La verdad no tiene temperatura
'El consejero', o cómo un director se deja arrastrar por un escritor
Autor: Pedro Marín
Ridley Scott,
a pesar de que lo mejor de producción ya pasó (al fin y al cabo,
'Prometheus' no hubiera existido sin esa obra maestra que es 'Alien'),
sigue generando expectación cada vez que estrena.
Si a eso añadimos que
el guión viene firmado por Cormac McCarthy (premio Pulitzer del cual se
han realizado dos películas basadas en novelas suyas como son 'La
carretera' y 'No es país para viejos') en su primera incursión directa
en el mundo del cine, la cosa empieza a crecer
. Y si a esos dos
ingredientes no fueran bastante, pues venga, añadamos un cartel de lujo
por el que muchos directores venderían su alma y la de su señora abuela:
Michael Fassbender, Brad Pitt, Cameron Diaz, Javier Bardem y Pé, con
secundarios como Rosie Perez y Rubén Blades.
La cosa está clara: esto
debe ser un bombazo.
¿Y? ¿Lo es? ¿Eh? Veamos.
¿Y? ¿Lo es? ¿Eh? Veamos.
"La verdad no tiene temperatura", dice Cameron Diaz en boca su personaje en un momento del film.
Algo así se podría decir de 'El consejero',
porque la frialdad es la tónica general de una película áspera,
desesperanzada, dura hasta la acritud.
Se nota el guión de Cormac
McCarthy, quien no da concesiones al espectador, no hay personajes a los
que aferrarse, no hay "buenos" que sirvan de ejemplo o de refugio, no
hay "malos" que enamoren.
Todo esto no tendría por qué ser un problema,
al contrario, podría servir de aliciente.
Los problemas -que los hay-
son otros.
Y es que la falta de empatía surge también por otro
lado.
Surge de haber dejado el guión en manos de un escritor sin que un
guionista profesional le haya metido mano (al guión).
En consecuencia
los personajes son capaces de establecer diálogos -a veces casi
monólogos- impropios, con frases preñadas de literatura que, sí, claro,
suenan redondas, compactas, pero falsas, alejándote de los personajes y,
por tanto de la historia que nos pretende contar.
Todo un lastre para una película que, como trama
argumental, no presenta novedad alguna en la temática de "tráfico de
drogas (con mexicanos por en medio)" porque, en realidad, sirve de
excusa al escritor para explicarnos una historia fatalista sobre la
maldad y el ser humano, algo muy propio de mentalidades conservadoras y
cristianas: el mal es un ente en sí, sin mediar más explicación, que así
somos los humanos. No busquemos razones sociales, políticas o
culturales, ¿para qué?
Es mucho mejor crear un ente abstracto cual
brochazo de Tàpies y ya tenemos el comodín: el Mal, señores. O como dijo
aquel gordo glorioso secándose el sudor de la calva: ¡el Horror, el
Horror!
Y ya metidos en estas tesituras, qué mejor que
añadir alguna escena efectista que nos complete el cuadro. Primero, una
escena sexual muy bizarra, una especie de chiste triste y morboso que
sirve para dibujar a uno de los personajes como amante de lo material de
una forma provocadora y chusca; y segundo, un crimen frío y distante,
justo como la sociedad que describe la película, donde los pocos
resquicios en los que aparecen gestos amables o de amor son rellenados
inmediatamente por la crueldad, esa crueldad que sólo es capaz de
provocar la avaricia más inhumana.
Fassbender y Diaz, geniales
Eso sí, Fassbender está genial, y Cameron Diaz le sigue los pasos (o por encima de él).
El resto cumple, aunque Bardem debería vigilar un poco esa afición suya a realizar papeles de tipos con pinta mamarrachiles, no se nos vaya a encasillar
. Pé
correcta, muy mona ella, pero nada más, porque el papel daba para poco.
Y Ridley correcto, eficaz, quizá demasiado fascinado por el texto del
guión.
La cosa prometía, cierto, pero finalmente no
cumplió, no a la altura de las expectativas, que quizá eran demasiadas. Y
eso a pesar de que la película tiene trazas, tiene momentos, hay algo
ahí que atrae, algo insano que se podría haber corregido aligerando el
guión.
O no, dejémosla como está, con esa pinta de cruce entre película
de frases a lo Bergman, thriller de sobremesa de los domingos y trama de
Haneke con dolor de muelas.
No deja tener cierto encanto bizarro, como la escena
sexual de la que hablaba antes, o esa aparición estelar de Rubén Blades
hablando de Antonio Machado y recitando "Caminante no hay camino".
Y
como uno es amante de los planes fallidos, del humor involuntario y de
las pretensiones no resueltas, le daremos un 6.
Eso sí, que alguien le
dé un cursillo urgente de guión de cine al viejo Cormac.
O mejor, que
siga escribiendo novelas y que sean otros quienes las adapten porque,
visto lo visto, es lo que mejor ha funcionado.
Siento parecer frío,
pero, ya saben, la verdad no tiene temperatura, ¿no?
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