiendo novelas y que sean otros quienes las adapten porque, visto lo visto, es lo que mejor ha funcionado.
 Siento parecer frío, pero, ya saben, la verdad no tiene temperatura, ¿no?