Un Blues

Un Blues
Del material conque están hechos los sueños

12 oct 2013

El Príncipe llama, en nombre del Rey, a “celebrar lo que nos une”......¿Qué nos une y a quién?...Los que se mantenen con 300 Euros al Mes? los que rebuscan entre la basura?.


El Príncipe ha hecho hoy un llamamiento a todos los españoles para celebrar "lo que nos une" y reafirmar el compromiso con un "futuro compartido de concordia y progreso para todos".Y ¿eso que es?
Don Felipe ha pronunciado estas palabras en un brindis inusual durante la recepción en el Palacio Real con motivo de la Fiesta Nacional, a la que por vez primera no asiste el Rey, convaleciente de su última operación de cadera.
"Hoy es un día para celebrar lo que nos une, recordar nuestra historia milenaria y lo conseguido juntos", ha dicho el mismo día que se ha celebrado una manifestación convocada en Cataluña para celebrar la Fiesta Nacional frente a la deriva soberanista del president Artur Mas.
"Si lo que nos une es mucho, mucho más es lo que cada día seguirá estrechando nuestros vínculos con la comunidad internacional", ha añadido.
 "España, con la Corona a su servicio, continuará trabajando siempre para garantizar ese progreso, ese porvenir, superando cualquier dificultad", ha asegurado.
Don Felipe no ha olvidado felicitar a la Guardia Civil y a Zaragoza, que tienen como patrona a la Virgen del Pilar, así como a todas las mujeres que llevan tan "digno" nombre."la virgen del Pilar dice......que no quiere ser francesa....
Al inicio de su intervención, el Príncipe ha explicado que ha sido el Rey quien le pidió que trasladara este mensaje en una fecha "con tantas connotaciones para España y para la historia de toda la Humanidad"
. Don Felipe ha puesto fin a su discurso invitando a los presentes a brindar por España y por el Rey.
En los corrillos posteriores al discurso, don Felipe ha comentado las circunstancias especiales del día, que ha calificado como "raro", al haber tenido que presidir, ante la ausencia del Rey, el desfile del 12 de octubre. Aún así, el heredero de la Corona ha afirmado: "Hay que estar donde hay que estar".Se nota que está muy preparado.
El Rey ha visto el desfile por televisión, igual que la Reina que, en la recepción, también ha hablado de su ausencia, la primera vez en 44 años.
 Doña Sofía ha asegurado que el Rey "se está recuperando", que está tomando la medicación prescrita pero que "tiene que tomarse las cosas con calma", tal como ha añadido.
Otra de las ausentes, la infanta Elena, también se ha referido a la salud de su padre y ha afirmado que le gistaría hacer más de lo que hace. En cualquier caso, ha mostrado su satisfacción por el papel que ha desempeñado su hermano, "para ser la primera vez", presidiendo el desfile.
También ha sido la primera vez para José María Aznar, desde que dejó la presidencia del Gobierno.
 El expresidente ha querido acudir al acto porque, según ha manifestado "la situación es de seria gravedad y quiero defender la monarquía cosntitucional, la democracia y la unidad de España".
El presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, también presente en la recepción a destacado el ánimo con el que está el jefe del Estado tras su operación y al que ve, según ha dicho, todas las semanas.
Rajoy sobra vaya o no vaya a un desfile y Aznar se arraya un millo diciendo que él debe estar porque la situación es de suma gravedad.....y piensa que nos va a dejar tranquilos??? Inutil Presidente expresidente acomplejado expresidente que ve como su mujer mete la gamba. Expresidente que tb ve como las mujeres no quieren la Ley de Gallardón expresidente que ve como su partido está corrompido y da mal olor pero viene a decirnos "Tranquilos que estoy yoooo" Ay Mamita que miedoooooooo!!

Premio Nobel de Literatura :La Escritora Alice Munro

La escritora Alice Munro. / Agustín Sciammarella

Debajo de la escritura lisa y serena de Alice Munro hay siempre algo compulsivo; un regreso permanente a ciertos escenarios y a ciertos temas; una exploración reiterada a lo largo de muchos años de experiencias fundamentales de su propia vida, que no parecen agotársele nunca; una curiosidad por asomarse a comportamientos desorbitados que irrumpen en la normalidad y a situaciones atroces.
Se cita siempre el nombre de Chéjov al hablar de ella, pero ella misma, en alguna entrevista, reconociendo ese magisterio, ha aludido a modelos más próximos, las tres grandes escritoras sureñas del cuento y la novela corta, Flannery O'Connor, Eudora Welty y Carson McCullers.
 Las tres circunscriben sus ficciones a espacios geográficos muy limitados, muy cerrados, de intensa concentración humana; en las tres la religión rigurosa o fanatizada cobra una relevancia permanente; las tres escriben sobre lo inesperado, lo extraordinario, lo bizarro que puede surgir en medio de las vidas más sujetas a la rutina.
 Y en todas ellas hay una mezcla muy poco tranquilizadora entre la compasión hacia los pobres y los marginados y el humorismo macabro.
A Alice Munro otra de las aseveraciones habituales sobre su obra que se ve que la impacientan es que escribe sobre gente vulgar
. “No son personas vulgares para mí. No pueden serlo cuando tienen deseos tan poderosos y hacen a veces cosas tan extraordinarias”.
 Lo primero que necesita un escritor en formación son modelos narrativos que le sugieran el modo de dar forma al mundo que tiene delante de los ojos, a aquello que más le importa y que sin embargo no sabe cómo contar. En Welty, en O'Connor, en McCullers, aunque escribieran de un territorio tan ajeno a su provincia canadiense de Ontario como el Sur de los Estados Unidos, aprendió a convertir en literatura los escenarios inmediatos de su propia vida y los episodios relevantes de su origen y de su aprendizaje del mundo. Probablemente el modelo de Faulkner, también un novelista de imaginación anclada en una sola geografía, habría sido demasiado opresivo para ella, demasiado enfático en su ambición ostensible de totalidad. Las historias de Munro se integran las unas en las otras tan orgánicamente como las de Faulkner, pero lo hacen de una manera más sutil, como apenas esbozada, preservando la condición fragmentaria y como tanteadora que es tan propia de ella, y que pareciendo una limitación —la dificultad de completar novelas— es una de sus fortalezas, uno de los rasgos específicos de su originalidad.
En la primera o en la segunda línea de cualquiera de sus historias ya nos hemos adentrado en el territorio Munro, que es topográfico pero también mental: una contemplación de las personas, los lugares y las cosas visceralmente atenta y a la vez algo desasida; un anhelo sordo que puede ser de deseo o de huida o de ambos impulsos a la vez y que cuando llega a cumplirse trae consigo un precio de insatisfacción y remordimiento, de cierta vergüenza de uno mismo.
Uno empieza a leer y hacia el principio del segundo párrafo ya se siente encerrado en las mismas trampas que los personajes o arrastrado por el curso de unos hechos que nunca parecen los de una trama organizada de antemano sino los de una fatalidad inusitada.
De un libro a otro la escritura y los temas de Munro parecen mantenerse idénticos, y sin embargo están sometidos a variaciones continuas, aunque no llamativas, a exploraciones narrativas que juegan continuamente con los límites de la elipsis: de qué modo se puede comprimir la máxima duración temporal en menos líneas de relato; hasta dónde se puede llegar retrasando o escondiendo la información central de una historia; cuánto más puede decirse diciendo lo menos posible; desde qué nuevo ángulo o con qué matices se puede contar lo que se lleva contando compulsivamente toda la vida.
 Parece que Alice Munro mira su comarca natal, su Huron County, como miraba Cézanne cada día su montaña Saint-Victoire, o Giorgio Morandi sus agrupaciones de jarras, botellas, vasos, cuencos.
 “Para mí es el lugar más interesante del mundo”, dijo hace unos meses en una entrevista. “Imagino que es porque sé más sobre él. Me produce una fascinación ilimitada”. Su último libro, Dear Life, termina con un tríptico de estampas muy breves en las que regresa de nuevo a escenarios e imágenes de la infancia. Son páginas tan comprimidas, tan despojadas, que resultan a la vez transparentes y herméticas.
 Al llegar al punto final casi se toca el espacio en blanco, el silencio de la despedida.
Usted no ha leído a esta escritora y se limita a poner con otras palabras eso que hacen tan bien sus seguidores, leer en Google y así tiene ya el artículo sobre la Escritora Nobel.

11 oct 2013

Mujeres fuertes incluso debajo del 'burqa'


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De nuevo una película iraní aborda el tema de la mujer.
Una vez más, el director recurre a Afganistán como escenario.
No faltan el tópico burqa, los talibanes, un clérigo e incluso la ocasional batalla callejera de trasfondo
. Pero se trata sólo de un escenario porque el asunto no es ni Kabul, ni la guerra
. Tampoco la protagonista de La piedra de la paciencia es la habitual mujer subyugada e impotente del estereotipo, sino una mujer fuerte; a pesar de todas las limitaciones sociales y religiosas no se amilana por la adversidad y escribe su propia historia.
 Una buena lección tanto para quienes imponen el velo como para quienes creen que este imprime carácter.
Son los hombres a quienes el director Atiq Rahimi presenta como débiles.
No importa que tengan las armas o el turbante. El marido que ha quedado en coma tras una reyerta es el mejor reflejo de la impotencia.
 Es también el pretexto para que la mujer se enzarce en un revelador diálogo en forma de monólogo
. No es una contradicción.
Ella le habla con el deseo de que le escuche, algo imposible cuando él estaba completamente vivo, pero con la esperanza de que en realidad no le oiga porque va a contarle la verdad y la verdad sería imposible de afrontar por ambos en otras circunstancias.
 Se dirige a él, aunque en el fondo no espera respuesta.
"Por una vez, me estás escuchando”, le dice. Qué remedio. Reducido a la inmovilidad absoluta, se convierte en esa piedra de la paciencia (singué sabur) a la que, según la mitología persa, uno puede contar todos sus secretos para liberarse de su peso. Hasta que se rompe.
Así conocemos su historia; la historia de una mujer sin nombre, como tantas otras (ninguno de los personajes de la película tiene nombre).
Casada por sus padres cuando era joven con un hombre mayor que no le presta más atención que la necesaria para procrear.
 Y ni eso. Ella no parece guardarle rencor, tan amorosamente cuida de su cuerpo inerte
. ¿O sí? Porque en varios momentos tiene la tentación de abandonarle a su suerte.
No es por venganza. Su venganza se ha consumado mucho antes, cuando ha parido dos hijas que no son suyas porque es estéril, algo que ni él ni su familia hubieran admitido nunca.
 Antes la hubieran matado a ella.
 O repudiado, que viene a ser lo mismo. Porque en las sociedades patriarcales como la que refleja la película, que usan la religión y los valores como argumento para someter a la mujer, una esposa repudiada por su marido, no vale nada.
Es peor que estar muerta. Ella lo sabe y actúa para evitarlo.
Es el primer paso de una liberación que sólo acabará con la muerte del marido.
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Bajo la aparente simplicidad del relato, La piedra de la paciencia también soslaya el maniqueísmo. 
 No es una historia de buenos (las mujeres) y malos (los hombres). Ahí está esa suegra que monta guardia la noche de bodas para asegurarse de la virginidad de la novia, o que abandona a ésta con el marido en coma ante el avance de la línea de frente.
 O la historia paralela de la tía condenada a la prostitución por negarse a ser esclava.
 También hay mujeres cómplices de esa sociedad construida sobre la segregación y la desigualdad. Incluso hombres víctimas, aunque no lo parezcan tanto, como el miliciano tartamudo.
La verdad siempre es compleja y Rahimi, que basa la película en su propia novela, logra transmitir esa complejidad de una forma sencilla, sin aspavientos; gracias en buena medida a la expresividad del rostro de Golshifteh Farahani
. La actriz fue premiada en el Festival de Gijón por ese papel de una mujer afgana que representa a todas aquellas (y aquellos) a quienes los sistemas patriarcales quisieran silenciar. Incluso cuando no se usa un burqa para cubrir sus cuerpos.

No hay diques para tanto mar


“¡Esto hay que pararlo! ¡Esto hay que pararlo!”. La alcaldesa de la isla italiana de Lampedusa, Giusi Nicolini, desesperada ante la llegada a sus costas de bolsas llenas de cadáveres de inmigrantes, no encuentra consuelo
. Nueve días han pasado y más allá de condenas y lamentos no hay sobre la mesa soluciones capaces de salvar vidas y poner orden en la gestión de los flujos migratorios
. En parte, porque no hay una receta única y mágica. Pero, también, porque lejos de exigir soluciones, los electorados sintonizan cada vez con mayor facilidad con los discursos antiinmigración que han encumbrado a partidos extremistas en toda Europa en tiempos de crisis.
Por un lado están aquellos que exigen fronteras herméticamente cerradas, por otro los que solicitan mayor apertura tanto para refugiados políticos como para inmigrantes económicos. En lo único que hay un verdadero consenso es en que las barreras físicas no bastan. Que el actual modelo no funciona. Y que, como dice Nicolini, algo hay que hacer.
Los bienes circulan con fluidez por el mundo, no como las personas
El dilema que los más de 300 muertos de Lampedusa ha reavivado con brutalidad persigue a los países desarrollados desde hace décadas. No es sencillo, porque en la inmigración se cruzan caminos infinitos. Los conflictos armados, la desigualdad, la solidaridad internacional. Casi nada. Son grandes temas a resolver a largo plazo. En el corto, urge parar la sangría y encontrar un modelo que permita ordenar el tránsito de personas y que ofrezca salidas tanto para las sociedades empobrecidas como para las envejecidas y faltas de mano de obra.
De momento, la experiencia acumulada no ha bastado para aliviar la situación. Al contrario. Las cifras de muertos no dejan de crecer, mientras que las proyecciones de flujos de desplazados de conflictos como el sirio alertan de un serio agravamiento de la situación. “Si nos fijamos en los acontecimientos históricos en el mundo árabe, la Unión Europea necesita acometer cambios profundos en sus políticas con sus vecinos del Mediterráneo”, reconocía hace meses en Harvard la propia Cecilia Malmström, comisaria europea de Interior.
¿Ha llegado el momento de un cambio radical de las políticas migratorias? Es una de las preguntas que cobran nueva fuerza después de Lampedusa. ¿Ha llegado la hora de abrir las fronteras a las personas y no solo a las mercancías y a la tecnología? O al revés. ¿Es Lampedusa la señal definitiva de que ha llegado el momento de cerrar a cal y canto las fronteras para eliminar expectativas y evitar lo que algunos llaman efecto llamada? ¿O cuánto debe restringirse el flujo para preservar la cohesión social y el progreso económico en tiempos de crisis?
Mientras que las mercancías y las empresas circulan con creciente fluidez en el mundo global, las personas no son capaces de traspasar las barreras de los Estados-nación. Los muros, las patrullas marítimas y los controles fronterizos crecen en altura y densidad, pero no consiguen disuadir a los indocumentados. Tampoco logran impedir la muerte de las decenas de miles de personas que tratan de alcanzar las costas. Para algunos expertos, el efecto es justo el contrario. “
La situación actual es inhumana. Centrarse en el control físico de las fronteras y en las barreras no resolverá el problema. Es fundamental comprender que la violencia y la guerra no van a desaparecer y que la gente va a seguir intentando escapar. Cuanto más se cierren las fronteras, más peligrosas resultarán las vías clandestinas. Por eso, yo creo que el planteamiento actual solo contribuye a poner más vidas en peligro”, sostiene Nicolas Beger, director de Amnistía Internacional en Europa. Hasta ahí, lo que según Beger no se debe hacer. Pero, ¿qué es lo que sí se puede y debe hacer? “Para empezar, cada país debe responsabilizarse de una cuota justa de inmigrantes en relación con su tamaño. Las disparidades entre unos países y otros son descomunales”.
Los electorados sintonizan cada vez más con el discurso antiinmigración
Para Vittorio Longhi, lo que está sucediendo ante las costas europeas cobra dimensiones bélicas. Autor de un libro titulado La guerra de la inmigración. Un movimiento global contra la discriminación y la explotación, cree que las cifras de inmigrantes muertos bien podrían ser las de una guerra, y piensa que “esto no funciona”. “Por pretender que no existe, el problema no va a desaparecer. No hacen falta 200 muertos para darse cuenta. Un solo cadáver debería bastar para reconocer que algo va mal”, afirma.
En los últimos 20 años, al menos 20.000 personas han muerto en el Mediterráneo.
Qué hacer es evidentemente la clave del asunto que nos ocupa.
 Puede que las desigualdades y la guerra siempre vayan a existir y que no vaya a faltar gente dispuesta a jugársela en busca de un futuro mejor. Hay que decidir, pues, quién entra y cómo lo hace y, sobre todo, evitar que se maten por el camino. Son casi testimoniales los entendidos que defienden la apertura total de fronteras y la soberanía de los Estados para decidir quién entra y quién sale del país apenas se cuestiona.
Longhi sí opina, sin embargo, que entre una posición y otra hay mucho margen para mejorar. Que parte del problema se solventaría si se amplían los canales de emigración legal —ya sea ampliando los sectores laborales o a través de un mayor número en sectores ya existentes—, algo en lo que coinciden no pocos expertos.
 “Hay que adecuar la demanda migratoria a las necesidades reales de los mercados laborales. Las cuotas de entrada podrían ser mayores en muchos países. La prueba es que los inmigrantes sin papeles encuentran empleo —ilegal y en condiciones terribles—, pero lo encuentran porque hay trabajo. El problema es que el debate migratorio ha estado dominado tradicionalmente por la propaganda y la xenofobia
. No es un debate sereno en el que se tenga en cuenta, por ejemplo, la aportación de los inmigrantes a la economía.
 Los políticos a menudo se limitan a tratar de demostrar a los votantes que hacen todo lo posible por evitar la entrada masiva de inmigrantes”.
Uno de esos políticos es Philip Claeys, europarlamentario del Vlaams Belang, partido de la extrema derecha belga, que, como muchas otras formaciones de la UE, ha forjado su identidad en el cierre de fronteras y el rechazo al inmigrante. Piensa que a los europeos les preocupa mucho este tema y que el problema es que “durante años se ha tratado como un tabú político”.
 “La gente está harta. Los inmigrantes vienen de manera ilegal y se benefician de los servicios sociales. Inscriben a sus hijos en las escuelas, utilizan los hospitales y no se integran. No queremos más guetos en Europa”, dice Claeys, para quien la solución es relativamente fácil. “Mire, los sin papeles vienen a Europa porque en el fondo saben que hay una cierta posibilidad de que acaben entrando. Muchos países de la UE son demasiado laxos y acaban permitiendo la entrada de gente que no son refugiados políticos. Si supieran que no tienen ninguna posibilidad de entrar, no se tirarían al mar”, dice este hombre que recientemente ha visitado Algeciras y Motril y que muestra su asombro por el, a su juicio, abultado número de indocumentados que consiguen quedarse en España. Claeys, como la alcaldesa, también clama que “¡esto tiene que acabar!, ¡hay que hacer algo!”.
Parte del problema mejoraría si se amplían los canales de emigración legal
Puede que Claeys represente a un segmento extremo del arco político europeo. Pero sus ideas y las de partidos como el suyo llevan años calando como una lluvia fina en el resto de formaciones, que ven cómo sus votantes se dejan seducir por el discurso antiinmigración.
Elizabeth Collet, directora para Europa del Migration Policy Institute, estima que cunde un nerviosismo generalizado azuzado por las crisis financieras. “Las percepciones son clave en este asunto. Cuando a la gente se le pregunta en encuestas qué porcentaje de inmigrantes hay en su país, invariablemente dan un número mucho más elevado del real”. Collet es de las que piensa, sin embargo, que las tornas pueden cambiar. Que “las fronteras son un concepto en evolución continúa. Que hace 40 años nadie pensaba que en la zona Schengen la gente pudiera viajar sin pasaporte y que países como México o Turquía pasarían a ser receptores de inmigrantes”.
 Y se atreve incluso a hacer proyecciones de futuro. “Los cambios demográficos de los próximos 20 años serán cruciales.
 Habrá que ver el impacto del ascenso económico de Asia, si se convierte en un imán para emigrantes. Tal vez los europeos caigamos en la cuenta en poco tiempo de que en el fondo ni siquiera resultemos tan atractivos para los inmigrantes como nos creemos”.
Más allá de las grandes cuestiones filosóficas, si se cumplieran las leyes existentes y se modificaran ligeramente otras, la mejora sería sustancial, defiende Judith Sunderland, investigadora de Human Rights Watch para Europa Occidental. “El derecho internacional del mar no se está cumpliendo. La obligación de socorro se interpreta de manera restrictiva y hay países como Italia en los que se penaliza a los patrones que ayudan o se les pone trabas para que desembarquen a los náufragos”.
Otro de los pequeños cambios con una potencial gran repercusión es, según Sunderland, la mejora de la reunificación familiar. Muchos de los que se suben a las pateras son familiares de inmigrantes con papeles que en teoría tendrían derecho a emigrar, pero que, en la práctica, les resulta casi imposible hacerlo por medios legales. “En determinados países se les pide una vivienda, nómina, seguros…”.
Luego están las leyes de asilo. Existe un cierto consenso acerca de la necesidad de garantizar a los que huyen de la guerra y las persecuciones un refugio seguro
. El problema es que ni siquiera la seguridad de esas personas está resuelta.
 El acuerdo de Dublín II obliga a las demandantes de asilo a hacerlo cuando físicamente estén en el país de acogida. Son legión los refugiados que se tiran al mar para alcanzar unas costas en las que pedir asilo. Es lo que los expertos llaman “flujos mixtos”, que viajan en pateras en las que conviven todo tipo de personas desesperadas; solo que la desesperación de algunos tiene más reconocimiento legal que la de otros. Algunos expertos defienden la necesidad de abrir oficinas en los países de origen para tramitar las solicitudes de asilo.
“Si no pudieran entrar no se tirarían al mar”, afirma un político
Y, por último, está el debate de la importancia de ir a las causas del problema
. Hace años que Gobiernos e instituciones cayeron en la cuenta de que la mejor manera de evitar que la gente tenga que emigrar es invertir en el desarrollo de los países de origen y evitar así que tengan que huir. Sostienen los que creen que los esfuerzos deben centrarse en esta vía que, en realidad, la tendencia natural de las personas es la de vivir en su país, donde tienen a su familia y conocen el idioma; que deciden emigrar, sobre todo, por necesidad. “Pero, claro, esos son proyectos a largo plazo.
 Los países no se cambian de un día para otro”, explica Sunderland. La ayuda financiera, además, resulta con frecuencia insuficiente en ausencia de cambios políticos en los países de origen.
Volker Turk, director de Protección Internacional de la Agencia de Naciones Unidas para los refugiados, repasa desde Washington el abanico de propuestas y medidas que como primera medida puedan ayudar a salvar vidas. Duda por ejemplo de la viabilidad de la propuesta de que se abran oficinas de la ONU en los países de origen de los demandantes de asilo, porque piensa que tramitar cualquier posible papel de salida del país podría poner en peligro la vida del propio demandante.
Pero para Turk hay un tema mucho más importante.
Cree que en la actualidad hay instrumentos legales, disposiciones y acuerdos marco más que suficientes a disposición de los Gobiernos para lograr que la situación mejore. “Ahora lo que hace falta es ponerlas en marcha, y eso solo es posible con voluntad política y solidaridad”. Explica, por ejemplo, que la inmensa mayoría de los 2,1 millones de refugiados sirios que han escapado de la guerra en los últimos dos años han acabado en países vecinos como Líbano, cuyas costuras amenazan con estallar. Europa apenas ha acogido a 60.000. “Necesitamos mucho más”, asegura. ¿Agitará Lampedusa lo suficiente las conciencias como para lograr despertar la voluntad política y la solidaridad internacional? “Esperemos”, dice con cierta resignación.